lunes, 3 de noviembre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

113.



Teté nunca había visitado a Dana en todos los años que llevaba viviendo en Cízarin por la sencilla razón de siempre proyectarse en su mente como un estorbo inoportuno que aparece sin aviso y en el peor momento; no importaba cuántas veces la importunaran a ella, ella no podía hacer lo mismo, pero le hizo caso a su hija porque quedarse sola en casa con toda esa angustia dentro era todavía peor. Lo inesperado para ella fue lo mucho que Dana se alegró de verla en aquel instante, como si ese momento fuera el más oportuno del mundo. La vieja Zaida estaba dando sus últimos suspiros de vida y solo ella y algunas empleadas la estaban acompañando, eso, hasta la llegada de un anciano con pinta de monje, tan viejo como ella o más, acompañado de otro más joven que no había dicho ni una sola palabra desde que llegó. “Parecen buenas personas, pero me dan miedo…” Confesó Dana, en un susurro, sujetando fuerte el brazo de Teté como si temiera que esta fuera a huir en cualquier momento. Y agregó: “¿Cómo sabían que la doña estaba a punto de finar hoy, eh?” Tete se olvidó de su angustia por un momento y adoptó la de su amiga. “¿Y de dónde vienen? ¿y cómo llegaron hasta aquí?” Cuchicheaban, entonces Dana llevó a su amiga a un lado a tomar un poco de té y picotear alguna cosa de la cocina. “El hombre dijo que venían de un lugar llamado Cefiralia, o algo así…” Teté nunca había escuchado tal nombre. Dana tampoco. “Ni idea, pero al parecer está bien lejos.” Explicó, abriendo grandes los ojos y chupeteando un poco de té caliente. Y continuó. “La señora no entendía nada, hasta que le dije que el hombre que la venía a ver se llamaba Gunta, entonces fue como si le estuviera hablando de un hermano o un hijo perdido hace mucho tiempo. ¡Vieras lo emocionada que se puso!… Gunta, qué nombre más raro ¿no?” Concluyó la mujer, y Teté asintió llevándose la taza a los labios. Entonces Dana quiso saber el motivo de la inesperada visita de su amiga, pero esta se sentía tan a gusto en ese momento con la conversación, y tan bien recibida, que sus angustias imaginarias le parecían de lo más inadecuadas en ese momento, por lo que solo se excusó diciendo que la habían dejado sola en casa y pensó en ir a verla.



Yan Vanyán viajaba con Lorina en su grupa abrazada a su cintura sonriente e ilusionada. Era media tarde y les faltaban solo un par de horas para llegar a Cízarin, por lo que decidieron detenerse, comer algo, estirar el cuerpo y darle un respiro a su caballo que no había parado desde el amanecer. En eso estaban, cuando Yan oyó algo, lejano, brumoso. Sus sentidos se dispararon, una corazonada ante el peligro lo hizo ponerse en alerta y entrar en modo coraza para ante todo proteger a su amada. Se ocultaron, el rumor era cada vez más fuerte hasta que una docena de caballos pasaron frente a ellos al galope, como si llevaran prisa. Al frente iba su hermana mayor, Elba, su padre, Cego y su hermano Bacho. Por alguna razón su hermano se le había adelantado y él creía saber el porqué. “Él siempre ha creído que debe asistirme y protegerme, desde niños incluso, pero esta vez el trabajo era mío y yo prometí que lo haría, sólo le pedí un día…” Pensó Yan, olvidándose por un momento de que Lorina estaba a su lado, pero cuando notó que pensaba en voz alta, una mala jugada de su mente que debía disimular cada vez que le ocurría, disimuló. “Él y nuestro padre no se llevan nada bien, debe de haber tenido una buena razón para hacerlo.” Se justificó, como si Lorina esperara o necesitara tal información. Descansaron cerca de una hora, acabaron su merienda y su bebida y cuando preparaban sus cosas para continuar su viaje, un nuevo tumulto aproximándose por el camino los puso en alerta una vez más. Esta vez eran mucho más que solo una docena de caballos, era todo el maldito ejército cizariano, con sus estúpidos trajes de metal que tanto le gustaban, seguidos de carros con sus ya famosos Tronadores y sus refuerzo rimorianos, armados con escudos y espadas marchando a paso ligero, casi trotando, a ese paso llegarían de madrugada, de seguro atacarían en las horas previas al amanecer, el momento más oscuro y silencioso de la noche, la hora en la que incluso los perros duermen profundamente, Yan lo sabía, pero cuando vio a Lorina, se dio cuenta de que ella también podía notarlo. “Musso tenía razón.” Murmuró ella, ante la mirada de inquietud de Yan.



Brelio no contaba ni con un sucio bastón para defenderse, era lejos el más joven del grupo y además, todos en la carreta en la que viajaba, parecían tener lazos ya formados desde antes, mientras que a él lo ignoraban como al perro que espera los restos mientras ellos comen. Habían tomado el sendero que iba a Confín hasta la bifurcación que los llevaría a Cízarin, era el camino más largo, pero como grupo insurgente en plena acción, debían mantenerse alejados de los caminos principales. “Toma esto y no lo pierdas…” Le dijo Ren, quien viajaba delante junto al conductor. Brelio lo tomó, era un cuchillo grande y pesado que perfectamente podía usarse tanto para despejar un campo de maleza, como para descuartizar un animal grande. “Actuaremos justo antes del amanecer, el momento más oscuro y silencioso de la noche.” Le informó el hombre, Brelio asintió. “¿Cuándo sabré lo que tengo que hacer?” Preguntó el chico, más por hacer algo de conversación que por real curiosidad, pero a Ren no le gustó nada su osadía. “¿Acaso ya te crees jefe? Los jefes saben qué se debe hacer… tú solo obedeces.” Brelio bajó la mirada, como quién prefiere no meterse en líos gratuitamente, pero entonces el otro reconsideró su postura agresiva, recordando que el chico apenas se había unido a ellos esa misma tarde y trató de sonreír. “Oye, no te lo tomes tan grave. Yo a veces habló así y pongo mala cara porque así soy yo… pero no hay nada en contra tuyo.” Brelio asintió, ya había aprendido que era mejor seguir con la boca cerrada lo más posible. Entonces, Ren se le acercó en tono confidencial, como si quisiera hacer las paces compartiendo información valiosa con él. “Tenemos unos amigos en Cízarin, rimorianos, que nos han estado dando información. Nos reuniremos con ellos esta noche y sabremos cómo actuar.” Le dijo, luego le puso mala cara a otro que le pareció que intentaba oír lo que hablaban y lo reprendió solo con el gesto. Así era él, tenía un poco de autoridad y disfrutaba de ella al máximo.



León Faras.

sábado, 25 de octubre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

112.



Oh, padre, si tan solo pudiera, si tan solo hubiera alcanzado.” Se lamentaba Migas, sin dejar de mirar el gesto de terror en los ojos del pobre Nimir que no dejaba de recriminarle por su muerte desde el suelo, pero era muy tarde y había recibido demasiado daño como para intentar retener su espíritu, igual como lo hizo con el de su padre en su momento. Lo que sentía el viejo Migas era inexplicable; había pasado demasiado tiempo desde sus últimas lágrimas y ahora estaba todo atorado, sin saber cómo aliviar una aflicción mucho más grande y más profunda de lo que podría haber imaginado. El perro se lamía sus heridas a un lado en total silencio y su padre, que tampoco tenía lágrimas desde hacía mucho tiempo, lo miraba desde la penumbra, entre lúgubre y preocupado. “No, padre, no podemos retenerlo…” Dijo Migas con amarga resignación. “Su cuerpo no es más que un cascarón vacío y lleno de agujeros ahora… pero no se lo entregaremos a la tierra para que lo absorba, ni al fuego para que lo devore, se quedará con nosotros, en nuestra casa. Curaré su carne, reemplazaré sus fluido, preservaré sus órganos con sal y resina… haré lo que tenga que hacer para honrar su memoria, padre.” Sentenció el viejo, con la convicción de un juramento sagrado. A su lado estaba el huevo, intacto. Con ese no sabía todavía qué hacer.



