Una
visita al Psiquiátrico.
I.
La
plaza en el centro de Bostejo era uno de los pocos lugares de la ciudad que se
podía decir que conservaba de buena forma su belleza y estilo de diseño. En la
ciudad de las escaleras la plaza no se quedaba atrás, poseía tres pisos o tres
niveles circulares sobre una base cuadrada que era la manzana, cada anillo era
más pequeño que el anterior, conectados con elegantes y amplias escaleras de
piedra las que albergaban abundante vegetación entre unas y otras, arboles
añosos que convivían con arbustos más jóvenes de la misma manera que estos se
imponían en tamaño sobre la fresca y abundante hierba, todos ellos
enclaustrados tras robustos pero elegantes balaustrales igualmente de piedra
tan pálida como dura. Se encontraba a buena altura dentro de la desnivelada
ciudad, por lo que además de los numerosos asientos, ofrecía también un
atractivo paseo con una privilegiada vista de la ciudad. En domingo era común
encontrarse actos artísticos o culturales en el último anillo, músicos
interpretaban reconocidos temas musicales, malabaristas entretenían al público
con su habilidad y era además un lugar donde el comercio ambulante también
tenía su espacio. Alberto había aceptado la ayuda económica que Estela le había
ofrecido del empeño del reloj para que visitara a su mamá, con la condición de
que le permitiera usar ese dinero para comprar globos y así poder ganar algo
más con su trabajo, y así lo hizo, Estela aceptó el trato pero también puso su
condición, que le permitiera comprar caramelos y hacer una especie de sociedad
para venderlos, así ambos podrían obtener algo más de dinero para realizar el
viaje a San Benito, un viaje que planeaban realizar juntos siempre y cuando la
señora Alicia estuviera de acuerdo.
Bernarda
disolvía una cucharada de miel en su té con limón, sentada frente a la señora
Alicia que lucía pensativa, debido a los planes que tenía Estela, le parecía
bien que la muchacha quisiera ayudar a su nuevo amigo para que este le hiciera
una visita a su madre a quien con seguridad necesitaba ver, pero acompañarlo,
dos muchachos tan jóvenes que viajaban solos y además a un hospital
psiquiátrico, era algo que no le parecía una buena idea desde ningún punto de
vista, “Hasta puede ser peligroso, ¿no cree?” y Bernarda asintió con la cabeza
“…aunque por otro lado, la situación de ese chico es bastante dura, según
sabemos, no está ni su papá ni su mamá para que se preocupen de él, debe
encargarse él mismo de todo y encima la vida no está fácil para nadie. Debe
hacerle mucha falta su madre a ese niño y es muy noble que Estela quiera
ayudarlo” La señora Alicia estaba de acuerdo con todo eso, pero exponerlo de
esa manera solo la hacía sentir culpable y no solucionaba nada “Yo lo sé, pero
permitir que Estela viaje sola en compañía de ese muchacho no es un acto de
buena voluntad, sino una irresponsabilidad, si llegara a suceder algo… Dios no
lo permita…” y ambas mujeres se santiguaron “… ¿a quién podrían recurrir?
Estela nunca ha estado allí y no conoce a nadie en esa ciudad” Bernarda bebió
un sorbo de su té y volvió a posar la taza con cuidado sobre el platillo “Es
cierto y no digo que deba permitir que Estela viaje así de buenas a primeras,
solo digo que tal vez no debería negarse tan tajantemente sin antes considerar
otras opciones” “¿qué otras opciones?” preguntó la señora Alicia con cierto
aire de extrañeza “digo que tal vez hayan ciertas condiciones que necesite para
permitir ese viaje y no lo sé… tal vez los muchachos puedan hacer algo al
respecto” La señora Alicia guardó silencio y siguió en su actitud pensativa
porque la idea aun no la convencía en absoluto.
Los muchachos preparaban sus cosas
en uno de los asientos de la plaza de Bostejo, Estela se encargaba de ordenar y
clasificar sus caramelos en una caja de cartón tal como lo hacía Aurora con los
cigarrillos que vendía, mientras Alberto se ponía su traje de payaso y se
pintaba el rostro. Una vez listos comenzaron con su trabajo, recorriendo los
diferentes niveles ofreciendo sus productos hasta llegar a la parte más alta de
la plaza, varios niños con sus padres se detenían a observar en un sector y
Alberto notó inmediatamente por qué “Mira, hay un acto de títeres… ven, conozco
al dueño, nos dejará vender nuestras cosas” El escenario de títeres no era más
que una estructura angosta y liviana de madera vistosamente pintada con una
ventana provista de cortinas por las que se asomaban los títeres que nunca eran
más de dos al mismo tiempo por una cuestión de espacio pero sobre todo porque
solo había un titiritero, pero cuyo espectáculo era la delicia de su pequeña y
entusiasta audiencia. El hombre era un tipo de unos cuarenta y tantos años,
tremendamente delgado, con una barba tan larga, lisa, tosca y negra como su cabello,
usaba unos diminutos anteojos que entonaban muy bien con el aspecto afable que
casi siempre acompaña a la gente que sin caer en la tacañería, deben llevar una
vida austera y parca, pero con todo eso, era un hombre que había elegido su
oficio porque era lo que le gustaba y lo hacía con pasión a pesar de lo poco
que a veces obtenía a cambio. Sentado sobre una caja de madera, un cigarro se
consumía en su boca mientras le zurcía el vestido a lo que parecía una pequeña
hada madrina, de esas que usan gorro en forma de cono y una varita mágica con
una estrella en la punta. El payaso saludó con afecto a su amigo titiritero y
luego miró curioso a su rededor “¿Y Luna?...”preguntó. El hombre le dio una
última calada a su cigarro antes de hacerlo desaparecer bajo la suela de su
zapato “Estuvo bastante mal, tos y fiebre, pero ya se recupera. Hoy amaneció
mucho mejor, aunque de todas formas aún le quedan algunos días de reposo…”
Luna, era la única hija de Jonás, el titiritero, y su única familia también, “entonces
te vendrá bien nuestra ayuda hoy…” dijo Alberto con entusiasmo y agregó
señalando a Estela “… ¿Tienes el disfraz de Luna? Tengo una amiga aquí que lo
puede usar” Jonás vio a la muchacha y la idea le pareció genial.
Unos guantes blancos que solo
dejaban libre el dedo pulgar y una peluca dividida en dos gruesos moños, hechos
de la lana color zanahoria más gruesa fue todo el disfraz que Estela necesitó, eso,
rematado con dos círculos rojos pintados en sus mejillas a manera de cándido
rubor, y un pequeño grupo de oscuras y ralas pecas a cada lado, todo hecho con
las pinturas de Alberto, el resultado fue mejor que el esperado, la muchacha se
veía tal cual la más querible y tierna muñeca de trapo que jamás se haya visto.
El titiritero haría tres espectáculos ese día y los muchachos, en cuyos
respectivos disfraces se veían sencillamente irresistibles, se encargarían de
promocionarlos, eso atraería más gente y mientras más gente, mejor les iría a
ellos mismos con la ventas de sus productos. Ayudar a los demás era una buena
forma de obtener los beneficios del trabajo en equipo y eso era algo que nadie
les había enseñado, ambos habían llegado a comprenderlo en su día a día,
solo viviendo.
León
Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario