LXIV.
Algunas
veces los demonios pueden juegan a tu favor y otras veces hasta los ángeles
pueden jugar en tu contra. Urrutia y Vicente, comenzaron muy bien su día,
durmieron cómodos en un cuarto arrendado en el pueblo, pudieron darse un baño,
se levantaron al alba y desayunaron una contundente ración de huevos fritos con
cebolla y pan caliente, luego salieron del pueblo, con las oportunas
indicaciones del dueño de casa para llegar a la ciudad sin problemas y las
bendiciones del resto de habitantes que a esa hora estaban allí, que no eran
muchos. La ciudad solo estaba a medio día a caballo, según les repitieron
varias veces y haciéndoles pensar que el vehículo tardaría bastante menos, lo
que no les dijeron, fue que con el caballo podían atravesar el monte por un
angosto sendero abierto entre la dura vegetación sin problemas, pero con un
coche, el monte debía ser rodeado sí o sí, lo que emparejaba los tiempos,
tampoco les hablaron que ese camino los obligaba a cruzar un río, que aunque
ancho, era de muy poco caudal en esa época del año, poco menos que una anécdota
para una carreta con su caballo, pero un grueso escollo para el minúsculo
automóvil para soltero de Orlando Urrutia que apenas se despegaba del piso, y
que se detuvo agobiado ante la adversidad a apenas dos metros de la orilla. Lo
bueno, era que el peso del vehículo les permitió empujarlo, lo malo es que
debieron esperar más de una hora para que algunas piezas botaran el agua que
habían tragado y se secaran. Cuando por fin lograron que arrancara el motor, ya
habían pasado el medio día que se supone, requería el trayecto, y encima,
Urrutia era un hombre con una baja tolerancia a la frustración; ya no hablaba,
sujetaba el volante como si lo estuviera estrangulado y miraba el horizonte
como un bárbaro miraría a su peor enemigo, esa mala disposición solo podía
traer más cosas malas: un bache, solo uno en varios kilómetros de camino limpio,
que fue suficiente para hacer explotar un neumático delantero y arrojar el
vehiculito a la orilla del camino donde un grupo de cañas silvestres evitó que
se hicieran más daño. Orlando golpeó el volante con ambas manos para desahogar
su ira y luego de bajarse con un sonoro portazo, descargó un puntapié en el
neumático roto, sumado a un buen puñado de insultos arrojados al viento, que
hace rato traía atragantados. Vicente solo se rascaba la cabeza y se sobaba la
cara como si hubiese recibido una bofetada doble, consciente de que llevaban
una gran nube negra sobre sus cabezas, contra la que solo se podía luchar
apaciguando los ánimos y actuando con calma, así se lo hizo ver a su compañero,
pero este parecía estar a punto de golpearlo de pura rabia, el problema era
que, aunque el vehículo contaba con su rueda de repuesto, no tenía el gato
necesario para elevar la máquina, “Cuando compré el automóvil, me dijeron que
debía conseguir el gato. Se supone que lo iba a comprar lo antes posible, pero
nunca lo hice…” Se excusó Urrutia, furioso consigo mismo. Vicente se dejó caer
al suelo, vencido, apoyó la espalda en el auto y encendió un cigarro. A veces
es prudente rendirse… le había dicho una vez su padre, detenerse y considerar
otras opciones, “¿Es importante encontrar ese circo para ti?” le preguntó,
mirándolo de soslayo, Urrutia asintió con los dientes apretados, “¿y para ti?”
le preguntó de vuelta, Vicente soltó el humo de su cigarro, pensativo “No lo
sé…” confesó con un poco de vergüenza, como si le estuviera confesando a su
hermano que estaba cansado, que temía quedarse sin dinero y que el tiempo le
estaba quitando el interés por el paradero de Perdiguero, lo que también lo
hacía sentirse un poco mal, “…tal vez estoy llegando demasiado lejos” Agregó.
Urrutia forzó una sonrisa dentro de todo el mal humor con el que cargaba, “¿Te
vas a arrepentir y rendir ahora que estamos a solo unos kilómetros de llegar?”
Vicente puso cara de incredulidad. El cabo se acuclilló frente a su derrotado
compañero, “No sé por qué estás buscando el circo, ni me interesa, pero si has
llegado hasta aquí, es porque esa razón te importaba. Solo hemos tenido un mal
día, ¡Golpea algo, maldice al cielo y luego sigue con lo tuyo!” Después se puso
de pie observando a su alrededor, “buscaré un leño, una rama gruesa o algo para
levantar el coche” dijo, con su ira completamente superada. Al cabo de media
hora de buen esfuerzo, y gracias a la potencia física del cabo Urrutia, ya
tenían cambiada la rueda y estaban listos para continuar, cuando este último se
dio cuenta de que no tenía las llaves, en todo su ataque de ira y frustración,
no sabía dónde las había dejado y se registraba los bolsillos una y otra vez
con desesperación, pero solo fue una falsa alarma, porque no tardaron en notar
que las llaves aún estaban puestas en el contacto del vehículo y pudieron irse.
