jueves, 7 de noviembre de 2013

Del otro lado.

VIII.  


Laura estaba sentada en el suelo fuera del departamento de su madre, estaba segura de haber tomado las llaves antes de salir, incluso había vuelto por ellas cuando ya se iba, pero al momento de usarlas para abrir la puerta no estaban, no había nada en sus bolsillos y no sabía como o donde las había perdido. Atardecía, se dio cuenta de que no había comido nada, pero ni hambre sentía. Tocó el timbre una vez pero ni siquiera quiso insistir, no había visto ni oído a nadie en todo el día y eso ya la tenía desconcertada, incluso si no fuera porque las ventanas de enfrente tenían protección, ya hubiese lanzado una de las macetas para romper el vidrio y entrar, pero se resignó, se calmó y se sentó. La brisa que ella no podía sentir había vuelto, movía suavemente las hojas secas que se escapaban de un montón no muy lejano, la chica recapacitó, ¿quién había hecho ese montón de hojas?, alguien las había apilado, y ahora el viento las volvía a esparcir. Laura se puso de pie intrigada y quiso acercarse, no notó las diminutas pintitas que comenzaron a aparecer a su rededor, el viento había cesado pero el montón de hojas seguía ahí, las pequeñas manchas en el cemento y la tierra se multiplicaron rápidamente hasta que lo cubrieron todo, la chica las vio pero no lo comprendió en ese momento, incrédula, vio como todo el mundo se mojaba menos ella, alzó la vista al cielo y vio claramente como una gota de agua se estrellaba contra su ojo abierto, pero antes de que las reacciones automáticas del cuerpo se lo cerrara,  la gota había desaparecido sin dejarle ningún rastro de su paso. Llovía bastante fuerte pero la lluvia la ignoraba por completo, como la polvareda de aquella mañana o el viento mismo. Se llevó una mano al cabello, lo sintió seco, se palpó la ropa y se revisó las manos, la lluvia le caía encima sin mojarla, sin quedarse sobre ella. Pero algo era más sorprendente para ella, tanto como para maravillarla, la podía oír. Cerró los ojos para sentirla mejor pero su sensación no cambió, no sentía ni una gota sobre su cuerpo sin embargo podía oírla, oía las gotas estrellarse contra el piso a su rededor, las oía chocando contra los tejados de zinc, las oía chapoteando en los charcos que ya se habían formado, la oía y el sonido era maravilloso. La noche se adelantó por el cielo encapotado, las luces de muchos de aquellos departamentos estaban encendidas, los vidrios en su mayoría se veían empañados, lo que le daba la impresión de una notable diferencia entre la temperatura de adentro y la de afuera, cosa que ella no podía percibir, no sentía frío en absoluto.  Las farolas de la calle también se habían encendido ya, se podía ver claramente la fuerza de la lluvia bajo su luz amarillenta, cuando bajó la vista notó que estaba parada sobre un charco, llovía fuerte, el intenso bombardeo que recibía el espejo de agua le impedía verse a la chica con la luminosidad de las farolas, de pronto sintió la necesidad de ver su reflejo, un presentimiento se lo sugería insistentemente, una curiosidad repentina e imperiosa, pero la agitación del agua se lo impedía, frustrada, levantó el pie y lo dejó caer con fuerza, incrédula, lo intentó nuevamente, luego fue un saltito con el que ambos pies golpearon juntos y al mismo tiempo, pero el resultado era tan inverosímil como el hecho de que la lluvia no la mojara, el agua no salpicaba nada, no se movía, no salía del espacio en el que ella irrumpía, no reaccionaba ante ella, ante su existencia material, física. Ella no estaba allí.


Laura aspiró hondo, sí, respiraba, o eso creía hacer, trató de concentrarse, el viento no la había tocado, el agua no la mojaba, el charco no se inmutaba, ella no estaba ahí, pero estaba, sus sentidos le decían que sí estaba, podía verse, podía oírse, podía tocarse, podía pensar, ¿cómo podía no estar?, se preguntó; no existir, existiendo. La lluvia de pronto, extenuada quizá, bajo su intensidad, la chica se había dejado caer sobre el charco atontada, tal vez, ni siquiera hubiese sentido el agua en su trasero de haber podido, pero no podía sentir nada, bajó la vista y tardó varios segundos en notar que el agua estaba prácticamente inmóvil, solo levemente perturbada por gotas pequeñas que caían separadas unas de otras en espacio y tiempo, y que en el espejo de agua, desde su perspectiva, reflejaba solo el cielo nuboso y oscuro, pero no a ella no su cuerpo ni su ropa y eso no podía ser, no tenía sentido. Gritó, y su grito fue sorprendentemente largo porque el aire no se le acabó, sino que continuó hasta terminar con el sonido por cansancio y voluntad, eso fue tan inocuo con su frustración que no consiguió nada más que sentir un leve desahogo, muy leve, pero también fue muy raro, significaba que podía prescindir del aire aunque nadie puede prescindir del aire, “no hay vida sin a…” y la frase quedó hasta ahí en su mente, porque significaba considerar como opción la ausencia de vida, por primera vez se formó en su mente la posibilidad de que estuviese muerta, pero no podía ser así la muerte, porque, ¿donde estaban el resto de los muertos?, y si seguía ahí en su casa, en su población y en su ciudad, ¿entonces dónde estaban los vivos también? No podía ser que la muerte fuese solo esa agobiante soledad, no podía ser que tuviera una eternidad por delante de esa manera, porque de ser así era mejor desaparecer y ya, si embargo ahí estaba, aguantando la respiración por ya varios minutos sin que el cuerpo la obligara a respirar, sin que se manifestara ninguna necesidad por aspirar oxígeno y hablando de necesidades vitales, tampoco había ingerido alimento alguno, no, no podía estar muerta, ella seguramente lo sabría, estaría enterada, nadie moría sin enterarse, “¿o sí…?” se preguntó e inmediatamente recordó su salida del trabajo y aquel autobús, recordaba a Marisol que la había escoltado hasta el paradero y luego recordaba una llamada del Tavo y luego nada, no tenía nada más, solo había comenzado con toda esta situación extraña y eso había sido en su  casa, en su dormitorio. Luego de un buen rato de estériles cavilaciones Laura se puso de pie, caminó algunos pasos y se detuvo, un auto con las luces encendidas estaba detenido afuera de un block de departamentos, reconoció donde estaba, el lugar donde vivía el Ángelo el tipo que todo el mundo sabía que estaba enamorado de ella, era un vehículo de la policía y no se explicaba de donde había salido, como de costumbre, no había ninguna señal de vida. La lluvia reanudó su actividad aquella noche con fuerza y Laura solo siguió vagando sin rumbo. 


León Faras.

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