LX.
Cornelio
Morris, no sabía si creer o no en la predicción de Sara, pero lo cierto era que
lo había cogido en un muy mal momento, pues, aunque no lo sabía con certeza,
sospechaba que su recuperación física, no sería tan fácil ni tan rápida y
también estaba consciente de que su sensacional empresa, hacía rato que solo se
mantenía, sin crecer como lo hacía en un comienzo. El dinero que almacenaba en
su baúl de madera y hierro, también parecía haber empezado a decaer, a pesar de
que sus atracciones eran cada vez más espectaculares y que los espectadores
jamás le fallaban, como si fuerzas misteriosas hubiesen hecho un agujero por el
que se le escapaba su fortuna y le impedía su crecimiento como una enfermedad,
sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse y a permitir que un mal augurio lo
arrastrara con él. Fuera cierta o no la habilidad de Sara, Cornelio no pensaba
desaprovecharla, y ordenó que movieran a Mustafá de su tienda con decoración de
brujería y misterio y que fuera acondicionada para que Sara la utilizara, para
leerle el futuro a las personas que visitaban el circo, pero antes, y al igual
que todas las atracciones en el circo, necesitaba un nombre que llamara la
atención, así fue como nació “Blanca Salomé, la Princesa del Misterio” Su
nombre más ingenioso hasta ese momento, y mandó a hacer un cartel con ese
nombre. Cuando Beatriz le informó a Sara que se preparara, porque tendría su
propia tienda para atender a los visitantes que quisieran conocer su futuro,
que de seguro serían docenas, la pobre mujer reaccionó espantada, como si lo
que le estaban proponiendo fuera una completa locura y una estupidez suicida, y
el nombre que le habían puesto le daba vergüenza de solo leerlo, con toda esa
pomposidad apabullante y ese título de princesa que en su vida se había
imaginado tener, le parecía sencillamente demasiado. Beatriz le respondió sin
conmoverse en lo más mínimo, que la decisión ya estaba tomada y que así sería,
Sara protestó, “¡Pero si yo no soy nada de eso! ¡Les juro que jamás en toda mi
vida he leído el futuro de nadie!” Insistía con testarudez, hasta que Ángel
Pardo, que estaba a su lado, la cogió por los hombros con sus manotas,
“Escucha, tú ves y entiendes cosas, que nadie más puede ver ¡Puedes hacerlo! Tú
solo lo miras y lo sabes, sin ningún esfuerzo, como cuando supiste lo del
incendio ¿recuerdas?” Sara lo miraba asustada, renuente. El gigante, en un
arrebato de inspiración, cogió un pequeño puñado de maníes que tenía cerca y
los arrojó al piso, “¿Puedes decir lo que ves ahí?” Preguntó, señalando al
suelo. La mujer los miró brevemente, y al momento abrió los ojos sorprendida,
como si una visión le hubiese golpeado los sentidos, luego miró a Pardo con
angustia, y negó con la cabeza, el gigante escudriñó sus ojos, “Viste algo,
¿verdad?” Su tono era suave y confiable, Sara asintió con timidez, “Pero no
quieres decir qué viste…” la mujer negó de forma apenas perceptible, Ángel
Pardo aceptó eso, “Está bien, no tienes que decirlo, pero sabes que puedes ver
el futuro en los demás y lo harás bien” Una vez que pareció estar un poco más
convencida, Beatriz le alcanzó un mazo de cartas, “Dice Cornelio que pruebes con esto” Luego se dirigió afuera,
donde Román y Horacio aún trabajaban en las reparaciones, “Y tú te encargarás
de ayudarla al principio” Le ordenó al enano, señalando a la mujer, Román se
opuso asqueado, “¡Qué? ¡Y por qué tengo que hacerlo yo?” protestó, Beatriz
tenía respuesta para eso, “Te librarás de Mustafá por unos días” El cambio de
actitud del enano fue drástico, “¡Cuenta con eso!” Respondió, mucho más
conforme.
