martes, 19 de enero de 2021

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

 

LIX.

 

Gloria era una mujer de treinta años, casada hace seis con Damián Corona con el que nunca había conseguido tener hijos, lo que la hacía sentir cierta culpabilidad y apagaba aún más su reducida personalidad. Su marido, era poco el tiempo que pasaba en casa, aunque, al menos le quedaba el consuelo de tener cerca a su familia: su hermana y sus sobrinos por un lado y su madre y una tía por otro, a las que visitaba constantemente para no pasarse la vida sola. Aquel día, Damián llegó a casa apenas pasado el mediodía, lo que era completamente inusual, tanto que su mujer se espantó un poco, pues no le había dicho nada y ella nada tenía preparado, “Pero, Cariño, ¿por qué no me avisaste que venías? hubiera preparado algo de comer” Le dijo con la ternura que siempre tenía para él y para todo el mundo, probablemente surgida de su maternidad frustrada, él le respondió que no se preocupara, mientras recogía algo de ropa y la metía en una maleta, “¿Vas donde tu hermana?” le preguntó, al verla arreglada para salir, la mujer asintió, de hecho, estaba a punto de salir cuando fue sorprendida por su marido, “¿Piensas irte otra vez? Pero si acabas de llegar hace apenas unos días” le reprochó su mujer con un tono muy, muy leve de enfado. Damián la cogió por los hombros, “Es Vicente, me temo que se va a meter en un lío muy gordo si no hago algo por detenerlo” Gloria lo miraba a los ojos con la cabeza inclinada hacia atrás, él era notoriamente más alto, “¿Qué clase de lío…?” preguntó asustada. Nunca le había agradado del todo Vicente, al que consideraba un irresponsable que solo vivía para sí mismo. Damián no podía hablarle de las locuras que había visto en el circo, por lo que solo le habló de “gente peligrosa” con la que podía tener muchos problemas, “Escucha, te prometo que esta será la última vez, luego de esto, me dedicaré al negocio y a la casa. Te lo juro…” Aquello estaba lejos de ser alentador para su mujer, “Y esa gente, ¿puede matarte?” Le preguntó con verdadera angustia en los ojos, Damián no estaba completamente seguro de esa respuesta, dudó, y esa duda lo delató, “No, claro que no, no pienses cosas así, sabes que sé cuidarme. Ahora ve donde tu hermana, yo volveré en unos días, te lo prometo” Afirmó, con una confianza endeble y fingida, Gloria lo miraba como un cachorrito al que se le abandona en la carretera, el hombre no tuvo más remedio que devolverse desde la puerta y abrazarla, “Te amo, por favor no lo olvides” luego de eso se fue. Aquella, lejos de tranquilizarla, fue la despedida más preocupante que pudiera recordar.

 

“¿Pero estás seguro, hombre? porque esto no suena más que a una jodida locura” Exclamaba con el rostro apretado de preocupación el sargento Leopoldo Jiménez, mientras su compañero, serio y marcial, le presentaba su permiso para ausentarse por varios días de su trabajo. El cabo Orlando Urrutia asintió sin dejarse conmover por su superior, él era hombre de una sola voz, de decisiones firmes, que una vez tomadas, eran llevadas hasta el final sin dar un solo paso atrás. Al sargento no le quedó de otra más que aceptarlo, aunque muy poco convencido, mal que mal, aquel no era hijo suyo. Urrutia salió en su pequeño automóvil, el cual había adquirido ese mismo año, y que le quedaba levemente estrecho para su prominente porte y se dirigió hacia el pueblo que le habían señalado. Menos de una hora después de partir, se topó con una furgoneta negra averiada a la orilla del camino, su propietario, un hombre joven que a pesar de vestirse bien parecía haber tenido un muy mal día, registraba afanado las entrañas del vehículo, aunque con más instinto que conocimientos, y al parecer con poca fortuna también. Urrutia se detuvo junto al desafortunado para ofrecer su ayuda, que era lo que debía hacerse en esos casos. El hombre confesó que no tenía ni idea de mecánica, siempre le pareció un trabajo sucio en el que prácticamente se vivía cubierto de mugre. Urrutia examinó el motor y sus componentes con seriedad profesional, tiró con suavidad de un cable, comprobó la firmeza de una manguera y luego asintiendo con gravedad, dictaminó su veredicto, “Se ve mal, ¿Ah?” Vicente Corona también asintió, aunque sin saber a qué se refería exactamente, “Y usted, no es de por aquí” Afirmó Urrutia, conociendo muy bien a las gentes de los alrededores, Vicente negó. El problema era que por esos lugares, no encontrarían a ningún mecánico, “…la reina aquí, sigue siendo la carreta tirada por caballos, y a estos aparatos, nadie los sabe tratar” Explicó Orlando, invitando a su nuevo amigo a subirse a su auto para llevarlo a algún sitio, que era lo único que podía hacer. “Busco un circo que, según me han dicho, es sencillamente espectacular” respondió Vicente, cuando Urrutia le preguntó hacia donde se dirigía, este lo miró como si le hubiese dicho una revelación mística, “Sí, sí que es espectacular…” Aseguró el cabo, con los ojos llenos de convicción. Eso era lo que el fotógrafo esperaba, que aquel hombre supiera al menos de qué circo estaba hablando, “Yo también lo busco” confesó luego Urrutia, con tono de complicidad, pero cuando Corona preguntó para qué, Orlando se volvió quisquilloso en seguida, “Eso es asunto mío…” le respondió cortante, sin dejar espacio a más preguntas. La cuestión, era que Urrutia tenía una pista, una información para poder dar con el mentado circo de Cornelio Morris, y era que, como cualquier cosa que medio salga de lo normal en estos pueblos de vida tranquila, la noticia del incendio y la supuesta lluvia milagrosa, se había propagado como las pulgas en verano, por todas partes y tal incendio se había provocado en un circo que sin duda, no podía ser otro que el que ellos buscaban. Vicente solo cogió su bolso con ropa y dinero y el combustible que cargaba, y el resto lo abandonó junto con su furgoneta, la que no corría más peligro que el del mismo ambiente, porque, y el cabo Urrutia lo sabía mejor que nadie, en estos pueblos lo máximo que se podían robar era una gallina de vez en cuando o un par de membrillos de los que cría la gente en los cercos, “…de seguro que cuando vuelva, la encuentra igualita” Afirmó.

 

Según el mapa, el lugar del incendio estaba a menos de un día, aunque también había que considerar las condiciones del camino, sobre todo el de los interiores, los cuales podían ser traicioneros, sin embargo, con algo de suerte, podían dar con el circo antes de que este se moviera.


León Faras.

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