domingo, 25 de mayo de 2014

Simbiosis. Una navidad para Estela.

V.

Cuando Ulises llegó al sanatorio, se topó de lleno en la entrada con el “cojo” Emilio que en ese momento salía, ambos hombres se desafiaron con la mirada, mostrando desprecio uno por el otro pero sin decir palabra, Estela no se veía por lo que el viejo no dijo nada. Emilio bajó el único peldaño de entrada y pasó muy cerca del viejo Ulises pero sin tocarse, luego escupió al suelo groseramente y se retiró solo, caminando altanero como siempre lo hacía a pesar de su evidente cojera. El viejo entró, al mirar dentro de una habitación vio un muchacho con la cara pintada como payaso que estaba siendo atendido por una religiosa anciana y encorvada, al otro lado de la camilla estaba Estela. Se reunieron en el pasillo a hablar y la niña le contó lo que había sucedido con su padre. El “cojo” Emilio al encontrarla en el hospital la llamó para que se acercara pero la niña dudó mucho en moverse del lugar donde se encontraba la monja curando al payaso y quedar totalmente indefensa ante su padre, por lo que este se acercó a su hija y se agachó para hablarle en voz baja “Ya sabrás que todo terminó con tu mamá, ¿verdad?... Pues sí, ella decidió quedarse en casa de tu abuela y yo no estoy para rogar a nadie. Yo me voy al norte, el ferrocarril está haciendo nuevas líneas y la paga es buena, así que a lo mejor no me vuelves a ver nunca, total ya estás grande y no me necesitas. Si quieres te puedo llevar con tu mamá antes de irme… ¿no?... bueno, conmigo tampoco te vas a ir…. Si al menos hubieses sido niño…” Entonces Emilio metió una mano en uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y puso algo en la mano de Estela “…Toma… he estado a punto de empeñarlo varias veces pero no lo he hecho, es lo único que me quedó de mi padre y es lo único que tú tendrás de mí, mal que mal, eres mi única hija y… bueno, será mejor que me vaya.” Dicho esto, el hombre se puso de pie y la miró con un dejo de decepción “Si al menos hubieses sido varón” murmuró nuevamente y se fue. Ulises observó lo que la niña tenía en su mano, era un bonito reloj de bolsillo, era bastante antiguo y de buena calidad “¿crees que se pueda empeñar?” preguntó Estela, el viejo la miró sorprendido “¿quieres empeñar el único recuerdo de tu padre?” la niña se encogió de hombros “dudo mucho que algún día lo olvide, con esto o sin esto” Ulises comprendió y asintió con la cabeza “Sí, conozco un lugar donde lo puedes empeñar” “¿Ahora?” preguntó la niña interesada “si eso quieres…pero antes debemos avisarle a la señora Alicia, ella está preocupada por ti, y de paso que conozcas a mi bisnieta que ya nació” respondió el viejo.

Pronto los tres caminaban a casa, Alberto también iba porque Estela le había ofrecido ayuda para visitar a su mamá cuando empeñaran el reloj. La casa de la señora Alicia estaba toda revolucionada con el nacimiento de la hija de Aurora, las mujeres se turnaban para tomar en brazos la recién nacida y los niños con curiosidad investigaban todo lo relacionado con la pequeña. La señora Alicia al ver a Estela, como siempre exagerada, se le abalanzó encima angustiada por saber qué había sucedido en el sanatorio con su padre, la niña le contó todo, incluyendo sus planes de ayudar al joven payaso, “¿Y dónde vive tu mamá?” preguntó la señora Alicia interesada en conocer los detalles “ella vivía aquí, en Bostejo, pero hace un tiempo que está internada y ahora debo visitarla cada vez que puedo” respondió el muchacho, “Internada…” pensó la señora Alicia, no hay muchos lugares donde se pueda internar a una mujer adulta, en un hospital si es que sufre de algún problema grave o también puede ser un eufemismo para expresarse sobre alguien que está en prisión. La señora Alicia preguntó sobre aquel lugar y el muchacho respondió “Está en el Hospital de San Benito señora” La mujer se quedó asimilando la idea por unos segundos, Estela quiso saber qué tenía la mamá de Alberto, pero Ulises la detuvo con una mano en el hombro, “San Benito es un hospital psiquiátrico…” le susurró casi al oído. “¿Y tu padre?” indagó Edelmira que escuchaba un poco más atrás, pero el muchacho visiblemente incómodo solo respondió “él aun no regresa…” “bueno…” continuó la señora Alicia “…para ir a ver a tu madre primero tienes que recuperarte, mira cómo estás de magullado”, “debería quedarse con nosotros por hoy, es Navidad” propuso Edelmira al oído de la señora Alicia quien asintió de inmediato, “¿Tienes hambre? Ven a la cocina para que comas algo” Alicia se llevó al muchacho a comer mientras tanto Estela y Ulises se fueron a empeñar el reloj.

