jueves, 10 de abril de 2014

Del otro Lado.

XV. 


Manuel estaba a punto de ir a recostarse un rato después de un almuerzo abundante y delicioso cuando sintió el llamado de Alan desde la ventana de su casa, el viejo con un entusiasmo repentino se acercó a abrir la puerta “Adivina quién se acaba de ir de mi casa…” Alan entró y se dejó caer sobre una de las sillas del comedor que estaban pegadas a la pared sin ánimos de jugar a las adivinanzas “no sabía que Beatriz te venía a visitar” El tono de voz de su amigo hizo que el viejo ciego perdiera su entusiasmo inicial y lo cambiara por un tono casi de justificación, “de vez en cuando viene, hablamos de ti, de mí, de Silvia, de cuando todos éramos jóvenes” Silvia había sido la mujer de Manuel, pero había muerto muy joven por problemas al corazón, Gloria, la hija, ni siquiera recordaba su rostro de no ser por algunos retratos. “¿Te vio?” Alan estuvo a punto de responder que sí pero prefirió mentir, Beatriz jamás recordaría haberle visto, “no, pero yo a ella sí, y créeme que cada vez que la veo se me viene a la mente un gran amor mezclado con un dolor gigantesco y es como si todo volviera a ocurrir” Un largo e incómodo silencio se instaló hasta que el propio Alan lo rompió dejando de lado la nostalgia para cuando estuviera a solas, “Escucha Manuel, tengo que asegurarme de que tu nieta está efectivamente habitando su departamento. Necesito algunas horas a solas en el departamento de tu hija. De noche” El viejo se extrañó un poco de la petición “pero si te digo que está ahí, todos sabemos eso, por eso es que te he pedido que me ayudes” Pero para Alan no era tan fácil “escucha viejo, cuando un ser querido muere, la gente no lo deja ir fácilmente, sobre todo si se trata de personas jóvenes con mucha vida por delante, y aunque el espíritu ya se haya ido las personas siguen oyendo y viendo cosas porque así lo desean. No dudo de lo que dice tu hija, además, he averiguado un par de cosas y prometo seguir investigando pero necesito cerciorarme por mi mismo” Al viejo no le agradó la idea pero a final de cuentas le pareció sensata “¿Y tienes alguna idea?”, “sí, y lo haremos esta misma noche”

Alan aguardó sentado solo en la banca que el viejo Manuel tenía en su patio delantero hasta que oscureció, y luego hasta que la noche estaba bien entrada. Pensaba miles de cosas mientras jugueteaba con una piedra, haciéndola girar en las manos y cambiándola de una a otra. El encuentro con Beatriz aun estaba muy presente y le pesaba haberse dejado ver, la conmoción que le causó y la posterior duda por la ausencia de recuerdo, inevitablemente pensaba en su hijo, en el momento de su muerte y en todos los sentimientos terribles que vivió en el corto lapso de tiempo que pasó de la muerte de su hijo hasta la última sensación de la bala rompiendo el hueso en su sien, apenas nueve minutos, antes de que cualquiera lo pudiera evitar. Consultó su ridículo reloj infantil que había podido tomar prestado ya que era el único más barato que se encontraba funcionando en la tienda, y que pensaba devolver cuando fallara la batería, marcaba las tres de la madrugada, era buena hora para ponerse en marcha, se puso de pie y caminó hasta la reja de la entrada, salió a la calle y antes de cerrar la verja dio la vuelta y lanzó con buena potencia la piedra que llevaba en su mano haciendo estallar el gran ventanal del comedor de la casa de su amigo, luego cerró la reja con calma y comenzó a caminar sin apuro rumbo al departamento de Gloria, el lugar donde se suponía encontraría a Laura, la nieta de Manuel. Solo esperaba que ese viejo testarudo entendiera el mensaje y llamara a su hija y a su nieta por teléfono como si le hubiese sucedido una emergencia, aunque para un viejo ciego y solo aquello era una emergencia, porque solo le había dicho que le daría una señal pero no le dijo nada sobre romperle una ventana.