Ya
eran las primeras horas del ocaso, cuando entraron en la pequeña ciudad que les
habían indicado. No estaban seguros de si aquel era el lugar correcto, pero
había algo bastante claro que les hacía sospechar que sí: el lugar lucía
desierto como una ciudad fantasma, “¿Hacia dónde?” Preguntó Urrutia, observando
en todas direcciones, Vicente hacía lo mismo por su lado, “No lo sé, sigue por
ahí…” Respondió, señalando la misma dirección que ya seguían, mientras el coche
avanzaba lento y prudente, como quien se adentra en territorio enemigo.
Debieron detenerse bruscamente, cuando unos niños se cruzaron frente a ellos
jugando y riendo divertidos, tras ellos venían más niños, y luego de ellos una
multitud como para llenar una pequeña ciudad, esa ciudad. Ese efecto de vaciar
un pueblo completo solo lo podía producir el circo de Cornelio Morris, ambos lo
sabían, pero aun así preguntaron a un grupo de ancianas que caminaban en
bloque, sujetas unas a otras, las señoras se quedaron mirando el coche como si
fuera una aberración a la que se le debía temer, solo porque el bicharraco ese
era capaz de moverse sin que nada tirara de él, pero luego respondieron con
amabilidad a los jóvenes que viajaban dentro, “…sí, sí, un espectáculo
maravilloso” dijo una, “…a mis años, nunca creí ver algo así” comentó la otra,
“…casi nos da un patatús cuando esa niña con alas echó a volar” afirmó una
tercera, entonces Urrutia las interrumpió, “¿Dónde está?” exclamó ansioso. Las
veteranas les indicaron la dirección que ellas habían recorrido, pero esa
dirección no les serviría con el vehículo, por lo que debían dirigirse “…hasta
al extremo de la ciudad y cortar por los sembradíos de uvas hasta el álamo
viejo, desde donde…” Vicente no quiso oír más, y se bajó del auto, “Muchas
gracias señoras, iremos a pie” les dijo con galantería y empezó a caminar sin
mirar si Urrutia le seguía, “¡Pero el circo ya se va!” Le gritó una de las
viejas, con increíble fuerza para el aspecto frágil que tenía, entonces ambos
hombres echaron a correr. Efectivamente, el campamento no era más que un montón
de bultos cosechados y atados como haces de alfalfa que los trabajadores
cargaban sin apuro. Ambos se detuvieron devorando oxígeno para recuperarse de la
carrera, mientras intentaban ansiosos ver lo que buscaban. Una muchacha que
ajustaba algo en las tripas de uno de los camiones, se les acercó al reconocer
a uno de ellos, “Creí que ya no te volvería a ver…” le dijo amistosa, Vicente
no le respondió igual, “Quiero verlo, necesito saber si es él” Sofía comprendió
el asunto, “No puedes, ya está empacado” Respondió con sequedad, Vicente quiso
insistir, pero la muchacha lo detuvo una vez más, “Olvídalo, no te lo
permitirán, y si te pones molesto, te sacarán a patadas. Son buenos muchachos,
pero algo brutos…” Comentó la chica. Vicente comenzaba a desesperarse, “Pero no
puedo continuar siguiendo este circo por todas partes, al menos dime a dónde se
dirigen…” Urrutia solo miraba, un poco a ellos y el resto al circo que se reducía rápidamente a dos camiones sin poder siquiera ver lo que deseaba. La muchacha negó con
gesto de lástima, en verdad no lo sabía, nunca antes había estado en ese lugar
y jamás usaban mapas, pero recordó algo que le habían dicho los hermanos Monje
“Mira, solo sé que nos dirigimos a Valle Verde, si te sirve, puedes
encontrarnos allá…” Eso estaba más o menos lejos, pero irían deteniéndose en
cada pueblo como siempre lo hacían. El circo ya estaba listo para irse, cuando
llegó Beatriz junto a Sofía para preguntarle qué ocurría, la chica mintió a medias,
“Estos señores solo querían ver el circo, pero les dije que ya nos vamos” Luego
de eso se fue con su tía, Urrutia pensó en el acto en ir por el automóvil para
seguir los camiones, pero Vicente lo detuvo, “No puedes seguir a este circo”
dijo aquello con tonito de sabelotodo, Orlando estaba seguro de que sí, pero
Vicente lo sujetó del brazo y lo arrastró con la autoridad del que sabe hasta
detrás de unos arbustos, en el momento justo en que los motores se ponían en
marcha, “Mira…” le dijo con una mezcla de suficiencia y derrota anticipada, Urrutia
miró, y tan espantado como desolado, vio los enormes camiones desvanecerse en
el aire ante sus propias narices, “Ya te lo dije… no puedes seguir a este circo” Repitió
Vicente, mientras caminaba hacia el vehículo con toda calma, como si aquello hubiese
sido lo más normal del mundo.
En
ese mismo momento, Damián detenía su coche junto a la furgoneta negra de ambos.
León Faras.
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