miércoles, 10 de febrero de 2021

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

 

LXIV.

 

Algunas veces los demonios pueden juegan a tu favor y otras veces hasta los ángeles pueden jugar en tu contra. Urrutia y Vicente, comenzaron muy bien su día, durmieron cómodos en un cuarto arrendado en el pueblo, pudieron darse un baño, se levantaron al alba y desayunaron una contundente ración de huevos fritos con cebolla y pan caliente, luego salieron del pueblo, con las oportunas indicaciones del dueño de casa para llegar a la ciudad sin problemas y las bendiciones del resto de habitantes que a esa hora estaban allí, que no eran muchos. La ciudad solo estaba a medio día a caballo, según les repitieron varias veces y haciéndoles pensar que el vehículo tardaría bastante menos, lo que no les dijeron, fue que con el caballo podían atravesar el monte por un angosto sendero abierto entre la dura vegetación sin problemas, pero con un coche, el monte debía ser rodeado sí o sí, lo que emparejaba los tiempos, tampoco les hablaron que ese camino los obligaba a cruzar un río, que aunque ancho, era de muy poco caudal en esa época del año, poco menos que una anécdota para una carreta con su caballo, pero un grueso escollo para el minúsculo automóvil para soltero de Orlando Urrutia que apenas se despegaba del piso, y que se detuvo agobiado ante la adversidad a apenas dos metros de la orilla. Lo bueno, era que el peso del vehículo les permitió empujarlo, lo malo es que debieron esperar más de una hora para que algunas piezas botaran el agua que habían tragado y se secaran. Cuando por fin lograron que arrancara el motor, ya habían pasado el medio día que se supone, requería el trayecto, y encima, Urrutia era un hombre con una baja tolerancia a la frustración; ya no hablaba, sujetaba el volante como si lo estuviera estrangulado y miraba el horizonte como un bárbaro miraría a su peor enemigo, esa mala disposición solo podía traer más cosas malas: un bache, solo uno en varios kilómetros de camino limpio, que fue suficiente para hacer explotar un neumático delantero y arrojar el vehiculito a la orilla del camino donde un grupo de cañas silvestres evitó que se hicieran más daño. Orlando golpeó el volante con ambas manos para desahogar su ira y luego de bajarse con un sonoro portazo, descargó un puntapié en el neumático roto, sumado a un buen puñado de insultos arrojados al viento, que hace rato traía atragantados. Vicente solo se rascaba la cabeza y se sobaba la cara como si hubiese recibido una bofetada doble, consciente de que llevaban una gran nube negra sobre sus cabezas, contra la que solo se podía luchar apaciguando los ánimos y actuando con calma, así se lo hizo ver a su compañero, pero este parecía estar a punto de golpearlo de pura rabia, el problema era que, aunque el vehículo contaba con su rueda de repuesto, no tenía el gato necesario para elevar la máquina, “Cuando compré el automóvil, me dijeron que debía conseguir el gato. Se supone que lo iba a comprar lo antes posible, pero nunca lo hice…” Se excusó Urrutia, furioso consigo mismo. Vicente se dejó caer al suelo, vencido, apoyó la espalda en el auto y encendió un cigarro. A veces es prudente rendirse… le había dicho una vez su padre, detenerse y considerar otras opciones, “¿Es importante encontrar ese circo para ti?” le preguntó, mirándolo de soslayo, Urrutia asintió con los dientes apretados, “¿y para ti?” le preguntó de vuelta, Vicente soltó el humo de su cigarro, pensativo “No lo sé…” confesó con un poco de vergüenza, como si le estuviera confesando a su hermano que estaba cansado, que temía quedarse sin dinero y que el tiempo le estaba quitando el interés por el paradero de Perdiguero, lo que también lo hacía sentirse un poco mal, “…tal vez estoy llegando demasiado lejos” Agregó. Urrutia forzó una sonrisa dentro de todo el mal humor con el que cargaba, “¿Te vas a arrepentir y rendir ahora que estamos a solo unos kilómetros de llegar?” Vicente puso cara de incredulidad. El cabo se acuclilló frente a su derrotado compañero, “No sé por qué estás buscando el circo, ni me interesa, pero si has llegado hasta aquí, es porque esa razón te importaba. Solo hemos tenido un mal día, ¡Golpea algo, maldice al cielo y luego sigue con lo tuyo!” Después se puso de pie observando a su alrededor, “buscaré un leño, una rama gruesa o algo para levantar el coche” dijo, con su ira completamente superada. Al cabo de media hora de buen esfuerzo, y gracias a la potencia física del cabo Urrutia, ya tenían cambiada la rueda y estaban listos para continuar, cuando este último se dio cuenta de que no tenía las llaves, en todo su ataque de ira y frustración, no sabía dónde las había dejado y se registraba los bolsillos una y otra vez con desesperación, pero solo fue una falsa alarma, porque no tardaron en notar que las llaves aún estaban puestas en el contacto del vehículo y pudieron irse.

