martes, 17 de diciembre de 2013

Historia de un amor.

III.

La luna estaba enorme como una naranja sujeta en la mano al final de un brazo estirado, Miranda la observaba con un vaso de agua con sabor a manzana en la mano, pensando en alguien que quizá no existía, pero al que se negaba a renunciar, un ejercicio que ya había llevado a cabo sin ningún resultado, y era que las cosas en el mejor de los casos se habían tratado de sentimientos diluidos, pálidos, semi-actuados, inconsistentes y casuales, no esperaba vivir un cuento de hadas con el hombre perfecto, solo esperaba enamorar y enamorarse de forma simple y honesta, dejar de sentir en todo momento que las palabras eran demasiado significativas para lo que pretendían expresar, que exageraba, que mentía o que era engañada… que la relación amorosa fuera totalmente ineficaz en su trabajo de  regalarle emociones. Había llegado a un punto en el que preferiría apostar a la búsqueda de la felicidad individual, del amor propio, de la tranquilidad sin romance, un punto en el que sentía firmemente que la búsqueda era inútil y donde la resignación no se veía tan remota, “…dejar de buscar” decía el libro ese en la página de la Chiribita. Hace muchos años siendo solo una niña de ojos pequeños y oscuros y sonrisa chispeante  en un segundo de descuido se separó de su madre y sus tías en uno de los varios festivales realizados en su pueblo, acontecimiento que congregaba a toda la gente entre delicias culinarias y actos artísticos. La pequeña, premunida de una personalidad fuerte y sagaz, al verse sola echó a andar por el lugar hasta que una amable señora la detuvo para que fuera encontrada, luego de un par de horas, tanto aquella mujer como su mamá y sus tías le explicaron con insistencia que había sido buscada intensamente pero que al no estar en el lugar que había quedado, la búsqueda se había complicado mucho, porque en vez de acercarse, con cada paso que daba se alejaba más. Eso tenía mucha lógica al pensar en algo o alguien físicamente perdido desde algún lugar específico, pero en alguien nunca antes encontrado era completamente distinto, no había un punto de partida para iniciar la búsqueda o para dejarse encontrar.

Ella no era como cualquier chica, definitivamente era muy diferente y se esforzaba para que eso se notara, en su aspecto, en sus actos, en su discurso y también quería algo diferente, enamorarse, confiar, disfrutar, no tener que preocuparse de dependencias, pertenencias o inseguridades, había acumulado una buena cantidad de experiencia propia y ajena que la había asqueado lo suficiente como para alejarse de las relaciones románticas pero guardando la esperanza de que algo sucediera, algo que la golpeara y la transformara, algo como el amor, una esperanza de la que no abusaba por miedo a que se quedara en los terrenos de las aspiraciones irreales. A menudo pensaba que se quedaría sola, no porque no hubiera nadie que quisiera estar con ella, si no porque ella quería sentir y vivir algo diferente, algo honesto, algo verdadero, algo bueno, no sabía si eso en verdad existía y de existir no tenía idea de cómo conseguirlo, pero no quería conformarse, su apuesta era a todo o nada. Miranda no se engañaba al pensar así, solo se tomaba el tiempo para observar, para ser espectadora y el mundo le mostraba lo que buscaba día tras día, promesas rotas, adulaciones vanas, personas que se desentendían de sus hijos y parejas, abusos, humillaciones innecesarias, pero sobre todo, faltaba amor, ternura, cariño, esa chispa que se nota en el enamorado, esa emoción por llevar a alguien especial a su lado, ese orgullo de ser amada o amado por alguien único e irremplazable, nada de eso había, parecía que solo formaban pareja con quien tenían más a mano y procreaban porque era lo que debían hacer y luego de eso vivir una vida dominada por la ley del más fuerte, las parejas caminaban cada uno por su lado, ignorándose, separando las actividades de cada uno, como si en vez de buscar a la persona amada, una fuerza superior y dominante les hubiese impuesto con quien debían pasar el resto de sus vidas sin tomarle parecer a sus gustos personales. Era raro ver a alguien enamorado, y cuando lo lograba muchas veces era decepcionante, había falsedad, intenciones o motivos equivocados, conveniencias, adulaciones, vanidad, presunción, todo eso le disgustaba, se lo tomaba como personal y la volvía en contra de las absurdas relaciones sentimentales que la rodeaban. Miranda en el fondo sentía que esa fuerza superior y dominante, no podía ser buena ni mala, no hacía favores ni perjuicios, si no que encausaba lo que uno mismo creía necesitar o merecer, tal vez se equivocaba, pero era testaruda como nadie.


Miranda pensaba en alguien que quizá no existía, alguien cuya existencia dependía de muchas coincidencias y condiciones, alguien que no sabía que ella existía, alguien que estaba realizando su misma búsqueda.



León Faras.

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