lunes, 2 de diciembre de 2013

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

VII.

Teté era apenas una niña, trabajaba en la cocina del palacio de Rimos donde se encargaba de los mandados y las labores de aseo, no era un trabajo complicado aunque sí resultaba agotador. Aquella mañana la habían sacado de sus labores habituales y la habían enviado con el desayuno de la princesa Delia, debía reemplazar a Nila que por alguna razón no se había presentado y nadie sabía donde estaba, una labor mucho más distendida y aseada de las que regularmente le encargaban, sin embargo, hubiese preferido no salir de la cocina ese día, pues la experiencia fue de espanto.

Dolba, la partera más experimentada de Rimos, una mujer madura conocida por todos como la Madrina, había visitado a la princesa Delia en varias oportunidades, trabajaba junto a la menor de sus muchas hijas nacidas vivas y que seguían sus pasos y a una chica huérfana de la cual se encargaba y le enseñaba el oficio. Le había recetado a la princesa baños de agua caliente para soltar las carnes, contundentes caldos negros  para fortalecer la sangre, algunas hierbas medicinales para facilitar el parto, mucho reposo que una mujer de su posición social no tendría problemas en proveerse y sobre todo encomendarse devotamente a los dioses que la sacaran con bien de un tránsito tan peligroso como era el de parir. Aún le faltaban un par de semanas para completar su periodo de gestación cuando aquella mañana Delia comenzó a sentir los primeros anuncios de que el parto se aproximaba, era inevitable que aquello se le presentara en el momento preciso en que se encontraba sola, pues tan insistentemente lo había temido así. Ovardo se acababa de retirar y al ver que Nila no se había presentado aún, ordenó que alguna de las chicas del palacio se encargara de las necesidades de la princesa hasta que Nila llegara. Teté se detuvo ante la puerta del dormitorio de Delia y con gran dificultad acomodó la bandeja que traía con el desayuno de la princesa en uno solo de sus brazos para liberar el otro y poder golpear y abrir la puerta cuando un sonido le llegó desde dentro, era el típico sonido de un grito contenido en la garganta que desemboca en dientes y puños apretados sin ser liberado. La muchacha empujó la puerta y se asomó con la timidez de una chica acostumbrada a estar en el puesto más bajo de la escala jerárquica, la cama estaba vacía y buena parte de la ropa arrastrada hasta el suelo, llamó a la princesa con un tono de voz apenas audible, dio un par de pasos con poco convencimiento y pensando ya en retirarse cuando sorpresivamente Delia apareció desde el otro lado de la cama y apoyó un brazo sobre esta con un esfuerzo similar a alguien que ha escalado un abismo para llegar ahí, su cabello era un desastre, su rostro brillaba en sudor fresco y lágrimas, apretaba los dientes y uno de sus puños se sujetaba a las sábanas con furia mientras el otro contenía inútilmente el abundante líquido que aún brotaba de su entrepierna y cuyo color era anormalmente oscuro. Una palabra logró pronunciar entre dientes antes de hundir nuevamente su cara en la cama conteniendo una nueva y dolorosa contracción “ayúdame”. Teté, aterrada, se quedó sin reacción durante varios segundos, sencillamente su cerebro no procesaba lo que estaba sucediendo y por lo tanto no generaba respuesta alguna, solo una notable cantidad de adrenalina que puso a temblar la bandeja con el desayuno sin que nadie pudiera notarlo. Eso, hasta que una mujer que pasaba por fuera vio la escena a través de la puerta abierta, comprendió lo que sucedía e irrumpió en la habitación sacando bruscamente a Teté de su pavidez con un golpe en la cabeza lo que provocó que botara la bandeja con nuevo susto agregado, y saliera disparada dando aviso y en busca de ayuda urgente.


Solo un par de minutos después un jinete salía a toda velocidad en busca de la comadrona para que se presentara de inmediato en el palacio de Rimos para asistir a la princesa Delia en su parto.


León Faras.

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