domingo, 29 de enero de 2023

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

XXXIV.



Váspoli ya era todo un soldado, con su pechera de hierro bruñido, su yelmo y su Pétalo de Laira al cinto, consumado en la batalla y con su primera cicatriz de combate real, de la que no podía presumir como quisiera porque la tenía en una nalga, pero eso no le restaba valor. Meneaba la cabeza de un lado al otro viendo como su antiguo colega, Demirel, se paseaba tan campante por todas partes con una gigantesca espada al hombro, similar a la de madera que usaba cuando ellos eran los Machacadores, con tablas de barril atadas al dorso simulando una armadura. Sonreía luciendo sus enormes incisivos, ahora coronados por un modesto bigote que crecía como musgo sobre una roca, pensando en que jamás creyó que el ejército aceptaría a su gordo amigo debido a su peso, pero al fin lo había logrado y de la mejor manera, y eso era de admirar, pues tenía que reconocer que no conocía a nadie que amara la carrera militar como él. Pero no estaba allí para admirar a Demirel, estaba allí para recibir al primer grupo de jóvenes rimorianos que venían a cumplir con su servicio militar obligatorio impuesto por el rey de Cízarin, al menos una centena de hombres de todas las edades entre los quince y los treinta, entre ellos, el joven Cal Desci y Aregel, hijo de Sinaro.



En Rimos, el rey Ovardo de los ojos muertos, como han empezado a llamarle, aún tiene que ser levantado, aseado y vestido como un muñeco de trapo por Neila, su criada, porque él es un muerto en vida, un hombre despojado de su voluntad y con el espíritu quebrado, que solo anhela vivir en sus sueños. En algunas ocasiones, mientras era acicalado por su sirvienta, se animaba a cogerle la mano y murmurar el nombre de su difunta esposa. Al principio Neila lo corregía, le recordaba que la princesa Delia estaba muerta y que ella solo era su criada, pero aquello, además de hundir moralmente aun más a su rey durante horas, no tenía efectos permanentes, pues pocos días después Ovardo, confundido en su permanente oscuridad, volvía a llamarla Delia esbozando una sonrisa de viejo, aunque aún no llegara a los treinta, buscando su mano para sujetarla y ella le respondía con una caricia y un tono dulce “Aquí estoy, amor mío” Lo que parecía reconfortarlo e inyectarle pequeñas dosis de vitalidad que solo ella podía apreciar porque ella era la única que se preocupaba realmente por él y la que siempre le acompañaba. Ovardo solo era un rey de nombre que no gobernaba nada, pues todas las órdenes reales venían de Cízarin ahora, así que a nadie le preocupaba en realidad que una sirvienta se hiciera pasar a veces por una princesa muerta y se metiera no solo en el corazón del rey, sino también en su cama, para reconfortar un poco a ese hombre destruido y miserable y de paso compartir con él algo del inmenso amor que ella tenía para dar.



Darlén, apenas se convenció de que había algo diferente con ella, empezó a visitar a Circe, la bruja, una vez a la semana, aunque no sin algo de recelo al principio y siempre a escondida de Janzo, pues este no entendería ni aprobaría lo que iba a hacer allí, pero para ello contaba con Gilda, quien estaba siempre dispuesta a respaldar todas sus pequeñas mentiras con tal de que no desperdiciara su potencial. La primera vez que fue allí sola, fue más o menos un año después de su primera visita. Se encontró con una chica muy bonita que canturreaba dulcemente mientras desmalezaba el huerto y cosechaba los tomates más rojos, gordos y saludables que Darlén hubiese visto nunca. Rayos de luz la bañaban y mariposas amarillas revoloteaban a su alrededor como polillas al rededor de una vela. Darlén iba a preguntar por la bruja, cuando tuvo la certeza de que sin duda estaba frente a ella, entonces un pájaro grande y pardo cantó fuerte al otro lado de la casa, aunque más que canto, sonó como un grito de advertencia, Darlén lo miró, el pájaro voló y cuando se volteó otra vez, la chica había desaparecido junto con sus tomates y sus mariposas, pero ahora, la puerta de la cabaña estaba ligeramente abierta invitándola a pasar, “Finalmente has venido… ¿por qué?” Preguntó Circe desde las sombras una vez la muchacha entró. Había vuelto a su aspecto caprino y la cesta de tomates lucía pesada en sus manos, “Tengo sueños en los que le ordeno a un árbol que se aparte y este se mueve a un lado, o le digo al lago que no me engulla y puedo caminar sobre él…” Confesó la chica, como si tales cosas le avergonzaran, “Y despiertas aterrada” Adivinó la bruja. Darlén preguntó quién se lo había dicho y Circe rio suavemente, “¿Qué clase de bruja sería si necesitara que me contaran todas las cosas?” “Eso es cierto…” Pensó la chica. “El poder puede provocar euforia o terror, ambos son muy malos, porque ambos se alejan del control y es eso lo que has venido a buscar, ¿no?” Darlén creía que sí, pero no estaba muy segura, “Supongo que sí… aunque en realidad he venido porque querría saber si usted podría ayudarme con…” “¿Comes carne?” Preguntó Circe, como ignorando completamente lo que la chica intentaba decir, y cuando la chica intentó responder, la bruja la volvió a interrumpir, “Debes dejar de comer carne, no es buena para personas como tú” Darlén se preguntó si tenía algo que ver el aspecto de cabra de la bruja con lo que comía, pero no insinuó nada, mejor quiso insistir en pedir la ayuda de la mujer, pero esta la volvió a interrumpir una vez más, “¡Ya lo sé! Todos quieren algo ¿verdad?” Darlén sentía que estaba ante una persona muy maleducada. Circe cogió algo de una repisa, un cristal sujeto con una cadena, Darlén creyó que era una especie de collar, pero la bruja la corrigió, “Es un péndulo…” Le dijo. La muchacha jamás había oído sobre tal cosa. La chica cogió el péndulo de una argolla en su extremo, y dejó el resto colgando, siguiendo las instrucciones de la bruja, “Cierra los ojos…” Le recomendó, pero al ver la duda de la muchacha en sus ojos, añadió, “Es sobre tu padre, ¿verdad? Eso es lo que quieres saber… Cierra los ojos” Darlén se dejó guiar, la voz de Circe era arrullante, “Siente como si esa cadena brotara desde dentro de ti, de lo más profundo. Muévela desde allí, no solo con tu mano. No intentes controlar nada, solo piensa en tu padre y déjate guiar…” Darlén seguía las instrucciones sin saber muy bien lo que estaba haciendo, pero casi en un estado de trance gracias a la poderosa voz de Circe. Ya se sentía totalmente ajena a la realidad, cuando una ligera descarga eléctrica le sacudió la mano y por instinto abrió los ojos. Sin saber cómo, estaba sentada en el suelo, sobre un paño que tenía dibujado cinco anillos con raros dibujos en cada uno; el péndulo se había detenido sobre uno de ellos. Circe la miraba inexpresiva, “Enhorabuena, tu padre sigue en el reino de los vivos” Dijo, luego le arrebató el péndulo de las manos, “Esto es mío, tú deberás conseguirte el tuyo.”


León Faras.

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