XVI.
Laura
despertaba en su cuarto como siempre, no importa donde se durmiera o perdiera
la consciencia, siempre el despertar era en su cuarto aunque a veces no tenía
idea de cómo había regresado. Habían pasado casi dos semanas desde que
trascurría su nueva forma de existencia y poco a poco se había ido
acostumbrando a esta, a veces hasta la disfrutaba, eso cuando no comenzaba con
la nostalgia, a recordar los pro y los contras de lo que era su vida o cuando
extrañaba a las personas, sobre todo a las que amaba, cuando recordaba la
comida, o ese cigarrito que siempre se le antojaba fumar cuando tocaba noche de
cervezas, extrañaba la música y el ruido de los neumáticos rodando sobre
piedrecillas, las pláticas con su mamá y las discusiones absurdas con su
hermana, hasta el canto de las aves al cual nunca le había puesto real atención.
Otras veces no era la nostalgia lo que arruinaba su buen humor, sino la
sensación de que algo más debía suceder, de que la muerte no podía ser así, de
que su existencia no podía seguir así indefinidamente, a veces pensaba si morir
nuevamente sería la solución, si eso la liberaría de su anómala situación
actual, pensaba en intentarlo, pero aun sabiendo que estaba muerta el suicidio
no era una decisión fácil, a final de cuentas, siempre prefería seguir así un
día más.
Aquella
madrugada, Gloria vio televisión hasta tarde en su cuarto, no podía dormir por
lo que se levantó a usar el baño y calentar agua para tomarse uno de sus tés relajantes
para dormir de forma plácida, se sentó a la mesa con su té humeante y se cerró
la bata para abrigarse, comenzó a darle sorbos mientras dejaba divagar su mente
por momentos pasados, algunos bastante lejanos. La infusión se le fue acabando
casi sin darse ni cuenta, perdida en sus pensamientos, a veces se sorprendía
sonriendo al revivir momentos agradables, su dedo jugueteaba distraídamente con
la bolsa de papel impregnada de agua que contenía las distintas hierbas que
componían su infusión, mientras su vista vagaba por la habitación sin ver,
hasta que de pronto se posó en la mesa frente a ella y su expresión relajada se
tensó, no podía creer lo que veía, con la humedad de su té estaba escrito sobre
la mesa “Las amo” se veía escrito con un dedo mojado y en una posición perfecta
para su mano derecha pero ella no había escrito nada, o por lo menos no
conscientemente, además de que era zurda por lo que jamás escribía con su mano
derecha, inmediatamente pensó en su hija, Laura, y la buscó nerviosa a su
alrededor, pero no vio nada. Las letras ya se borraban pero su dedo aun estaba
húmedo por estar apretando la bolsa de té, había leído sobre un tipo de
escritura inconsciente que según decían servía para comunicarse con los muertos
pero era algo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza hacer. Luego de eso
sonó su teléfono, su padre la llamaba, era bastante tarde y la mujer se
preocupó, Manuel, era ciego y vivía solo, este le explicó que le habían roto una de sus ventanas y que necesitaba ayuda
porque no sabía que estaba sucediendo con lo que la mujer debió llamar un taxi
y despertar a su hija Lucía para explicarle lo que sucedía, esta no quiso de
ninguna manera quedarse sola en el departamento por lo que se levantó y se vistió para acompañar a
su madre.
