martes, 16 de septiembre de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda Parte.

XVI.

Una vez caída la noche por completo, Ranta se adentró solo y a pie en los campos de Cízarin, avanzando por los caminos entre las altas terrazas donde estaban los cultivos, moviéndose rápido y con cautela como era su conocida habilidad hasta alejarse lo suficiente del resto de los hombres, con la misión de verificar que el camino estuviera despejado para que el ejército se acercara a la ciudad sin ser vistos ni oídos, notó el abundante lodo que había, pero lo creyó normal dado que aquello se trataba de una amplia zona agrícola, aunque consideró que en ese lugar usaban el agua como salvajes, desperdiciándola y llenando de barro por todas partes. Ranta llegó hasta un árbol cercano que estaba sobre una de las terrazas para subirse en él y escudriñar los alrededores, pero no le fue sencillo llegar allí, el barro se le pegaba a las botas y en más de una ocasión había estado a punto de caer por lo resbaladizo del terreno. Una vez encaramado sobre el árbol, las únicas luces que se podían ver eran las de la aun lejana ciudad, el resto era solo campo, casi tan oscuro como el mismo cielo, el cual los ocultaría bien, pero algo le preocupaba y le daba mala espina, el silencio, aunque estaba un poco lejos aun, era muy raro que no se oyera nada, ni las risas de los hombres que beben, ni los gritos de las mujeres que llaman a sus hijos, ni los llantos de las crías, el silencio era una muy mala señal, y aquella noche parecía que hasta los animales estaban escondidos en algún sitio sin hacer ruido. Aguardó sobre el árbol hasta que el resto del ejército llegó a paso lento hasta ese punto, el rey Nivardo lo miró extrañado mientras los soldados que estaban más cerca soltaron una risita divertida aunque ahogada para no hacer ruido, en la escasa luminosidad de la estrellas, se podía ver que el pobre soldado estaba cubierto de barro hasta arriba de las rodillas, además de los brazos y parte del rostro, “…Es como si hubiese caído un aguacero en este lugar…” se excusó, luego informó lo que había visto y oído, o sea, nada, y lo sospechoso que se le hacía toda esa situación, “…Algo no anda bien mi señor, no se oye ni siquiera el mísero ladrido de un perro” El rey observó a su rededor, “La noche está propicia y nada nos hace pensar lo contrario, además, ¿olvidas que bebiste de la fuente y que ahora eres un inmortal como nosotros?...” El rey Nivardo no bebió de la fuente por miedo a enfermar o resultar herido dolorosamente sin poder morir, pero eso era algo que solo sabía su consejero Serna y él mismo, nadie más tenía por qué enterarse “…Entraremos a la ciudad antes de que se asome la luna y una vez ahí, serán incapaces de detenernos” “Así será mi señor” dijo Ranta antes de desaparecer nuevamente en la oscuridad rumbo a la ciudad de Cízarin.

Fuera de los campos de Cízarin, en el extremo que limitaba con el río Jazza, un tercio del ejército comandado por Rianzo, permanecían ocultos e inmóviles, habían salido antes de la inundación con sus caballos que en esos momentos estaban atados un poco más alejados para que no importunaran con sus relinchos. Ya habían visto las siluetas de varios jinetes ingresando a los campos por alguno de los numerosos senderos pero aguardaban la confirmación del vigía, este regresó al poco rato para dar su informe “Es un ejército mediano conformado solo por jinetes, aunque yo creo que es pequeño para tomar por si solo una ciudad, por lo que podrían haber más acercándose y que no hemos visto aun. No han tomado el camino principal a pesar de ser el único que no está saturado de lodo. Tienen un hombre en avanzada que les limpia el camino, es bueno, pero no tanto…” y en esta parte el vigía sonrió al sentirse orgulloso de sí mismo “…ha pasado por mi lado sin siquiera notarlo, llevaba barro hasta en las orejas, podría haberle cortado la garganta sin problemas, pero conviene que sigan adentrándose confiados” después de poner la información en un pequeño papel la enviaron con una paloma especialmente elegida que estuviera criando, para que su vuelo fuera sin retrasos ni distracciones y permanecieron ocultos en el mismo lugar aguardando por si aparecían más hombres. Luego se movilizarían para ponerse en la retaguardia de los invasores y así cercarlos o cerrar algún intento de huida.

