sábado, 1 de mayo de 2021

Del otro lado.

 

XXXVIII.

 

Julieta jamás en toda su vida, ni después de esta, había oído algo de aquellos Escoltas ni de su atemorizante reputación de verdugos implacables, a su lado, Gastón Huerta había oído de ellos hacía muy poco tiempo, cuando ya llevaba más años de muerto que los que vivió, aunque por supuesto, nunca había visto uno, de hecho, nadie veía un Escolta que no fuera su propio ejecutor. Alan describía un grave problema, la completa ausencia de ideas para deshacerse de tal cosa y cómo el tiempo se agotaba sin que nada pudiera hacerse. La chica desaparecería del universo en el mejor de los casos o quién sabe qué espantoso destino les aguardaba a los desdichados que eran devorados por un Escolta en el peor, “Un ángel… ¿cómo diablos se invoca un ángel?” Se preguntó Huerta mirando al piso, “Supongo que rezando mucho” Sugirió Julieta, sin ánimo de sonar graciosa, Alan suspiró, realmente no tenían ni la más remota idea, luego de eso echó a caminar sin despedirse, solo dijo que iría a ver a alguien. Ese alguien era un viejo al que llamaban Jeremías, aunque ese no era su verdadero nombre, tenía la barba y la cabellera larga y rojiza, como cuando el pelo ha recibido demasiado sol, la ropa harapienta, los pies descalzos y varios dientes menos, absolutamente todo el aspecto de algún profeta cualquiera. Desde que Alan lo conocía, vivía en completa oscuridad en el fondo de un antiguo túnel destinado a evacuar las aguas lluvia de la ciudad, aunque cada vez se usaba menos para eso y más para acumular desperdicios. Era un ermitaño auto-exiliado que disfrutaba de la soledad y el silencio, dotado de una notable inteligencia natural que le daba la habilidad de dar buenos consejos, mientras no se le fastidiara muy a menudo. Alan lo había visto un par de veces mientras él aún estaba vivo, siempre solo, siempre en silencio y jamás pidiendo nada a nadie y se sorprendió mucho cuando lo volvió a ver después de muerto, prácticamente igual que como lo recordaba, solo entonces comprendió que aquel hombre debía estar muerto también hace mucho tiempo, sin embargo, cuando tuvo la oportunidad de preguntárselo, el viejo lo miró como si se tratara de la idea más absurda que jamás había oído, “¿Acaso te parezco un muerto?” Alan no supo qué responder en ese momento, pero lo cierto era, y según se enteró mucho después, que el abuelo había salido un día de su agujero dejando su cuerpo sin vida dentro de la más negra oscuridad sin darse ni cuenta siquiera, y siguió recorriendo su mundo en silencio sin echarle de menos a nadie ni que nadie le echara de menos a él. El cadáver había sido hallado una semana después cuando el mal olor se hizo evidente, hedor que por supuesto, el viejo nunca sintió. Era frustrante saber que Jeremías seguía negando su propia muerte a pesar de no poder decir con certeza cuántos años tenía, y triste conocer las razones por las que había elegido ese estilo de vida, que no era otro que la pérdida del amor, un amor largamente esperado, alcanzado, disfrutado y perdido. Por supuesto, jamás le había conversado ni a Alan ni a nadie mucho sobre su vida, y todo lo que este sabía era lo que había podido deducir con retazos de innumerables charlas con el viejo, cuando este se lo permitía.

 

“Cada vez que vienes a verme, es porque tienes un problema” Dijo el viejo cuando Alan se asomó dentro de su cueva artificial, “Sí, lo sé, pero esta vez es diferente…” se justificó este último, mientras Jeremías lo miraba tratando de adivinar qué tan diferente era eso. Alan le explicó de la mejor manera posible la complicada situación de Laura y el aterrador monstruo que le esperaba para devorarla, el viejo le escuchó inexpresivo, inmóvil, cuando el relato terminó, Jeremías lo meditó algunos segundos, “Tú no te imaginarías la cantidad de cosas que he visto en mi vida, incluso hombres muertos que parecen tan vivos como tú o como yo…” Alan no dijo nada ante ese comentario, o su conversación acabaría antes de lo debido. Jeremías continuó, “…como también hombres vivos que parecen muertos, pero nunca he visto ni oído nada parecido a lo que mencionas, ¿dices que es indestructible?” Alan pensó en las opciones que le había dado Olivia y asintió con resignación, “Al parecer, sí.” El viejo lo desestimó con un gesto de su cara, “No hay nada en todo el universo que tenga el poder de destruir y que no pueda ser destruido, una cosa tiene que venir con la otra… es una ley.” Afirmó Jeremías, con la convicción de un erudito, Alan aceptó la respuesta como válida, pero poco útil y endeble, “Hay fuerzas de la naturaleza que no pueden ser destruidas… vamos, ni siquiera detenidas” Jeremías mostró las palmas de sus viejas y muy blancas manos, “Tú hablas del hombre, pero hasta la ola más poderosa del mar se anula si choca contra otra igual, o el terremoto más devastador quedaría en nada si la tierra decidiera jalar en sentido contrario” Alan no lucía convencido, el viejo agregó, “Si vas a enfrentar a un hombre contra esa cosa, estás perdido, debes conseguir uno de esos monstruos que esté dispuesto a ayudarte… a ayudarla a ella” Concluyó Jeremías, como si aquello fuese tan fácil como obvio, Alan seguía sin tener nada, “¿Un ángel?” Sugirió sin más ideas, el viejo lo miró como asustado, “¿Conoces a uno?” El otro negó con la cabeza, Jeremías se mostró desilusionado, “Yo sí conocí uno, hace muchos años…” Se quedó unos segundos regodeándose en algún recuerdo, luego continuó, “Pero no, no hablo de un ángel del Señor, yo hablo de un ángel de los hombres” Alan ya no tenía ni idea de qué decir, Jeremías volvió a apoyar la cabeza en la pared y los brazos en las rodillas como estaba cuando Alan llegó, “Solo digo que si el hombre pudo crear a ese monstruo, el hombre debe ser capaz de destruirlo también” Concluyó.

 

Alan caminó de vuelta con las manos en los bolsillos y la vista en el suelo, la verdad era que la conversación con Jeremías no le había dejado nada claro, siempre era de utilidad hablar con él, pero no había entendido qué podía hacer un hombre contra un ser que, según se decía, era capaz de crecer hasta perder su cabeza en las nubes y desde allí atacar como un rayo desintegrador de almas enviado desde el mismísimo cielo, implacable como la justicia de Dios e indestructible como el odio. Nadie había visto nunca a un Escolta y contado su historia, pero… eso era lo que se decía.


León Faras.

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