VII
A solo algunos pasos más adelante el
terreno se cortaba verticalmente dejando una caída de unos diez metros, el
místico y la criatura se acercaron con cautela, un nuevo grito de una bestia
los hizo agazaparse instintivamente. Al asomarse hacia abajo, vieron a la
bestia, medía más de cinco metros y jadeaba con furia, estaba cubierta de
flechas sobretodo en los miembros y la espalda, totalmente inofensivas
considerando su tamaño y el grosor de su piel y pelaje pero era obvio que no
pretendían matarla con esas irrisorias armas, el objetivo era otro, en ese
momento tres jinetes la acosaban, sin parar de moverse y lanzándole flechas
untadas previamente con algún líquido irritante para volverlas más molestas,
otros jinetes idénticos a los que corrían, observaban a prudente distancia, al
parecer eran relevos, un segundo grupo que se turnaba con el primero para
mantener un asedio constante sobre la colosal criatura, el hombre moribundo que
encontraron el místico y la criatura era sin duda uno de ellos, un mal cálculo
y la bestia lo había hecho volar hasta ahí arriba de un golpe mortal, todo
golpe que daba la bestia era mortal. No lejos, dos carros tirados por caballos
se posicionaban cerca de la bestia, llevaban cada uno, una catapulta apenas más
alta que un hombre, cargados con rocas unidas a largas y angostas redes las que
estaban repletas de “arrancamoños” cosidos grandes como puños, semillas duras y
espinosas que una vez adheridas al pelaje era imposibles de retirar sin
arrancar pelo también, los hombres vendaban su cabellera pero incluso debían
tener cuidado con sus largas barbas. La bestia bramaba estridentemente ante el
acoso de los jinetes, agotada, lanzaba manotazos inútiles, una de las redes fue
lanzada cruzándole la espalda y alcanzando el brazo opuesto, adhiriéndose con
fuerza al espeso pelaje de la bestia, el acoso de los jinetes continuaba sin
pausa y la segunda catapulta disparó alcanzando un hombro, y que con un
desafortunado movimiento de la bestia terminó uniendo el brazo con la pierna
del mismo lado, entorpeciendo sus movimientos, luego la primera catapulta hizo
su segundo disparo pero fatalmente uno de los extremos quedó unido al carro y
la bestia con un movimiento de su brazo libre, hizo volar por los aires el armatoste
con los caballos unidos a él, uno de los hombres murió en el acto por el
impacto, los otros lograron saltar y sobrevivir. Los restos del carro
destrozado eran arrastrados por la bestia que con cada movimiento más debía
luchar contra las redes que poco a poco la inmovilizaban, una nueva red fue
lanzada por la catapulta que quedaba cubriendo la cabeza de la bestia agotada y
casi totalmente maniatada, sin resuello, se apoyó contra la pared justo debajo
del místico. Entonces una plataforma con ruedas mucho más grande que los
pequeños carros de catapultas, comenzó a acercarse, era tirada por una docena de
bueyes enormes. Tenía un grueso y resistente arco en la parte delantera y bajo
este un eje con una rueda dentada a cada lado. Lanzaron sobre la bestia decenas
de afilados ganchos de asalto, atados a gruesas cuerdas que pasaron por sobre
el arco y enganchados a la rueda dentada, dos hombres hacían girar el eje
acortando las cuerdas pero las ruedas dentadas se atascaban cuando la bestia
tiraba, de modo que con cada vuelta del eje el espacio entre la bestia y la
plataforma se reducía, hasta que lograron tenerla arriba, con cuerdas fijas a
la plataforma se sujetaron sus pies y el eje siguió girando hasta que todas las
cuerdas quedaron tensas, entonces la plataforma inició una lenta marcha. Los
cazadores reunieron todas sus cosas y juntaron a sus hombres y animales, cuatro
estaban heridos aunque no de gravedad, dos muertos con seguridad, uno ahí mismo
y otro había sido lanzado a varios metros, por lo que dos hombres fueron a
buscarlo, nunca abandonaban a sus muertos o heridos, luego de varios minutos lo
encontraron, los hombres se miraron, era curioso, estaba casi desnudo, le
faltaban los pantalones, las botas y el cinturón, no vieron a nadie y no había tiempo
ni necesidad de averiguar que había sucedido con la ropa de su desdichado compañero.
Sus colegas seguramente ya habían abierto los cueros de vino y estarían comiendo
y descansando, por lo que solo tomaron al muerto desnudo y se fueron.
Ya lejos de allí, el místico caminaba a buen
paso, la criatura le seguía graciosamente vestida, las botas le habían quedado un
poco grandes, pero el místico las cortó a lo largo y se las vendó como sandalias a los pies, los pantalones eran anchos pero el cinturón solucionó
eso, la capa que ya traía completó el atuendo.
León Faras.
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