lunes, 5 de mayo de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

IV.

La presentación de Lidia era sencillamente espectacular y colmaba de asombro a absolutamente todo el público que se quedaba silente y con la boca abierta ante aquella visión asombrosa de una sirena atrapada dentro de un enorme vaso de agua de mar, todas las atracciones anteriores por mucha gracia o asombro que les hubiesen provocado quedaban inmediatamente en el olvido, relegadas a un muy lejano segundo lugar ante tamaño capricho maravilloso de la naturaleza, ante tal criatura mitológica extraída de los sueños de los marineros y presentada en vivo y en directo ante los conmovidos ojos de los espectadores que encontraban poco el dinero que habían pagado a cambio de semejante experiencia. Cornelio Morris les observaba satisfecho, la idea que había tenido con Lidia había sido simplemente brillante, había dado exactamente con lo que quería y necesitaba, una atracción indiscutiblemente maravillosa, genial e irrepetible. Un hombre con un cigarro en la boca se abrió paso en la multitud embobada para acercarse a hablar con Cornelio, era un hombre elegante aunque no demasiado, venía acompañado de un mocoso que no dejaba de lanzar maníes contra los cristales donde Lidia se mostraba, el hombre estrechó la mano de Morris en una muy calurosa felicitación “Señor Morris, mi nombre es Primo Petrucci, soy accionario de una importante revista a la cual le encantaría publicar una serie de fotografías de esta maravilla asombrosa que usted presenta, nuestros lectores quedarían absolutamente fascinados y usted ganaría una muy generosa comisión, por supuesto.”El hombre terminó su proposición sonriente y seguro de sí mismo, el niño que le acompañaba lanzó un nuevo maní pero esta vez fue atrapado por Cornelio en un movimiento rápido y certero, semejante al de la lengua de una rana, Morris ya no sonreía sino que su rostro reflejaba una maldad inusual, comenzó a mover su puño donde tenía el maní sin abrirlo y como si lo estuviera pulverizando, empezó a caer un polvo sobre el niño mientras le hablaba a Petrucci “Te vas a ir ahora mismo de mi Circo, porque si te vuelvo a ver aquí o sorprendo a alguien enviado por ti, convertiré tu vida en un infierno tal que la desolación partirá tu alma hasta que vengas a rogar por un poco de paz…” y mientras hablaba, el niño comenzó a toser de forma cada vez más violenta hasta que convulsionado vomitó dos o tres cabezas de pescado de un color gris metálico que parecían recientemente cercenadas, Petrucci horrorizado, tomó a su hijo “está loco… ¿qué está haciendo?... ¿qué clase de loco es usted?...”; ”El peor con el que pudiste haberte cruzado…” respondió Cornelio y Primo retrocedió hasta una distancia prudente para voltearse y correr mientras Morris gritaba furioso “¡Nadie fotografía mis atracciones y no te atrevas a poner un pie de nuevo en mi Circo o juro que convertiré tu vida y la de tu familia en un tormento inagotable!” sus ojos se habían encendido y las venas del rostro casi reventaban pero así como se había enfurecido en un santiamén recobró toda su templanza y serenidad. Sonriéndole al público y con un par de palabras volvió a atraer toda su atención hacia Lidia, luego satisfecho, arrojó al aire los maníes que aun tenía en la mano y los atrapó con la boca.


 Al terminar la jornada, los hombres se preocupaban de asear y juntar las cosas, Cornelio contaba su dinero, Charlie Conde daba órdenes, Von Hagen recogía basura y Braulio Álamos comía desperdicios mientras que Román Ibáñez aun permanecía conectado a Mustafá, debía esperar la última pregunta que Cornelio Morris hacía todos los días al final de cada jornada “¿Alguien se ha apoderado de mí dinero hoy?” Era importante para Morris que ninguna de sus atracciones manejara dinero, porque el dinero era poder, era independencia y no necesitaban eso sus empleados, cada uno de ellos había recibido lo que habían pedido a cambio de firmar su contrato y no merecían nada más por su aporte y estadía en el Circo. En el momento en que Cornelio Morris se dirigía a preguntarle por su dinero al autómata que no mentía ni se equivocaba jamás, Von Hagen entraba tímidamente al acoplado donde se encontraba Lidia, cargaba una bolsa llena de desperdicios que había estado recogiendo. Se acercó con el respeto y la expectación del enamorado que busca a su doncella en el balcón, hasta que esta de pronto apareció de entre la densa bruma de su prisión, ella lo miraba con ternura o tal vez lástima, él con devoción. Horacio le hablaba, a pesar de saber que ella no podía oírle nada, le prometía que nunca la dejaría sola, que haría lo posible por liberarla de su obligación con el Circo, que dejaría de pertenecer a Morris, que la ayudaría a escapar y que escaparían juntos, metió su mano al bolsillo y luego la pegó a los cristales, con la punta de los dedos sujetaba la moneda que había encontrado, “Mira, decía emocionado, con esto podemos averiguar cómo sacarte de ahí, o cómo anular nuestros contrato, ya verás que…” pero sus palabras fueron interrumpidas por el crujir de las viejas tablas del piso, alguien había llegado, Lidia desvió su mirada enfocándola en un punto tras él, y Von Hagen notó en el reflejo del cristal la silueta de un recién llegado, era demasiado tarde para ocultar la moneda en su mano, Horacio se volteó, Beatriz Blanco los miraba enfadada, como una madre que acaba de atrapar a sus hijos en una travesura imperdonable “¿Tienes dinero ahí? ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Acaso estás loco?... ¡Mustafá va a delatarte! …Y no quiero ni pensar lo que Cornelio hará contigo” Horacio guardó la moneda en su puño, tenía muchas ilusiones puestas en ese pequeño trozo de metal a las cuales se aferraba de forma peligrosa y arriesgada, la mujer continuó “¿De dónde la sacaste?; ¿La robaste?” Von Hagen negó enérgicamente, “La encontré tirada…” “Déjame verla…” inquirió la mujer suspicaz, y atrevida abrió la mano de Horacio y le quitó la moneda sin que el hombre se resistiese demasiado, luego rió, “¡Qué tonto eres Horacio, esta moneda no sirve para nada! Es vieja como la codicia” y miró a Lidia buscando complicidad en su burla, pero la sirena la miraba con desagrado, eso acabó con su buen humor. Le lanzó la moneda de vuelta, Von Hagen la estudió esta vez, tanto miedo y nerviosismo sintió cuando la encontró que solo se la había guardado sin verla, temeroso de ser sorprendido. La moneda no servía para nada, se sintió tremendamente avergonzado, Lidia, pegada a los cristales, lo miraba con ternura, pero él no volteó, solo tomó su bolsa con desperdicios y se retiró en silencio, luego Lidia también desapareció en la bruma.


León Faras.  

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