XI.
Miranda
abrió los ojos y se quedó unos segundos viendo el techo de su habitación,
respiró hondo hasta que sus pulmones ya no pudieron absorber más aire y luego
de botarlo, continuó respirando con la infinita calma con la que había
despertado, su cuerpo estaba tan relajado que hasta podía dimensionar el peso
que ejercía sobre el colchón de su cama, se sentía contenta y en paz, bajo los
agradables efectos de un sueño profundo y reparador, además de agradable,
porque había soñado con su nuevo amigo, bueno, su nuevo amigo era parte de ese
sueño agradable, del conjunto, dentro del cual se podía respirar bienestar,
felicidad y equilibrio. Era una especie de celebración familiar, donde una
abundante parentela se juntaba a festejar y lo hacían como de costumbre en
compañía de sus respectivas parejas e hijos, dándose ciertos casos o
circunstancias que siempre llamaban la atención precisamente por la costumbre
de repetirse, como la prima esa que siempre estaba embarazada o con una cría de
pecho en los brazos al momento de dicha reunión, lo que a menudo era buen
motivo de conversación para los que intentaban recordar o averiguar cuántos
hijos llevaba ya, sus respectivos nombres, sexos o edades… y a veces también
sus padres. O aquel que llegaba con una pareja distinta cada vez y con la que
aparentaba mantener una relación fresca y duradera aun sabiendo que conocía tan
poco de ella como ella de él. También estaban esos dos que insistían en vender
la imagen de un matrimonio feliz y perfecto a pesar de que era de dominio
popular toda la cantidad de veces que se habían atacado mutuamente dando un
espectáculo sin pudores, cosas de las que nadie está libre pero que es
conveniente mantener en la intimidad porque evidentemente nadie más tiene por
qué enterarse, menos aun si se sabía que el siguiente paso era volver a empezar
todo de nuevo pidiendo perdón como el más devoto de los pecadores arrepentidos.
En el sueño todo eso se veía representado pero no como protagonista sino como
parte del escenario, formando el contraste necesario para marcar la
tranquilidad y bienestar que sentía ella, de saberse ajena, liberada de todos
esos sucios comportamientos que deterioraban irremediablemente las relaciones
que pretendían ser serias, resquebrajándolas, carcomiéndolo todo hasta solo
dejar una fachada, delgada e inestable, incapaz de sostenerse por sí sola. Dentro
de lo que vivía en su sueño, su caso era diferente, era lo que ella siempre había
buscado, que no se trataba de nada especial ni fantástico sino solo honestidad
y transparencia, sin máscaras, sin fachadas, si el amor estaba pues perfecto, a
disfrutarlo y si no, pues nada más no, no era necesario ni saludable para nadie
fingir sentir cosas que no se sentían. En compañía de su nuevo amigo se sentía
tranquila, sin dudas atascadas o sospechas roedoras, sin desconfianzas ni
temores, simplemente en paz y esa agradable sensación era la que la inundaba
ahora que acababa de despertar, aunque en realidad no era mucho lo que sabía
sobre su nuevo amigo pero le gustaba y eso no era poco decir, porque algo en
ella, tal vez su corazón o tal vez su instinto, ya confiaba en él, ya le había
dado el visto bueno y eso no era algo que le sucediera a menudo. Se levantó y bajó
de su cama con cuidado de no pisar al gato que como siempre dormía en la bajada
de cama.
Salió
de su casa con una tostada en la boca rumbo a su trabajo, como de costumbre,
verificó que llevara sus llaves, dinero y documentos en los compartimentos de
su bolso, en medio de eso, se topó con una hoja de papel doblada que de buenas
a primeras no le dijo nada, pero al abrirla la reconoció de inmediato, era el
conjuro que ella misma había copiado del libro que había encontrado, lo había
guardado allí después de mostrárselo a Bruno y luego lo olvidó. Recordó por qué
lo había copiado, precisamente por la desfachatez para solicitar el amor sin
conformidades ni titubeos, y se preguntó si acaso no había recibido
precisamente eso, era cierto que aun era muy pronto para una respuesta de ese
conjuro y mucho más como para hablar de amor, pero por otro lado, la atracción
y el interés que le había generado desde el principio su nuevo amigo era algo que
no podía pasar por alto, hacer como si nada y seguir su camino, sino que quería
saber más de él, algunas cosas importantes, aquellas en las que casi con
obligación debes indagar antes de interesarte seriamente en alguien, otras
cosas menos importantes, como aquellas que buscan conocer a ese alguien para
identificarlo e individualizarlo dentro de la gigantesca masa de individuos que
pululan por el mundo y otras absolutamente irrelevantes o hasta un poco
ridículas, detalles escondidos pero interesantes que solo se comparan con las
personas que luego de ver cien veces una misma película comienzan a notar las
sutilezas que dejó el director para sus seguidores o los errores que dejaron
pasar extenuados profesionales. Estaba realmente interesada y eso le daba
ansiedad, hasta un poco de temor, sabía que debía moverse con cuidado para no
equivocarse luego y resultar dañada, pero también sabía que no podía quedarse
sin hacer nada y dejar pasar esa nueva relación insipiente que aunque lo
disimulaba y lo intentaba reprimir, le alegraba el día sin esfuerzo alguno y la
llenaba de una sabrosa ilusión. Volvió a ojear el conjuro antes de guardarlo,
pensó que si era cierto que su nuevo amigo era ese alguien especial que había
estado esperando para vivir el amor de la forma como lo había planeado siempre,
entonces se merecía un agradecimiento escrito por responderle de forma tan
rápida y acertada, un agradecimiento tal como el que estaba escrito en la hoja
del libro que había encontrado, aquel que estaba escrito con su propia letra.
El
informe del tiempo había anunciado lluvia y ahora las abundantes nubes del este
se veían amenazantes, la lluvia le encantaba, pero esperaba que no arruinara
sus planes. Había quedado de juntarse con su nuevo amigo para almorzar.
León Faras.
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