Por la mañana, Bacho, quien apenas había dormido un par de horas en toda la noche, se presentó frente a su padre, hermanas y demás gente cercana, con aire pedante y gesto fastidiado. “Creí que llegarían ayer…” Le dijo Cego, no tanto como un reproche, sino más bien como curiosidad legítima, pero Bacho lo tomó como un regaño. “Pero ya estoy aquí, ¿no?” Respondió éste, agrio. Cego desvió la mirada. Su hijo siempre con esa actitud desafiante y molesta que hacía tan difícil entenderse con él. “Bueno, pues habla entonces.” Respondió el padre, devolviéndole el gesto de hastío. Bacho escupió lo que tenía que decir con brevedad telegráfica y ya se iba a ir, pero Elba, su hermana mayor, lo detuvo con la autoridad que a veces le faltaba a su padre. “¿Adonde crees que vas? Debemos hacer los planes, haremos el robo esta misma noche. Los caballos ya están aquí.” Fagnar les había prestado una docena de caballos porque en Jazzabar no había más que un par de burros que se usaban para trasportar carga en el puerto, por lo demás, debido a la anatomía intrincada y estrecha del mismo, hacerte de un caballo allí era una estupidez. Bacho alegó que por lo mismo necesitaba dormir, y mientras su padre lo autorizaba a retirarse con un gesto de su mano, su hermana clamaba al cielo por la presencia de Yan, que era el que debía estar allí, porque el tipo podía estar muy chiflado, pero él sí tenía el compromiso con Jazzabar y su gente, al contrario de Bacho, que solo velaba por sí mismo sin importarle nada ni nadie más.



Esa tarde, Musso y su gente se volvió a reunir, pero esta vez no para predicar su doctrina revolucionaria, sino para organizar su primer golpe y Brelio estaba allí, solo. También estaba Cana, la mujer muda y su primo-hermano Ren, quien traducía todas sus señas. El plan era que un grupo creara una distracción tirando de los postes que sostenían el precario ascenso a la ciudadela que se estaba construyendo en la cima del Decapitado, mientras que otro grupo prendía fuego a los establos de su ejército, a sus graneros y lo que pudieran quemar antes de huir. “Ya sabes, si te unes a nosotros, luego no podrás abandonarnos…” Le recordó Ren al muchacho y éste asintió seguro de estar haciendo lo que debía. “Repito:… No podrás abandonar al grupo.” Volvió a decir el hombre, mirándolo con ojos penetrantes debajo de sus abultadas cejas. “No abandonaré al grupo.” Aseguró Brelio. Cana, que estaba por ahí cerca, y que era muda, pero no sorda, hizo unos gestos que su primo entendió pero que no tradujo, y Brelio, con una brusca palmada en la espalda, pasó a ser oficialmente miembro del grupo, el cual, para ese momento contaba solo con diecisiete miembros jurados, más dos infiltrados en Cízarin, seis caballos, dos carretas ligeras, y un número limitado de armas profesionales, complementadas con una buena cantidad de armas improvisadas. No había tiempo ya de despedidas ni de más preparativos, aquellos que le había jurado fidelidad al grupo se pondrían en marcha de inmediato rumbo a Cízarin para llevar a cabo el plan.



Mientras tanto, Teté había empezado a anidar una terrible angustia en el pecho, lo cual no era algo extraño para ella, lo raro, era que no sabía exactamente el porqué. Su esposo había salido temprano en la mañana diciendo que había cosas que organizar, y en la calle corrían nuevos rumores de ataque y sangre derramada, incluso más que de lo común. Cuando Falena llegó a su casa, encontró a su madre hecha un amasijo de nervios, y lo primero que hizo fue preguntar por su hermana, pero entonces se dio cuenta de que ese era el problema. Rubi llevaba horas desaparecida y su madre se imaginaba cosas horribles con demasiada facilidad. “Yo la buscaré, mamá, tú ve con tía Dana, ella siempre se queja de que tú nunca la visitas…” Le dijo Falena, y agregó: “Creo que sé dónde puede estar. No te preocupes.” Mentira. Rubi no le había dicho ni una sola palabra y no tenía ni idea de dónde podía estar o qué estaría haciendo. Lo que sí estaba claro era que el ataque que su tío Demirel había advertido, ya estaba a punto de comenzar.



León Faras.

domingo, 12 de octubre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

111.



La noche para Lorina y Yan Vanyán fue de ensueño, se quedaron recostados, con sus cabezas pegadas, tomados de las manos mirando el cielo estrellado y susurrando, como si temieran interrumpir el sueño de los dioses del universo infinito. Se declararon un amor arrebatante al que no podrían renunciar jamás y por el que morirían antes de perder. Se prometieron afrontar todo juntos, soportar cualquier cosa, sostenerse el uno al otro en todo momento y no abandonar jamás ese amor espontáneo que de forma tan caprichosa, Ven Plimplín les había otorgado especialmente a ellos. Todo fue espléndido, hasta que Yan debió confesar con gravedad en la voz, que era hijo del rey de Jazzabar, y que estaba en una misión que su padre le había encargado. Lorina no lo podía creer, pero tampoco podía no creerle a él. El hombre que la amaba y que ella amaba ¡era en verdad un príncipe! No estaba muy segura de qué era Jazzabar y por qué había un rey ahí, pero si él lo decía, era verdad, porque a diferencia de lo que Nina le había aconsejado, ella sí confiaba en él y ahora estaba dispuesta más que nunca a creerle todo, entonces Yan, tomándole ambas manos, le rogó que le acompañara a Jazzabar, porque ya no podía ni quería dejarla sola allí. Lorina aceptó con lágrimas en los ojos, rebosante de alegría, pues estar con él en todo momento, era todo lo que ella quería a partir de ahora.



Lorina pasó a buscar sus pocas pertenencias apenas algunos minutos antes del alba. Cípora, como era habitual, dormía desparramada en su lecho, como si se hubiese estrellado contra él en vez de solo recostarse, roncando de una manera ruidosa y un tanto tormentosa a ratos, con unos espasmos capaces de preocupar a cualquiera que no la conociera. Le hubiese gustado hablarla, despedirse, decirle lo feliz que se sentía; a ella que siempre fue como su madre, su hermana y su amiga, todo en una, pero si lo hacía, Cípora querría saberlo todo, la retendría con un montón de preguntas e incertidumbres, y no quería que su príncipe se cansara esperándola afuera, además, tampoco se iba para siempre. Sin embargo, Nina sí la encontró organizando sus pilchas en un hatillo, ella que era una noctámbula consumada, de las que se conocía el cielo estrellado de memoria de tanto mirarlo, la vio y supo lo que ocurría. “Así que te vas y nos dejas…” Le dijo con fingido reproche en el tono. “Mi obligación ahora es estar con él.” Replicó Lorina sin siquiera pestañear. Eso había llegado demasiado lejos, demasiado rápido, pensó Nina. “No oíste ni una sola palabra de lo que te dije, ¿verdad?” Lorina se iba a justificar, diciendo que sí la había oído, pero que también debía oír a su corazón, sin embargo, Nina la abrazó de repente como nunca antes lo había hecho, para callarla y decirle que si estaba segura de lo que hacía y de lo que sentía, no debía darle explicaciones ni a ella ni a nadie… “porque siempre te dirán que no puedes, o no sabes o que eres una tonta por intentarlo, pero al final la tonta es una por escucharlos y hacerles caso.” Nina hubiese hecho cualquier cosa por disuadirla de irse tras un hombre que apenas conocía, pero en el fondo deseaba que su certeza fuese verdadera. Para cuando Cípora espabiló de su sueño entremedio de un atascadero de ronquidos, abrió los ojos y vio la robusta silueta de Nina parada en la ventana mirando hacia afuera, también vio que ya amanecía y que Lorina no estaba en su lecho. “Se ha ido.” Le informó su jefa en cuanto la mujer llegó a su lado, caminando media curca, abrazada a sí misma, arrastrando una manta con la que se cubría. Lucía incrédula y desconfiada, como si su jefa hubiese arrojado a la calle a su amiga en medio de la noche, sin compasión y a la primera. Nina leyó sus pensamientos en su mirada rencorosa. “Se fue con su príncipe poeta… él se la llevó. Solo espero que ese hombre la quiera un poco, al lado de lo que ella parece amarlo.” “Ni siquiera se despidió de mí…” Susurró Cipo, apenada. Nina ya se iba a su cuarto. No estaba dispuesta a lidiar con sentimentalismos ajenos. “Sí lo hizo. Se despidió de todas.” Le dijo.