Efectivamente
Laura estaba ahí, había visto la taza de té sobre la mesa y se sentó en la
silla frente a esta, justo donde su madre también estaba sentada, reconoció la
bolsa de té como una de esas que tomaba su madre para dormir, a ella nunca le
sirvieron y su madre siempre le repetía que eran para propiciar el sueño, no
para provocarlo, Laura sonrió al recordar varios episodios sobre ese mismo
escenario. La taza estaba casi vacía y la bolsa, apretujada sobre el platillo, aun estaba húmeda, la chica mojó su dedo con el concho de té que salía de esta pero
no lo sintió, ni su humedad ni su temperatura, al igual que con la lluvia, no
sentía nada. Distraídamente intentó hacer una línea sobre la mesa pero nada se
marcó. Pero en algún momento, quizá su mano inmaterial se alineó de alguna
manera con la mano de carne y hueso de su madre, se conectaron de alguna forma
y funcionaron como una sola, la primera poniendo la consciencia y la segunda el
acto en sí, Laura levantó su mano derecha y vio una marca de humedad bajo esta,
nuevamente intentó dibujar una línea con esa humedad y esta vez sí pudo,
escribió lo primero que se le ocurrió, ya que en ese momento pensaba en su
madre, en su hermana, en su vida junto a ellas y en cuanto las extrañaba, se
puso de pie, se sentía satisfecha y feliz, no sabía si alguien vería su
escritura antes de que se borrara pero sí sentía que había dado un gran paso en
su nuevo mundo, en su nueva forma de existencia, tal vez hasta podría
comunicarse con alguien, pensó, y de inmediato imaginó una reunión de señores
antiguos sentados en torno a una mesa y tomados de la mano invocándola, eso le
provocó una mezcla rara de miedo y risa, se dirigió a su cuarto y se tendió
sobre la cama, parecía una noche fría pero como siempre ella no sentía nada de
eso, estuvo bastante rato pensando en su nuevo descubrimiento, hasta que
comenzó a relajarse y cerró los ojos. Sin saber cuánto tiempo pasó, de pronto
abrió los ojos abruptamente, un olor impregnaba su habitación, era extraño,
casi nunca sentía olores pero este era muy fuerte y real, y bastante característico
también, olía a velas. Laura se sentó en la cama y vio una luminosidad en el
piso de su habitación cerca de la pared, era por lo menos media docena de velas
encendidas frente a su espejo que estaba apoyado en la pared, una hoja sobre
este tenía algo escrito. La muchacha se puso de pie y se acercó, un tal “Alan”
ofrecía su ayuda y quería saber si ella estaba allí… Laura lo pensó un rato, no
conocía a ningún Alan, se preguntó qué clase de extraño excéntrico habría
contratado su familia, al parecer se había hecho notar demasiado durante el
último tiempo y por eso ahora querían comunicarse con ella, pero no era su
culpa, ella ni si quiera sabía que estaba muerta. Luego pensó que seguramente
ese tal Alan sería un novato, pues no le había dejado nada para responder, “por
lo menos una tabla Ouija hubiese servido…” pensó la muchacha, pero solo había
velas y un espejo en el que no podía verse, también unas hojas de papel pero
nada con qué escribir en ellas y esta vez no le serviría el dedo. Entonces
recordó que sobre su cómoda tenía un par de lápices labiales que le habían sido
obsequiados pero que ella jamás usó porque siempre se ponía un maquillaje
bastante somero y natural. Cogió uno de un rojo demasiado pasional para su
gusto y se dirigió a los papeles que estaban tirados en el suelo, se agachó
para tomar uno pero no lo pudo sacar, las hojas estaban curiosamente adheridas
al piso y de una forma muy extraña, como si tuvieran un buen peso encima, Laura
quiso escribir encima de igual manera, pero en un principio no lo consiguió, el
lápiz pasaba por encima sin tocar la hoja, por lo que debió esforzarse un poco
cargando peso sobre el lápiz hasta conseguir que este hiciera contacto,
entonces pudo dejar su respuesta, un simple “Sí estoy” entonces se puso de pie y retrocedió
satisfecha, dejó el lápiz labial sobre la cómoda con un suave sonido al caer
que la chica no tomó en cuenta, sino que volvió hacia las hojas en el piso y
notó que ahora estaban sueltas, ya no estaban adheridas al suelo, miró a su
rededor, agudizó sus sentidos, por primera vez desde que estaba muerta tenía la
certeza de que alguien estaba ahí, en el mismo lugar que ella, entonces el
lápiz volvió a sonar, Laura se emocionó un poco, no estaba sola, sentía la
presencia de alguien más en la habitación y eso le daba alegría, su hoja
escrita aun estaba donde mismo, se sentía ansiosa, un nuevo sonido a sus
espaldas, cuando volteó, el lápiz estaba en el suelo y la puerta de su cuarto
estaba abierta, volvió a girarse y las hojas de papel junto con las velas ya no
estaban, solo estaba el espejo, luego todo volvió a la normalidad, el espejo a
su sitio, el lápiz a la cómoda, la ventana cerrada y la puerta… la puerta
también estaba cerrada, pero Laura notó algo y sonrió, con el lápiz labial tenía
escrito algo, un mensaje para ella, estaba escrito muy a la rápida o con una
pésima caligrafía pero se podía leer “En la pileta del cementerio”.
León Faras.
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