miércoles, 5 de febrero de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

X.


Siandro, ignorante y temeroso, quiso tomar precauciones y entregarle a Zaida lo que pedía solo si se daba el caso de que el ataque fuera cierto, cosa de la cual aun nadie estaba seguro, excepto por la anciana que no tenía dudas porque estaba apostando su vida a ese ataque, “Si esperas a que ataquen para defenderte, solo podrás aguantar, y si el golpe es muy fuerte no aguantarás demasiado, ellos tienen la ventaja porque tienen la sorpresa de su lado, pero si los esperamos preparados, la sorpresa se la llevarán ellos, y será doblemente grande y efectiva si ellos no se lo esperan…” El joven rey no se quitaba el pañuelo de la boca y la nariz, la anciana le hablaba de cerca y amenazante y el hedor de su boca era desagradable, “…debemos prepararnos ya, o será demasiado tarde” Siandro miró a su hermano que se rascaba la cabeza preocupado y luego a Rodas que sereno esperaba órdenes, “¡Bueno, ya está!, dale lo que quiere pero si se equivoca no volverá a salir de su hediondo agujero nunca más” Rianzo aparentaba autoridad y claridad en sus ideas, “Si yo me equivoco volveré a mi encierro, dijo la vieja, pero si ustedes se equivocan perderán todo lo que tienen y terminarán como yo”. Finalmente Siandro ya sin opciones accedió y le entregó el dominio de la situación, autorizándola a disponer de los recursos militares de Cízarin y de todos los hombres bajo el mando del general Rodas, este se puso rápidamente bajo las órdenes de su nueva comandante, “general Rodas, ¿qué tal el volumen del río Jazza? Debe estar crecido en esta época del año, ¿no?” El general  lo meditó unos segundos sin comprender del todo la razón de la pregunta, “Efectivamente mi señora, lleva buen caudal el río en estos momentos debido a los deshielos, aunque no sé a qué tanto pueda referirse usted” Zaida se acercó a uno de los balcones cercanos desde donde se veía la ciudad y más allá los campos, “Quiero que abran todas las compuertas del río e inunden los campos por completo, pero de a poco, que el agua se impregne lo más posible…” el general Rodas comprendió a la perfección lo que la anciana le pedía, él, como cualquier soldado, sabía lo odioso que resultaba el barro en el avance de las tropas, llegando a volverse desesperante, y eso sería lo que harían, una buena cantidad de espeso y pegajoso lodo, “…y general, divida a sus hombres en tres grupos, uno de ellos los quiero fuera de la ciudad antes de la inundación, que estén atentos al otero”


El negocio de Aida, la madre de Nila, era un prostíbulo instalado en una construcción amplia, de gruesas murallas y pequeñas ventanas, con una pobre iluminación natural y escasa ventilación, en todas partes abundaban las cortinas, alfombras y cojines, todo muy colorido, pero especialmente en la sala principal donde se atendían a los clientes, fue allí donde Nila y Arlín llegaron, en la penumbra de su interior dos mujeres de medidas enormes y atemorizantes se encargaban de limpiar y ordenar todo, por la noche esas mismas mujeres se encargaban de la seguridad, mientras chicas jóvenes y bonitas; semi-desnudas y soñolientas se paseaban de un lado a otro comenzando recién su día, movilizadas por la voz enérgica de su jefa, Aida, esta era una mujer atractiva para su edad, enérgica y estricta, guiaba su negocio con mano firme pero justa. Había sido prostituta toda su juventud y llegó a estar a cargo de los serrallos del rey, ahora tenía su propio negocio y el orgullo de que ninguna de sus dos hijas había seguido su profesión. Aquella tarde no esperaba a su hija menor y se sorprendió al verla pero al enterarse de lo que sucedía comprendió todo, “No me moveré de aquí… muchas de mis muchachas no tienen otro lugar donde ir y no las voy a dejar solas” Nila se veía preocupada porque su madre parecía no entender la gravedad de la situación “Pero madre, Rimos traerá aquí su ejército, saquearán, quemarán y matarán a todo el que se le cruce por delante, debemos salir de aquí ahora, todas, y llevarnos a mi hermana con nosotros.” La mujer no dejaría ni sus posesiones ni a sus muchachas, “Aquellas que quieran irse pueden hacerlo, las que no, nos quedaremos aquí…” “no permitiré que nada le suceda señora…” dijo una de las enormes mujeres que había detenido sus labores de limpieza, “Lo sé…gracias Grela”, y luego dirigiéndose a su hija añadió, “preocúpate de tu hermana, sus hijos aun son pequeños y sería conveniente que buscaran un lugar seguro” pero antes de que Nila reaccionara Arlín salió corriendo “Yo les aviso, y luego regresaré aquí”; “¡Pero no te distraigas!” alcanzó a gritar Aida y luego añadió para las demás “El resto nos prepararemos para esta noche. Grela, dile a las chicas que se vistan, pero de forma práctica y sin elegancia, hoy no atenderán a sus clientes”


León Faras.

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