Bacho tuvo durante toda esa tarde, entre bebida y bebida, una larga y agradable conversación con Cípora sobre el amor y la vida, sí, no era precisamente su tema favorito, pero oír a Cipo hablar así le gustaba, despertaba en él un ser humano distinto, uno más limpio y honorable, con una vida justa y una familia a sus espaldas, uno que estaba muy lejos de ser él. También escuchó la pasión con la que la mujer le hablaba sobre las virtudes de su amiga Lorina, un entusiasmo envidiable que nunca nadie usaría para defenderlo a él y que él jamás usaría para defender a nadie, excepto, quizá, por su hermano Yambo, sí, era un puto chiflado, pero era el único ser humano en todo el planeta al que él consideraba de verdad como su familia. Con el viejo Cego no tenía ninguna conexión real como padre e hijo, de joven, nada de lo que hacía le parecía bien a ese viejo, y si no hacía nada, era un inútil; lo peor de todo, era que el viejo no le decía nada, ni una palabra, ni un consejo, sin embargo sus gestos, sus miradas de desilusión, sus murmullos con los demás, lo decían todo. Y con sus hermanas, más de lo mismo, lo aceptaban y consideraban su hermano, pero no uno que ellas desearan tener, solo Rina, la menor, se mostraba a veces feliz de verlo y de llamarlo “hermano”, en vez de solo llamarlo por su nombre, pero ella era así con todos, rara, creo que estaba un poco chiflada también. El hecho, es que con eso y pese a todo, después de escuchar a Cípora, decidió que debía dejar a su hermano en paz con su chica, y que él acabaría con la misión, por lo que esa misma noche partió de vuelta a Jazzabar, solo. “Y si al viejo no le gusta, pues que se joda.” Le murmuró a su caballo, nada más partir.



León Faras.

martes, 30 de septiembre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

110.



El viejo Migas conocía a Yan Vanyán desde hacía muchos años porque ya conocía a su padre desde mucho antes. Para él, la gente de Jazzabar eran las mejores personas para hacer negocios, ellos comprendían mejor que nadie el valor del trabajo y siempre buscaban que fuera recompensado con lo justo, ni más ni menos. Aun así, cuando Yan lo contactó con su pedido, el viejo no estaba dispuesto a perder su valioso tiempo preparándoles a una pareja, una comida como antesala a la fornicación, en un cita en la que seguramente el amor brotaba de los labios como una cascada impulsado solo por una necesidad básica y carnal de satisfacer un deseo. Migas creía que el amor era una emoción sublime, un privilegio reservado no para todos, porque la mayoría de la gente siempre lo ensuciaba y degradaba con su lascivia desatada y sus sucios vicios carnales de aparearse como ratas en su mugroso agujero hasta casi desfallecer, pero cuando vio que Yan comprendía la grandeza del sentimiento que tenía en su interior, y su intención sincera de protegerlo y elevarlo a la altura que merecía, pensó que lo mínimo que podía hacer era cooperar con él, a cambio de un precio justo, por supuesto; claro que cuando vio que la susodicha era una de las putas que trabajaban para Nina en su burdel, se sintió un poco estafado, sin embargo, Lorina demostró ante sus ojos una delicadeza en su forma y una altura en su ser que sorprendió a Migas; él era ya bastante viejo, y los años habían agudizado tanto sus sentidos como sus prejuicios, por lo que podía reconocer al instante y sin mayores problemas, una mujerzuela aunque se vistiera como la más pura y digna de las princesas, pero no Lorina, ella era auténtica, dulce y educada de forma innata, aunque esa fuera, quizá, la primera vez que lo exponía libremente. La chica lo encantó como no podía imaginar, pero luego oyó cantar a Nimir y sintió que el mundo se había trastocado por un segundo, poniendo ante sus ojos putas refinadas y bobos con talento, como en la más disparatada de sus pociones alucinógenas, pero no, resulta que Nimir heredó el talento de su madre, quien le cantaba de niño a diario con impecable tilde y entonación, inculcándole esa habilidad en su pequeño cerebrito desde muy pequeño, hasta que un día, su madre, quien ya cargaba con otro bebé en brazos en ese momento, se detuvo a regatear con un verdulero los precios de unos productos que no daban la talla para su valor, y Nimir, siendo muy pequeño todavía, soltó el vestido de su madre para ver de cerca una oruga gorda como un dedo, que torcía una rama bajo el peso de su cuerpo con cada paso que daba, ahí estuvo embobado quien sabe por cuánto tiempo hasta que recordó volver con su madre, pero para entonces ella ya había desaparecido en el gentío y nunca más la volvería a ver. Nimir tuvo suerte ese día, al menos no terminó en algún turbio meandro del río Jazza.



