viernes, 6 de diciembre de 2013

Del otro lado.

X. 


Cuando Laura despertó se encontraba nuevamente en su casa y en su cuarto, nuevamente se despertaba con la salida del sol y con el silencio abrumador e interminable. Ya no llovía. No tenía ni idea de como había llegado allí, por la noche se había tendido en la calle, sobre el frío y húmedo pavimento y bajo la persistente lluvia que ella no podía sentir, pensando en su rara situación y en la posibilidad de que aquello se tratara de la muerte a pesar de que no había experimentado nada que se le pareciera a morir. No sentía angustia ni tristeza, en realidad no sentía nada, solo el desconcierto de la incertidumbre, y la incredulidad ante una realidad tan absurda e insípida, seguía pensando que la muerte no podía ser así, sin embargo no sabía qué otra cosa pensar, por lo general saliendo de la cama se habría dado una ducha, pero ya había comprobado que el agua no la tocaba, levantó uno de sus brazos y se olió, algo que en otras circunstancias le hubiese provocado muecas de asco, ahora lo hacía sin remordimientos, no percibió ningún olor, al igual que con el sonido, su olfato no percibía nada. Sin ningún rastro de somnolencia se levantó y salió de su cuarto, no recordaba como o cuando había cambiado su ropa por el pijama que llevaba pero no se preocupó por eso, no le preocupaba en absoluto quedarse con pijama todo el día, o el resto de su vida, Laura hizo una mueca ante lo raro que le sonó en su mente eso de “el resto de su vida” en tan singulares circunstancias. Salió de su casa, apenas comenzaba a amanecer, se percibía el frío intenso de la madrugada en el ambiente pero ella no lo sentía, ni siquiera en sus pies descalzos enfundadas en coquetos calcetines blancos con puntas rosadas, los restos de la lluvia estaban por todos lados, se sujetó del barandal de metal frente a ella, debería haber estado muy helado, se asomó hacia abajo, a la calle, estaba en el tercer piso, puso uno de sus pies en el fierro horizontal del barandal más cercano al piso de donde estaba y se paró sobre él, más de la mitad de su cuerpo superaba la protección de la balaustrada, un simple cambio de peso era suficiente para formar el desequilibrio necesario para caer, se preguntó si sentiría algo, si sentiría dolor al estrellarse en el concreto desde esa altura, no era algo que le agradara, pero sentir algo significaría que estaba viva. Sí sintió algo después de todo, el miedo natural a caer, bajó del barandal y usó las escaleras. Caminó con paso lento en pijama y descalza por las solitarias y húmedas calles sin que siquiera se ensuciaran sus calcetines, sin que la fría y húmeda brisa le perturbara, sin que los potentes primeros rayos del sol le dañaran los ojos hasta encontrarse en los límites de la población donde vivía, percibió un mundo entero y sin vida solo para ella y eso no le provocó nada. El día ya había clareado casi por completo, Laura llegó hasta el paradero y se sentó sin necesidad, solo por decisión, un movimiento en el aire llamó su atención, humo, un cigarrillo casi entero estaba a sus pies, había muchos más como de costumbre en los paraderos, pero este era evidentemente reciente, pisado de forma errónea y apurada en la mitad de su extensión donde se ubicaba el filtro, podía ver las marcas nítidas de la planta del pie que lo había pisado estampadas en agua y tierra sobre el papel, estaba encendido, una oleada de entusiasmo y alegría la recorrió, se puso de pie de un salto, con el cigarrillo consumiéndose en su mano, pensando en que había más gente en alguna parte, en algún momento, eso le dio una sospecha, una idea y se echó a caminar con la vista pegada en el suelo, encontró un montón de cosas posteriores a la lluvia de la noche anterior, un papel higiénico arrugado, seco en su mayoría, basureros llenos, una manzana mordisqueada, excremento de perros y aves, cajetillas de cigarrillos vacías y retorcidas, chicles pegados, las marcas del accidente donde ella había muerto. Se quedó quieta, la frenada del auto que había impactado el autobús donde viajaba estaban marcadas en el pavimento, también habían cristales pulverizado y marcas del fuego y el humo del vehículo pequeño, las señales de un violento choque eran claras y recientes pero ella no lo recordaba, no relacionó en ese momento su muerte con ese accidente pero ese lugar tenía una extraña atracción sobre ella, como un presentimiento de que eso tenía alguna estrecha relación con ella más de lo que parecía. Tuvo la clara idea de que el mundo seguía su camino sin ella, de que las personas seguían donde mismo llevando a cabo sus ordinarias actividades cotidianas pero fuera de lo que sus sentidos podían captar.


Cuando Laura levantó la vista estaba de pie en la calle frente a la parada de buses, fue cuando su mundo ya raro e inesperado se volvió más raro e inesperado en un instante. El mundo seguía su curso normal y con toda esa normalidad, las muchas personas que estaban en el paradero a esa hora solicitaron la parada del autobús que se aproximaba, este se detuvo sin que nada anormal sucediera para las personas, pero Laura se llevo una gran sorpresa cuando el vehículo de transporte se detuvo sobre ella, absorbiéndola y entrando en la realidad de la muchacha que de pronto y sin saber como se encontró súbitamente en el interior de un autobús vacío y estacionado exactamente en el mismo lugar donde ella estaba parada. La muchacha estaba de pie en la subida justo al lado del, para ella, vacío asiento del conductor mirando hacia el camino, sorprendida, se giró despacio para corroborar que el resto del vehículo también estaba ahí. Estaba vacío completamente para ella, sin embargo le sirvió para recordar su último día de normalidad, en cuanto vio su asiento preferido, el primero junto a la puerta, recordó que la última vez ese asiento iba ocupado por un hombre que dormía, luego, recordó ver fugazmente en uno de los asientos del final a Ángelo Valdés. El bus se puso en marcha sin que a ella le afectara la inercia del movimiento, por lo que tardó un poco en notarlo, caminó por el pasillo rememorando aquel viaje, solo había echado un vistazo antes de sentarse y no recordaba bien las personas que viajaban, por lo menos a nadie más que ella conociera, solo que no superaban la decena. Laura se detuvo al llegar al final, como era costumbre, los buses interurbanos contaban con una puerta trasera, decidió quedarse cerca de ella, tal vez en algún momento se abriría y podría bajarse, eso esperaba porque si no sabía como había subido, menos sabría como bajar.


León Faras. 

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