101.
Cípora estaba realmente preocupada por su amiga, la apreciaba mucho y desde siempre, pero era tonta como la que más. Antes ya había tenido la idea de fugarse con un demente por puro capricho al que apenas conocía, y que por suerte no alcanzó a hacer o quién sabe qué hubiese sido de ella, pero es que ahora era mucho peor, porque actuaba como si hubiese sido tocada por la vara mágica de Ven Plimplín, ser etéreo al que nombraban como responsable de que algunos ingenuos sufrieran de amor como si de un mal perpetuo e incurable se tratara, y peor aun, Nina ya se había dado cuenta y probablemente la tenía advertida. De ser así, no sabría cómo ayudarla.
Lorina lavaba ropa y vendajes en un caldero hirviendo que revolvía mientras canturreaba una nana, como si hiciera dormir a un crío, tratando de no pensar, por insistente consejo de Cípora, en aquel caballero que no solo rondaba sus sueños desde que era niña, sino que ahora también podía ver rondando su barrio, y al que quería más que a su vida, pero del que no podía esperar sino lo que este mundo de suciedad y pesadumbre le permitía obtener a criaturas como ella. Entonces un imberbe se le acercó de la nada, haciéndose el tonto y observando con indiferencia en distintas direcciones, disimulando su interés. Lori le miró suspicaz. Seguro que era uno de esos chicos lascivos que gustaban de hacer apuestas obscenas con sus amigos y que creían que porque ella era puta, estaba siempre dispuesta a seguir sus estúpidos juegos libidinosos, pero el muchacho, manteniendo su actitud distante e indiferente, le metió con mañosa destreza un mensaje escrito en un bolsillo de su delantal, para luego alejarse con la despreocupación del que no puede ser culpado de nada. Lorina quiso escandalizarse por el ataque, pensando en, a saber, qué porquería le había metido entre sus ropas ese sinvergüenza, pero para cuanto comprendió lo ocurrido, el chico ya había desaparecido, y la multitud que la rodeaba era como siempre, impasible a sus preocupaciones o necesidades. Ahora estaba ansiosa, no había muchos seres en el mundo con la ocurrencia o la necesidad de enviarle mensajes escritos a ella, ni a nadie en realidad, pero solo podía pensar en una persona: su caballero con aliento olor a ciruelas, y debía averiguar qué decía.
Había que reconocer que Lorina era valiente cuando tenía que serlo, y que estaba dispuesta a ver el mundo arder y quemarse con él por el dichoso caballero ese que ni nombre tenía todavía. Cípora, una vez comprendió su propósito, intentó disuadirla de todas las formas posibles, incluyendo amenazas explícitas, pero ni caso le hizo su amiga. La chica se plantó frente a Nina con rudeza y le puso su misteriosa nota frente a las narices. “Te he leído los huesos en varias ocasiones y nunca te he pedido nada a cambio, a pesar de que sabes que esas cosas no se hacen gratis.” Le reprochó, expresándole una gran molestia sin venir a cuento. Y agregó. “Ahora me dirás qué dice aquí. Tú sabes cómo leer esto…” Nina se sintió atacada por esta pequeña loca que se sentía con el derecho y el valor para exigirle cosas, pero viendo el adolorido ruego en los ojos de Cípora y considerando que Lori igual y no le faltaba razón en lo que decía, accedió, pero no sin dejar en claro con más que evidente enfado, que ella era la jefa y que no tenía ninguna obligación de obedecer las exigencias de nadie, ni menos la de una de sus pelanduscas. Lorina no se intimidó ni un gramo, ni retrocedió ningún paso, siguió con idéntico gesto altanero esperando su respuesta. Nina estiró el papel con vivo fastidio, dejando en claro su desprecio por lo que estaba a punto de hacer, pero de a poco se encendió su interés. Al principio le costó un poco porque la caligrafía era bastante horrible, pero una vez superado aquello, pudo ver que no se trataba de un mensaje como cualquier otro. “Sin poder apagar la luz de tu existencia ni de día ni de noche, me rindo a rogarte, me llenes con tu presencia. Nada más podría pedir para seguir con vida.” Recitó, para luego quedarse con la boca abierta y las cejas estiradas, mirando a Cípora que parecía su reflejo con idéntica expresión. Lorina solo se mordía el labio, tratando de asimilar y retener cada palabra en su mente. “¿Que carajos es esto?” Preguntó Nina, y como no obtuvo respuesta inmediata, se dio a leer la siguiente parte: “Donde las hojas aún te extrañan y tus ojos hechizaron mi alma. Esperaré mientras mi sol ilumine.” Y una vez terminado, y viendo que se trataba de un mensaje anónimo, repitió su pregunta enfatizando su gesto anterior: “¿Qué carajos fue esto!” Cípora se tapaba la boca con una de sus enormes manos, emocionada por el lenguaje lírico del mensaje, a pesar de no estar muy segura de haber entendido bien su contenido, pero lo mismo podía decir Nina, que habiéndolo leído, no sabía qué carajos acababa de leer exactamente. Lorina, en cambio, había comprendido todo a la perfección, pues eran sus mismos sentimientos expresados en palabras que sólo un corazón colmado de amor como el suyo podía concebir a espaldas de la razón; ella sabía perfectamente qué debía hacer y adónde debía ir, pero tanto Cípora como su jefa la retuvieron por la fuerza y sin remilgos, porque algo como esto lo cambiaba todo, ahora incluso Nina quería saber qué carajos estaba pasando y quién diantres era ese pretendiente misterioso y supuestamente culto que cortejaba con tal elegancia a su querida Lorina, y ésta debería dar algunas respuestas antes de irse.
León Faras.
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