XVI.
Una
vez caída la noche por completo, Ranta se adentró solo y a pie en los campos de
Cízarin, avanzando por los caminos entre las altas terrazas donde estaban los
cultivos, moviéndose rápido y con cautela como era su conocida habilidad hasta
alejarse lo suficiente del resto de los hombres, con la misión de verificar que
el camino estuviera despejado para que el ejército se acercara a la ciudad sin
ser vistos ni oídos, notó el abundante lodo que había, pero lo creyó normal
dado que aquello se trataba de una amplia zona agrícola, aunque consideró que
en ese lugar usaban el agua como salvajes, desperdiciándola y llenando de barro
por todas partes. Ranta llegó hasta un árbol cercano que estaba sobre una de
las terrazas para subirse en él y escudriñar los alrededores, pero no le fue
sencillo llegar allí, el barro se le pegaba a las botas y en más de una ocasión
había estado a punto de caer por lo resbaladizo del terreno. Una vez encaramado
sobre el árbol, las únicas luces que se podían ver eran las de la aun lejana ciudad,
el resto era solo campo, casi tan oscuro como el mismo cielo, el cual los
ocultaría bien, pero algo le preocupaba y le daba mala espina, el silencio,
aunque estaba un poco lejos aun, era muy raro que no se oyera nada, ni las
risas de los hombres que beben, ni los gritos de las mujeres que llaman a sus
hijos, ni los llantos de las crías, el silencio era una muy mala señal, y
aquella noche parecía que hasta los animales estaban escondidos en algún sitio
sin hacer ruido. Aguardó sobre el árbol hasta que el resto del ejército llegó a
paso lento hasta ese punto, el rey Nivardo lo miró extrañado mientras los
soldados que estaban más cerca soltaron una risita divertida aunque ahogada
para no hacer ruido, en la escasa luminosidad de la estrellas, se podía ver que
el pobre soldado estaba cubierto de barro hasta arriba de las rodillas, además
de los brazos y parte del rostro, “…Es como si hubiese caído un aguacero en
este lugar…” se excusó, luego informó lo que había visto y oído, o sea, nada, y
lo sospechoso que se le hacía toda esa situación, “…Algo no anda bien mi señor,
no se oye ni siquiera el mísero ladrido de un perro” El rey observó a su
rededor, “La noche está propicia y nada nos hace pensar lo contrario, además,
¿olvidas que bebiste de la fuente y que ahora eres un inmortal como
nosotros?...” El rey Nivardo no bebió de la fuente por miedo a enfermar o resultar
herido dolorosamente sin poder morir, pero eso era algo que solo sabía su
consejero Serna y él mismo, nadie más tenía por qué enterarse “…Entraremos a la
ciudad antes de que se asome la luna y una vez ahí, serán incapaces de
detenernos” “Así será mi señor” dijo Ranta antes de desaparecer nuevamente en
la oscuridad rumbo a la ciudad de Cízarin.
Fuera
de los campos de Cízarin, en el extremo que limitaba con el río Jazza, un
tercio del ejército comandado por Rianzo, permanecían ocultos e inmóviles,
habían salido antes de la inundación con sus caballos que en esos momentos
estaban atados un poco más alejados para que no importunaran con sus relinchos.
Ya habían visto las siluetas de varios jinetes ingresando a los campos por
alguno de los numerosos senderos pero aguardaban la confirmación del vigía,
este regresó al poco rato para dar su informe “Es un ejército mediano conformado
solo por jinetes, aunque yo creo que es pequeño para tomar por si solo una
ciudad, por lo que podrían haber más acercándose y que no hemos visto aun. No
han tomado el camino principal a pesar de ser el único que no está saturado de
lodo. Tienen un hombre en avanzada que les limpia el camino, es bueno, pero no tanto…” y
en esta parte el vigía sonrió al sentirse orgulloso de sí mismo “…ha pasado por
mi lado sin siquiera notarlo, llevaba barro hasta en las orejas, podría haberle
cortado la garganta sin problemas, pero conviene que sigan adentrándose
confiados” después de poner la información en un pequeño papel la enviaron con
una paloma especialmente elegida que estuviera criando, para que su vuelo fuera
sin retrasos ni distracciones y permanecieron ocultos en el mismo lugar
aguardando por si aparecían más hombres. Luego se movilizarían para ponerse en
la retaguardia de los invasores y así cercarlos o cerrar algún intento de
huida.
