domingo, 14 de septiembre de 2014

Historia de un amor.

 XI.

Miranda abrió los ojos y se quedó unos segundos viendo el techo de su habitación, respiró hondo hasta que sus pulmones ya no pudieron absorber más aire y luego de botarlo, continuó respirando con la infinita calma con la que había despertado, su cuerpo estaba tan relajado que hasta podía dimensionar el peso que ejercía sobre el colchón de su cama, se sentía contenta y en paz, bajo los agradables efectos de un sueño profundo y reparador, además de agradable, porque había soñado con su nuevo amigo, bueno, su nuevo amigo era parte de ese sueño agradable, del conjunto, dentro del cual se podía respirar bienestar, felicidad y equilibrio. Era una especie de celebración familiar, donde una abundante parentela se juntaba a festejar y lo hacían como de costumbre en compañía de sus respectivas parejas e hijos, dándose ciertos casos o circunstancias que siempre llamaban la atención precisamente por la costumbre de repetirse, como la prima esa que siempre estaba embarazada o con una cría de pecho en los brazos al momento de dicha reunión, lo que a menudo era buen motivo de conversación para los que intentaban recordar o averiguar cuántos hijos llevaba ya, sus respectivos nombres, sexos o edades… y a veces también sus padres. O aquel que llegaba con una pareja distinta cada vez y con la que aparentaba mantener una relación fresca y duradera aun sabiendo que conocía tan poco de ella como ella de él. También estaban esos dos que insistían en vender la imagen de un matrimonio feliz y perfecto a pesar de que era de dominio popular toda la cantidad de veces que se habían atacado mutuamente dando un espectáculo sin pudores, cosas de las que nadie está libre pero que es conveniente mantener en la intimidad porque evidentemente nadie más tiene por qué enterarse, menos aun si se sabía que el siguiente paso era volver a empezar todo de nuevo pidiendo perdón como el más devoto de los pecadores arrepentidos. En el sueño todo eso se veía representado pero no como protagonista sino como parte del escenario, formando el contraste necesario para marcar la tranquilidad y bienestar que sentía ella, de saberse ajena, liberada de todos esos sucios comportamientos que deterioraban irremediablemente las relaciones que pretendían ser serias, resquebrajándolas, carcomiéndolo todo hasta solo dejar una fachada, delgada e inestable, incapaz de sostenerse por sí sola. Dentro de lo que vivía en su sueño, su caso era diferente, era lo que ella siempre había buscado, que no se trataba de nada especial ni fantástico sino solo honestidad y transparencia, sin máscaras, sin fachadas, si el amor estaba pues perfecto, a disfrutarlo y si no, pues nada más no, no era necesario ni saludable para nadie fingir sentir cosas que no se sentían. En compañía de su nuevo amigo se sentía tranquila, sin dudas atascadas o sospechas roedoras, sin desconfianzas ni temores, simplemente en paz y esa agradable sensación era la que la inundaba ahora que acababa de despertar, aunque en realidad no era mucho lo que sabía sobre su nuevo amigo pero le gustaba y eso no era poco decir, porque algo en ella, tal vez su corazón o tal vez su instinto, ya confiaba en él, ya le había dado el visto bueno y eso no era algo que le sucediera a menudo. Se levantó y bajó de su cama con cuidado de no pisar al gato que como siempre dormía en la bajada de cama.

Salió de su casa con una tostada en la boca rumbo a su trabajo, como de costumbre, verificó que llevara sus llaves, dinero y documentos en los compartimentos de su bolso, en medio de eso, se topó con una hoja de papel doblada que de buenas a primeras no le dijo nada, pero al abrirla la reconoció de inmediato, era el conjuro que ella misma había copiado del libro que había encontrado, lo había guardado allí después de mostrárselo a Bruno y luego lo olvidó. Recordó por qué lo había copiado, precisamente por la desfachatez para solicitar el amor sin conformidades ni titubeos, y se preguntó si acaso no había recibido precisamente eso, era cierto que aun era muy pronto para una respuesta de ese conjuro y mucho más como para hablar de amor, pero por otro lado, la atracción y el interés que le había generado desde el principio su nuevo amigo era algo que no podía pasar por alto, hacer como si nada y seguir su camino, sino que quería saber más de él, algunas cosas importantes, aquellas en las que casi con obligación debes indagar antes de interesarte seriamente en alguien, otras cosas menos importantes, como aquellas que buscan conocer a ese alguien para identificarlo e individualizarlo dentro de la gigantesca masa de individuos que pululan por el mundo y otras absolutamente irrelevantes o hasta un poco ridículas, detalles escondidos pero interesantes que solo se comparan con las personas que luego de ver cien veces una misma película comienzan a notar las sutilezas que dejó el director para sus seguidores o los errores que dejaron pasar extenuados profesionales. Estaba realmente interesada y eso le daba ansiedad, hasta un poco de temor, sabía que debía moverse con cuidado para no equivocarse luego y resultar dañada, pero también sabía que no podía quedarse sin hacer nada y dejar pasar esa nueva relación insipiente que aunque lo disimulaba y lo intentaba reprimir, le alegraba el día sin esfuerzo alguno y la llenaba de una sabrosa ilusión. Volvió a ojear el conjuro antes de guardarlo, pensó que si era cierto que su nuevo amigo era ese alguien especial que había estado esperando para vivir el amor de la forma como lo había planeado siempre, entonces se merecía un agradecimiento escrito por responderle de forma tan rápida y acertada, un agradecimiento tal como el que estaba escrito en la hoja del libro que había encontrado, aquel que estaba escrito con su propia letra.


El informe del tiempo había anunciado lluvia y ahora las abundantes nubes del este se veían amenazantes, la lluvia le encantaba, pero esperaba que no arruinara sus planes. Había quedado de juntarse con su nuevo amigo para almorzar. 


León Faras.

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