sábado, 1 de junio de 2013

Del otro lado.

   
V.


La presencia de Laura entre sus familiares, amigos y antiguos vecinos era más que su recuerdo, se había propagado la idea de que su alma permanecía en los lugares que frecuentaba en vida, en su casa y en los departamentos cercanos. Su madre y hermana repetidas veces oían y veían cosas, su televisor se prendía, las luces se apagaban, las puertas se abrían, a veces en su presencia, otras veces cuando estaban seguras de cómo debían estar, muchos vecinos decían haberla visto u oído, su novio Gustavo estaba seguro de haber oído su risa y de sentir sus pasos reptantes en más de una ocasión, y lo repetía constantemente a cualquiera que quisiese oírlo, aunque en realidad sus experiencias podían atribuirse más a la sugestión que a algo real, pero siendo el novio no podía ser menos que el resto de la gente. Marisol, la chica de la tienda donde trabajaba Laura percibió algunas cosas sospechosamente cambiadas de lugar en su trabajo pero no lo comentó con nadie, era distraída y nunca estaría totalmente segura de que si las cosas se habían movido solas o habían quedado así, a menos que sucedieran frente a ella, pero nunca había sucedido eso. Loreto Erazo, su amiga, no había visto ni oído nada y no quería de ninguna manera oír ni ver nada, esas cosas le aterraban y aseguraba que podía darle un patatús si algo sobrenatural le sucedía, mientras tanto que la señora Inés, vecina de Loreto y dueña del gato que se había llevado el susto de su vida, culpó a su hijo Renato, muerto hace más de dos años, de haberle prendido el televisor, apagado la luz y de asustar a su pobre gato “Sandro”, el cual tardó todo un día en regresar, lejos de atribuir al espíritu de Laura aquella presencia en su casa, decidió que debía mandar a hacer una nueva misa por el eterno descanso del alma de su aún disconforme hijo. Luego tenemos a Virginia, la madre de Gustavo, una mujer enamorada de su hijo a pesar de los pocos logros de este, celosa de su novia no tenía una relación sana con Laura, aunque tampoco le alegraba lo sucedido a su nuera, la presencia del espíritu de esta en la población para ella, no eran más que habladurías de gente ignorante, y sugestión e inconformismo en el caso de su familia. Su hijo no le comentaba nada de lo que creía oír, aunque no se trataba de situaciones reales con seguridad, Mario Fuentes, su padre, era un tipo opacado por su esposa, obstinado e inteligente pero más propenso a trabajar a escondidas que a oponerse a su mujer, no le gustaba discutir y simplemente lo evitaba, Laura le caía bien pero tenía cosas más importantes de que ocuparse. Richard Cortez, conocido en todas partes como el Chavo, era un tipo que aparentaba unos cuarenta y tantos, medio delincuente y medio honesto, el típico sujeto que no duraba mucho tiempo en ningún trabajo, por lo que no dudaba en conseguir dinero extra ilegalmente, por lo general drogas de baja categoría, el Tavo le había comprado en más de una oportunidad, también se dedicaba a veces a la reducción de especies, no había visto ni oído nada paranormal pero no dudaba de aquellos que sí, curiosamente, era el único que aseguraba que la muerte de Laura no había sido un accidente, y repetía que “…a la Laura, la mataron” como algo que sólo él podía ver, algo que sólo alguien con su experiencia podía notar. La Macarena, su mujer, solo asentía, siempre asentía sobre todo, podía estar de acuerdo con una cosa y luego podía estar de acuerdo con algo totalmente contrario y mutuamente excluyente, lo que demostraba que nunca daba su opinión sobre nada, solo asentía. El cura José María aconsejaba rezos, misas y sahumerios, la muchacha no podía encontrar el camino a Dios y así descansar en paz, por lo que debían ayudarla, aunque en realidad para el sacerdote aquello era una historia más que repetida, en casi todas las familias debía haber por lo menos alguien que asegurara que el espíritu de aquel familiar recientemente fallecido continuaba entre ellos, era algo muy común en su oficio y aunque no siempre meritaba que interviniera, sí se daba con mucha frecuencia, por lo general era solo falta de resignación de los familiares, pero no por eso podía negarles sus servicios. Ángelo Valdés, el admirador secreto, el enamorado incondicional, ese que toda mujer tiene y que puede pasar toda una vida sin que nadie se entere con el fantasma del rechazo encima, dueño de un amor por Laura grande y fuerte como un roble pero sin raíces, sin el conocerse, sin una relación que lo sustente, él era un buen ejemplo de ese enigma sobre el amor sin motivo que crece sin medida. Desde la muerte de Laura, sus sueños con ella se habían intensificado en frecuencia y realismo.


El problema de Laura Moros, era que su muerte se había producido sin que lo notara, ella no sabía que estaba muerta y no había nada que se lo hiciera ver ni nadie que se lo dijera, la vida había desaparecido de su mundo porque no podía percibirla y no podía controlar su inmaduro cuerpo inmaterial, por lo que su mente y su consciencia le jugaban trucos todo el tiempo, solo porque ahora habitaban un cerebro inmaterial que aún no estaba listo. Ella creía hacer cosas que en realidad no hacía, y creía que cosas no funcionaban cuando sí lo hacían, por lo que toda esa presencia que ejercía en su población era nada más que experimentación de su entorno, era investigación, su investigación por saber qué estaba pasando, no tenía ni idea de que era un alma en pena, de que el mundo seguía su curso normal a su alrededor pero sin ella, de que ejercía presencia material en la vida de los demás.


León Faras. 

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