jueves, 9 de enero de 2014

Historia de un amor.

IV.

Miranda por lo general, cuando andaba en la calle o cualquier otro lugar a la vista de los demás, usaba una característica expresión en su rostro que evitaba cualquier intento de acercamiento por parte de algún osado aventurero que la pudiera ver como posible victima de sus encantamientos, caminaba seria y sin fijar la mirada en nadie en particular y lo hacía porque no quería relacionarse con nadie, ya no confiaba en el viejo método del flirteo, de la coquetería y el galanteo, eran como una mala alimentación, muy apetitosa y agradable pero con consecuencias nocivas y muy difíciles de recuperar, a nivel mental sobretodo, pero también físico, y eso no volvería a suceder.

Poco tiempo después estaba sentada tras el mostrador en su trabajo, donde aprovechaba el tiempo sin público, que a veces era agotador, en la lectura de sus libros que nunca le faltaban, podía desconfiar y desanimarse de conocer personas nuevas pero nunca de leer un libro desconocido para ella, más de alguna vez había sentido sentimientos fuertes por personajes ficticios, eso no era raro, los personajes ficticios son auténticos dentro de su argumento, si dicen que son sinceros, son sinceros, si dicen que son mentirosos, son mentirosos, no hay matices o circunstancias especiales como con las personas que  dependen del contexto, del ánimo, del ambiente y hasta de los niveles hormonales o de azúcar para determinar su comportamiento y sentimientos, Miranda no se excluía a sí misma, por lo mismo prefería los libros que las personas nuevas. El libro negro ese, aún lo tenía y aún no buscaba si tenía algún nombre o dirección escrita, no se animaba a husmear demasiado en él, no se sentía cómoda metiendo sus narices en asuntos ajenos, no le interesaban y tampoco tener que dar explicaciones si era sorprendida, sin embargo ese libro estaba en su poder, formaba parte de su responsabilidad y si no lo había abandonado ya, era mejor que intentara averiguar quién era el dueño para devolverlo. Las primeras dos hojas estaban en blanco, ya las había visto, en la siguiente encontró una página que se notaba con antiguos dobleces estirados, que pronto la chica notó que se trataba de una hoja que había sido arrancada, doblada y luego puesto de nuevo allí con sumo cuidado de modo que casi no se notaba que estaba floja, estaba llena de un párrafo escrito a mano pero con una letra imprenta clara que llevaba por título, “Conjuro” y decía así:


“Tantas Fuerzas que retozan en el mundo,
Descollante manada de corceles de éter
Que briosos, tiran los coches sin mirar la carga
Ni el estado del camino bajo sus cascos.
La pasión, la atracción, la voluntad,
Los sueños, la alegría, la verdad.
En su Auriga me convierto y mi deseo será su senda.
Que nunca más la mundanidad y sus vicios
Priven al amor de su exultante grandeza
Y exijo para el amor que aguardo lo más selecto
Y con premura, pues ya no quiero esperar más.
Reclamo de Penélope su fidelidad
La que nunca dudó del retorno de Ulises
Ni nunca se doblegó ante el peso
De la coerción que la cercaba.
Solicito la tenacidad y rebeldía de Julieta
Quien a pesar de la legión que se alzó
En contra del amor que la colmaba
Jamás mermó en su deseo de estar con su amado.
Demando que se fusionen, como nunca se ha hecho
La candente pasión carnal de Cleopatra,
Ígneo instinto, avasallador y dominante
Con el cándido y noble sentimiento de Tisbe
Puro y enaltecedor, como el amor mismo,
Pues su resultado será la mecha
Del más ineluctable sentimiento.
Ordeno que el resultado de lo que pido
Sea más fuerte que el brebaje que unió a Isolda y Tristán
Y más duradero que la atracción de Eurídice y Orfeo.

Los Alfanas están azuzados,
La ruta está trazada.”


Al final de la página estaba garabateada una frase en manuscrito que decía: “Por tu pronta respuesta, muchas gracias” esta llamó mucho su atención porque nuevamente era su letra, reconoció de inmediato la particular forma en que garabateaba las letras “G”, las “a” y las “t”, esta vez no estaba Bruno para tener que negarlo o desmentirlo como la vez anterior, esa era su letra, no tenía duda, solo que ella nunca había escrito allí. Le interesó la forma de solicitar el amor en aquel escrito, sin conformidades ni eufemismos, sin medias tintas, era así como ella lo quería, verdadero y poderoso, pero más llamó su atención que, fuera quien fuera el que escribía con su letra, le agradecía al final como si un amor con semejantes cualidades colosales y casi mitológicas se le hubiese presentado. Tal vez funcionaba, por qué no, buscó una hoja en blanco dentro del mismo libro y la arrancó, su dueño no se enfadaría por una hoja menos, además, probablemente ni siquiera lo notaría, luego tomó un lápiz y comenzó a escribir el conjuro en su hoja, lo escribió con letra imprenta, porque su letra habitual y más cómoda, muchas veces ni ella la entendía del todo, lo leería por las noches y si funcionaba le escribiría su agradecimiento como correspondía. Conjuros y rituales, inciensos y velas de colores, ese tipo de cosas le caían como anillo al dedo, le agradaban, le acomodaban mucho. Una vez terminó de escribir pasó de la conformidad al asombro, ambas hojas eran idénticas, parecían escritas por la misma persona, claro que a la suya solo le faltaba los dobleces y el agradecimiento, pero en todo lo demás eran iguales, aquello era increíble, como si hubiese copiado la letra y los espacios de forma inconsciente, para procurar hacerla lo más legible posible, pero aún así era muy raro. Miranda cerró el libro, lo guardó en su bolso y se quedó perdida pensando, o más bien, concentrada en las borrosas imágenes de su confundido cerebro, hasta que una pareja de ancianas la sacaron de sus meditaciones, le recordaron que estaba en su trabajo y que requerían atención, la chica volviendo a la realidad, tomó la hoja del mostrador, la dobló y se la metió en un bolsillo.


León Faras. 

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