martes, 18 de junio de 2013

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.


IV.


Acostumbrado a no dormir demasiado, Emmer abrió los ojos antes del amanecer, desnudo en el lecho circunstancial donde había pasado la noche notó de inmediato la ausencia de Nila, quien hace solo un par de minutos había abandono el cuarto. En lugar de ella, el soldado halló a su lado un sencillo pero bello colgante que la muchacha llevaba siempre consigo, una piedra semi-transparente con una luna tallada. El cordel estaba roto. Ese simple hecho bastó para devolverle la preocupación, si Nila se lo hubiese dejado apropósito, se lo habría sacado sin cortarlo, pero como se había desprendido, el hombre lo tomó como un mal presagio, como si los dioses pretendieran dejarle solo un frío recuerdo de su amada.
           
            Ya casi era medio día, todo el pueblo se encontraba en la entrada del reino, para despedir a la fracción de su ejército que se dirigía en gloriosa campaña por la conquista de nuevos territorios para Rimos y su gente, sin embargo, solo se oían rumores del destino que tomarían las tropas, se hablaba de una misión rápida y fácil, debido al escaso contingente reunido, solo quinientos jinetes guiados por el príncipe Ovardo, era difícil pensar, o creerle a aquellos que aseguraban, que la idea del rey era atacar y apropiarse de Cízarin, un reino capaz de defenderse con el doble de soldados bien preparados y armados y bastantes más, si decidían incluir milicia popular, era una locura pensar que el rey Nivardo cometería una irresponsabilidad como esa. Este se encontraba al frente de sus hombres, ataviado con su elegante y pulida armadura, hermosamente ornamentada con las enredaderas de espinas características de su reino, junto a su inseparable consejero, Serna. La tropa de hombres permanecía aún distendida, afinando los últimos detalles en sus armaduras y cabalgaduras, discutiendo los asuntos de la campaña sin demasiado alarde, guardando la seriedad y compostura acorde al gran desafío que se avecinaba, en frente de ellos, Ovardo observaba sin escuchar el diálogo de su padre con su despreciable consejero, ocupando su mente en el retraso de su amigo Emmer, quien al parecer era el único ausente. Al cabo de unos minutos este detuvo su caballo al lado del príncipe de Rimos, mirando al frente, disimulando su retraso, su amigo le echó un vistazo casual e inmediatamente otro más prolongado, fijando la mirada en el colgante que Nila había olvidado y que se asomaba en la base de su cuello, “lindo colgante” dijo, suponiendo que se trataba de un obsequio, un amuleto para la suerte o un recuerdo entre amantes, y luego agregó, “La próxima vez, espero que le permitas a Nila venirse antes, comprendo que deben estar juntos pero, no me gusta dejar a Delia con nadie más, necesito que la cuiden bien…”, el soldado, aunque su preocupación era sincera, la aprovechó para desviar la conversación de los asuntos que ocupaban a Nila en esos momentos, “¿Aún es delicada su salud?”, “Sí, respondió Ovardo, pero lo que me molesta es que no la puedo disuadir de que deje esos turbios presentimientos que la acosan, no deja de sentir que algo malo sucederá”, ambos hombres miraban al frente “ella se preocupa por ti” dijo el soldado, “ella se preocupa demasiado, eso dañará a mi hijo”, respondió el futuro rey. En ese momento sonó un cuerno, fuerte y claro, anunciando que el momento de la partida había llegado, todos los hombres montaron, se acomodaron sus yermos, la gente estalló en gritos de despedida y de buena suerte, algunos también en llantos, al paso, la columna de jinetes cruzó el umbral de Rimos, los dos pilares de piedra blanca pisando algunas flores que los niños habían recogido durante toda aquella mañana y que arrojaban a los pies de los caballos honrándolos y despidiéndolos como era la costumbre, el grupo de soldados se encaminó cerro abajo, en dirección al santuario de la diosa Mermes, donde, antes de dirigirse hacía Cízarin, beberían de su fuente para obtener la valiosa inmortalidad que la diosa prometía y así, convertirse en el ejército más poderoso y glorioso jamás conocido, su leyenda no tendría parangón, su superioridad sería indiscutible, ellos serían un ejército de inmortales. 


León Faras.

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