En ese nefasto día, luego de que los comensales se fueran, Migas trabajaba en los manuscritos de Mirna y avanzaba a pasos agigantados con cada nueva palabra que descifraba, pues cada una de ellas era como una llave que abría muchas otras puertas. En un principio, el documento parecía como un libro de cocina con ingredientes cuyos nombres eran muy raros y recetas con resultados aún inciertos, pero ciertamente nada comestible se cocinaba allí. Su padre lo miraba preocupado desde su rincón incapaz de pestañear o decir algo, y el perro montaba guardia en la entrada luego de haberse llenado la barriga con las sobras de la comida. Nimir aprovechaba la tarde para recorrer los alrededores revisando las trampas que tenían puestas o recolectando cualquier cosa comestible que el bosque ofreciera. Ese día su hallazgo fue asombroso y fatal. Entre la hojarasca, hábilmente camuflado por esta, había un huevo, pero no uno cualquiera, uno grande como la cabeza de una cabra. Su cáscara era de un color parduzco que hubiese sido imposible de ver de no contar con una suerte increíble para poner la atención en el momento justo y en el lugar exacto. Era casi un hallazgo milagroso, pues solo una criatura fantástica pondría huevos así y él había sido guiado justo hasta allí para encontrarlo. Nimir se acercó, pero antes miró en todas direcciones asegurándose de estar solo, en ese preciso instante, Perro empezó a ladrar a la distancia y con insistencia, tratando de advertirle de un peligro que solo los perros pueden presentir. Migas dejó su trabajo de lado para investigar, pues todos los que tienen perros saben que éstos no siempre ladran igual, no es el mismo ladrido cuando hallan el escondite de un ratón, que cuando se acerca un desconocido, y no es el mismo cuando están relajados que cuando están nerviosos, y Perro no estaba nada tranquilo en ese momento. El viejo agarró su bastón para defenderse, también tenía un cuchillo, y siguió a su amigo canino quién no se atrevía a avanzar más de dos o tres metros de una sola vez sin detenerse a escuchar y oler el aire, hasta que el chillido de Nimir le dio una dirección y un propósito claro. El perro se internó a la carrera en el bosque ladrando, como gritando: “¡Allá voy, amigo, aguanta!” Y el viejo lo siguió como pudo. No estaba tan preocupado por Nimir como lo estaba por la preocupación misma del perro, por aquello que el animal podía sentir y él no. En cuestión de segundos oyó el violento ataque del perro contra algo; el viejo sonrió y aceleró el paso, pero lo siguiente fue un disonante aullido de dolor que le congeló las piernas, para luego obligarlo a correr, preocupado. Cuando llegó, su perro, herido de un picotazo en un costado, se enfrentaba a ladridos y amenazas contra un Cizal, un ave carnívora del tamaño de un hombre adulto, con plumas erizadas en la cabeza, un pico de ave rapaz capaz de arrancar trozos de carne viva como si nada, y un par de poderosas patas acabadas en garras capaces de romper huesos con facilidad. El viejo llegó con su bastón en alto dando alaridos como un cavernícola protegiendo su comunidad, pero que junto con los insistentes ladridos de su perro lograron hacer retroceder al pájaro ese, un animal que prefería el acecho y el ataque por sorpresa al enfrentamiento directo, y con una gran habilidad para huir y desaparecer en la vegetación, además. Un maldito Cizal, un ave casi de fábula que muy pocos podían presumir de haber visto alguna vez, había llegado a su barrio y… Fue entonces cuando lo recordó y no tardó mucho en encontrarlo. Nimir estaba tirado en el suelo con el cuello destrozado de un violento picotazo y varias otras heridas más que era mejor no enumerar. Perro se acercó a olerlo para luego mirar a su jefe con la cara de un médico que no necesita de hacer exámenes para asegurar lo obvio: su amigo estaba muerto y nada se podía hacer ya. El viejo sintió de pronto una inesperada congoja que lo hizo caer de rodillas. El bobo de Nimir ya no estaba y ahora se sentía más solo que nunca.



Según los antiguos, la aparición de un Cizal precedía siempre una gran matanza, pues estos animales además de hábiles cazadores, eran también ávidos carroñeros que olían la sangre incluso antes de ser derramada, aunque historias viejas como esas, son consideradas estúpidas hoy en día.



León Faras.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

109.



Bocasucia era un antro cizariano ubicado literalmente en un agujero bajo tierra, en el que cualquiera podía entrar mientras dejara sus problemas afuera. Casi no tenía luz natural ni menos ventilación, por lo que el olor ahí abajo era una mezcla, cuando menos peculiar pero de la que nadie se quejaba. Un montón de pilares de madera lo sujetaban y en cada uno de ellos colgaba una lámpara de aceite que permanecía encendida día y noche casi sin interrupción. Su dueño era un hombre corpulento llamado Gonzo, de carácter pacífico pero respetable altura, tenía el cabello cuidadosamente peinado en una cola de caballo y un bigote que siempre estaba mimando y toqueteando. El recinto gozaba de cierto respeto por parte de la comunidad, y es que, aunque la clientela de Bocasucia era tradicionalmente masculina, la noche del ataque rimoriano docenas de mujeres con sus hijos se refugiaron en la taberna, donde Gonzo y su mujer, Faula, las recibieron y atendieron, haciendo circular vasos con caldo caliente de pata y apio durante toda la noche para ellas y sus críos y vino caliente con especias para el resto, hasta que el peligro acabó. A ese lugar llegó Yurba, eran primeras horas de la tarde pero en el interior de esa cueva siempre aparentaba ser medianoche. Allí se encontró con un par de rimorianos que parecía que anduvieran juntos para todas partes, y es que en todos lados siempre estaba uno al lado del otro. “¿A ustedes los parieron juntos o qué?” Comentó Yurba, tomando asiento sin que lo invitaran y estirando el brazo para que Faula lo viera y le trajera una bebida. De los dos, uno le sonrió amigable, pero el otro prefirió ignorarlo mirando para otro lado, como esperando que mejor desapareciera. Yurba se mostró ofendido con el gesto, “¡Vamos, hombre, ni que estuviera cagado! ¿Por qué esa cara conmigo?” Aregel, el primero, le explicó que no era por él. “Cízarin volvió a citarnos para el combate, dicen que este será el ataque definitivo y que luego de esto seremos libres…” Cal Desci, a su lado, rio y escupió al suelo. “Eso, si no nos matan antes, o ni aun así, porque podrían luego coger nuestros putos huesos, y arrojarlos como proyectiles contra esos estúpidos bosgoneses de mierda. Tal vez eso sirva.” Cal Desci estaba cabreado. Después de eso siguió alegando que les pagaban una miseria, que sus vidas siempre pendían de un hilo o que hasta las putas en Cízarin los miraban como apestados por ser rimorianos. Estaba en medio de su discurso de descarga cuando llegó Tibrón y Yurba lo invitó a su mesa como si le tuviese guardado el puesto, pero Aregel fue quien puso cara de fastidio esta vez. Él tenía algo contra Tibrón, era tan evidente que todos podían verlo desde hace tiempo, pero nadie se explicaba qué exactamente, ni siquiera Cal; y ahora hasta el propio Tibrón quería saberlo. Aregel prefirió ignorarlo al principio, como si en realidad no tuviera importancia, pero fue tal la insistencia de todos, que al final tuvo que confesarlo. Su problema con Tibrón era su espada. “¿Es porque tiene una más larga que la tuya?” Preguntó Yurba, incrédulo y divertido por lo estúpida que le sonaba la respuesta, pero para Aregel no era algo divertido. “Esa espada que usas, era la de mi padre…” Señaló, muy despacio, sabiendo perfectamente que ese era un argumento pobre para cualquier reclamo, pero era el único que tenía. Luego agregó. “Sé que eres un buen soldado y un buen líder, y que mereces usar el arma que usas… es solo que, pienso que esa espada debería estar con su familia. Eso sería lo justo.” Yurba seguía mirando divertido. Nunca comprendería a esa gente que trataba a las espadas como si fuesen una persona o un pariente, pero Tibrón comprendió, y aunque no podía simplemente dársela, pues esa era su arma ahora, quiso saber más sobre su antiguo dueño, sin embargo, alguien más estaba escuchando desde una mesa cercana.



Pero si es el hijo del gran Sinaro, el protector del trono. ¿Me puedes decir cómo fue que tu padre y el grupo de idiotas que le acompañaba pudieron cagarla tanto con algo tan simple?” Aquel era uno de los muchos rimorianos que luchaban por Cízarin desde la humillante caída de Rimos. Un hombre grande que ya pintaba canas, al que Aregel poco recordaba, pero que a Cal le resultaba conocido de algún remoto lugar. El hombre continuó increpando a Aregel. “No te había reconocido, pero tu nombre se me hizo familiar. Déjame decirte una cosa que parece que no sabes: A tu padre nunca le gustó esa espada porque decía que estaba desbalanceada. Otros la habían probado pero solo a él le parecía imperfecta…” Y luego, señalándolo con el dedo a la nariz, agregó. “Sinaro, tu padre, era un buen soldado, pero también era un viejo testarudo que culpaba a cualquier cosa a su alrededor con tal de no ensuciarse él… incluso a su propia espada.” El hombre estaba medio borracho, y Aregel ya comenzaba a perder la paciencia, entonces Tibrón se puso de pie para detenerlo y de paso saber quién carajos era. El hombre, se le quedó mirando entre extrañado y ofendido. “Telina no te ha hablado de mí, ¿eh? Soy Yádigar, tu cuñado.” Dijo, con el ceño apretado, y luego señalando a Cal, sin venir a cuento de nada, añadió. “A ti también te conozco, estabas ahí cuando fuimos por el príncipe ciego al Bosque Muerto.” Cal asintió torciendo la boca, había pasado tiempo de eso, pero lo recordaba. Después de un rato, y como si sintiera la necesidad de hacerlo, señaló a Yurba también. “Y a ti… a ti no te he visto en mi vida.”



