IX.
La
verdadera Dendé que servía en casa de Rodana, era completamente diferente a la
que habían visto cabalgando a la bestia por el bosque, esta era una mujer
alegre y servicial, que corría a buscar cualquier cosa que descubriera que
faltaba para atender a sus invitados, se paseaba sin parar llevando agua a las
muchas plantas que conservaba, las limpiaba amorosamente, les dejaba comida a
las aves que sin pudores llegaban hasta las ventanas, incluso dialogaba con las
mariposas u otros insectos que descubría jugueteando en sus flores. En tanto el
Místico narraba los acontecimientos vividos y explicaba a su anfitriona cómo y
por qué había llegado hasta ese bosque en compañía de la Criatura, dónde la
había encontrado y los malvadas intenciones con que había sido capturada. De
pronto Dendé se quedó mirando con expectación a su ama y esta, consciente del
porqué de esa mirada comenzó a narrar su historia de cuando tuvo un aprendiz,
era el hijo primogénito de un soberano de la región, se trataba de un muchacho
delgado, pálido, enfermizo, que al comprender que no tendría nunca capacidades
físicas, decidió, apoyado por su madre, volcarse a la hechicería, de esa forma
obtendría poder y respeto. A esas alturas, el soberano ya tenía un segundo
hijo, también varón, pero este era un muchacho sano y fuerte; atlético y
extrovertido, quien rápidamente se convirtió en el favorito de su padre, y en
el mejor candidato para sucederlo. Rodana enseñó a su aprendiz buena parte de
lo que sabía pero no solo en hechicería, también en valores y virtudes, de lo
primero aprendió rápido pero con lo último no era bueno, la hechicera
rápidamente se dio cuenta de que su aprendiz albergaba sentimientos ruines y
destructivos, su complejo de inferioridad lo había vuelto envidioso y
malintencionado, el muchacho por más que se esforzaba no conseguía ni una
mínima parte del amor que su padre sentía por su hermano quien no necesitaba
esfuerzo alguno para agradarle a este. Él era el primogénito y tenía el derecho
a gobernar pero ese derecho era revocado por su padre para dárselo a su hermano
menor. Rodana se dio cuenta del peligro de enseñar hechicería a un muchacho así
y siempre trató de guiarlo y enmendar su actitud pero todo lo que hacía la
hechicera era deshecho por la madre del muchacho que alimentaba con pasión los
sentimientos en contra de su padre y su hermano. El plan de Rodana fue
empantanar sus enseñanzas, mantenerlo como su aprendiz y procurar enderezarlo
pero sin avanzar en nada productivo con respecto a la magia, jamás contó con la
capacidad de su discípulo para aprender por su cuenta, el paso de los años solo
agravó la situación, fue cuando el hermano mayor comenzó con la destrucción del
menor, atacándolo con ayuda de su madre pero no en su cuerpo, para que el padre
no sospechara nada, sino en su alma, envenenando y matando poco a poco lo bueno
que había en ella, volviéndola prehistórica y brutal, inutilizándola. Fue
cuando nació un tercer hijo, esta vez una niña nacida fuera del matrimonio y de
la deshecha relación del soberano y su mujer, esto terminó definitivamente con
la escasa unión familiar, la mujer comenzó a acunar en su mente la idea de
deshacerse de su marido y poner a su primogénito en el poder, pero nunca esperó
que alguien se le adelantara. Aquella noche encontró a su marido muerto,
parecía haber sido atacado y devorado por animales salvajes, por todas partes
habían señales de una batalla cruenta y sangrienta, el cadáver estaba
carcomido, aterrada huyó, pero antes de salir se encontró frente a frente con
su hijo menor, este era alto y fuerte, con un alma corrompida, putrefacta, al
punto de ya no tener sentimientos humanos, la mujer se paralizó, su hijo estaba
cubierto de sangre, sus dedos, sus uñas, su rostro, su pecho… su boca. Rodana
se enteró tarde de la dimensión que habían alcanzado los hechos, el padre y la
madre de su discípulo, Rávaro, habían sido muertos y medio devorados por el
hermano menor de este, Dágaro, quien había sido irreversiblemente corrompido
con magia de la más oscura a manos del primogénito, convirtiéndolo en un
semi-demonio, la tercera hija del soberano muerto, Lorna, también resultó
perjudicada por los hechos, al quedar desamparada y sin el apoyo de sus
hermanos. La hechicera renunció a seguir instruyendo a su discípulo y se
autoexilió en el bosque durante años después de esos horribles sucesos. Ahora,
por medio de su visitante, se enteraba de que finalmente Rávaro se había
deshecho de su hermano para quedarse con el poder.
