IV.
Solo
Diógenes estaba sentado frente a un café aun intacto cuando los rápidos y
sonoros tacos de Edelmira entraron en la cafetería descansando la enorme caja
que traía en los brazos sobre el mesón, Octavio apareció de pronto tras este al
ponerse de pie y notó de inmediato que la mujer lucía preocupada, Edelmira
preguntó con cierta urgencia por Ulises pero este se había ido hace un par de
minutos “…pero, ¿pasó algo?; ¿La podemos ayudar?” Octavio era amable y
servicial por naturaleza pero especialmente cuando estaba atendiendo su negocio
y Edelmira se veía un poco desesperada, “Su nieta, parece que se va a mejorar y
todavía tengo que ir por el doctor…” el camarero parecía confundido, miró a su
antiguo cliente pero este solo se encogió de hombros mientras se acercaba la
taza a la boca, “No sabía que Ulises tenía una nieta enferma…” dijo con
gravedad, pero Edelmira los miró a los
dos como si le estuvieran jugando una broma “¡un hijo… va a tener un hijo!” casi
gritó, lo que hizo que los dos hombres notaran la urgencia de la situación de
una sola vez y al unísono, “Usted vaya por el doctor, yo voy por Ulises y le
digo que se vaya para la casa ahora” para la mujer aquello era lo que quería
escuchar por lo que agradeció y se fue a toda la velocidad que sus bonitos zapatos
le permitían, luego Octavio ya cerraba su negocio cuando vio que Diógenes
trataba de acabar su café caliente con prisa “¡Date prisa viejo! Luego te
acabas ese café” “¿y qué hacemos con la caja?” preguntó el aludido. La enorme
caja que Edelmira cargaba había quedado abandonada sobre el mesón, por lo que
el camarero debió volver a entrar, guardar la caja tras el mesón y volver a
salir con lo que Diógenes ganó finalmente los segundos que necesitaba para
acabar su café y salir, cerraron el negocio momentáneamente y se fueron.
En
el mercado, Estela esperaba a la señora Alicia que hacía unas compras cuando sucedió
un incidente que cambió los planes de ambas, uno de los numerosos perros del
mercado quiso probar suerte con los cerdos destazados que en ese momento unos
hombres descargaban en el puesto de carnes, acercándose sigilosamente al mesón
y estirando el cuello hasta estar a punto de coger uno por las patas cuando fue
sorprendido y ahuyentado de forma tal que el animal, en medio del susto de
recibir un castigo que seguramente conocía muy bien, corrió sin ver hacia
donde, chocando bastante fuerte con las piernas del chico disfrazado de payaso
que vendía globos haciendo que este despegara los dos enormes y rojos zapatos
del suelo al mismo tiempo, la caída fue colosal, y los globos se elevaron
inexorablemente hasta perderse. Estela se quedó con los ojos como platos pero
inmóvil, mientras el chico se ponía de pie con dificultad, muchas personas se
acercaron a mirar pero la señora Alicia fue quien finalmente llegó a ayudar al
muchacho, este cojeaba dolorosamente pero más se quejaba de su brazo derecho,
con lo que la mujer y Estela debieron insistir mucho y con no poco esfuerzo para
que el chico caminara hasta el sanatorio. El plan era seguir con las compras
después de dejar al muchacho siendo atendido, pero al llegar se encontraron con
que no había médico, “…acaba de salir el doctor, debía atender de urgencia un
parto” la mirada de la religiosa irradiaba compasión, la señora Alicia y Estela
se miraron “¿…un parto?” un presentimiento llenó de angustia a la mujer quien
decidió salir corriendo a casa en el momento en que la religiosa les pedía que
ayudaran a entrar al muchacho accidentado para atenderlo, con lo que Estela se
encargó de ayudar a caminar al pobre payaso malherido hasta una de las camillas.
Edelmira
irrumpió en la casa seguida del doctor topándose de inmediato con los dos
niños, su hijo Alonso y el pequeño Miguel, ambos estaban juntos, sentados en un
sofá de la sala medio petrificados por los desgarradores gritos que venían
desde dentro del cuarto principal donde se encontraba Aurora dando a luz
asistida por su madre Bernarda, “¿mi hermana se va a morir?” preguntó Miguelito
profunda y sinceramente acongojado con lo que Edelmira debió abrazar a ambos
niños y llevárselos a la cocina, “¡Ay niño!, ¿cómo se va a morir? solo son algunos gritos, si las mujeres gritamos por todo, hasta por una rata” El doctor
Rivera ya iba camino a ver a su paciente sin necesidad de indicaciones, pero
cuando iba a tomar la puerta para abrirla, se formó un silencio bastante
inusual para un parto, un silencio abrupto que alertó incluso a Edelmira quien
ya salía de la habitación, entonces y casi inmediatamente el llanto de un
recién nacido los tranquilizó de nuevo, el médico abrió la puerta y encontró a
su paciente con el rostro bañado en sudor y lágrimas, agotada pero feliz y
satisfecha y a la madre de esta que sostenía en brazos a un bebé que mediante
el llanto aprendía a usar sus pulmones para respirar por sí solo. Mientras
Edelmira observaba desde lejos emocionada y abrazada a su hijo, Miguelito
corrió a ver cómo era un recién nacido, Bernarda orgullosa, se la mostró “mira,
eres tío de una niña preciosa” el pequeño Miguel estaba en blanco, incrédulo de
haber conseguido un nuevo rango dentro de la familia. La señora Alicia llegó
luego y al poco rato apareció Ulises, el doctor Rivera ya terminaba con su
trabajo asegurándose que tanto la madre como la criatura estuvieran en buen
estado de salud antes de retirarse, fue el momento que Ulises aprovechó para
preguntarle al médico por el estado del “cojo” Emilio, haciéndose pasar por un
amigo que pretende ir de visita, “Ah, pero no se preocupe, él ya está bien,
pasará la navidad con su familia”
El
médico se retiró y entre Ulises, Edelmira y la señora Alicia, se quedó un sentimiento
denso, una preocupación, Emilio saldría del hospital y habría que tener cuidado
con lo que haría, ¿…y Estela?” recordó el viejo de pronto, la señora Alicia se
llevó ambas manos a la boca lo que siempre era un mal presagio “la dejé en el
sanatorio…” confesó “…es que íbamos a dejar a un chico que tuvo un accidente
cuando supimos lo del parto…”
El
payaso malherido era apenas un muchacho llamado Alberto, estaba sentado en la
camilla bastante ofuscado, Estela notó lágrimas en sus ojos y por eso se quedó,
pensó que estaba triste o con dolor pero el chico por sobre todo estaba enojado, había perdido
sus globos y con ellos todo su dinero, “¿…y te regañarán por eso?” la muchacha
estaba sinceramente interesada, algo que para Alberto no era muy habitual, por
lo que su actitud era un tanto defensiva, “no, nadie va a regañarme, es solo
que necesitaba ese dinero…” y luego de una pausa agregó en un tono más bajo,
“…es que pensaba visitar a mamá” “¿y dónde está tu mamá?” fue la última pregunta
de Estela antes de que entrara la religiosa con todos sus implementos para
limpiar heridas y hablando con alguien que le seguía “…¿ve? Le dije que era su hija la que
estaba aquí” tras la monja venía el “cojo” Emilio, vestido y listo para irse.
León
Faras.
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