León Faras.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

108.



El carbón está escaseando. Las aldeas carboneras se quejan de que la leña ya no está a la mano como antes y mientras más lejos tienen que ir, más trabajo les cuesta…” Hablaba Yelena, mientras ayudaba a descargar su carbón que no cesaba de llegar ni se retrasaba. “Pronto tendrás tantos pedidos que ya casi ni te veremos por aquí.” Agregó la mujer, con ese toque de drama sugerido entre líneas que Petro no entendía bien. “Mientras hayan fraguas encendidas en Rimos, los carboneros seguirán yendo y viniendo. De eso no hay duda.Replicó él, convencido de que esa era una muy buena respuesta. Petro había escuchado a Yelena desde la última vez y eso se notaba. Aunque el trabajo era sucio y el trayecto polvoriento, se podía ver que el hombre se había aseado antes de salir, no solo él, también su ropa, y hasta usaba un delantal que antes nunca había considerado necesario. Yara trajo el dinero y se lo dio a su madre para pagar el carbón, como siempre, pero el hombre no solo lo rechazó, sino que le ofreció el que él traía. Yelena quiso saber qué estaba haciendo, porque ella nunca había pedido que le dieran el carbón gratis; lucía molesta y desconcertada y el hombre no era muy ducho en empatizar con los sentimientos de los demás, por lo que no veía el motivo para estar molesta. “Es para el eje de la carreta… ¿recuerdas? Dijiste que me darías buen precio por uno.” Se explicó él, también mostrando algo de molestia en su gesto. La carreta que también había sido sugerencia suya, recordó la mujer y sonrió apretando los labios, admitiendo internamente que la fragua había forjado su carácter también, haciéndola un poco más ruda de lo que solía ser. “Entonces, estás trabajando en tu carreta.” Señaló Yelena, suavizando su tono y opacando su arrebato. Su hija Yara la miraba con las cejas empinadas en ese momento. Ella ya le había advertido antes lo mucho que le había cambiado el genio desde que se hacía cargo de la forja. “¿Por qué otra razón te daría mi dinero?” Preguntó Petro con auténtica honestidad, sin entender lo que acababa de suceder, pero ella prefería dar por superado el asunto. “Tengo un eje especial para ti, además un hombre me dio un par de ruedas como parte de pago, tienes que verlas. ¡Les puse argollas nuevas!”



Podría pasarme horas así…” Susurraba Lorina; “Podría pasarme la vida entera sólo viendo sus ojos.” Replicaba Yan, también en un susurro, remilgado pero honesto, y de hecho, el tiempo se les pasaba sin que se dieran ni cuenta y sin que ninguno pretendiera intentar acabar con esa intimidad, pero en algún momento debían hacerlo y fue cuando Yan declaró nervioso que tenía una sorpresa. Aunque no estaba muy seguro de cómo saldría, Lorina lo tranquilizó diciendo que estando con él nada podía ir mal, eso sumado a su sonrisa enamorada, infundían un valor en el corazón de Yan que éste no conocía hasta ahora, una fuerza interna capaz de partir el mundo en dos de ser necesario.



Él, antes de enviar el mensaje, había hablado con un anciano que ahora vivía en Bosgos, pero que conocía desde hacía años y con el que había hecho varios negocios antes en Cízarin de los cuales ambos habían salido bastante conformes. El viejo se mostró un poco hosco al principio, debido a la naturaleza de lo que le estaba pidiendo, pero Yan le aseguró que aquello que su imaginación estaba insinuando, no era ni de cerca lo que él estaba diciendo. Que esto era importante. El viejo finalmente comprendió y aceptó la palabra de su antiguo socio, asegurándole que sin importar cuánto tardara, haría los preparativos para estar listo cuando él estuviera listo. Y así fue como Yan condujo a su amada montada en su caballo, (que no era realmente suyo, o ya le hubiese puesto un nombre apropiado,) hasta el bosquecillo contiguo a Bosgos y luego, por un sendero que se internaba en este. Lorina, quien por primera vez se subía a un caballo desde que era una niña pequeña, montaba de lado, tal como lo había visto hacer a otras mujeres más elegantes que ella, dejándose guiar sonriente por Yan que caminaba a su lado sujetando al caballo por las bridas, sin dejar de mirarla y atenderla en todo momento. Llegaron hasta una cabaña en cuyo exterior estaba instalada una mesa con dos sillas. Circulaba un tufillo a mierda en el ambiente, pero nada que escapara de la normalidad o que pudiera ofender los delicados sentidos de nadie. Un muchacho, que podía ser un hombre, pues su edad era difícil de definir a simple vista, pero su limitada inteligencia no, se apresuró a atenderlos con una seriedad sobreactuada, posando un ramillete de flores silvestres sobre la mesa. Casi en seguida salió el viejo con la comida: Una rodaja de la mejor carne curada para cada uno, bañada en salsa de zanahoria con albahaca, semillas de cutulú molidas y ajo, con una guarnición de bayas agridulces y habas hervidas. El muchacho sirvió vino de arándanos rojos, ideal para acompañar la carne y luego, usando sólo un sonajero como acompañamiento, interpretó una canción con una voz inesperadamente afinada que sorprendió incluso al viejo Migas, quien no se esperaba ningún talento como ese del bobo de Nimir, pero que encantó a los comensales, sobre todo a Lorina quien vivía el día más maravilloso de toda su vida en ese momento.



León Faras.

domingo, 31 de agosto de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

107.



Bacho no podía encontrar ni a su hermano ni a su supuesta cita, y era lógico, si a estas alturas podían estar metidos en cualquier parte, porque el muchacho que se suponía debía averiguarlo, y al que le dio dinero para hacerlo, era un inútil de primera. Dan intentaba sonreír y mantener la postura de confianza a pesar de todo. La actitud era lo más importante, sobre todo junto a un energúmeno como al que acompañaba. “Estoy seguro de que el señor Yan sabe lo que hace, usted no debería…” Aconsejaba, cuando de pronto vio una silueta conocida que estiraba el cogote desde una esquina como queriendo alcanzar a ver algo sin atreverse a ser vista. “Esa, es la mejor amiga de Lorina.” Señaló con el dedo Dan, hambriento de dar información útil. Bacho arrugó todo el rostro para aguzar la vista, pero luego lo desarrugó con un suspiro de hastío al reconocer de quién se trataba. “¡Ella sabrá algo!” Dijo el chico, apurando el paso, cosa que a Bacho no entusiasmó de inmediato.



