IV.
Miranda
por lo general, cuando andaba en la calle o cualquier otro lugar a la vista de
los demás, usaba una característica expresión en su rostro que evitaba
cualquier intento de acercamiento por parte de algún osado aventurero que la
pudiera ver como posible victima de sus encantamientos, caminaba seria y sin
fijar la mirada en nadie en particular y lo hacía porque no quería relacionarse
con nadie, ya no confiaba en el viejo método del flirteo, de la coquetería y el
galanteo, eran como una mala alimentación, muy apetitosa y agradable pero con
consecuencias nocivas y muy difíciles de recuperar, a nivel mental sobretodo, pero
también físico, y eso no volvería a suceder.
Poco
tiempo después estaba sentada tras el mostrador en su trabajo, donde
aprovechaba el tiempo sin público, que a veces era agotador, en la lectura de
sus libros que nunca le faltaban, podía desconfiar y desanimarse de conocer
personas nuevas pero nunca de leer un libro desconocido para ella, más de
alguna vez había sentido sentimientos fuertes por personajes ficticios, eso no
era raro, los personajes ficticios son auténticos dentro de su argumento, si
dicen que son sinceros, son sinceros, si dicen que son mentirosos, son
mentirosos, no hay matices o circunstancias especiales como con las personas
que dependen del contexto, del ánimo,
del ambiente y hasta de los niveles hormonales o de azúcar para determinar su
comportamiento y sentimientos, Miranda no se excluía a sí misma, por lo mismo
prefería los libros que las personas nuevas. El libro negro ese, aún lo tenía y
aún no buscaba si tenía algún nombre o dirección escrita, no se animaba a
husmear demasiado en él, no se sentía cómoda metiendo sus narices en asuntos
ajenos, no le interesaban y tampoco tener que dar explicaciones si era
sorprendida, sin embargo ese libro estaba en su poder, formaba parte de su
responsabilidad y si no lo había abandonado ya, era mejor que intentara
averiguar quién era el dueño para devolverlo. Las primeras dos hojas estaban en
blanco, ya las había visto, en la siguiente encontró una página que se notaba con
antiguos dobleces estirados, que pronto la chica notó que se trataba de una
hoja que había sido arrancada, doblada y luego puesto de nuevo allí con sumo
cuidado de modo que casi no se notaba que estaba floja, estaba llena de un
párrafo escrito a mano pero con una letra imprenta clara que llevaba por
título, “Conjuro” y decía así:
“Tantas Fuerzas que
retozan en el mundo,
Descollante manada de
corceles de éter
Que briosos, tiran los
coches sin mirar la carga
Ni el estado del
camino bajo sus cascos.
La pasión, la
atracción, la voluntad,
Los sueños, la
alegría, la verdad.
En su Auriga me
convierto y mi deseo será su senda.
Que nunca más la
mundanidad y sus vicios
Priven al amor de su
exultante grandeza
Y exijo para el amor
que aguardo lo más selecto
Y con premura, pues ya
no quiero esperar más.
Reclamo de Penélope su
fidelidad
La que nunca dudó del
retorno de Ulises
Ni nunca se doblegó
ante el peso
De la coerción que la
cercaba.
Solicito la tenacidad
y rebeldía de Julieta
Quien a pesar de la
legión que se alzó
En contra del amor que
la colmaba
Jamás mermó en su
deseo de estar con su amado.
Demando que se
fusionen, como nunca se ha hecho
La candente pasión
carnal de Cleopatra,
Ígneo instinto,
avasallador y dominante
Con el cándido y noble
sentimiento de Tisbe
Puro y enaltecedor,
como el amor mismo,
Pues su resultado será
la mecha
Del más ineluctable
sentimiento.
Ordeno que el
resultado de lo que pido
Sea más fuerte que el
brebaje que unió a Isolda y Tristán
Y más duradero que la
atracción de Eurídice y Orfeo.
Los Alfanas están
azuzados,
La ruta está trazada.”
Al
final de la página estaba garabateada una frase en manuscrito que decía: “Por
tu pronta respuesta, muchas gracias” esta llamó mucho su atención porque
nuevamente era su letra, reconoció de inmediato la particular forma en que
garabateaba las letras “G”, las “a” y las “t”, esta vez no estaba Bruno para tener
que negarlo o desmentirlo como la vez anterior, esa era su letra, no tenía
duda, solo que ella nunca había escrito allí. Le interesó la forma de solicitar
el amor en aquel escrito, sin conformidades ni eufemismos, sin medias tintas, era
así como ella lo quería, verdadero y poderoso, pero más llamó su atención que,
fuera quien fuera el que escribía con su letra, le agradecía al final como si
un amor con semejantes cualidades colosales y casi mitológicas se le hubiese
presentado. Tal vez funcionaba, por qué no, buscó una hoja en blanco dentro del
mismo libro y la arrancó, su dueño no se enfadaría por una hoja menos, además,
probablemente ni siquiera lo notaría, luego tomó un lápiz y comenzó a escribir
el conjuro en su hoja, lo escribió con letra imprenta, porque su letra habitual
y más cómoda, muchas veces ni ella la entendía del todo, lo leería por las
noches y si funcionaba le escribiría su agradecimiento como correspondía. Conjuros
y rituales, inciensos y velas de colores, ese tipo de cosas le caían como
anillo al dedo, le agradaban, le acomodaban mucho. Una vez terminó de escribir
pasó de la conformidad al asombro, ambas hojas eran idénticas, parecían
escritas por la misma persona, claro que a la suya solo le faltaba los dobleces
y el agradecimiento, pero en todo lo demás eran iguales, aquello era increíble,
como si hubiese copiado la letra y los espacios de forma inconsciente, para
procurar hacerla lo más legible posible, pero aún así era muy raro. Miranda
cerró el libro, lo guardó en su bolso y se quedó perdida pensando, o más bien,
concentrada en las borrosas imágenes de su confundido cerebro, hasta que una
pareja de ancianas la sacaron de sus meditaciones, le recordaron que estaba en
su trabajo y que requerían atención, la chica volviendo a la realidad, tomó la
hoja del mostrador, la dobló y se la metió en un bolsillo.
León Faras.
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