Lorna
entró en la bodega del castillo sin mayores problemas, cerró la puerta sin
hacer ruido y se adentró en silencio, la luminosidad era escasa pero alcanzaba
para movilizarse dentro. Era un lugar frio, con paredes de piedra y barro en
las que no se veía ni una sola ventana, había repisas por todas partes con productos de todo tipo, el silencio era
absoluto, una fuente de luz débil llamó su atención, al acercarse vio un
escritorio evidentemente viejo y burdo pero de construcción sólida, una vela
alumbraba su superficie, tras él había una silla de similares características,
pero ni una seña de Baba el bodeguero. La mujer miraba y registraba en búsqueda
de aquellas joyas negras que necesitaba pero había tanto donde buscar que no
sería algo fácil, a menos que alguien le ayudara, entonces una vasija de
arcilla estalló en el suelo justo a sus espaldas, Lorna dio un brinco por el
susto y sorprendida se acercó a buscar la vela encendida sobre el escritorio,
las joyas negras que buscaba estaban desperdigadas por el suelo mezcladas con
trozos de arcilla rota, aquello era imposible, tanta coincidencia o tanta
suerte, pero no era ni una cosa ni la otra, elevó la escasa luminosidad que
poseía y pudo ver los pies de Baba que colgaban suspendidos de algún punto oscuro
del alto cielo del lugar, colgaba inmóvil como un ahorcado, la mujer se llevó
otra impresión pero era seguro que un muerto no le iba a soltar esa vasija
encima para que lo encontrara, o eso era lo que Lorna pensaba pero estaba
equivocada. El viejo ciego y mudo comenzó a descender lentamente, estaba
suspendido dentro de un aura oscura que la luz de la vela apenas lograba
atravesar, la mujer retrocedió, ya conocía aquella densa oscuridad, antes le
había entregado las llaves para huir de las catacumbas, ahora le daba las
joyas, era el espíritu de Dágaro que la estaba esperando con parte del trabajo
hecho, envolvía y dominaba al pobre Baba que exangüe, no ofrecía resistencia alguna, manipulado
como un títere señaló al suelo y luego de que la mujer recogiera una de las
joyas, dirigió uno de sus dedos temblorosos y huesudos a la salida, Lorna no
cuestionó lo que el semi-demonio le indicaba, sin decir palabra se retiró con
la joya en la mano.
Dágaro
necesitaba un cuerpo, sin un cuerpo no podía ni siquiera recoger una joya desde
el suelo, por eso seguía los pasos de su media hermana. Lorna se asomó a la
salida, le pareció sospechoso el silencio que había, ya no había ninguno de los
guardias que se estaban divirtiendo hace unos minutos, algo había sucedido, tal
vez habían encontrado el cadáver del hombre que se había quemado, pero era poco
probable que eso hubiese sido suficiente como para dejar solas las catacumbas.
Se iba a ir cuando un hombre apareció de la nada ajustándose el cinturón y
ordenándose el uniforme, había estado en el baño y se había quedado solo, el
guardia sacó su espada, la mujer retrocedió, ella apenas tenía un puñal, pensó
en mostrar su pequeño botín y dar explicaciones, usar la diplomacia y su
simpatía, pero el hombre de un golpe hizo volar la joya de su mano, no le
interesaba en absoluto lo que la mujer había ido a hacer a ese lugar, como casi
todos los guardias, él conocía a Lorna la prostituta y aprovecharía esa
inesperada visita. La joya cayó junto a un cúmulo de piedras, la cual se movió
ante el suave golpe, el enano de rocas estaba ahí.
León Faras.
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