Cípora dio un respingo en cuanto el muchacho la tocó en el hombro, y luego de invocar a todas las deidades para que le devolvieran el alma al cuerpo, le ofreció cruzarle la cara de una bofetada de revés por semejante susto, pero pronto su enfado se volvió frialdad en cuanto vio a Bacho aparecer y esa frialdad se volvió fastidio cuando vio la cara que puso el hombre al verla. “Ah, pero miren quién anda por aquí, si es el señor Muy Encantador.” Dijo la mujer, con cinismo en el tono y desprecio en el gesto. Bacho apretó los labios. Esa discusión ya la habían tenido y ahora comenzaba otra vez. “¡Ya te dije que solo lo olvidé! ¡Pero tú también lo olvidaste! Por algo habrá sido que la señorita se olvidó de cobrarle al señor encantador, ¿no?” Cípora abrió tremendos ojos, como si le estuvieran colando tamaño embuste. “¡Ah claro! Cómo una no va a perder la cabeza ante semejante dechado de belleza masculina y olor a sobaco.” Exclamó. Bacho imploró paciencia. “Tampoco es que tú andes por ahí deslumbrando a la gente con tu beldad, bella mía.” Le respondió el otro en defensa propia. “¡Ja! Como si tú pudieras apreciar algo de eso.” Replicó la otra, y así durante un rato, mientras que Dan, parado en medio, solo miraba de un lado al otro sin comprender el porqué y sin que pudiera intervenir tampoco. Entonces decidió echar un vistazo en la dirección en la que Cípora miraba antes, y allí estaban, bajo el árbol en el que se habían conocido: el señor Yan y Lorina, parados muy cerca el uno del otro, mirándose a los ojos con romántica insistencia. Dan le gritó entusiasmado a su jefe y éste otra vez tuvo que arrugarse todo para ver mejor a la distancia, pero aun así no pudo identificar a la chica. “Esa es la Lorina de la que le hablé…” Le aclaró Dan. Bacho tardó un par de segundos en comprender, pero en cuanto lo hizo se dirigió a Cípora indignado: “¿Es esa tu amiga, la puta coja!” Le reprochó, señalándola. Cípora se enderezó como un lagarto defendiendo su territorio de otro. “¿Y a ti eso qué te importa?” Le espetó, mirándolo de arriba abajo. Bacho replicó que también le importaba porque se trataba de su hermano, y Cípora se agarró el pecho fingiendo un infarto. “¿Ese es tu hermano, el chiflado! ¿El que está mal de la cabeza!” Preguntó horrorizada, para luego sobarse el cuello con aire dramático, como si le costara respirar. “Pobre de mi amiga… y iba tan ilusionada. Ese loco no solo le partirá el corazón, quién sabe qué cosas más es capaz de hacerle…” Recitaba, mientras se convencía a sí misma de que debía intervenir, pero Bacho la detuvo con una mano en su hombro. “Mi hermano no le hará nada malo, él no es así…” Le dijo, con una seriedad que le quedaba un poco artificial, pero que Cípora aceptó, aunque con algo de recelo. “Espero que tengas razón, porque Lorina es una buena chica… buena como pocas.” Bacho se quedó mirando a la pareja a lo lejos con una mueca forzada en la cara. “Está loco, es cierto, pero es un buen hombre también… mucho mejor que yo.” Dijo, siendo honesto como pocas veces en toda su vida. Cípora miraba en la misma dirección y con idéntica mueca en el rostro. “Lorina es la peor prostituta que haya conocido en mi vida, pero es la mejor en todo lo demás.” Admitió, devolviendo el gesto de honestidad recibido. Luego de un rato de incómodo silencio, el hombre comentó. “¿Qué se supone que hacen. Sólo están parados ahí mirándose?” Cípora pensaba exactamente lo mismo en ese momento. “Llevan un montón de tiempo así y apenas se han tocado las manos.” Casi dos o tres minutos después, la situación no había cambiado en nada. “Creo que estarán bien si los dejamos solos…” Comentó Bacho, y agregó luego. “¿No quieres algo de beber?” Sugirió, con el ceño arrugado, solemne, pretendiendo dejar todo en el pasado y comenzar de cero. Cípora sí quería, y francamente el espectáculo estaba demasiado aburrido como para quedarse. “Me encantaría un huevo rosa.” Respondió ella, empezando a caminar. Bacho sonrió. “Mi bebida favorita.” Dijo él, siguiendo a la mujer e ignorando completamente a Dan como si no existiera. El chico se quedó ahí, queriendo creer que su trabajo ya estaba terminado y que ya no tenía más negocios que lo ligaran al señor Yan o al energúmeno de su hermano. Estaba cansado de eso. Había personas a las que le encantaba servir porque eran gente amable, generosa y reconocían su trabajo, pero otras, la mayoría para su desgracia, lo trataban como basura, sintiendo que podían hacerle o decirle cualquier cosa porque estaban dándole su dinero, sin embargo, los peores eran los que se negaban a pagar lo acordado. Estaba harto de servir a esa gente y soñaba con su propio negocio y uno bueno que oía mucho desde hace tiempo, era la necesidad del carbón para Rimos, sencillamente no tenía fin. Sería un trabajo duro al principio, pero él era joven y podía soportarlo mientras aprendía todo lo necesario. Ese era su plan, y mientras más se topaba con gente como Bacho, más le urgía ponerlo en marcha.



León Faras.

viernes, 22 de agosto de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

106.



Inexplicablemente, Rubi era la que más afectada había quedado con la brutal respuesta de Yurba, tanto, que le costaba creer que el ejército, al que pertenecía su papá y su tío, se convertiría en una de esas antiguas bandas de salvajes y bandidos que asaltaban pueblos enteros arrasando con todo a su paso sin respeto por nada, matando viejos e infantes por igual y quemando sus casas. Era cruel e injusto atacar de esa manera a quienes no pueden defenderse. “Ya déjalo, Rubi, no hay nada que tú puedas hacer…” Le dijo Falena, con resignación, pero de inmediato se dio cuenta de la provocación implícita que había en esa frase. Esa era su hermana Rubi, y ella era decidida como un demonio cuando creía que debía hacer algo. Incluso su madre, que hasta ese momento se había mantenido en silencio y ajena a la discusión, se quedó con un “oh” en los labios al comprender lo que implicaba decirle a Rubi que no podía hacer algo. “Ya lo veremos…” Murmuró la chica entre dientes, justo antes de salir de casa con tranco firme, cerrando la puerta tras ella. Falena quiso saber adónde iba, pero no obtuvo respuesta, mientras Teté ya comenzaba a angustiarse por lo que fuera que su hija estuviera pensando en hacer. Falena tranquilizó medianamente a su madre, mostrándole las palmas de las manos y diciéndole que se encargaría de cuidar a su hermana, para luego salir de casa también a toda prisa. Dos minutos después, Rubi entraba con unos bultos en los brazos, los labios apretados e idéntica determinación en la mirada; golpeando la puerta tras ella con el pie y metiéndose a la cocina. Treinta segundos más tarde llegaba Falena de vuelta, media que sin aliento por haber estado corriendo de un lado a otro en vano, hasta notar que su hermana había regresado a casa por sí sola. Nuevamente quiso saber qué exactamente estaba pensando en hacer, pero esta la hizo a un lado con su implacable autoridad de hermana mayor. “¡Preparo la comida! ¿Qué te parece a ti que hago?” Le dijo, desembarazándose de ella como quién aparta un objeto que estorba. Era cierto, Rubi atizaba el fuego y picaba verduras, nada que pareciera atrevido o revolucionario, pero lo que le preocupaba, era lo que ocurría en su mente. Falena la cogió de una manga con rudeza, como pocas veces lo había hecho antes, para apelar a la intrínseca e inquebrantable complicidad entre hermanas. “Si estás planeando hacer algo, debes decírmelo, soy tu hermana y te apoyaré sea lo que sea…” Rubi la miró a los ojos por un rato, confiaba en ella pero no dijo nada, tal vez por la salud de los nervios de su madre que aún podía escucharlas, tal vez porque no tenía nada claro aún. “Lo que pienso hacer, es preparar un estofado de carne seca para comer.” Respondió. Falena asintió conforme y le liberó el brazo, el mensaje que podía descifrar en los ojos de su hermana era que podía estar tranquila por el momento, aunque podía notar que algo en ella se había encendido, algo grande y peligroso comenzaba a pulsar en su interior: un propósito.



