XLI.
Cuando
por fin comprobó que aquel rayo oscuro caído del cielo crecía sin parar, Laura
comenzó a angustiarse, no sabía qué era ni por qué estaba ahí, pero sí sabía
que con toda seguridad la alcanzaría tarde o temprano y no estaba tan segura de
que si eso era mejor o peor que la sombra siniestra que la acosaba desde el
otro lado de los reflejos. Decidió rápidamente que para empezar, llamaría la
atención causando un desastre en su inmaculada habitación de muerta, pero
cuando terminó de destripar su cuarto dejando todo regado por el piso, comprobó
con desilusión y un poco de fastidio, que a través del espejo, el sitio seguía
en perfecto orden sin que ella lo hubiese alterado en lo más mínimo con su
pataleta desesperada, entonces recordó que ella debía acceder al mundo de los
vivos a través del espejo, y cogió su pequeño espejo de bolsillo, pudiendo ver
con él la habitación en la que ella no existía y arrancar completamente un
cajón de su espacio en la cómoda, fue increíble, porque a través del diminuto
reflejo de su espejo, el cajón había salido volando por sí solo, como en una
película de terror con casas poseídas y cosas por el estilo. Laura se quedó
congelada ante tal demostración de poder fantasmagórico, porque antes había
roto una lámpara empujándola hasta hacerla caer del velador, pero esto había
sido completamente diferente, sintió que si ella o cualquier otra persona de su
ciudad, o de cualquier otra ciudad probablemente, hubiesen visto un cajón salir
disparado sin motivo alguno, sería razón suficiente para salir corriendo
espantado lo más rápido posible de allí, ella lo hubiese hecho sin dudarlo, de
no ser porque ella era la “fantasma enfurecida” en este caso. Le pareció una
buena idea que estuviera haciéndolo durante la madrugada, cuando el sueño de
los que amaba era más profundo. Quería llamar la atención, no matar a su madre
de un infarto por el susto. El espejo de bolsillo tenía la ventaja de que, en
caso de que la Sombra apareciera, no podía verse tan espantosa a través de un
objeto tan pequeño, además de que era fácil y rápido de manipular en caso de
que así fuera, a estas alturas, Laura ya
había cogido algo de valor, junto con la certeza de que su persecutor no podía
alcanzarla por más que lo deseara, mientras estuviera del otro lado, por lo que
comenzó a arrancar cajones, patear zapatos y a lanzar toda su ropa de cama al
suelo de un tirón, vaciando sus estanterías a manotazos, lo mismo que el
velador y la cómoda. Todo el mayor desastre con el menor ruido posible. La
habitación, vista a través del espejo, parecía una casa del terror poseída por espíritus
malignos, en la que todo volaba por los aires impulsado por manos invisibles.
Cuando terminó, satisfecha y sin muestras de cansancio, vio su retrato tirado
en el suelo, de toda su habitación, aquello era lo único que no le pertenecía,
a pesar de ser una foto suya, porque había sido añadido después de su muerte.
