domingo, 5 de enero de 2014

Simbiosis. La hija de Ulises.

La hija de Ulises.


III.


La ciudad cambió drásticamente a medida que se alejaban del centro y se acercaban a la periferia, pero no solo a la vista, todos los sentidos se vieron afectados. La gente ya no se veía digna y orgullosa, sino derrotada y frustrada, las fachadas resquebrajadas y desteñidas, líquidos nauseabundos corriendo libremente hasta estancarse en fétidos charcos donde perros enfermos y vagos calman la sed, basura imposible de contener en un solo lugar, gritos de discusiones y excesos a lo lejos, enfermedad y miseria por todas partes. Aquello era peor para Estela que la peor cara de Bostejo, adonde mirara la muchacha sentía compasión y pena, Edelmira debía darle de tirones a la muchacha que constantemente quería detenerse a atender las súplicas de los numerosos mendigantes que al ver a las mujeres bien vestidas, se acercaban a pedir dinero. En una de la esquinas, una muchacha apenas mayor que Estela vendía cigarrillos sueltos a los transeúntes luciendo una enorme barriga de embarazo, Edelmira luego de comprarle dos, le preguntó por la dirección que buscaban, la muchacha le respondió que el conventillo que buscaban estaba cerca, este no era más que una ya muy deteriorada casona de una planta con patio interior en la que cada cuarto era arrendado por una familia distinta que compartían el único baño y la única cocina, el agua potable y la electricidad eran lujos inexistentes en ese ambiente. En todos los cuartos del conventillo se podían encontrar recién nacidos o ancianos postrados como regla general y en algunos casos ambos. Dos mujeres, una mayor que sostenía del brazo a otra increíblemente anciana estaban en las afueras del conventillo, Edelmira le preguntó por Bernarda a la más joven, esta respondió que no conocía los nombres de todas personas que vivían allí, había llegado hace poco y trabajaba todo el día afuera, pero la anciana levantando un dedo esquelético mencionó el nombre y el apellido de la mujer que buscaban, “¿Bernarda Sepúlveda, dijo?” tanto Estela como Edelmira sintieron emoción de dar con la persona que buscaban pero esa emoción pronto se desvaneció, “Me dijo que su esposo se había ido y no había vuelto a saber de él, con dos hijos, se le hizo difícil conseguir el dinero para pagar el arriendo y se había debido marcharse hace un par de días” dijo la anciana sumamente acongojada y agregó “…era una buena mujer, me hubiese gustado ayudarla.” Por desgracia no tenía idea de donde podían encontrarla, eso era algo que Estela no se esperaba, la carta no decía nada de eso, tal vez tenía algún otro familiar o amigo que desconocían, tal vez se encontraría con su esposo en otro lugar, el caso era que la única pista que traían ya no les servía. Estela se entristeció mucho, cosa que Edelmira notó de inmediato pero no dijo nada, llegando a una esquina, había una calle larga con una pronunciada pendiente donde las mujeres debieron detenerse abruptamente porque era usada por muchachos que se lanzaban en carros pequeños  que alcanzaban altas velocidades en sus descensos, dos o tres muchachos encaramados apenas sobre estrecho carretones se lanzaban pendiente abajo en desenfrenadas carreras de velocidad y vértigo no exentas de accidentes que resultaban en moretones y raspallones, solo providencialmente nunca habían accidentes graves. Estela contempló con la boca abierta y admiración la arriesgada actividad que realizaban esos chicos y lo infinitamente dichosos que se veían, eso hasta que su atención quedó atrapada en el horizonte al final de aquella calle y más allá de la costanera que la cortaba, una línea perfectamente recta separaba el azul del cielo de otro azul más oscuro pero casi igual de enorme, “¿qué es eso…?” preguntó la muchacha con ingenuidad, “Ese… es el mar Estela” respondió Edelmira complacida. Ver el mar por primera vez siendo ya adulto, o casi, debe ser similar a lo que vive un ciego de nacimiento que de pronto tiene visión, porque es algo que la imaginación no puede crear sin ayuda de los ojos, es demasiado grande, demasiado increíble. A medida que se acercaba la muchacha ya maravillada, iba descubriendo más y más, el sonido del oleaje, el de las aves marinas, su aroma, la brisa húmeda, realmente no se lo esperaba y el espectáculo la mantenía absorta, caminando del brazo de Edelmira que le señalaba, las olas, las rocas, las gaviotas y pelícanos, realmente se sentía como una hormiga, pero nunca se esperó que el charco fuera tan grande, luego le preguntó a Edelmira por qué se había juntado toda esa arena en la playa y por qué era que el oleaje no se acababa nunca o qué había al otro lado de toda esa agua, a lo que la mujer no supo que responder por lo que recurrió a su brillante ingenio, “¡vamos niña!, deja de preguntar tanto o arruinarás la magia de este hermoso lugar” luego se sentó en la arena, mientras Estela iba a sentir el mar en sus pies, en sus manos y en su boca.

