miércoles, 24 de septiembre de 2014

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

VII.

El olor que había en la jaula de Braulio Álamos era realmente repugnante, casi tanto como el aspecto que había adoptado el pobre hombre. Su subida de peso en apenas veinticuatro horas era alarmante, permanecía abstraído de la realidad completamente anestesiado, sin enterarse de su encierro, manteniendo un apetito voraz que parecía no tener fin, pero incapaz de comunicarse ni menos de encargarse de sus propios deshechos, lo cual ofrecía un espectáculo realmente desagradable, y que la gente pagaba por ver. Von Hagen llegó hasta él con una cubeta, un trapero y un mísero trocito de vela que Charlie Conde le había dado para iluminarse mientras aseaba el piso de la jaula, por el momento era solo eso pero pronto necesitaría un baño también el hombre que estaba ahí dentro, o se quedaría sin público debido a la peste. Álamos se movía lento y aletargado buscando desperdicios para llevarse a la boca sin prestarle la menor atención a Horacio que hacía lo posible por limpiar el tosco piso de madera donde reposaba el “Tragatodo”y por evitar que este no intentara comerse el único y miserable trozo de vela que lo iluminaba. El “Tragatodo”, así lo habían presentado al público y con seguridad así pasaría a llamarse desde ahora, porque al igual que todos, debía tener el nombre de una atracción y no el de una persona. La pequeña Sofía le había hablado de él, según ella, había visto cómo las personas le lanzaban monedas con intención de que Braulio se las comiera, entonces Horacio pensó que era posible que encontrara una moneda en algún lugar de la jaula, solo necesitaba una, con una moneda podía consultar a Mustafá qué necesitaba hacer para liberar a Lidia de su encierro o como anular los contratos que los mantenían presos del Circo, el autómata podía responder a cualquier pregunta y esa era su gran esperanza. El mal olor y lo desagradable del trabajo que le habían encargado no eran nada comparado con la ilusión de que solo una moneda fuera hallada, por lo que luego de retirar los desperdicios, registró las rendijas del suelo, incluso movió cuanto pudo a Braulio para poder ojear bajo el pesado cuerpo de este, pero no encontró ninguna, luego volvió a revisar toda la basura que había sacado pero sin suerte, se sintió frustrado, nuevamente cuando la suerte parecía sonreírle, le daba la espalda a último minuto y lo dejaba sin nada, burlándose de él y de sus vanas esperanzas. Entonces se le ocurrió otra idea, no era tan descabellada como parecía, pero si fallaba, significaba entonces que sí realmente el destino, algún dios o lo que fuera, disfrutaba destruyendo sus planes y viéndolo fracasar humillado una y otra vez. Miró en todas direcciones que nadie estuviera cerca, casi no le quedaba lumbre, por lo que antes de quemarse los dedos, cogió una varita de madera y armándose de valor, comenzó a hurguetear los excrementos del “Tragatodo”, era una medida desesperada pero por suerte funcionó. Dos monedas aparecieron entre los deshechos, la adrenalina de Horacio se disparó, era demasiada emoción y nerviosismo difícil de disimular, quería correr hasta donde estaba Lidia y mostrárselas pero sabía que no podía hacer eso, ni siquiera podría guardárselas sin delatarse él mismo, por lo que decidió ocultarlas, después de limpiarlas, en la misma jaula de Braulio, aquello era perfecto, habían entre las tablas y los fierros abundantes grietas y rendijas donde meter las monedas y además nadie deseaba acercarse a esa jaula ni menos hurgar en ella, por lo que estarían seguras hasta que llegara el momento de usarlas.

Cuando los hombres terminaron de guardar todo en los camiones tomaron posiciones también dentro de estos donde simplemente debían sujetarse para no caerse, porque el viaje para ellos sería instantáneo, los mellizos hacían su truco y en el mismo minuto en que todo quedaba listo para partir ya era tiempo de bajar todo de nuevo y armarlo esta vez en un lugar distinto.

La luna estaba gigantesca saliendo desde el mar, un mar tranquilo, oscuro y frío. El pueblucho al que habían llegado, no era más que un reducido y pobre caserío de pescadores que apenas se mantenía en pie, el clima allí era húmedo y frío. Estaban en un gran descampado en la cima de unos acantilados. Muchos hombres del circo incluyendo a su jefe, se acercaron a la orilla a echar un vistazo, el fondo era rocoso y la caída mortal, eso no le agradó a Cornelio, pero antes de que dijera nada, uno de sus hombres se lanzó al vacío… y luego otro. “¡Fuera de aquí todo el mundo o el próximo que quiera morir, será por mi mano y con mis métodos!” gritó Morris e hizo retroceder a la muchedumbre, para luego dirigir una mirada de profundo disgusto a los mellizos Monje por llevar su Circo a orillas de un acantilado donde la libertad era tan “tentadora”, estos habían conducido por horas hasta encontrar un lugar adecuado donde instalarse, no había mucho más para elegir en esa región “Está bien…” respondió Morris “…pero si alguien más decide ponerle fin a su contrato en ese risco, ustedes serán los responsables” Luego se retiró vociferando a sus trabajadores para que se apresuraran en bajar todo y lo dejaran armado lo antes posible. Los mellizos se vieron obligados a montar guardia para que no se produjeran más suicidios en ese lugar, y todo el mundo sabía que estos dos viejos eran difíciles de burlar, Román Ibáñez había conseguido una botella de licor y se alejaba silencioso para beberla en paz, mientras Von Hagen cubierto con un abrigo a pesar de su abundante pelaje, ayudaba a descargar los camiones pensando en cómo se sentiría Lidia si fuera liberada en el mar gracias a él, nadie la podría perseguir allí, sería libre, aunque él no la pudiera acompañar, ella se lo agradecería por siempre y probablemente nunca lo olvidaría. Sus pensamientos e ilusiones se terminaron en el momento en que sintió un llamado apagado y vio la cara de preocupación del gigante del Circo, un hombre de dos metros y medio con el curioso nombre de Ángel Pardo, este le hacía señas con cierta urgencia desde uno de los acoplados que estaban descargando, Horacio se acercó y el gigante señaló algo entre los bultos y las lonas. Una muchacha sucia y mal alimentada estaba atrapada allí, se había escondido mientras los hombres guardaban todo, pero con seguridad se hubiese asfixiado si no hubiesen retirado las cosas que la cubrían inmediatamente. La adolescente no se sorprendió nada con el aspecto de los dos hombres pero sí comenzó a rogar que no la delataran con su familia, “…por favor, déjenme viajar con ustedes… no me envíen de vuelta a casa” Von Hagen la miraba amable y sorprendido “…pero muchacha, si ya estás bastante lejos de casa…” la chica no lo creyó, “pero si ni siquiera nos hemos movido…” Ángel Pardo miró a su compañero con gravedad “no podemos mantenerla oculta. ¿Qué crees que hará Morris con ella si la descubre?” Horacio miraba preocupado a la chica “Ese no es el problema, hará lo que hace con todos. La hará firmar un contrato y la convertirá en una atracción…” la idea dibujó una sonrisa de felicidad en la muchacha, luego Von Hagen agregó “…El problema, es qué hará don Cornelio con nosotros si nos descubre ocultando a alguien”



León Faras.

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