 

Ya eran las primeras horas del ocaso, cuando entraron en la pequeña ciudad que les habían indicado. No estaban seguros de si aquel era el lugar correcto, pero había algo bastante claro que les hacía sospechar que sí: el lugar lucía desierto como una ciudad fantasma, “¿Hacia dónde?” Preguntó Urrutia, observando en todas direcciones, Vicente hacía lo mismo por su lado, “No lo sé, sigue por ahí…” Respondió, señalando la misma dirección que ya seguían, mientras el coche avanzaba lento y prudente, como quien se adentra en territorio enemigo. Debieron detenerse bruscamente, cuando unos niños se cruzaron frente a ellos jugando y riendo divertidos, tras ellos venían más niños, y luego de ellos una multitud como para llenar una pequeña ciudad, esa ciudad. Ese efecto de vaciar un pueblo completo solo lo podía producir el circo de Cornelio Morris, ambos lo sabían, pero aun así preguntaron a un grupo de ancianas que caminaban en bloque, sujetas unas a otras, las señoras se quedaron mirando el coche como si fuera una aberración a la que se le debía temer, solo porque el bicharraco ese era capaz de moverse sin que nada tirara de él, pero luego respondieron con amabilidad a los jóvenes que viajaban dentro, “…sí, sí, un espectáculo maravilloso” dijo una, “…a mis años, nunca creí ver algo así” comentó la otra, “…casi nos da un patatús cuando esa niña con alas echó a volar” afirmó una tercera, entonces Urrutia las interrumpió, “¿Dónde está?” exclamó ansioso. Las veteranas les indicaron la dirección que ellas habían recorrido, pero esa dirección no les serviría con el vehículo, por lo que debían dirigirse “…hasta al extremo de la ciudad y cortar por los sembradíos de uvas hasta el álamo viejo, desde donde…” Vicente no quiso oír más, y se bajó del auto, “Muchas gracias señoras, iremos a pie” les dijo con galantería y empezó a caminar sin mirar si Urrutia le seguía, “¡Pero el circo ya se va!” Le gritó una de las viejas, con increíble fuerza para el aspecto frágil que tenía, entonces ambos hombres echaron a correr. Efectivamente, el campamento no era más que un montón de bultos cosechados y atados como haces de alfalfa que los trabajadores cargaban sin apuro. Ambos se detuvieron devorando oxígeno para recuperarse de la carrera, mientras intentaban ansiosos ver lo que buscaban. Una muchacha que ajustaba algo en las tripas de uno de los camiones, se les acercó al reconocer a uno de ellos, “Creí que ya no te volvería a ver…” le dijo amistosa, Vicente no le respondió igual, “Quiero verlo, necesito saber si es él” Sofía comprendió el asunto, “No puedes, ya está empacado” Respondió con sequedad, Vicente quiso insistir, pero la muchacha lo detuvo una vez más, “Olvídalo, no te lo permitirán, y si te pones molesto, te sacarán a patadas. Son buenos muchachos, pero algo brutos…” Comentó la chica. Vicente comenzaba a desesperarse, “Pero no puedo continuar siguiendo este circo por todas partes, al menos dime a dónde se dirigen…” Urrutia solo miraba, un poco a ellos y el resto al circo que se reducía rápidamente a dos camiones sin poder siquiera ver lo que deseaba. La muchacha negó con gesto de lástima, en verdad no lo sabía, nunca antes había estado en ese lugar y jamás usaban mapas, pero recordó algo que le habían dicho los hermanos Monje “Mira, solo sé que nos dirigimos a Valle Verde, si te sirve, puedes encontrarnos allá…” Eso estaba más o menos lejos, pero irían deteniéndose en cada pueblo como siempre lo hacían. El circo ya estaba listo para irse, cuando llegó Beatriz junto a Sofía para preguntarle qué ocurría, la chica mintió a medias, “Estos señores solo querían ver el circo, pero les dije que ya nos vamos” Luego de eso se fue con su tía, Urrutia pensó en el acto en ir por el automóvil para seguir los camiones, pero Vicente lo detuvo, “No puedes seguir a este circo” dijo aquello con tonito de sabelotodo, Orlando estaba seguro de que sí, pero Vicente lo sujetó del brazo y lo arrastró con la autoridad del que sabe hasta detrás de unos arbustos, en el momento justo en que los motores se ponían en marcha, “Mira…” le dijo con una mezcla de suficiencia y derrota anticipada, Urrutia miró, y tan espantado como desolado, vio los enormes camiones desvanecerse en el aire ante sus propias narices, “Ya te lo dije… no puedes seguir a este circo” Repitió Vicente, mientras caminaba hacia el vehículo con toda calma, como si aquello hubiese sido lo más normal del mundo.

 

En ese mismo momento, Damián detenía su coche junto a la furgoneta negra de ambos.


León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario