domingo, 11 de mayo de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

IX.


La verdadera Dendé que servía en casa de Rodana, era completamente diferente a la que habían visto cabalgando a la bestia por el bosque, esta era una mujer alegre y servicial, que corría a buscar cualquier cosa que descubriera que faltaba para atender a sus invitados, se paseaba sin parar llevando agua a las muchas plantas que conservaba, las limpiaba amorosamente, les dejaba comida a las aves que sin pudores llegaban hasta las ventanas, incluso dialogaba con las mariposas u otros insectos que descubría jugueteando en sus flores. En tanto el Místico narraba los acontecimientos vividos y explicaba a su anfitriona cómo y por qué había llegado hasta ese bosque en compañía de la Criatura, dónde la había encontrado y los malvadas intenciones con que había sido capturada. De pronto Dendé se quedó mirando con expectación a su ama y esta, consciente del porqué de esa mirada comenzó a narrar su historia de cuando tuvo un aprendiz, era el hijo primogénito de un soberano de la región, se trataba de un muchacho delgado, pálido, enfermizo, que al comprender que no tendría nunca capacidades físicas, decidió, apoyado por su madre, volcarse a la hechicería, de esa forma obtendría poder y respeto. A esas alturas, el soberano ya tenía un segundo hijo, también varón, pero este era un muchacho sano y fuerte; atlético y extrovertido, quien rápidamente se convirtió en el favorito de su padre, y en el mejor candidato para sucederlo. Rodana enseñó a su aprendiz buena parte de lo que sabía pero no solo en hechicería, también en valores y virtudes, de lo primero aprendió rápido pero con lo último no era bueno, la hechicera rápidamente se dio cuenta de que su aprendiz albergaba sentimientos ruines y destructivos, su complejo de inferioridad lo había vuelto envidioso y malintencionado, el muchacho por más que se esforzaba no conseguía ni una mínima parte del amor que su padre sentía por su hermano quien no necesitaba esfuerzo alguno para agradarle a este. Él era el primogénito y tenía el derecho a gobernar pero ese derecho era revocado por su padre para dárselo a su hermano menor. Rodana se dio cuenta del peligro de enseñar hechicería a un muchacho así y siempre trató de guiarlo y enmendar su actitud pero todo lo que hacía la hechicera era deshecho por la madre del muchacho que alimentaba con pasión los sentimientos en contra de su padre y su hermano. El plan de Rodana fue empantanar sus enseñanzas, mantenerlo como su aprendiz y procurar enderezarlo pero sin avanzar en nada productivo con respecto a la magia, jamás contó con la capacidad de su discípulo para aprender por su cuenta, el paso de los años solo agravó la situación, fue cuando el hermano mayor comenzó con la destrucción del menor, atacándolo con ayuda de su madre pero no en su cuerpo, para que el padre no sospechara nada, sino en su alma, envenenando y matando poco a poco lo bueno que había en ella, volviéndola prehistórica y brutal, inutilizándola. Fue cuando nació un tercer hijo, esta vez una niña nacida fuera del matrimonio y de la deshecha relación del soberano y su mujer, esto terminó definitivamente con la escasa unión familiar, la mujer comenzó a acunar en su mente la idea de deshacerse de su marido y poner a su primogénito en el poder, pero nunca esperó que alguien se le adelantara. Aquella noche encontró a su marido muerto, parecía haber sido atacado y devorado por animales salvajes, por todas partes habían señales de una batalla cruenta y sangrienta, el cadáver estaba carcomido, aterrada huyó, pero antes de salir se encontró frente a frente con su hijo menor, este era alto y fuerte, con un alma corrompida, putrefacta, al punto de ya no tener sentimientos humanos, la mujer se paralizó, su hijo estaba cubierto de sangre, sus dedos, sus uñas, su rostro, su pecho… su boca. Rodana se enteró tarde de la dimensión que habían alcanzado los hechos, el padre y la madre de su discípulo, Rávaro, habían sido muertos y medio devorados por el hermano menor de este, Dágaro, quien había sido irreversiblemente corrompido con magia de la más oscura a manos del primogénito, convirtiéndolo en un semi-demonio, la tercera hija del soberano muerto, Lorna, también resultó perjudicada por los hechos, al quedar desamparada y sin el apoyo de sus hermanos. La hechicera renunció a seguir instruyendo a su discípulo y se autoexilió en el bosque durante años después de esos horribles sucesos. Ahora, por medio de su visitante, se enteraba de que finalmente Rávaro se había deshecho de su hermano para quedarse con el poder.