La cena de Navidad se llevó a cabo al ocaso, y para que cupiera la gran cantidad de comensales, un número totalmente inusual, se debió desocupar la sala principal, traer la antigua mesa del patio, juntarla con la de la cocina y habilitar todo lo que pudiera funcionar como asiento. Ulises y Estela llegaron con vino, refresco y dulces. A esa hora las mujeres se movían de un lado a otro recordando detalles pendientes a cada momento, todas excepto Aurora, que con su recién nacida hija en brazos, Matilda Jesús, permanecían sentadas y en total serenidad contrastando fuertemente con la abundante actividad a su alrededor. Los platos estaban servidos y la gente comenzaba a instalarse cuando alguien golpeó la puerta, Bernarda que estaba más cerca se paró a abrir, había un hombre algo rechoncho pero de mirada noble y voz amable que cargaba con una enorme caja en los brazos “Disculpen por interrumpir su cena pero olvidaron esta caja en mi negocio y como no la fueron a buscar… pensé que sería importante” Edelmira se puso de pie de inmediato, tan agitado había estado el día que ni siquiera se había acordado del regalo de su hijo “¡Ay, pero qué cabeza la mía! discúlpeme, Por favor pase, ¿le sirvo algo de beber?” Octavio entró para dejar la caja en el suelo y deshacerse en disculpas para rechazar amablemente cualquier molestia que pudiera causar pero dudó ante el ofrecimiento de Bernarda “Ha sido usted tan amable, ¿por qué no pasa y se sienta con nosotros?” “Octavio, por favor” agregó Ulises y el gordo camarero por fin aceptó las atenciones que le ofrecían, Estela le acomodó un lugar y el hombre se sentó, era inevitable que se sintiera un poco fuera de lugar, pero pronto pasaría esa sensación, la presencia de Bernarda se le hizo sumamente agradable desde un principio y al parecer a ella no le desagradaba su caballerosidad y respeto. La alegre algarabía dominaba el ambiente llenándolo de animada conversación y espontáneas risas donde todo el mundo participaba. La señora Alicia se sentía feliz, aquellas personas eran como su familia y ver a su numerosa familia reunida y feliz era algo que anhelaba desde hacía mucho tiempo, desde que el fantasma de la vejez y la soledad habían comenzado a acosarla por las noches, un temor que poco a poco se había ido disipando desde la llegada de una persona, Estela, la muchacha se había vuelto su compañía, apoyo y sostén, en varias ocasiones había estado a punto de llamarla hija pero se contenía, no se atrevía, no se sentía con el derecho de simplemente hacerlo, como si temiera tomar el asunto muy a la ligera. En medio de la alegre sobremesa, los niños recibieron su anhelado obsequio, un camión de madera para Alonso y un balón de fútbol para Miguelito, aunque por lejos la más regalada fue la pequeña Matilda, quien dormía plácidamente. Luego, a una señal de Ulises, Estela salió corriendo y volvió con un bulto envuelto en tela que con una sonrisa de emoción se lo entregó a la señora Alicia, esta lo abrió, era la virgen María en la que el viejo Ulises había estado trabajando, se veía hermosa acabada con un suave toque de pintura brillante, “Fue idea de ella. Ella misma la pintó” señaló el viejo satisfecho, la mujer abrazó fuerte a la muchacha y esta vez no se contuvo “Gracias hija…” le dijo, algo que para la muchacha no pasó desapercibido, pues ella también necesitaba sentirse miembro de una familia. Edelmira que ayudaba a su hijo con su regalo le pidió a la muchacha que fuera a la cocina por más refresco, esta fue pero regresó con cara de incrédula y un paquete en la mano que con letras grandes tenía escrito su nombre, era un obsequio para ella, algo que no se esperaba para nada, algo tan poco común en su vida que la había pillado completamente de sorpresa, tanto que no sabía bien cómo reaccionar, todos allí eran cómplices, para nadie más que para ella aquello era una sorpresa. Abrió el paquete con cuidado. Dentro había un vestido, un bonito vestido blanco con flores que pertenecía a Edelmira y que habían ajustado hábilmente a la menuda talla de la niña, también un par de zapatos nuevos para cuya compra todos habían cooperado, en ese momento Estela estaba tan plena, que la alegría ya no se podía expresar con risa, era todo tan hermoso y tan significativo que sus ojos se llenaron de lágrimas, se llevó una mano a la boca, la señora Alicia se acercó, sus ojos también estaban húmedos, “Es un regalo de todos para ti, todos pusimos algo” la mujer la abrazó de nuevo pero la niña no decía nada, solo sollozaba de pura felicidad.

Llegó la hora de que Alberto se retirara, podía caminar perfectamente pero era mejor que alguien lo acompañara, eso pensó Estela, y Ulises fue con los dos para que la niña no tuviera que volver sola. Luego debió retirarse Octavio, dando infinitas gracias y disculpas a todo el mundo pero en forma muy particular a Bernarda quien le devolvió todos los agradecimientos y le respondió que “…espero que nos veamos de nuevo” Edelmira levantó las cejas con una sonrisa a medias pero astuta y el camarero se retiró verdaderamente embobado.



León Faras.

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