miércoles, 30 de abril de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XIII.

A un lado de la ciudad y pegado al otero de Cízarin, se encontraba el cuartel del ejército, una construcción amplia y austera pero bastante sólida, en él estaba la armería, las caballerizas, las instalaciones donde habitaban las tropas y las canchas de entrenamiento. Pegado al enorme cerro se encontraban los cuatro torreones unidos entre sí por puentes techados, donde se almacenaban las armas, las armaduras y todo tipo de pertrechos usados por los soldados durante sus campañas, era ahí donde el ajetreo se concentraba, casi mil hombres se preparaban para luchar. Los palomares estaban ubicados en la cima de los torreones, en ese momento, la atención estaba puesta sobre los centinelas que habían sido enviados a husmear los alrededores en busca de alguna señal o atisbo del ejército enemigo, cada uno de ellos llevaba un par de palomas con una cinta atada a su pata cuyo color y diseño identificaba la zona que debía explorar el jinete. Una paloma llegó aquella tarde y de inmediato fue revisada. Pocos minutos más tarde un mensajero llegaba donde Zaida y el general Rodas se encontraban, este último recibió la información, “El jinete soltó el ave desde el Suroeste…es la primera y única que ha regresado” La anciana mujer contemplaba el oeste en ese momento, los cerros y montañas donde Rimos estaba acunado eran perfectamente visibles desde allí, “hay que interrogar al jinete apenas regrese, necesitamos saber exactamente lo que vio…” El general Rodas asintió con gravedad, luego vino un pequeño diálogo para cerciorarse de que las tropas estuvieran preparadas y posicionadas como habían acordado y que los campos fueran anegados de barro como los necesitaban, el general nuevamente asintió con gravedad “Todo se está llevando a cabo según sus órdenes” Zaida agradeció y le permitió retirarse al general, pero cuando este se iba la vieja recordó una nueva orden, “General… que nadie más abandone la ciudad.”

Al retirarse el general Rodas, llegó Rianzo adonde Zaida se encontraba, se veía serio pero sereno “Dicen que el ejército enemigo ya se aproxima…” “Hasta ahora solo una paloma ha regresado de los doce centinelas que enviamos, solo falta que el jinete confirme la información pero… aun no vuelve” informó la vieja volteándose a mirar a su nieto, le sorprendió ver de pronto en él tanta gravedad, en su actitud, en su mirada “… pero tampoco ha llegado ningún ave con la cinta blanca ¿verdad?” La cinta blanca para los soldados de Cízarin era la cinta del error, una paloma con esa cinta anunciaba que el mensaje anterior era falso o accidental, cada centinela llevaba al menos una de ellas, Zaida negó con la cabeza, Rianzo continuó con la misma templanza de un principio  “Espero que tengas algún puesto disponible para mí, me pondré a tu disposición para la batalla, pero antes hay algo que debo hacer…” Terminando de decir esto ya se retiraba, pero su hermano, que llegaba en ese momento acompañado de algunos de sus inútiles consejeros  escuchó las últimas palabras y preguntó con cierto tono de agrio sarcasmo “¿Y qué es aquello tan importante que debes hacer?” Rianzo respondió sin titubeos “poner a salvo a Brelio, mi hijo” Siandro rió de forma fingida y burlesca “¿A Brelio? Una cría bastarda engendrada en una mujerzuela… Eso no es un hijo” Zaida lo miró con odio, Rianzo ni se inmutó “Al menos uno de nosotros debe preocuparse de engendrar en este reino hermanito, y tú no nos das demasiadas esperanzas de un heredero…” dicho esto se retiró bajo la mirada de desprecio de su hermano, este se volteó para descargar su disgusto con Zaida, pero esta también se había retirado, satisfecha por la respuesta de Rianzo, el que de pronto se había convertido en su nieto favorito, y dejando a Siandro solo con sus acompañantes.


Cal Desci permaneció largo rato sentado sobre una piedra, contemplando al príncipe de Rimos sin saber qué hacer, este estaba tirado en el suelo, acurrucado dando incontenibles sollozos que tenían su rostro penosamente cubierto de tierra, saliva y mocos, pero sin una sola lágrima brotada de sus ojos muertos. Prefería mil veces haberse ido de regreso con los otros criados o más aun, con el ejército de Rimos, que tener que quedarse ahí, contemplando una figura tan patética que no le provocaba ni pena ni compasión, sino solo vergüenza y rechazo. Lo que sí le causaba pena, era saber que aquella figura pertenecía a Ovardo, príncipe de Rimos, a quien antes servía con gusto, respetaba sin esfuerzo y admiraba con humildad, era una persona que merecía ser príncipe y rey porque era bueno con los que no eran nada en esta vida, porque era justo, valiente y querido. Sin embargo ahora estaba reducido a nada, abandonado por todos y solo acompañado por un muchacho que de todas maneras no quería estar ahí. Cal Desci no se atrevía a hacer nada ni decir nada, con seguridad Ovardo no tenía idea de su existencia, y no pensaba en tomar ninguna iniciativa por su cuenta, el tiempo pasaba y el príncipe seguía en el mismo lugar y en las mismas condiciones en que lo habían dejado y sin ninguna señal de recuperación. La situación para el muchacho era desastrosa, no podía irse y llegar solo, seguramente lo colgarían si abandonaba también al príncipe, y tampoco podía simplemente tomarlo y llevárselo, el muchacho se puso de pie, dudó y se volvió a sentar, entonces sintió un sonido, algo o alguien se acercaba desde la profundidad del bosque, un perro enorme llegó al trote y se detuvo a olfatear el cuerpo de Ovardo, tres más de diferentes portes que le seguían a corta distancia, llegaron y le imitaron, Cal Desci se puso de pie asustado, explicar que el príncipe había sido devorado por perros era aún peor, aunque realmente la peor situación era que los perros decidieran devorarlo a él, trató de espantarlos tímidamente pero sin resultados, uno de los perros le ladró y eso bastó para que el muchacho desistiera inmediatamente, entonces un silbido hizo que los animales dejaran en paz al príncipe y se fueran, luego de unos segundos regresaron pero esta vez venían acompañados de dos hombres, uno viejo y el otro más viejo que tiraban de un asno cargado de trampas, pieles y animales sin vida. Tenían un aspecto terrible y olían peor que el asno, ambos se detuvieron ante el cuerpo de Ovardo, se miraron entre sí sin entender mucho y luego a Cal Desci, quien aun no podía saber si  la situación mejoraba o se estaba volviendo cada vez peor.  


León Faras.

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