X.
Cuando
Laura despertó se encontraba nuevamente en su casa y en su cuarto, nuevamente
se despertaba con la salida del sol y con el silencio abrumador e interminable.
Ya no llovía. No tenía ni idea de como había llegado allí, por la noche se
había tendido en la calle, sobre el frío y húmedo pavimento y bajo la
persistente lluvia que ella no podía sentir, pensando en su rara situación y en
la posibilidad de que aquello se tratara de la muerte a pesar de que no había
experimentado nada que se le pareciera a morir. No sentía angustia ni tristeza,
en realidad no sentía nada, solo el desconcierto de la incertidumbre, y la
incredulidad ante una realidad tan absurda e insípida, seguía pensando que la
muerte no podía ser así, sin embargo no sabía qué otra cosa pensar, por lo
general saliendo de la cama se habría dado una ducha, pero ya había comprobado
que el agua no la tocaba, levantó uno de sus brazos y se olió, algo que en
otras circunstancias le hubiese provocado muecas de asco, ahora lo hacía sin
remordimientos, no percibió ningún olor, al igual que con el sonido, su olfato
no percibía nada. Sin ningún rastro de somnolencia se levantó y salió de su
cuarto, no recordaba como o cuando había cambiado su ropa por el pijama que
llevaba pero no se preocupó por eso, no le preocupaba en absoluto quedarse con
pijama todo el día, o el resto de su vida, Laura hizo una mueca ante lo raro
que le sonó en su mente eso de “el resto de su vida” en tan singulares
circunstancias. Salió de su casa, apenas comenzaba a amanecer, se percibía el
frío intenso de la madrugada en el ambiente pero ella no lo sentía, ni siquiera
en sus pies descalzos enfundadas en coquetos calcetines blancos con puntas
rosadas, los restos de la lluvia estaban por todos lados, se sujetó del
barandal de metal frente a ella, debería haber estado muy helado, se asomó
hacia abajo, a la calle, estaba en el tercer piso, puso uno de sus pies en el
fierro horizontal del barandal más cercano al piso de donde estaba y se paró
sobre él, más de la mitad de su cuerpo superaba la protección de la
balaustrada, un simple cambio de peso era suficiente para formar el
desequilibrio necesario para caer, se preguntó si sentiría algo, si sentiría
dolor al estrellarse en el concreto desde esa altura, no era algo que le
agradara, pero sentir algo significaría que estaba viva. Sí sintió algo después
de todo, el miedo natural a caer, bajó del barandal y usó las escaleras. Caminó
con paso lento en pijama y descalza por las solitarias y húmedas calles sin que
siquiera se ensuciaran sus calcetines, sin que la fría y húmeda brisa le
perturbara, sin que los potentes primeros rayos del sol le dañaran los ojos
hasta encontrarse en los límites de la población donde vivía, percibió un mundo
entero y sin vida solo para ella y eso no le provocó nada. El día ya había
clareado casi por completo, Laura llegó hasta el paradero y se sentó sin
necesidad, solo por decisión, un movimiento en el aire llamó su atención, humo,
un cigarrillo casi entero estaba a sus pies, había muchos más como de costumbre
en los paraderos, pero este era evidentemente reciente, pisado de forma errónea
y apurada en la mitad de su extensión donde se ubicaba el filtro, podía ver las
marcas nítidas de la planta del pie que lo había pisado estampadas en agua y
tierra sobre el papel, estaba encendido, una oleada de entusiasmo y alegría la
recorrió, se puso de pie de un salto, con el cigarrillo consumiéndose en su
mano, pensando en que había más gente en alguna parte, en algún momento, eso le
dio una sospecha, una idea y se echó a caminar con la vista pegada en el suelo,
encontró un montón de cosas posteriores a la lluvia de la noche anterior, un
papel higiénico arrugado, seco en su mayoría, basureros llenos, una manzana
mordisqueada, excremento de perros y aves, cajetillas de cigarrillos vacías y
retorcidas, chicles pegados, las marcas del accidente donde ella había muerto.
Se quedó quieta, la frenada del auto que había impactado el autobús donde
viajaba estaban marcadas en el pavimento, también habían cristales pulverizado
y marcas del fuego y el humo del vehículo pequeño, las señales de un violento
choque eran claras y recientes pero ella no lo recordaba, no relacionó en ese
momento su muerte con ese accidente pero ese lugar tenía una extraña atracción
sobre ella, como un presentimiento de que eso tenía alguna estrecha relación
con ella más de lo que parecía. Tuvo la clara idea de que el mundo seguía su
camino sin ella, de que las personas seguían donde mismo llevando a cabo sus
ordinarias actividades cotidianas pero fuera de lo que sus sentidos podían captar.
Cuando
Laura levantó la vista estaba de pie en la calle frente a la parada de buses, fue
cuando su mundo ya raro e inesperado se volvió más raro e inesperado en un instante.
El mundo seguía su curso normal y con toda esa normalidad, las muchas personas que
estaban en el paradero a esa hora solicitaron la parada del autobús que se
aproximaba, este se detuvo sin que nada anormal sucediera para las personas,
pero Laura se llevo una gran sorpresa cuando el vehículo de transporte se
detuvo sobre ella, absorbiéndola y entrando en la realidad de la muchacha que
de pronto y sin saber como se encontró súbitamente en el interior de un autobús
vacío y estacionado exactamente en el mismo lugar donde ella estaba parada. La
muchacha estaba de pie en la subida justo al lado del, para ella, vacío asiento
del conductor mirando hacia el camino, sorprendida, se giró despacio para
corroborar que el resto del vehículo también estaba ahí. Estaba vacío
completamente para ella, sin embargo le sirvió para recordar su último día de
normalidad, en cuanto vio su asiento preferido, el primero junto a la puerta,
recordó que la última vez ese asiento iba ocupado por un hombre que dormía, luego,
recordó ver fugazmente en uno de los asientos del final a Ángelo Valdés. El bus
se puso en marcha sin que a ella le afectara la inercia del movimiento, por lo
que tardó un poco en notarlo, caminó por el pasillo rememorando aquel viaje,
solo había echado un vistazo antes de sentarse y no recordaba bien las personas
que viajaban, por lo menos a nadie más que ella conociera, solo que no
superaban la decena. Laura se detuvo al llegar al final, como era costumbre, los
buses interurbanos contaban con una puerta trasera, decidió quedarse cerca de
ella, tal vez en algún momento se abriría y podría bajarse, eso esperaba porque
si no sabía como había subido, menos sabría como bajar.
León Faras.
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