Un
joven muchacho vestido de soldado con un uniforme que evidentemente le quedaba
grande esperaba atento en uno de las torreones de Cízarin iluminado apenas con
un par de antorchas, en el momento en que vio llegar una paloma, corrió hacia
la escalera de madera, la ascendió a toda velocidad hasta la plataforma
superior rumbo al nido donde ya se aprestaba a alimentar a su impaciente prole
el ave recién llegada, la tomó, le quitó el mensaje y la devolvió a su lugar.
Volvió a descender y luego sin perder tiempo, como encarecidamente se lo habían
ordenado, siguió descendiendo por las escaleras de piedra hasta la base de la
torre donde el resto del ejército estaba reunido junto a sus comandantes, allí
aguardaba Zaida junto al monarca, Siandro, quien estaba ataviado con una
liviana pero lujosa armadura, tras ellos estaba de pie el general Rodas, este
último recibió el mensaje y se lo entregó sin ojearlo a la mujer, la anciana lo
leyó y lo volvió a guardar en su mano antes de que el rey pudiera verlo “No
sabemos cuántos hombres nos atacan, pero el primer grupo invasor ya está aquí. Los
atacaremos antes de que salgan de los campos pero no pelearemos contra ellos.
General Rodas, llévese su grupo, recuerde atacar y alejarse, no los enfrente.
Rianzo cuidará la salida, nosotros, la entrada de la ciudad, si está en
problemas use los cuernos para dar aviso” y luego dirigiéndose al rey “Será
mejor que se ponga a salvo, ya tenemos a uno de los miembros de la realeza
poniendo en riesgo su vida” pero Siandro la miró con desprecio, “Por supuesto
que no, desde niños mi esgrima siempre fue muy superior a la de Rianzo. Los esperaré
junto con la guardia del palacio. No pienso correr tras ellos” y dicho esto,
desenvainó de su costado una espada “pétalo de Laira” y de su otro costado otra
idéntica, Zaida no se lo esperaba, pero no agregó nada más.
Ranta
llegó hasta un cruce de caminos entre las terrazas cultivadas, cuatro árboles no
muy grandes, pero de abundante ramaje estaban allí, pensó en espiar desde uno
de ellos. La ciudad estaba bastante cerca ya, pero por más que agudizaba la
visión y el oído no conseguía captar nada, algo malo iba a pasar, estaba
seguro. Hace un rato en una suave pendiente resbaló debido al abundante lodo y
se golpeó en una rodilla contra una roca, soltó en un susurro todos los
insultos y maldiciones que conocía debido al dolor que eso le causó. Si solo
eso le había causado tanto dolor pensó en qué podía esperar de una flecha o una
espada enemiga aun sabiendo que se suponía que él ahora era un inmortal “…esto
no pinta para nada bueno” El rey Nivardo y el resto del ejército llegó hasta él
“Nos lanzaremos desde aquí en estampida y no nos detendremos hasta llegar al
palacio real. No se le perdonará la vida a nadie hasta que los señores de
Cízarin se rindan y entreguen todo…” En ese momento, uno de los árboles que estaban en
aquel vértice cayó súbitamente interrumpiendo al rey, no hizo ningún sonido pues ya estaba cercenado
desde antes y preparado para caer, en el acto, un par de antorchas encendidas
le cayeron encima encendiendo sus ramas impregnadas de aceite para lámparas, las llamas se
alzaron violentas lo que espantó a los caballos y los hizo visibles en la
oscuridad, entonces por lo menos un centenar de arqueros aparecieron de entre
los cultivos cercanos y dispararon casi al unísono una multitud de flechas contra
los jinetes y volvieron a esconderse, tan pronto como estos desaparecieron una
segunda oleada apareció repitiendo la operación. Nivardo espoloneó con furia su
caballo y lo lanzó contra las llamas mientras le gritaba a sus hombres que se
mantuvieran agrupados y lo siguieran rumbo a la ciudad. Los hombres del general
Rodas volvieron a aparecer para rematar a los heridos pero en su lugar
encontraron solo unos cuantos caballos agonizantes por las flechas. Ni un solo
hombre, aquello era imposible.
León Faras.
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