Decidió volverlo a su sitio, quedando como un solitario estandarte de pie, en
medio de un campo de batalla asolado por la guerra y la destrucción, serviría
para que su madre comprendiera que no estaba haciendo esto porque sí, aunque
era difícil que entendiera el porqué. Laura vio todo el desastre que causó y se
dio cuenta de que no estaba enviando ningún mensaje, más bien era una gran y
molesta anécdota para comentar con los vecinos y convencer a los escépticos de
que los fantasmas fastidiosos sí existen, y no era eso lo que quería. Tardó
casi un minuto completo en encontrar un lápiz labial dentro del caos de su
cuarto, y otro en decidir dónde era el mejor lugar para dejar su mensaje. Optó
por el espejo, solo porque era más fácil de limpiar, en el fondo, tampoco
quería fastidiar a su madre con inapropiados grafitis en las paredes, pero
cuando lo iba a hacer, se llevó una sorpresa que casi la deja bizca, porque usó
su pequeño espejo para mirar en el espejo grande de su habitación, y lo que vio
fue que su imagen se reflejaba en el grande, visto a través del pequeño, es
decir, al usar dos espejos, su imagen se hacía visible, ella podía verse, sin
embargo, dejó esa información para luego, porque la sombra estaba en ese
momento parada en un rincón de su habitación, oscura y siniestra, mirándola con
unos ojos que parecían los de una fiera acechante en la oscuridad, por lo que
se guardó el espejito en el bolsillo y cubriéndose el rostro con un brazo, como
quien se protege de una gran llamarada de fuego, comenzó a lanzar con el otro
rayas largas y violentas contra el cristal, como si se tratara de espadazos
contra un enemigo brutal, mientras se repetía en su cabeza una y otra vez, que
su aterrador perseguidor no podía alcanzarle, que todavía estaba a salvo. En
cuanto terminó de escribir su escueto mensaje, se pegó de espaldas a la pared,
protegiéndose así de la Sombra, a la que había podido ver más de cerca y con
ciertos detalles poco alentadores. Parecía verse más robusta, con garras largas
y afiladas que destacaban en la ambigüedad nubosa de su cuerpo y una especie de
vestimenta de niebla oscura que se desprendía a jirones de él, desapareciendo
como el humo, o eso le pareció a ella. Comprobó discretamente con su espejo
pequeño que su mensaje estuviese del otro lado, y luego observó por la ventana la
gran línea negra que dividía el cielo en dos, creciendo hasta hacerlo
desaparecer junto con todo lo demás y pensó que si pedía ayuda, debía al menos dar
alguna pista de por qué hacía lo que hacía, y al ver esa gran raya en el
horizonte, la imitó en el espejo de su cuarto.
En
los siguientes días, Laura notó con cierta curiosidad y recelo como su cuarto
seguía igual como ella lo había dejado, sin que hubiesen levantado ni siquiera
un calcetín del piso, como si se hubiesen olvidado completamente de ella o
cansado de sus berrinches metafísicos, no sabía ni siquiera si estaban tomando
en cuenta sus intentos de ponerse en contacto con ellos para que le ayudasen.
Engrosó la línea dibujada en el espejo y decidió que seguiría haciéndolo hasta
quedarse sin espacio, lo mismo que la línea de allá afuera que amenazaba con
dejarla a ella sin espacio en su mundo, sin embargo, no tardó en notar que no
se habían olvidado completamente de ella. Un día, en el que regresó a su cuarto
por la noche, se encontró con un extrañísimo aparato puesto sobre su cómoda,
parecía una grabadora, pero de las que se usaban hace un siglo, con enormes
rollos de cinta puestos en vertical y controles toscos de botones cuadrados y
perillas prominentes, a su lado, en cambio, había un aparatito como un teléfono
celular de pantalla pequeña y pobre en botones que no sabía muy bien que era,
Laura los miró de cerca y con desconfianza, luego los examinó con su espejo de
bolsillo pero no comprendió para qué estaban allí hasta el momento en que notó
que su retrato de muerta, estaba a un lado tendido bocabajo, lo regresó a su
posición con ayuda de su espejo y en ese momento ambos aparatos se encendieron
y pequeñas luces comenzaron a parpadear, los rollos de cinta se pusieron en
marcha y el pequeño teléfono celular escribió un mensaje en su pantalla que
decía “Grabando…” Laura se espantó un poco al principio, pero pronto comprendió
lo que sucedía, “¿Hola? ¿Pueden oírme?” Dijo junto al aparato, pero de inmediato
se miró a sí misma como a una tonta; los aparatos solo grababan audio, no la comunicaban
con nadie. Sospechó que aquel Alan estaría empleando todos sus recursos técnicos
con ella y su caso y quiso responder de la mejor forma, “¿Hola? ¡Tienen que ayudarme!
Mi mundo está siendo devorado por una oscuridad que no para de crecer y no sé qué
hacer…” Casi gritó, pero en cuanto pensaba decir algo más, los aparatos se detuvieron
por sí solos, tal y como se habían puesto en marcha. Laura tuvo la intención de
intervenirlos para que funcionasen, pero se contuvo, tal vez era mejor dejarlos
así, “Espero que estén bien…” susurró, y luego acercándose a la ventana, agregó,
“…y que de paso puedan echarme una mano con esto”
León Faras.
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