martes, 13 de mayo de 2014

Del otro Lado.

XVI. 


Laura despertaba en su cuarto como siempre, no importa donde se durmiera o perdiera la consciencia, siempre el despertar era en su cuarto aunque a veces no tenía idea de cómo había regresado. Habían pasado casi dos semanas desde que trascurría su nueva forma de existencia y poco a poco se había ido acostumbrando a esta, a veces hasta la disfrutaba, eso cuando no comenzaba con la nostalgia, a recordar los pro y los contras de lo que era su vida o cuando extrañaba a las personas, sobre todo a las que amaba, cuando recordaba la comida, o ese cigarrito que siempre se le antojaba fumar cuando tocaba noche de cervezas, extrañaba la música y el ruido de los neumáticos rodando sobre piedrecillas, las pláticas con su mamá y las discusiones absurdas con su hermana, hasta el canto de las aves al cual nunca le había puesto real atención. Otras veces no era la nostalgia lo que arruinaba su buen humor, sino la sensación de que algo más debía suceder, de que la muerte no podía ser así, de que su existencia no podía seguir así indefinidamente, a veces pensaba si morir nuevamente sería la solución, si eso la liberaría de su anómala situación actual, pensaba en intentarlo, pero aun sabiendo que estaba muerta el suicidio no era una decisión fácil, a final de cuentas, siempre prefería seguir así un día más.

Aquella madrugada, Gloria vio televisión hasta tarde en su cuarto, no podía dormir por lo que se levantó a usar el baño y calentar agua para tomarse uno de sus tés relajantes para dormir de forma plácida, se sentó a la mesa con su té humeante y se cerró la bata para abrigarse, comenzó a darle sorbos mientras dejaba divagar su mente por momentos pasados, algunos bastante lejanos. La infusión se le fue acabando casi sin darse ni cuenta, perdida en sus pensamientos, a veces se sorprendía sonriendo al revivir momentos agradables, su dedo jugueteaba distraídamente con la bolsa de papel impregnada de agua que contenía las distintas hierbas que componían su infusión, mientras su vista vagaba por la habitación sin ver, hasta que de pronto se posó en la mesa frente a ella y su expresión relajada se tensó, no podía creer lo que veía, con la humedad de su té estaba escrito sobre la mesa “Las amo” se veía escrito con un dedo mojado y en una posición perfecta para su mano derecha pero ella no había escrito nada, o por lo menos no conscientemente, además de que era zurda por lo que jamás escribía con su mano derecha, inmediatamente pensó en su hija, Laura, y la buscó nerviosa a su alrededor, pero no vio nada. Las letras ya se borraban pero su dedo aun estaba húmedo por estar apretando la bolsa de té, había leído sobre un tipo de escritura inconsciente que según decían servía para comunicarse con los muertos pero era algo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza hacer. Luego de eso sonó su teléfono, su padre la llamaba, era bastante tarde y la mujer se preocupó, Manuel, era ciego y vivía solo, este le explicó que le habían roto una de sus ventanas y que necesitaba ayuda porque no sabía que estaba sucediendo con lo que la mujer debió llamar un taxi y despertar a su hija Lucía para explicarle lo que sucedía, esta no quiso de ninguna manera quedarse sola en el departamento por lo que se levantó y se vistió para acompañar a su madre.