Lorna entró en la bodega del castillo sin mayores problemas, cerró la puerta sin hacer ruido y se adentró en silencio, la luminosidad era escasa pero alcanzaba para movilizarse dentro. Era un lugar frio, con paredes de piedra y barro en las que no se veía ni una sola ventana, había repisas por todas partes  con productos de todo tipo, el silencio era absoluto, una fuente de luz débil llamó su atención, al acercarse vio un escritorio evidentemente viejo y burdo pero de construcción sólida, una vela alumbraba su superficie, tras él había una silla de similares características, pero ni una seña de Baba el bodeguero. La mujer miraba y registraba en búsqueda de aquellas joyas negras que necesitaba pero había tanto donde buscar que no sería algo fácil, a menos que alguien le ayudara, entonces una vasija de arcilla estalló en el suelo justo a sus espaldas, Lorna dio un brinco por el susto y sorprendida se acercó a buscar la vela encendida sobre el escritorio, las joyas negras que buscaba estaban desperdigadas por el suelo mezcladas con trozos de arcilla rota, aquello era imposible, tanta coincidencia o tanta suerte, pero no era ni una cosa ni la otra, elevó la escasa luminosidad que poseía y pudo ver los pies de Baba que colgaban suspendidos de algún punto oscuro del alto cielo del lugar, colgaba inmóvil como un ahorcado, la mujer se llevó otra impresión pero era seguro que un muerto no le iba a soltar esa vasija encima para que lo encontrara, o eso era lo que Lorna pensaba pero estaba equivocada. El viejo ciego y mudo comenzó a descender lentamente, estaba suspendido dentro de un aura oscura que la luz de la vela apenas lograba atravesar, la mujer retrocedió, ya conocía aquella densa oscuridad, antes le había entregado las llaves para huir de las catacumbas, ahora le daba las joyas, era el espíritu de Dágaro que la estaba esperando con parte del trabajo hecho, envolvía y dominaba al pobre Baba que exangüe,  no ofrecía resistencia alguna, manipulado como un títere señaló al suelo y luego de que la mujer recogiera una de las joyas, dirigió uno de sus dedos temblorosos y huesudos a la salida, Lorna no cuestionó lo que el semi-demonio le indicaba, sin decir palabra se retiró con la joya en la mano.


Dágaro necesitaba un cuerpo, sin un cuerpo no podía ni siquiera recoger una joya desde el suelo, por eso seguía los pasos de su media hermana. Lorna se asomó a la salida, le pareció sospechoso el silencio que había, ya no había ninguno de los guardias que se estaban divirtiendo hace unos minutos, algo había sucedido, tal vez habían encontrado el cadáver del hombre que se había quemado, pero era poco probable que eso hubiese sido suficiente como para dejar solas las catacumbas. Se iba a ir cuando un hombre apareció de la nada ajustándose el cinturón y ordenándose el uniforme, había estado en el baño y se había quedado solo, el guardia sacó su espada, la mujer retrocedió, ella apenas tenía un puñal, pensó en mostrar su pequeño botín y dar explicaciones, usar la diplomacia y su simpatía, pero el hombre de un golpe hizo volar la joya de su mano, no le interesaba en absoluto lo que la mujer había ido a hacer a ese lugar, como casi todos los guardias, él conocía a Lorna la prostituta y aprovecharía esa inesperada visita. La joya cayó junto a un cúmulo de piedras, la cual se movió ante el suave golpe, el enano de rocas estaba ahí.


León Faras.

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