V.
La
presencia de Laura entre sus familiares, amigos y antiguos vecinos era más que
su recuerdo, se había propagado la idea de que su alma permanecía en los
lugares que frecuentaba en vida, en su casa y en los departamentos cercanos. Su
madre y hermana repetidas veces oían y veían cosas, su televisor se prendía,
las luces se apagaban, las puertas se abrían, a veces en su presencia, otras
veces cuando estaban seguras de cómo debían estar, muchos vecinos decían
haberla visto u oído, su novio Gustavo estaba seguro de haber oído su risa y de
sentir sus pasos reptantes en más de una ocasión, y lo repetía constantemente a
cualquiera que quisiese oírlo, aunque en realidad sus experiencias podían
atribuirse más a la sugestión que a algo real, pero siendo el novio no podía
ser menos que el resto de la gente. Marisol, la chica de la tienda donde
trabajaba Laura percibió algunas cosas sospechosamente cambiadas de lugar en su
trabajo pero no lo comentó con nadie, era distraída y nunca estaría totalmente
segura de que si las cosas se habían movido solas o habían quedado así, a menos
que sucedieran frente a ella, pero nunca había sucedido eso. Loreto Erazo, su
amiga, no había visto ni oído nada y no quería de ninguna manera oír ni ver
nada, esas cosas le aterraban y aseguraba que podía darle un patatús si algo
sobrenatural le sucedía, mientras tanto que la señora Inés, vecina de Loreto y
dueña del gato que se había llevado el susto de su vida, culpó a su hijo
Renato, muerto hace más de dos años, de haberle prendido el televisor, apagado
la luz y de asustar a su pobre gato “Sandro”, el cual tardó todo un día en
regresar, lejos de atribuir al espíritu de Laura aquella presencia en su casa,
decidió que debía mandar a hacer una nueva misa por el eterno descanso del alma
de su aún disconforme hijo. Luego tenemos a Virginia, la madre de Gustavo, una
mujer enamorada de su hijo a pesar de los pocos logros de este, celosa de su
novia no tenía una relación sana con Laura, aunque tampoco le alegraba lo
sucedido a su nuera, la presencia del espíritu de esta en la población para
ella, no eran más que habladurías de gente ignorante, y sugestión e
inconformismo en el caso de su familia. Su hijo no le comentaba nada de lo que
creía oír, aunque no se trataba de situaciones reales con seguridad, Mario
Fuentes, su padre, era un tipo opacado por su esposa, obstinado e inteligente
pero más propenso a trabajar a escondidas que a oponerse a su mujer, no le
gustaba discutir y simplemente lo evitaba, Laura le caía bien pero tenía cosas
más importantes de que ocuparse. Richard Cortez, conocido en todas partes como
el Chavo, era un tipo que aparentaba unos cuarenta y tantos, medio delincuente
y medio honesto, el típico sujeto que no duraba mucho tiempo en ningún trabajo,
por lo que no dudaba en conseguir dinero extra ilegalmente, por lo general
drogas de baja categoría, el Tavo le había comprado en más de una oportunidad,
también se dedicaba a veces a la reducción de especies, no había visto ni oído
nada paranormal pero no dudaba de aquellos que sí, curiosamente, era el único
que aseguraba que la muerte de Laura no había sido un accidente, y repetía que
“…a la Laura, la mataron” como algo que sólo él podía ver, algo que sólo
alguien con su experiencia podía notar. La Macarena, su mujer, solo asentía,
siempre asentía sobre todo, podía estar de acuerdo con una cosa y luego podía
estar de acuerdo con algo totalmente contrario y mutuamente excluyente, lo que
demostraba que nunca daba su opinión sobre nada, solo asentía. El cura José
María aconsejaba rezos, misas y sahumerios, la muchacha no podía encontrar el
camino a Dios y así descansar en paz, por lo que debían ayudarla, aunque en
realidad para el sacerdote aquello era una historia más que repetida, en casi
todas las familias debía haber por lo menos alguien que asegurara que el
espíritu de aquel familiar recientemente fallecido continuaba entre ellos, era
algo muy común en su oficio y aunque no siempre meritaba que interviniera, sí
se daba con mucha frecuencia, por lo general era solo falta de resignación de
los familiares, pero no por eso podía negarles sus servicios. Ángelo Valdés, el
admirador secreto, el enamorado incondicional, ese que toda mujer tiene y que
puede pasar toda una vida sin que nadie se entere con el fantasma del rechazo
encima, dueño de un amor por Laura grande y fuerte como un roble pero sin
raíces, sin el conocerse, sin una relación que lo sustente, él era un buen
ejemplo de ese enigma sobre el amor sin motivo que crece sin medida. Desde la
muerte de Laura, sus sueños con ella se habían intensificado en frecuencia y
realismo.
El
problema de Laura Moros, era que su muerte se había producido sin que lo
notara, ella no sabía que estaba muerta y no había nada que se lo hiciera ver
ni nadie que se lo dijera, la vida había desaparecido de su mundo porque no
podía percibirla y no podía controlar su inmaduro cuerpo inmaterial, por lo que
su mente y su consciencia le jugaban trucos todo el tiempo, solo porque ahora
habitaban un cerebro inmaterial que aún no estaba listo. Ella creía hacer cosas
que en realidad no hacía, y creía que cosas no funcionaban cuando sí lo hacían,
por lo que toda esa presencia que ejercía en su población era nada más que
experimentación de su entorno, era investigación, su investigación por saber
qué estaba pasando, no tenía ni idea de que era un alma en pena, de que el
mundo seguía su curso normal a su alrededor pero sin ella, de que ejercía
presencia material en la vida de los demás.
León Faras.
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