Efectivamente Laura estaba ahí, había visto la taza de té sobre la mesa y se sentó en la silla frente a esta, justo donde su madre también estaba sentada, reconoció la bolsa de té como una de esas que tomaba su madre para dormir, a ella nunca le sirvieron y su madre siempre le repetía que eran para propiciar el sueño, no para provocarlo, Laura sonrió al recordar varios episodios sobre ese mismo escenario. La taza estaba casi vacía y la bolsa, apretujada sobre el platillo, aun estaba húmeda, la chica mojó su dedo con el concho de té que salía de esta pero no lo sintió, ni su humedad ni su temperatura, al igual que con la lluvia, no sentía nada. Distraídamente intentó hacer una línea sobre la mesa pero nada se marcó. Pero en algún momento, quizá su mano inmaterial se alineó de alguna manera con la mano de carne y hueso de su madre, se conectaron de alguna forma y funcionaron como una sola, la primera poniendo la consciencia y la segunda el acto en sí, Laura levantó su mano derecha y vio una marca de humedad bajo esta, nuevamente intentó dibujar una línea con esa humedad y esta vez sí pudo, escribió lo primero que se le ocurrió, ya que en ese momento pensaba en su madre, en su hermana, en su vida junto a ellas y en cuanto las extrañaba, se puso de pie, se sentía satisfecha y feliz, no sabía si alguien vería su escritura antes de que se borrara pero sí sentía que había dado un gran paso en su nuevo mundo, en su nueva forma de existencia, tal vez hasta podría comunicarse con alguien, pensó, y de inmediato imaginó una reunión de señores antiguos sentados en torno a una mesa y tomados de la mano invocándola, eso le provocó una mezcla rara de miedo y risa, se dirigió a su cuarto y se tendió sobre la cama, parecía una noche fría pero como siempre ella no sentía nada de eso, estuvo bastante rato pensando en su nuevo descubrimiento, hasta que comenzó a relajarse y cerró los ojos. Sin saber cuánto tiempo pasó, de pronto abrió los ojos abruptamente, un olor impregnaba su habitación, era extraño, casi nunca sentía olores pero este era muy fuerte y real, y bastante característico también, olía a velas. Laura se sentó en la cama y vio una luminosidad en el piso de su habitación cerca de la pared, era por lo menos media docena de velas encendidas frente a su espejo que estaba apoyado en la pared, una hoja sobre este tenía algo escrito. La muchacha se puso de pie y se acercó, un tal “Alan” ofrecía su ayuda y quería saber si ella estaba allí… Laura lo pensó un rato, no conocía a ningún Alan, se preguntó qué clase de extraño excéntrico habría contratado su familia, al parecer se había hecho notar demasiado durante el último tiempo y por eso ahora querían comunicarse con ella, pero no era su culpa, ella ni si quiera sabía que estaba muerta. Luego pensó que seguramente ese tal Alan sería un novato, pues no le había dejado nada para responder, “por lo menos una tabla Ouija hubiese servido…” pensó la muchacha, pero solo había velas y un espejo en el que no podía verse, también unas hojas de papel pero nada con qué escribir en ellas y esta vez no le serviría el dedo. Entonces recordó que sobre su cómoda tenía un par de lápices labiales que le habían sido obsequiados pero que ella jamás usó porque siempre se ponía un maquillaje bastante somero y natural. Cogió uno de un rojo demasiado pasional para su gusto y se dirigió a los papeles que estaban tirados en el suelo, se agachó para tomar uno pero no lo pudo sacar, las hojas estaban curiosamente adheridas al piso y de una forma muy extraña, como si tuvieran un buen peso encima, Laura quiso escribir encima de igual manera, pero en un principio no lo consiguió, el lápiz pasaba por encima sin tocar la hoja, por lo que debió esforzarse un poco cargando peso sobre el lápiz hasta conseguir que este hiciera contacto, entonces pudo dejar su respuesta, un simple “Sí estoy”  entonces se puso de pie y retrocedió satisfecha, dejó el lápiz labial sobre la cómoda con un suave sonido al caer que la chica no tomó en cuenta, sino que volvió hacia las hojas en el piso y notó que ahora estaban sueltas, ya no estaban adheridas al suelo, miró a su rededor, agudizó sus sentidos, por primera vez desde que estaba muerta tenía la certeza de que alguien estaba ahí, en el mismo lugar que ella, entonces el lápiz volvió a sonar, Laura se emocionó un poco, no estaba sola, sentía la presencia de alguien más en la habitación y eso le daba alegría, su hoja escrita aun estaba donde mismo, se sentía ansiosa, un nuevo sonido a sus espaldas, cuando volteó, el lápiz estaba en el suelo y la puerta de su cuarto estaba abierta, volvió a girarse y las hojas de papel junto con las velas ya no estaban, solo estaba el espejo, luego todo volvió a la normalidad, el espejo a su sitio, el lápiz a la cómoda, la ventana cerrada y la puerta… la puerta también estaba cerrada, pero Laura notó algo y sonrió, con el lápiz labial tenía escrito algo, un mensaje para ella, estaba escrito muy a la rápida o con una pésima caligrafía pero se podía leer “En la pileta del cementerio”.


León Faras. 

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