Por
la noche, Beatriz le llevó una sopa de pollo a Cornelio, el mítico remedio para
reconfortar el cuerpo y un alimento que Cornelio no probaba hacía muchos años,
se la tomó con el ansia pasiva de los ancianos, eso dejaba en evidencia lo mal
que estaba, también el hecho de que la hubiese dejado a ella de manera oficial
como encargada del circo, hasta que él pudiera coger las riendas nuevamente,
debía estar muy mal para cederle ese puesto a alguien. La mujer solo le
respondió que él mismo estaría de vuelta organizando todo en muy poco tiempo,
pero en el fondo no se lo creía ninguno de los dos. Sofía se fumaba un
cigarrillo con desgano en la entrada de su tienda, más como un acto de
consagración de su repentina y joven madurez, que por verdadero aprecio al acto
en sí. Vio a su tía al regresar, su cara, era la del que ha visto algo tan malo
que no es fácil quitárselo de la mente, la muchacha no pudo evitar preguntarle
por la salud de Cornelio, “Se pondrá bien…” Respondió complaciente aquella, y
su respuesta fue tan liviana e insatisfactoria, como un trozo de espuma,
“¿Segura…?” Agregó Sofía, ofreciéndole el pitillo, Beatriz lo aceptó con agrado,
“Es como si hubiese envejecido veinte años en un solo día” “Sé lo que eso se
siente…” replicó Sofía en el acto, en un tono simpático, Beatriz sonrió
cansada. Sofía continuó, “…tú lo amas, ¿verdad?” La mujer le dio una última
calada a su cigarro y se lo devolvió, “Lo amé, más de lo que te imaginas, pero
también aprendí a temerle mucho, lo que queda ahora, supongo que es una extraña
mezcla de ambas cosas” Sofía asintió, dudando en hacer la siguiente pregunta,
pero sintiendo como se prolongaba demasiado el silencio, al final la hizo, “El
hijo que tuviste, ¿era de él?” Beatriz asintió en silencio, mirando al cielo
estrellado, luego comentó, “Apenas nos conocíamos hace menos de un año. No fue
ninguna noticia agradable de oír para él…” Eso no era nada extraño, eran
abundantes los hombres que se desentendían cuando su pareja se embarazaba, y
los mejunjes para abortar también eran frecuentes, aunque no siempre efectivos,
eso Sofía lo sabía, pero lo que le interesaba era otra cosa, “¿Cómo murió?”
Beatriz la miró largo a los ojos, como buscando el valor necesario para hablar,
al final, su vista cayó al suelo, “No sé si debas saberlo…” Sofía se pegó aún
más a ella para poder hablarle en un susurro, “Pero, tú quieres decirlo…” Los
ojos de Beatriz se inundaron hasta rebosar en un par de gordas lágrimas
cargadas con el recuerdo de su hijo. Resultaba extraño verla así, a la que
siempre era la más fuerte y segura. Beatriz se resistió una vez más, Sofía ya
no podía imaginar lo que había pasado con ese niño, “Oye, él era mi familia
también. Hasta hace unos días ni siquiera sabía que tuve un primo y ahora, solo
quiero saber qué pasó con él” Beatriz le echó un vistazo al campamento, las
fogatas estaban encendidas y los diferentes grupos reunidos, apenas se oían voces
o alguna risa aislada. Nadie circulaba por el campamento, “Prométeme que no se
lo dirás a nadie” le dijo Beatriz, sorbiéndose los mocos y secándose las
mejillas, Sofía apretó el ceño, pero asintió, entonces la mujer se lo dijo, “Todas
las cosas que has visto en este circo, y muchas otras que no viste, las maravillosas
y las no tan bonitas, todas provienen de un sacrificio que Cornelio hizo hace años…”
Sofía tenía una vaga idea de lo que aquello significaba, “¿Sacrificó a su propio
hijo…?” Preguntó con auténtico miedo en la cara, Beatriz se lo confirmó sin mover
un solo músculo.
León Faras.
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