Iban a ser las cuatro de la mañana cuando Alan metió la llave que el viejo le había pasado en la cerradura de la casa de Gloria, la madre de Laura, una llave que nunca había sido usada de un departamento en el tercer piso con una gran cantidad de plantas amontonadas a un lado de la puerta por fuera. Era una buena hora para estar seguros de que el espíritu se encontrara presente, ya que no lo podría ver. Entró sin hacer ruido y posó el oído en cada uno de las puertas de todas las habitaciones para cerciorarse que no hubiera nadie, encontró tres dormitorios, el primero estaba ordenado pero se podía ver que pertenecía a una mujer adulta, era el de la madre, el de en medio estaba bastante más desordenado y con la decoración de una adolescente, “…y en la puerta número tres… bingo” pensó Alan, la habitación de Laura era la de una difunta, sin vida, como una dramatización de museo, todo limpio y en perfecto orden, sobre la cómoda había una fotografía, una mujer con sus dos hijas, era fácil reconocer cual era Laura, a Alan le pareció una chica atractiva, luego miró a su rededor, no tenía toda la noche, sabía muy bien que en la situación o estado en que estaba Laura percibía cualquier cosa que no tuviera vida o que no proviniera de algo vivo, por lo que era posible llamar su atención y hasta comunicarse con ella a pesar de que no podían verse ni oírse, una tabla ouija le hubiese servido bien, pero solo traía lo que había podido conseguir en casa de Manuel pero con eso debía bastar. Varias velas, las prendió y las apagó varias veces antes de dejarlas encendidas en el piso para que el humo y el olor característico de la vela se esparcieran por la habitación, un espejo, no trajo ninguno pero en todas las habitaciones de chicas había uno, y Laura tenía uno de buen tamaño, lo puso tras las velas apoyado en la pared, los espejos tenían ciertas facultades místicas, además que multiplicaría la luminosidad y llamaría mejor la atención, sacó algunas hojas de papel, usó algunas para dejarlas en el piso donde luego se sentaría, otra la dejó apoyada en el espejo con un mensaje escrito “Laura, soy Alan, un amigo, puedo ayudarte y trato de llamar tu atención, ¿Estás aquí?” Luego se sentó a esperar algún mensaje, una señal, una luz que se encendiera, algo que cayera, cualquier cosa que se moviera, pero nada sucedió, era posible que la chica no estuviera presente en el departamento, él sabía perfectamente que los espíritus en pena hacían muchas cosas en su nueva forma de existencia pero las personas las interpretaban erróneamente, por otro lado, también era posible que no existiera ningún espíritu en ese lugar, y que todo se tratara de una mala interpretación de fenómenos naturales por parte de la familia, pero no sería una noche perdida ni tampoco era un error de la familia, a las cinco treinta las velas iban consumidas ya a la mitad cuando algo sonó sobre la cómoda, Alan se puso de pie de un salto, un lápiz labial parecía fuera de lugar en medio de todo ese orden, el sonido había sido leve, Alan lo irguió sobre la mesa y con un suave empujoncito lo hizo caer de lado, era el mismo ruido que había oído, había sido usado, se notaba un gasto en la punta y no en la zona que normalmente se gastan esos lápices, por lo que el hombre comenzó a buscar en rededor, seguramente había escrito algo en alguna parte pero revisó el suelo, las paredes, el espejo, la cómoda, hasta el techo por absurdo que sonara pero no encontraba nada, en ese momento sonó la puerta de entrada al departamento, las mujeres llegaban, Alan se apresuró a recoger sus cosas cuando lo vio, en las hojas sobre las que estaba sentado, escrito con lápiz labial decía “Sí estoy” eso lo puso feliz como si hubiese ganado un premio importante, pero debía dejar algo antes de irse, se apresuró, la voz de Gloria se escuchó justo afuera de la habitación, tomó todas las velas.

Gloria abrió la puerta guiada por su olfato y por el fuerte olor a humo y vela encendida que había en todo su departamento, detectó de inmediato el labial en el suelo y el espejo apoyado en la pared, además de la ventana abierta, “Ya está Laurita desordenando su pieza…” dijo en voz alta por si “alguien” le escuchaba. Su hija menor, Lucía, se paró en la puerta con un gran cansancio dibujado en el rostro “…Y después nos tratan de locas por decir que vivimos con un fantasma…” dijo con un dejo de sarcasmo antes de irse a su cuarto, Gloria dejó todo como debía estar y se fue al suyo cerrando la puerta tras de sí.


Alan se había lanzado justo a tiempo por la ventana desde el tercer piso pero estaba bien, hace mucho que no sentía dolor, del físico al menos, se guardó los papeles y echó a caminar, solo esperaba que Laura encontrara su mensaje antes que alguien más y así poder reunirse. 



León Faras.

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