¿Cómo es que la vida se va tan al carajo, como para terminar aquí? en el hermoso valle de Tormenta de Piedras, montando caballos jorobados y viendo a unos pobres infelices cómo se pudren en vida un poco más cada día…” Comentó Batu, subiéndose a horcajadas sobre una piedra y mirando hacia el horizonte infinito mientras registraba sus prendas en busca de su pipa. Vadrid miraba en la misma dirección desde hacía rato sin que nunca hubiera nada nuevo que ver. “¿Cómo sigue Gisli?” Preguntó, sin apartar la vista de donde estaba mirando. Batu se examinó las uñas sin darle demasiada importancia a lo que vio. “A juzgar por la cara de Boma, yo diría que está en las últimas. Ya hace varios días que no caga.” Y luego de un momento de grave silencio, agregó. “Tú eres el siguiente, ¿lo sabes, no?” El viejo Trancas lo miró como al imbécil que suelta las peores bromas en los peores momentos, pero a pesar de la sonrisa socarrona de su camarada, éste no bromeaba del todo. “No el siguiente en morir, lerdo…” Aclaró. “El siguiente que reemplazará a Gisli como el jefe de Sera.” Trancas siempre fue un soldado de tropa, nunca comandó nada, y no creía que debía hacerlo ahora. “No tengo la antigüedad para tomar ese cargo.” Dijo, volviendo la vista hacia el horizonte. Batu sonrió al detectar un leve gesto taimado en su rostro. “Te gusta que te rueguen, eh. No se trata de antigüedad, sino de capacidad. Boma será el más antiguo aquí, pero es casi tan viejo como Gisli, además de que siempre ha sido un perro fiel, y los perros no se vuelven amos.” Trancas lo miró ofendido, no estaba siendo taimado, sino modesto, como debía ser un buen soldado que muestra sus méritos en combate y no hablando de ello. Pero antes de objetar algo, Batu se adelantó. “Como sea, no tienes elección, el viejo ya te echó el ojo y la decisión es suya.” Éste, de rodillas en el suelo, removía el lecho de la fogata en busca de una brasa para encender su pipa pero ya era tarde y estaba frío como un muerto porque nadie lo había alimentado en horas. Miró a su colega con cierto recelo en los ojos, pero regresó a su asiento resignado y en silencio, guardando su pipa de vuelta. Luego agregó. “Solo procura que los otros no se enteren de que le tienes pavor al fuego o lo usarán en tu contra a la mínima oportunidad.” Vádrid no le hizo ni caso. Nunca se lo confesó a nadie, pero era ingenuo pensar que nadie se daría cuenta en todo este tiempo. No podía negarlo, el fuego le aterraba, pero después de ver a sus camaradas ser consumidos hasta los huesos en una bola fuego blanco en segundos, quién podía culparlo.



León Faras.

lunes, 11 de agosto de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

105.



Cerca de donde estaba Yan, había un tipo soltando una especie de discurso revolucionario metido en medio de un gentío que a ratos parecía apoyar sus palabras y a ratos sonaba disgustado con él. Como fuera, eran una molestia, porque él tendría una cita en ese lugar con la mujer más fabulosa que jamás hubiese conocido, si es que ella accedía a asistir, por supuesto, y el bullicio de esa muchedumbre estropeaba cualquier ambiente, digamos romántico, que pudiera haber en ese lugar. Para su desgracia, cambiar el lugar de la cita era ya algo imposible. El mensaje ya estaba enviado, la suerte echada, y a él sólo le quedaba esperar lo mejor.



En el burdel de Nina, Dan Rivel intentaba averiguar dónde encontraba a la prostituta coja a la que le había entregado el mensaje, pero se topó en la entrada con Mirú, un joven varón de ademanes afeminados, apenas mayor que él, que coqueto, le gustaba jugar con todos al tira y afloja sin dejar nunca de sonreír, ni tomarse absolutamente nada en serio. Dan intentaba explicarse, pero era como si aquel no quisiera escucharlo y solo le respondía con risitas vanidosas y caricias incómodas, hasta que le ofrecieron algo de dinero. “Lorina, por supuesto. ¿Acaso hay otra puta coja en otra parte?” Le respondió con la suficiencia del que hace rato conoce las respuestas, y agregó. “Llegas tarde. Ella no está aquí…” Dan quiso saber dónde estaba, pero solo obtuvo una rápida descripción de lo elegante que se veía cuando salió. “¡La hubieses visto! Si no fuera por la cojera, yo jamás la hubiese reconocido.” Confesó Mirú, sin miedo a la honestidad, sobre todo sabiendo lo poco producida que podía ser Lori con su apariencia. “¡Siempre desabrida como un huevo esa mujer, incluso a pesar de trabajar en un burdel! Yo no la entiendo.” Concluyó Mirú, dando su opinión personal, pero Dan ya no le prestaba atención, porque comenzaba a pensar en que él le había entregado el mensaje del señor Yan específicamente a la mujer que éste señaló, y ésta misma mujer, acababa de salir vestida inusualmente elegante como si asistiera a una cita. “¿Acaso la mujer de la que el señor Bacho hablaba era Lorina, la puta coja?” Comentó esto en voz alta sin darse cuenta, interrumpiendo a Mirú que ya había empezado a hablarle sobre lo maltratadas que tenía las manos luego de todos esos días trabajando duro por la ciudad y sus heridos. “¿Quién es ese Bachu?” Preguntó éste, ciertamente ofendido porque no le estaban prestando ni pizca de atención a lo que él decía, pero Dan ya debía irse. No había nada más que investigar. Claramente, no se trataba de ninguna cita romántica ni de ninguna relación seria de la que preocuparse. El señor Bacho lo entendió todo mal y su hermano solo buscaba un encuentro con una prostituta, pero fuera del burdel. Eso ni siquiera era algo raro. El asunto es que cuando fue, confiado y sonriente, a explicarle al señor Bacho que lo que sucedía no era más que un mal entendido, éste reaccionó como si aquel lo estuviera tratando de estafar. “¿Acaso me tomas por imbécil, imbécil?” Le gruñó Bacho, atragantándose con su bebida favorita, una de bonito color rosa hecha a base de jugo de tomate fermentado y leche de cabra. “¿Crees que no sé cuando mi hermano está interesado en una mujer, y me dices que solo tiene una cita con una puta! ¿Estás diciendo que mi hermano está enamorado de esa puta coja!” Dan podía explicarse, pero dada la superioridad física, la violencia inminente en el ambiente y la dosis de alcohol ingerida por aquel, era muy difícil. “¿Dónde es la cita…? ¿Qué no sabes dónde es la cita! Pero vaya mierda que eres. ¡Y encima te pago para esto!” Bacho insistió hasta que se cansó de zarandear al pobre chico y al fin lo soltó como a un estropajo inservible. “Ven conmigo. ¡Y más te vale que tengas razón!” Lo amenazó, antes de secar su jarra de un trago.



El lugar de encuentro de la pareja no era otro más que aquel en el que se conocieron la primera vez, en la pequeña plazoleta a la sombra del gran Sagistán que crecía allí, un árbol relacionado con lo sagrado y lo divino, cuyas innumerables virtudes abarcaban también el terreno de lo mágico, y cuya presencia nunca era algo casual. Aunque para Yan, ese sólo era el lugar en donde vio a Lorina por primera vez, y con eso era suficiente. La esperaba imperturbable como un guardia real, sin descanso ni distracciones, pues era ella quien debía decidir en qué momento presentarse, y él debía esperarla por el tiempo que hiciera falta, el cual nunca sería demasiado gracias a su superioridad física y a su voluntad de hierro. Eso se repetía mentalmente en el momento que la vio aparecer y todo aquello desapareció de su mente. Se sintió legítimamente abrumado por la belleza que irradiaba ella con ese simple cambio en su peinado y en sus atuendos, comprendiendo por primera vez el verdadero poder del encanto femenino, ese del que sus tres hermanas le habían hablado con petulante insistencia, pero que él siempre desestimó por saberse inmune, ahora lo doblegaba. “Espero no haberlo hecho esperar demasiado.” Dijo Lorina, acercándose tan rápido como su cojera se lo permitía. “Solo la muerte podría hacer que esa espera fuese demasiado.” Respondió Yan de forma automática, y es que esas frases afectadas y poéticas brotaban de su ser por sí solas en presencia de Lorina. “No diga eso, por favor.” Replicaba ella, sintiéndose halagada y avergonzada al mismo tiempo por la obsequiosa galantería de su hombre. “Anhelaba volver a ver sus ojos una última vez…” Decía él, y así, toda su interacción era cursi y suplicante a más no poder, encerrados dentro de una burbuja donde todo el mundo que los rodeaba, con sus miradas curiosas y sus opiniones que nadie pidió, simplemente desaparecían al no tener ojos ni oídos para nadie más. Aunque ciertamente, ellos no pasaban desapercibidos en absoluto.



