LIX.
Gloria
era una mujer de treinta años, casada hace seis con Damián Corona con el que nunca había conseguido tener hijos, lo que la hacía sentir cierta culpabilidad y
apagaba aún más su reducida personalidad. Su marido, era poco el tiempo que
pasaba en casa, aunque, al menos le quedaba el consuelo de tener cerca a su
familia: su hermana y sus sobrinos por un lado y su madre y una tía por otro, a
las que visitaba constantemente para no pasarse la vida sola. Aquel día, Damián
llegó a casa apenas pasado el mediodía, lo que era completamente inusual, tanto
que su mujer se espantó un poco, pues no le había dicho nada y ella nada tenía
preparado, “Pero, Cariño, ¿por qué no me avisaste que venías? hubiera preparado
algo de comer” Le dijo con la ternura que siempre tenía para él y para todo el
mundo, probablemente surgida de su maternidad frustrada, él le respondió que no
se preocupara, mientras recogía algo de ropa y la metía en una maleta, “¿Vas
donde tu hermana?” le preguntó, al verla arreglada para salir, la mujer
asintió, de hecho, estaba a punto de salir cuando fue sorprendida por su marido,
“¿Piensas irte otra vez? Pero si acabas de llegar hace apenas unos días” le
reprochó su mujer con un tono muy, muy leve de enfado. Damián la cogió por los
hombros, “Es Vicente, me temo que se va a meter en un lío muy gordo si no hago
algo por detenerlo” Gloria lo miraba a los ojos con la cabeza inclinada hacia
atrás, él era notoriamente más alto, “¿Qué clase de lío…?” preguntó asustada.
Nunca le había agradado del todo Vicente, al que consideraba un irresponsable
que solo vivía para sí mismo. Damián no podía hablarle de las locuras que había
visto en el circo, por lo que solo le habló de “gente peligrosa” con la que
podía tener muchos problemas, “Escucha, te prometo que esta será la última vez,
luego de esto, me dedicaré al negocio y a la casa. Te lo juro…” Aquello estaba
lejos de ser alentador para su mujer, “Y esa gente, ¿puede matarte?” Le
preguntó con verdadera angustia en los ojos, Damián no estaba completamente
seguro de esa respuesta, dudó, y esa duda lo delató, “No, claro que no, no
pienses cosas así, sabes que sé cuidarme. Ahora ve donde tu hermana, yo volveré
en unos días, te lo prometo” Afirmó, con una confianza endeble y fingida,
Gloria lo miraba como un cachorrito al que se le abandona en la carretera, el
hombre no tuvo más remedio que devolverse desde la puerta y abrazarla, “Te amo,
por favor no lo olvides” luego de eso se fue. Aquella, lejos de tranquilizarla,
fue la despedida más preocupante que pudiera recordar.
“¿Pero
estás seguro, hombre? porque esto no suena más que a una jodida locura”
Exclamaba con el rostro apretado de preocupación el sargento Leopoldo Jiménez,
mientras su compañero, serio y marcial, le presentaba su permiso para
ausentarse por varios días de su trabajo. El cabo Orlando Urrutia asintió sin
dejarse conmover por su superior, él era hombre de una sola voz, de decisiones
firmes, que una vez tomadas, eran llevadas hasta el final sin dar un solo paso
atrás. Al sargento no le quedó de otra más que aceptarlo, aunque muy poco
convencido, mal que mal, aquel no era hijo suyo. Urrutia salió en su pequeño
automóvil, el cual había adquirido ese mismo año, y que le quedaba levemente
estrecho para su prominente porte y se dirigió hacia el pueblo que le habían
señalado. Menos de una hora después de partir, se topó con una furgoneta negra averiada a
la orilla del camino, su propietario, un hombre joven que a pesar de vestirse
bien parecía haber tenido un muy mal día, registraba afanado las entrañas del
vehículo, aunque con más instinto que conocimientos, y al parecer con poca
fortuna también. Urrutia se detuvo junto al desafortunado para ofrecer su
ayuda, que era lo que debía hacerse en esos casos. El hombre confesó que no
tenía ni idea de mecánica, siempre le pareció un trabajo sucio en el que
prácticamente se vivía cubierto de mugre. Urrutia examinó el motor y sus
componentes con seriedad profesional, tiró con suavidad de un cable, comprobó
la firmeza de una manguera y luego asintiendo con gravedad, dictaminó su
veredicto, “Se ve mal, ¿Ah?” Vicente Corona también asintió, aunque sin saber a
qué se refería exactamente, “Y usted, no es de por aquí” Afirmó Urrutia,
conociendo muy bien a las gentes de los alrededores, Vicente negó. El problema
era que por esos lugares, no encontrarían a ningún mecánico, “…la reina aquí,
sigue siendo la carreta tirada por caballos, y a estos aparatos, nadie los sabe
tratar” Explicó Orlando, invitando a su nuevo amigo a subirse a su auto para
llevarlo a algún sitio, que era lo único que podía hacer. “Busco un circo que,
según me han dicho, es sencillamente espectacular” respondió Vicente, cuando
Urrutia le preguntó hacia donde se dirigía, este lo miró como si le hubiese
dicho una revelación mística, “Sí, sí que es espectacular…” Aseguró el cabo,
con los ojos llenos de convicción. Eso era lo que el fotógrafo esperaba, que
aquel hombre supiera al menos de qué circo estaba hablando, “Yo también lo
busco” confesó luego Urrutia, con tono de complicidad, pero cuando Corona
preguntó para qué, Orlando se volvió quisquilloso en seguida, “Eso es asunto
mío…” le respondió cortante, sin dejar espacio a más preguntas. La cuestión,
era que Urrutia tenía una pista, una información para poder dar con el mentado
circo de Cornelio Morris, y era que, como cualquier cosa que medio salga de lo
normal en estos pueblos de vida tranquila, la noticia del incendio y la
supuesta lluvia milagrosa, se había propagado como las pulgas en verano, por
todas partes y tal incendio se había provocado en un circo que sin duda, no
podía ser otro que el que ellos buscaban. Vicente solo cogió su bolso con ropa
y dinero y el combustible que cargaba, y el resto lo abandonó junto con su
furgoneta, la que no corría más peligro que el del mismo ambiente, porque, y el
cabo Urrutia lo sabía mejor que nadie, en estos pueblos lo máximo que se podían
robar era una gallina de vez en cuando o un par de membrillos de los que cría
la gente en los cercos, “…de seguro que cuando vuelva, la encuentra igualita” Afirmó.
Según
el mapa, el lugar del incendio estaba a menos de un día, aunque también había que
considerar las condiciones del camino, sobre todo el de los interiores, los cuales
podían ser traicioneros, sin embargo, con algo de suerte, podían dar con el circo
antes de que este se moviera.
León Faras.
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