martes, 22 de julio de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

103.



Yurba estaba serio, ya no reía después de la noticia recibida, pero es que incluso Rubi, que no tenía nada que ver con el ejército y sus asuntos, estaba preocupada. “Una batalla sin inocentes…” Repitió, para luego mirar a Yurba. “¿Por qué dicen que no habrá inocentes, Yuyo?” Le llamaba Yuyo de cariño, pero también para molestarlo, porque ese era el nombre de una mala hierba. Yurba prefería no entrar en detalles. Se puso de pie con la intención de irse, pues se sentía mejor del cuerpo y ya no era tan divertido quedarse en esa casa, pero Rubi insistió en oír la explicación. “Quiere decir que no se respeta la vida de nadie, Rubi.” Aclaró Falena, pero Rubi esperaba la respuesta de boca de Yurba. “Significa que vamos a matar niños.” Le espetó este, con algo de rudeza y asco en el gesto, pues lo que él no quería mencionar era justo lo que ella quería escuchar, y lo sabía. Salió de la casa golpeando la puerta. Todavía recordaba con malestar en las tripas el rostro de aquel chico asesinado por obra de ese condenado puñal chupa-sangre y ahora debería agregar más rostros como ese a su conciencia. Debía beber. No había bebido como se debía en varios días, Rubi no le daba más que aguas e infusiones, y eso le estropeaba su buen ánimo.



Ahora me dirás qué clase de hombre es ese, desde cuándo que te pretende y de dónde lo conoces tú.” Le ordenó Nina en lo que era lo más parecido a un interrogatorio formal, pues a ésta le interesaban mucho las buenas historias sobre relaciones que incluían gestos románticos mezclados con sabrosos detalles picantes. “¿Es rico?” Preguntó Cípora entusiasmada y su jefa la miró ceñuda, como a la que nomás abre la boca y mata el chisme. “¿En serio crees que un hombre rico va a estar pretendiendo a Lorina, Cipo? ¿Piensas que sea algún príncipe extranjero, también?” Cipora iba a replicar algo en su defensa, pero Lorina comenzó a hablar y lo que ella tuviera que decir era más interesante en ese momento. “No me importa si es rico o no, Cipo, cómo podría, si yo nunca he conocido riqueza alguna. Solo me importa la honestidad de su corazón…” Su voz era melosa, tanto que Nina la miró con un poco de asquito, como cuando uno prueba algo que en realidad debería ser muy bueno pero el exceso de algo lo arruina. A la chica se le estaba pegando la labia empalagosa de su enamorado. “Sí, bueno, pero cómo lo conociste, dime.” Quiso saber su jefa, con la intención de aterrizar un poco el relato, pero Lori hizo tal gesto de ensueño, suspiro incluido, que Nina supo de inmediato que lo que estaba a punto de oír iba a ser más un cuento de hadas, de esos en los que las nubes se abren y del cielo caen lágrimas de aguamiel entre guirnaldas, arcoíris y mariposas de colores para enaltecer el amor cuando es puro y perfecto, que la anécdota sabrosa que ella esperaba oír. Cípora en cambio estaba emocionada oyendo. Sonreía con los ojos brillantes de ilusión como una niña tonta que escucha su cuento favorito. “¡No tiene nada de tonto que te gusten las historias románticas!” Protestó Cípora, ofendida. “Nada, si eres una niña, pero una mujer adulta debe saber que las cosas no son así. El amor en realidad solo te maltrata, te revuelca en el piso, te utiliza y juega contigo mientras cubre todo con su manto de ilusión y esperanza que no te deja ver más allá de tus propias narices y tus propios sueños, hasta que se rasga, pero cuando lo hace ya es tarde. Entonces puedes ver el estado en el que quedas después de todo lo que has dado a cambio de nada…” Concluyó Nina, con la crudeza de quién reparte una enseñanza aprendida de la peor manera, y aunque Cípora se había sentido abrumada por un discurso que no se esperaba, Lorina no sufrió ni un solo rasguño en su convicción. “Ese no es el amor de verdad, es solo lo que sucede cuando le entregas tu corazón a quien no se lo merece…” Le dijo con calma y sin apenas levantar la voz. Nina abrió la boca con sarcasmo, como si estuviera de pronto parada frente a la nueva voz de la sabiduría universal, e iba a responder algo mordaz, pero entonces Cípora se puso de pie para coger a su amiga de un brazo y llevársela de ahí para prepararla para su cita. “Debería ponerse contenta de que al menos una de nosotras logre la felicidad en este asqueroso mundo.” Le escupió con enfado antes de irse, como una reprimenda. Nina se quedó con las cejas empinadas y agarrándose la cintura con ambas manos, admirada del valor que se habían cogido esas dos. “A estas se les olvida quién es la jefa…” Comentó para sí con una sonrisa chueca. “Hay que ver la paciencia que una tiene que tener con este par de mal-emplumadas.” Concluyó, con su orgullo un poco ofendido.



Por un lado estaba Lorina, completamente ignorante en un tema en el que nunca tuvo la necesidad de indagar, y por el otro estaba Cípora, quien se suponía que era la entendida, pero cuyo gusto era horrible, con la idea de que la opulencia en brillos y colores era la clave para verse bien, aunque solo se tratase de chucherías brillantes de poco valor, multitud de telas de colores chillones y coloretes fabricados por ellas mismas pero aplicados de forma alarmante y sin tacto. Por suerte, Nina tenía en el fondo un buen corazón, además de que era capaz de reconocer el valor que Lorina estaba poniendo en esto y eso era algo que ella podía respetar, aunque no lo aprobara. Eso, y que sabía con certeza que esas dos sin su ayuda harían un desastre y algo en lo profundo de su conciencia le decía que no debía permitirlo. Cuando entró, era como ver a esas niñas pequeñas que se encierran en el dormitorio de mamá para probarse sus vestidos, maquillajes y joyas. En poco tiempo, el aspecto de Lorina era el de un mamarracho de estos que los teatros ambulantes suben a los escenarios para hacer reír a la gente, y Cipora, aunque se daba cuenta de ello, era incapaz de arreglarlo sin empeorarlo aún más. “¡Pero qué haces, mujer, acaso quieres que le den de palos apenas pise la calle!” Le gritó su jefa, horrorizada, tomando el control inmediato de la situación. Le lanzó un trapo a las narices a Lorina. “Quítate eso de la cara, que parece que te hubiesen abofeteado con la tabla del panadero!” Luego se puso a hurguetear las distintas capas de tela que la pobre chica llevaba encima. “¡Dos o tres colores como máximo! Más que eso, es una piñata.” Gritó Nina, arrancando telas a tirones. Cipora y Lorina se miraron preguntándose qué era una piñata. “¡Y sácale todas esas chucherías metálicas de encima que parece un sonajero para ahuyentar a los pájaros!” Ordenó Nina. Cípora obedecía diligente, agradecida de ya no tener que estar a cargo, y Lorina se dejaba manosear sin oponer resistencia. Cuando Nina terminó, el aspecto de su obra era perfecto, la chica se veía hermosa, sin parecer ni un espantapájaros ni una princesa, aun así, Cípora la miraba con aflicción. “Si tan solo le pudiéramos arreglar la cojera.” Dijo. Su jefa le dio una mirada reprobatoria sin decir palabra y se acercó a Lorina para tomarle las manos. “Deseo que lo que has encontrado sea tan real como dices que es, de verdad que sí, pero aun así no olvides todo lo que te he dicho… solo por si acaso.” Le pidió.



León Faras.

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