VII.
El olor que había en la jaula de
Braulio Álamos era realmente repugnante, casi tanto como el aspecto que había
adoptado el pobre hombre. Su subida de peso en apenas veinticuatro horas era
alarmante, permanecía abstraído de la realidad completamente anestesiado,
sin enterarse de su encierro, manteniendo un apetito voraz que parecía no tener
fin, pero incapaz de comunicarse ni menos de encargarse de sus propios
deshechos, lo cual ofrecía un espectáculo realmente desagradable, y que la
gente pagaba por ver. Von Hagen llegó hasta él con una cubeta, un trapero y un
mísero trocito de vela que Charlie Conde le había dado para iluminarse mientras
aseaba el piso de la jaula, por el momento era solo eso pero pronto necesitaría
un baño también el hombre que estaba ahí dentro, o se quedaría sin público
debido a la peste. Álamos se movía lento y aletargado buscando desperdicios
para llevarse a la boca sin prestarle la menor atención a Horacio que hacía lo
posible por limpiar el tosco piso de madera donde reposaba el “Tragatodo”y por evitar
que este no intentara comerse el único y miserable trozo de vela que lo
iluminaba. El “Tragatodo”, así lo habían presentado al público y con seguridad
así pasaría a llamarse desde ahora, porque al igual que todos, debía tener el
nombre de una atracción y no el de una persona. La pequeña Sofía le había
hablado de él, según ella, había visto cómo las personas le lanzaban monedas
con intención de que Braulio se las comiera, entonces Horacio pensó que era
posible que encontrara una moneda en algún lugar de la jaula, solo necesitaba
una, con una moneda podía consultar a Mustafá qué necesitaba hacer para liberar
a Lidia de su encierro o como anular los contratos que los mantenían presos del
Circo, el autómata podía responder a cualquier pregunta y esa era su gran
esperanza. El mal olor y lo desagradable del trabajo que le habían encargado no
eran nada comparado con la ilusión de que solo una moneda fuera hallada, por
lo que luego de retirar los desperdicios, registró las rendijas del suelo,
incluso movió cuanto pudo a Braulio para poder ojear bajo el pesado cuerpo de
este, pero no encontró ninguna, luego volvió a revisar toda la basura que había
sacado pero sin suerte, se sintió frustrado, nuevamente cuando la suerte
parecía sonreírle, le daba la espalda a último minuto y lo dejaba sin nada,
burlándose de él y de sus vanas esperanzas. Entonces se le ocurrió otra idea,
no era tan descabellada como parecía, pero si fallaba, significaba entonces que
sí realmente el destino, algún dios o lo que fuera, disfrutaba destruyendo sus
planes y viéndolo fracasar humillado una y otra vez. Miró en todas direcciones
que nadie estuviera cerca, casi no le quedaba lumbre, por lo que antes de
quemarse los dedos, cogió una varita de madera y armándose de valor, comenzó a
hurguetear los excrementos del “Tragatodo”, era una medida desesperada pero por
suerte funcionó. Dos monedas aparecieron entre los deshechos, la adrenalina de
Horacio se disparó, era demasiada emoción y nerviosismo difícil de disimular,
quería correr hasta donde estaba Lidia y mostrárselas pero sabía que no podía
hacer eso, ni siquiera podría guardárselas sin delatarse él mismo, por lo que
decidió ocultarlas, después de limpiarlas, en la misma jaula de Braulio, aquello
era perfecto, habían entre las tablas y los fierros abundantes grietas y rendijas
donde meter las monedas y además nadie deseaba acercarse a esa jaula ni menos
hurgar en ella, por lo que estarían seguras hasta que llegara el momento de
usarlas.
Cuando los hombres terminaron de
guardar todo en los camiones tomaron posiciones también dentro de estos donde
simplemente debían sujetarse para no caerse, porque el viaje para ellos sería
instantáneo, los mellizos hacían su truco y en el mismo minuto en que todo
quedaba listo para partir ya era tiempo de bajar todo de nuevo y armarlo esta
vez en un lugar distinto.
La luna estaba gigantesca saliendo
desde el mar, un mar tranquilo, oscuro y frío. El pueblucho al que habían
llegado, no era más que un reducido y pobre caserío de pescadores que apenas se
mantenía en pie, el clima allí era húmedo y frío. Estaban en un gran descampado
en la cima de unos acantilados. Muchos hombres del circo incluyendo a su jefe,
se acercaron a la orilla a echar un vistazo, el fondo era rocoso y la caída
mortal, eso no le agradó a Cornelio, pero antes de que dijera nada, uno de sus
hombres se lanzó al vacío… y luego otro. “¡Fuera de aquí todo el mundo o el próximo
que quiera morir, será por mi mano y con mis métodos!” gritó Morris e hizo
retroceder a la muchedumbre, para luego dirigir una mirada de profundo disgusto
a los mellizos Monje por llevar su Circo a orillas de un acantilado donde la
libertad era tan “tentadora”, estos habían conducido por horas hasta encontrar
un lugar adecuado donde instalarse, no había mucho más para elegir en esa
región “Está bien…” respondió Morris “…pero si alguien más decide ponerle fin a
su contrato en ese risco, ustedes serán los responsables” Luego se retiró
vociferando a sus trabajadores para que se apresuraran en bajar todo y lo
dejaran armado lo antes posible. Los mellizos se vieron obligados a
montar guardia para que no se produjeran más suicidios en ese lugar, y todo el
mundo sabía que estos dos viejos eran difíciles de burlar, Román Ibáñez había
conseguido una botella de licor y se alejaba silencioso para beberla en paz, mientras
Von Hagen cubierto con un abrigo a pesar de su abundante pelaje, ayudaba a
descargar los camiones pensando en cómo se sentiría Lidia si fuera liberada en
el mar gracias a él, nadie la podría perseguir allí, sería libre, aunque él no
la pudiera acompañar, ella se lo agradecería por siempre y probablemente nunca
lo olvidaría. Sus pensamientos e ilusiones se terminaron en el momento en que
sintió un llamado apagado y vio la cara de preocupación del gigante del Circo, un
hombre de dos metros y medio con el curioso nombre de Ángel Pardo, este le
hacía señas con cierta urgencia desde uno de los acoplados que estaban
descargando, Horacio se acercó y el gigante señaló algo entre los bultos y las
lonas. Una muchacha sucia y mal alimentada estaba atrapada allí, se había
escondido mientras los hombres guardaban todo, pero con seguridad se hubiese
asfixiado si no hubiesen retirado las cosas que la cubrían inmediatamente. La
adolescente no se sorprendió nada con el aspecto de los dos hombres pero sí
comenzó a rogar que no la delataran con su familia, “…por favor, déjenme viajar
con ustedes… no me envíen de vuelta a casa” Von Hagen la miraba amable y
sorprendido “…pero muchacha, si ya estás bastante lejos de casa…” la chica no
lo creyó, “pero si ni siquiera nos hemos movido…” Ángel Pardo miró a su
compañero con gravedad “no podemos mantenerla oculta. ¿Qué crees que hará
Morris con ella si la descubre?” Horacio miraba preocupado a la chica “Ese no
es el problema, hará lo que hace con todos. La hará firmar un contrato y la
convertirá en una atracción…” la idea dibujó una sonrisa de felicidad en la
muchacha, luego Von Hagen agregó “…El problema, es qué hará don Cornelio con
nosotros si nos descubre ocultando a alguien”
León Faras.
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