Un joven muchacho vestido de soldado con un uniforme que evidentemente le quedaba grande esperaba atento en uno de las torreones de Cízarin iluminado apenas con un par de antorchas, en el momento en que vio llegar una paloma, corrió hacia la escalera de madera, la ascendió a toda velocidad hasta la plataforma superior rumbo al nido donde ya se aprestaba a alimentar a su impaciente prole el ave recién llegada, la tomó, le quitó el mensaje y la devolvió a su lugar. Volvió a descender y luego sin perder tiempo, como encarecidamente se lo habían ordenado, siguió descendiendo por las escaleras de piedra hasta la base de la torre donde el resto del ejército estaba reunido junto a sus comandantes, allí aguardaba Zaida junto al monarca, Siandro, quien estaba ataviado con una liviana pero lujosa armadura, tras ellos estaba de pie el general Rodas, este último recibió el mensaje y se lo entregó sin ojearlo a la mujer, la anciana lo leyó y lo volvió a guardar en su mano antes de que el rey pudiera verlo “No sabemos cuántos hombres nos atacan, pero el primer grupo invasor ya está aquí. Los atacaremos antes de que salgan de los campos pero no pelearemos contra ellos. General Rodas, llévese su grupo, recuerde atacar y alejarse, no los enfrente. Rianzo cuidará la salida, nosotros, la entrada de la ciudad, si está en problemas use los cuernos para dar aviso” y luego dirigiéndose al rey “Será mejor que se ponga a salvo, ya tenemos a uno de los miembros de la realeza poniendo en riesgo su vida” pero Siandro la miró con desprecio, “Por supuesto que no, desde niños mi esgrima siempre fue muy superior a la de Rianzo. Los esperaré junto con la guardia del palacio. No pienso correr tras ellos” y dicho esto, desenvainó de su costado una espada “pétalo de Laira” y de su otro costado otra idéntica, Zaida no se lo esperaba, pero no agregó nada más.


Ranta llegó hasta un cruce de caminos entre las terrazas cultivadas, cuatro árboles no muy grandes, pero de abundante ramaje estaban allí, pensó en espiar desde uno de ellos. La ciudad estaba bastante cerca ya, pero por más que agudizaba la visión y el oído no conseguía captar nada, algo malo iba a pasar, estaba seguro. Hace un rato en una suave pendiente resbaló debido al abundante lodo y se golpeó en una rodilla contra una roca, soltó en un susurro todos los insultos y maldiciones que conocía debido al dolor que eso le causó. Si solo eso le había causado tanto dolor pensó en qué podía esperar de una flecha o una espada enemiga aun sabiendo que se suponía que él ahora era un inmortal “…esto no pinta para nada bueno” El rey Nivardo y el resto del ejército llegó hasta él “Nos lanzaremos desde aquí en estampida y no nos detendremos hasta llegar al palacio real. No se le perdonará la vida a nadie hasta que los señores de Cízarin se rindan y entreguen todo…” En ese momento, uno de los árboles que estaban en aquel vértice cayó súbitamente interrumpiendo al rey, no hizo ningún sonido pues ya estaba cercenado desde antes y preparado para caer, en el acto, un par de antorchas encendidas le cayeron encima encendiendo sus ramas impregnadas de aceite para lámparas, las llamas se alzaron violentas lo que espantó a los caballos y los hizo visibles en la oscuridad, entonces por lo menos un centenar de arqueros aparecieron de entre los cultivos cercanos y dispararon casi al unísono una multitud de flechas contra los jinetes y volvieron a esconderse, tan pronto como estos desaparecieron una segunda oleada apareció repitiendo la operación. Nivardo espoloneó con furia su caballo y lo lanzó contra las llamas mientras le gritaba a sus hombres que se mantuvieran agrupados y lo siguieran rumbo a la ciudad. Los hombres del general Rodas volvieron a aparecer para rematar a los heridos pero en su lugar encontraron solo unos cuantos caballos agonizantes por las flechas. Ni un solo hombre, aquello era imposible.


León Faras.

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