Terminado el bocado que llevaban, caminaron por la costanera disfrutando del mar y la brisa, ya comenzaba la tarde y pronto deberían abordar el tren de regreso, en ese momento, un señor muy bien vestido, de cabellos blancos cuidadosamente peinados y elegantes mostachos, detuvo a Edelmira con suma educación guiado por una joven señorita sonriente que le tomaba por el brazo, El caballero y la joven dama, luego de estar seguros entre ellos se dirigieron a una sorprendida Edelmira, “Mi queridísima dama, mi hija a reconocido en ustedes a las gentiles señoritas que hoy salvaron a mi nieto de lo que hubiese sido un muy triste accidente” en ese momento, Estela y Edelmira reconocieron a aquella joven como la descuidada madre que aquella mañana por poco, y gracias a la atenta reacción de Estela, hace que el coche de su bebé fuera arrollado por un vehículo, “Encontrarlas aquí ha sido una feliz coincidencia y me gustaría recompensarlas de alguna manera, mi nombre es Eulogio Sotomayor y soy dueño de las tiendas Sotomayor” concluyó el caballero. Las mujeres sintieron que la reacción del señor era exagerada y rechazaron cualquier recompensa económica a pesar de la insistencia del anciano, este frustrado y con su hija acongojada le entregó una de sus tarjetas de presentación con las direcciones de sus numerosas tiendas, “Por favor, si algo puedo hacer por ustedes, no duden en visitarme” luego de eso, él y su hija se despidieron con formales ademanes.

La afluencia de público en la estación era igual, si no mayor que cuando las dos mujeres llegaron aquella mañana, un abrumador caos de personas hacía difícil el avance, así como su comunicación entre sí. Una cara conocida emergió de entre aquella multitud, era la chica embarazada que vendía cigarrillos, se reconocieron y se saludaron con afecto, Edelmira aprovechó para comprarle uno y encenderlo mientras esperaban su tren, “¿trabajas también aquí?” le preguntó cordial a la chica, esta sonrió pero bajó la mirada al suelo, con su madre y su hermano pequeño estaban durmiendo ahí, en la estación, por lo menos tenían techo, “Solíamos vivir en aquel lugar que buscaban por la mañana, pero mi padre no regresó, y nos quedamos sin dinero para la renta” dijo la muchacha desviando la mirada, algo avergonzada por contar cosas tan personales a personas desconocidas, Estela nunca perdía la esperanza por lo que de inmediato preguntó, “¿No conociste a un mujer llamada Bernarda Sepúlveda?” la chica miró a Estela como si esta le hubiese dicho una obviedad absoluta “Claro que sí, ¿Por qué?” Edelmira sonrió “¿Sabes dónde está?” “está por allí” dijo la muchacha señalando uno de los extremos de la estación, “Ella es mi madre…”

Entre el dinero de Edelmira y Estela, más lo que había logrado reunir, la chica de los cigarrillos,  Aurora y Bernarda su madre, reunieron el dinero de los cinco boletos de tren para viajar a Bostejo, la situación no era nada buena allí y nada le impedía irse.

Aquella noche, en la casona de la señora Alicia, la música del viejo Crispín alegraba una velada llena de emociones, donde Ulises con lágrimas en los ojos, abrazaba a su única hija después de muchos años y conocía por primera vez a sus dos nietos, Edelmira, con un vaso de vino blanco en la mano, sonreía satisfecha mirando a Estela que estaba junto a Alicia quien tenía al pequeño Alonso sentado en sus faldas, el único que no estaba a punto de llorar con semejante escena. “Espero que pueda encontrar trabajo pronto, lo va a necesitar” Le comentó Alicia a Estela en un susurro, esta pareció tener una idea genial, se puso de pie de un salto y corrió donde Edelmira quien luego de una conversación corta y risitas cómplices volvió con un trozo rectangular de cartulina, era una tarjeta de presentación de las tiendas Sotomayor. Estela se veía radiante, “tal vez la podemos ayudar”

León Faras.

Simbiosis: situación en la cual, dos individuos, por lo general de distinta especie, se asocian para vivir, obteniendo beneficio uno del otro. (Nota del Autor.)



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