102.
Su nombre era Dan Rivel, un jovenzuelo cizariano que a pesar de haberse quedado sin familia de muy joven, se buscaba la vida yendo a donde tuviera que ir y haciendo lo que tuviera que hacer, siempre con la mejor disposición mientras hubiera una recompensa al final, y Yan Vanyán podía ser un completo chiflado para algunos, pero no era ningún tacaño. “Lo hice tal como me dijo, señor Yan; le entregué el mensaje a la mujer que señaló sin decirle ni una palabra a nadie y sin que nadie me viera…” Explicó Dan, totalmente seguro de sí mismo y de su trabajo, y Yan, que lo había vigilado desde lejos, pagó lo acordado completamente conforme. “¿Dónde estarás, amigo? Tal vez necesite tus servicios de nuevo…” Preguntó Yan, aun conociendo la respuesta. “Yo voy donde me llaman, señor Yan, pero uno siempre está más dispuesto a servir con personas como usted.” Señaló el muchacho, servicial. Dan se alejó caminando con donaire entre la multitud. Tanto en Bosgos como en Cízarin, el muchacho era conocido por todos los habitantes de las calles, y repartía saludos y comentarios socarrones a diestra y siniestra mientras avanzaba, eso, hasta que una figura enorme y malhumorada lo cogió de un brazo en un recodo y lo lanzó contra una pared con rudeza. Dan no lo conocía, pero tenía el aspecto de un matón o un delincuente: bravo como un perro amarrado y con el cuero curtido por la mala vida. Ese, no era otro más que Bacho. “Escúchame, tonto, y escúchame bien…” “Oye, oye, oye…” Le interrumpió Dan sus amenazas, retrocediendo y desembarazándose de sus agarres con destreza; alzando la voz para que aquel notara que estaban en una calle concurrida y a plena luz del día. “No sé quién carajos eres, pero no puedes sorprender a la gente así, cogiéndola desprevenida como un bandido, y encima con insultos que nadie necesita…” Bacho lo escuchó con fastidio, y sin mucho disimulo le abofeteó fugazmente la mandíbula, no para hacerle daño, sólo para que lo tomara en serio y cerrara la boca. “Escucha, ceporro come-caca. ¿Qué negocios tienes tú con mi hermano? Me lo vas a decir todo o te dejaré la cara machacada como baya de Curoto.” Le amenazó sin importar las miradas de los transeúntes. “Mis negocios no son asunto suyo, señor.” Respondió Dan, rudo, aunque poco convincente. Había que saber lidiar con los matones en la calle para no dejarse atropellar por todos, pero también había que mantenerse con vida lo máximo posible, así que todo era un juego de tira y afloja. Recibir algunos golpes para evitar otros. “¿Acaso quieres de verdad que te golpee la cara, jeta de burro?” Amenazó Bacho, esta vez con más alarde en el gesto. “No, señor…” Respondió Dan, procurando zafarse de la tenaza que tenía en el cuello. “Pero si yo traiciono la confianza de su hermano, él no hará negocios conmigo, además, qué gana usted con golpear a un muchacho como yo frente a toda esta gente. Usted me dará de golpes, yo gritaré lo que sea para que me suelte y al final nadie ganará nada. En cambio…” Dan negociaba. Comprendía que, en la mayoría de los casos, los golpes eran el medio, no el fin, por lo que siempre se podían eliminar o reducir al mínimo si se resaltaban ciertos puntos atenuando otros. “Podemos hablar como gente bien portada. Yo no quiero ningún mal para su hermano, todo lo contrario, igual que usted. Podemos ayudarlo si me dice cuál es el problema. Yo siempre…” “Yo no tengo nada que hablar contigo, raspa-culo.” Gruñó Bacho por inercia, medio confundido. Dan puso cara de profunda frustración. “Pues está bien, si no quiere mi ayuda, no se la daré. Usted arreglará las cosas con su hermano y yo me encargaré de mis propios asuntos… no sé ni para qué estamos aquí hablando. Mejor…” Iba a seguir escupiendo todo lo que se le viniera a la mente mientras se acomodaba la ropa despaturrada por tanto zarandeo y encontraba el espacio para irse, cuando Bacho de pronto recordó que todavía se aferraba a su intención original y volvió a enseñarle los puños. “Escúchame bien, Traga-nabos. ¡Deja ya toda esa palabrería de gallina desculada! Me dirás qué hacías con mi hermano o…” Dan ya casi que prefería los golpes antes que seguir lidiando con este imbécil, corto de todos lados. Lo detuvo con ademanes descarados; ya sin el menor respeto. “Sí, claro, claro, como quieras… pero ya dime de una puta vez: ¿Quién mierda es tu hermano!”
A partir de ahí, la cosa cambió, porque Yan Vanyán era una de las personas más estimadas para Dan Rivel. Aquel era un hombre derecho, sin dobleces, que reconocía el valor en las personas y también la ausencia de éste. Que pagaba lo justo y valoraba un trabajo bien hecho. Que si estaba chiflado o no, esa era cuestión de perspectiva, y para ser honesto, había que señalar que la de algunos estaba bastante dañada. “Usted no se preocupe por nada, señor Bacho, yo me encargaré de averiguar qué está pasando…” Aseguró Dan, con total compromiso. Y agregó. “No permitiremos que nadie se aproveche del señor Yan, ni menos que jueguen con los sentimientos de un hombre justo y derecho como él.” Le dijo. Bacho asintió entusiasmado, hasta le dio la mano y todo. “Le tendré noticias para esta misma tarde, señor, eso sí, voy a tener que pedirle algo de dinero, hay algunos pájaros que no cantan si uno no les da de comer antes, ¿entiende?” Bacho entendía, pero era un poco más tacaño que su hermano, aunque también le gustaba mucho la idea de mandar y luego solo sentarse a esperar a recibir las noticias de vuelta, como lo haría un jefe, por lo que soltó algo de su dinero pero no sin algunas de sus amenazas más convincentes también. “Su hermano, es como mi hermano también, señor.” Le aseguró Dan. Y se fue.
León Faras.
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