León Faras.

jueves, 31 de julio de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

104.



Janzo meneaba y se sobaba el hombro haciendo muecas de dolor sentado fuera de su casa. Era una de esas lesiones testarudas que iban y venían como el clima, y no estaba su esposa para que le hiciera uno de sus remedios mágicos con esperma de vela, hierbajos aromáticos y rezos susurrados entre dientes que le quitaban el dolor por una buena temporada. Miraba a su alrededor y pensaba en su hermano, y en lo que aquel estaría pensando ahora, después de lo que sucedió con su poderoso ejército de hombres de metal y artefactos escupe-fuego. Pensaba en que ese mismo atrevimiento fallido le había costado la potestad a Rimos y a su rey, y en que un tropiezo como ese debía ser corregido a la mínima oportunidad y lo antes posible para no alimentar las ambiciones de sus enemigos. Seguramente eso era algo que también había considerado su hermano ya, y con razón. En Bosgos, algunos ya predicaban la ilusoria idea de atacar Cízarin, de devolverles el golpe, de derrocar a su rey. Uno de ellos, el que demostraba más convicción en sus ideas y fervor en su discurso, y que con ello atraía más la atención, era uno al que llamaban el capitán Musso. Tenía un puñado de fieles seguidores dispuestos a todo y a la mitad de la ciudad que aprobaba sus ideas sobre no dejarse atropellar por nadie, o que dejar una ofensa sin castigo era el primer paso hacia la esclavitud. La otra mitad creía que, aunque tuviera toda la razón, pensar en enfrentarse a Cízarin era una locura y una estupidez, pues no había forma de vencer un reino como ese ni aunque pelearan durante toda una vida, pero Musso les recordaba que la verdadera locura, y estupidez, era quedarse esperando sin hacer nada a que su enemigo los atacara cuando quisiera, para eso, era mejor invitarlos con los brazos abiertos a apropiarse de sus tierras y sus animales a cambio del honor de “¡Poder besarle sus reales pies!” Janzo estaba un poco de acuerdo con ambos, porque aunque podía aplaudir las ideas de Musso y su fervor, aún no veía con claridad cuál era la brillante estrategia que éste pensaba usar para llevarlas a cabo y derrotar a Cízarin, nada aparte de su apasionado discurso, muy inspiracional en su opinión, pero nada práctico.



Brelio ya era todo un hombre, y podía estar orgulloso de que gracias a la educación de su madre, era un hombre sensato y bienintencionado en el que se podía confiar. Pero había algo en él que a su padre le incomodaba un poco, como una segunda capa que no dejaba ver, como si su hijo estuviera siempre pretendiendo ocultar o reprimir algo. Su madre decía que su hijo era claro y transparente como el agua y siendo ella una bruja como era, seguramente sabía hasta lo que el chico soñaba por las noches, pero él no estaba muy seguro de conocerlo como debía. Brelio ni sospechaba que era un príncipe cizariano sobrino de un rey, y su padre vivía preguntándose si había sido injusto o egoísta al ocultárselo desde niño, también con la paranoia de que algún día lo averiguase y tuviera una reacción inesperada, renegando de sus padres por mentirles o tal vez solo terminara odiándolos en secreto por ocultárselo. Janzo no hablaba mucho del tema porque casi nadie sabía quién era él en su pasado, pero uno con quien sí podía hacerlo era Emmer, y éste, sin tomarse demasiado en serio la preocupación de su amigo, le respondió con suficiencia: “Mira, si hubiera algo raro en él, Emma lo sabría, porque ella siempre lo ha sabido desmenuzar con total facilidad, y si Emma supiera algo, todos lo sabríamos, porque ella nunca ha sido capaz de mantener sus ideas dentro de su cabeza por mucho tiempo.” Luego agregó: “Si fuera tú, no me preocuparía.”



“…La guerra ya comenzó, algunos no quieren oírlo, pero es cierto. Ellos ya dieron el primer golpe y darán el segundo y el tercero si es necesario. Por eso es que defenderse no es suficiente, ¡hay que atacar! Hay que quemar sus lechos, destrozar sus armas, envenenar sus alimentos y bebidas… quitarles la paz durante el descanso..” Predicaba Musso su doctrina ante un generoso grupo de bosgoneses que solo deseaban escuchar las palabras adecuadas para convencerse de luchar. “¿Y cómo vamos a enfrentar a su ejército?” Gritaba uno. “¿Cómo vamos a pelear? ¡No tenemos nada!” Gritaban otros, pero Musso respondía con pasión que tenían todo lo necesario. “No somos idiotas, no enfrentaremos un ejército que nos aplastaría como moscas en un instante. Nosotros los atacaremos en sus propias casas, por las noches y en secreto; con pequeños grupos, causando el mayor daño posible para luego huir. Ocultándonos, descansando y volviendo a atacar… golpeándolos una y otra vez aquí y allá y donde menos se lo esperan. Los debilitaremos mientras nosotros nos hacemos más fuertes.” Una mujer de unos treinta y pocos años llamada Cana; robusta, con un atractivo relativo y cierta autoridad en el grupo de Musso, notó la presencia de una pareja muy joven entre la multitud. Se acercó a ellos seguida de un hombre apenas mayor pero con una marcada calvicie, cuyo mayor atributo eran sus enormes cejas y un par de brazos como para romperle la columna a un hombre joven. La mujer hizo unas señas con las manos y otros gestos con el rostro que el hombre tradujo. “Ella quiere saber si están dispuestos a pelear o están aquí solo de curiosos.” “¡Podemos pelear!” Respondió la chiquilla, impulsiva. Cana no necesitó su lenguaje de señas para comunicar su impresión, bastó con la mirada. “¿Y estás así de dispuesta a que te rajen el cuello también?” Preguntó el hombre, inclinándose sobre ella. La muchacha dudó, como si estuviera siendo amenazada, pero luego de un par de segundos reaccionó. “¡No somos cobardes, podemos enfrentarnos a quién sea!” Alegó, altanera como un perro pequeño, muy valiente a pesar de su tamaño. La chiquilla estaba verde, su actitud era superficial, en una situación real probablemente se desmoronaría, tal vez dentro de un par de años más. El muchacho en cambio había mantenido la postura y el gesto, parecía del tipo que mantiene la boca cerrada y piensa antes de abrirla. Cana hizo un par de señas con sus manos y el hombre se dirigió sólo a él. “Nadie les obliga a entrar, pero una vez dentro, nadie abandona el grupo. Piénsalo bien y vuelve mañana si estás dispuesto a unirte a nosotros.” Brelio asintió con una sonrisilla contenida y cierto brillo en los ojos, Emma en cambio se sentía un poco rechazada. “¡Qué tontería! Quién va a estar dispuesta a que le rajen el cuello…” Comentó la chica cuando ya se iban. “Seguro que son del tipo que solo fanfarronea frente a los demás, pero luego no hacen nada.” Agregó después. “No creo que debamos volver otra vez. Ese par que se nos acercó daba muy mala espina.” Concluyó luego, ante el persistente silencio de su compañero.



León Faras.