Teté
era apenas una niña, trabajaba en la cocina del palacio de Rimos donde se
encargaba de los mandados y las labores de aseo, no era un trabajo complicado
aunque sí resultaba agotador. Aquella mañana la habían sacado de sus labores
habituales y la habían enviado con el desayuno de la princesa Delia, debía
reemplazar a Nila que por alguna razón no se había presentado y nadie sabía
donde estaba, una labor mucho más distendida y aseada de las que regularmente
le encargaban, sin embargo, hubiese preferido no salir de la cocina ese día,
pues la experiencia fue de espanto.
Dolba,
la partera más experimentada de Rimos, una mujer madura conocida por todos como
la Madrina, había visitado a la princesa Delia en varias oportunidades, trabajaba
junto a la menor de sus muchas hijas nacidas vivas y que seguían sus pasos y a una
chica huérfana de la cual se encargaba y le enseñaba el oficio. Le había
recetado a la princesa baños de agua caliente para soltar las carnes,
contundentes caldos negros para fortalecer
la sangre, algunas hierbas medicinales para facilitar el parto, mucho reposo
que una mujer de su posición social no tendría problemas en proveerse y sobre
todo encomendarse devotamente a los dioses que la sacaran con bien de un
tránsito tan peligroso como era el de parir. Aún le faltaban un par de semanas
para completar su periodo de gestación cuando aquella mañana Delia comenzó a
sentir los primeros anuncios de que el parto se aproximaba, era inevitable que
aquello se le presentara en el momento preciso en que se encontraba sola, pues
tan insistentemente lo había temido así. Ovardo se acababa de retirar y al ver
que Nila no se había presentado aún, ordenó que alguna de las chicas del
palacio se encargara de las necesidades de la princesa hasta que Nila llegara. Teté
se detuvo ante la puerta del dormitorio de Delia y con gran dificultad acomodó
la bandeja que traía con el desayuno de la princesa en uno solo de sus brazos
para liberar el otro y poder golpear y abrir la puerta cuando un sonido le
llegó desde dentro, era el típico sonido de un grito contenido en la garganta
que desemboca en dientes y puños apretados sin ser liberado. La muchacha empujó
la puerta y se asomó con la timidez de una chica acostumbrada a estar en el puesto
más bajo de la escala jerárquica, la cama estaba vacía y buena parte de la ropa
arrastrada hasta el suelo, llamó a la princesa con un tono de voz apenas
audible, dio un par de pasos con poco convencimiento y pensando ya en retirarse
cuando sorpresivamente Delia apareció desde el otro lado de la cama y apoyó un
brazo sobre esta con un esfuerzo similar a alguien que ha escalado un abismo
para llegar ahí, su cabello era un desastre, su rostro brillaba en sudor fresco
y lágrimas, apretaba los dientes y uno de sus puños se sujetaba a las sábanas
con furia mientras el otro contenía inútilmente el abundante líquido que aún
brotaba de su entrepierna y cuyo color era anormalmente oscuro. Una palabra
logró pronunciar entre dientes antes de hundir nuevamente su cara en la cama
conteniendo una nueva y dolorosa contracción “ayúdame”. Teté, aterrada, se
quedó sin reacción durante varios segundos, sencillamente su cerebro no
procesaba lo que estaba sucediendo y por lo tanto no generaba respuesta alguna,
solo una notable cantidad de adrenalina que puso a temblar la bandeja con el
desayuno sin que nadie pudiera notarlo. Eso, hasta que una mujer que pasaba por
fuera vio la escena a través de la puerta abierta, comprendió lo que sucedía e
irrumpió en la habitación sacando bruscamente a Teté de su pavidez con un golpe
en la cabeza lo que provocó que botara la bandeja con nuevo susto agregado, y saliera
disparada dando aviso y en busca de ayuda urgente.
Solo
un par de minutos después un jinete salía a toda velocidad en busca de la
comadrona para que se presentara de inmediato en el palacio de Rimos para asistir
a la princesa Delia en su parto.
León Faras.
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