XIX.
Dos
días después, el doctor Werner llegaba hasta la hostal, La Coronación, donde
Clodomiro lo había citado esta vez para hacerle la segunda sesión de hipnosis a
Elena, quien también estaba allí en compañía del padre Benigno. Esta vez el
doctor Cifuentes no estaba invitado ni tampoco estaría presente Ignacio, aunque
la opinión generalizada en estos casos era que mientras menos personas
intervinieran, mejor. El doctor Werner habló con la muchacha en primer lugar,
para saber qué era exactamente lo que ella quería saber mediante la hipnosis, y
ésta le confirmó que necesitaba saber cuándo había sido la última vez que había
actuado sin tener consciencia ni recuerdos de ello, y por supuesto, dónde había
enterrado al niño que abortó, con esto Elena se recostó en la cama con el
sacerdote a su lado, armado con pluma y papel para registrar todo lo que ella
dijera. De esta manera Elena volvió a dormirse, “Elena, estás en un sitio
completamente seguro, en el que nada ni nadie puede hacerte daño. Quiero que
recuerdes la última vez que actuaste sin ser dueña de tus actos, que lo hiciste
dominada por otro ser ¿lo recuerdas?” Elena respiraba pacíficamente, “Sí…”
susurró, y luego agregó “…pero ella no aparece desde hace mucho tiempo…”
“¿Quién es ella?” preguntó Clodomiro impulsivamente, pero el doctor Werner lo
regañó con la mirada, “Desde cuando Elena, ¿Recuerdas cuándo fue la última vez
que “Ella” apareció en tu mente?” “Sí…” repitió la muchacha, “…había una
fiesta, todo el pueblo estaba allí, menos yo, yo me escondía en casa de Tata y
Lina. Me había dormido, luego de darme un baño, era tarde y ella quería ir al
pueblo…” “¿Pero quién es ella?” insistió Clodomiro con un susurro, Werner
accedió a preguntar, pero obtuvo la misma respuesta que la vez anterior, “Dice
que es mi madre, pero no lo es…” “¿Entonces fue al pueblo?” la chica respondió
afirmativamente, “¿A qué parte del pueblo, a la fiesta?” insistió el doctor,
Elena negó, “No, a la fiesta no, a casa del doctor Cifuentes… a su cama” El
cura le echó una mirada a Clodomiro, incrédulo, pero aquel sólo se acariciaba
el bigote una y otra vez, absorto en sus pensamientos. Werner continuó, “¿Por
qué lo hizo?” “No lo sé…” y ante la insistencia del médico, la muchacha repitió
su respuesta, “Te haré otra pregunta Elena, quiero que me digas si recuerdas tu
aborto…” La muchacha respondió que sí y el doctor le pidió que le hablara de
él, siempre recordándole que se encontraba en un lugar muy seguro, en el que
nadie podía hacerle daño, “Sólo supe que iba a nacer, y yo no lo quería” “¿Qué
hiciste?” preguntó el doctor, “Pensé en morir comiendo semillas venenosas…”
respondió la muchacha con calma, hasta ahora, casi como una observadora, “¿Y
qué pasó?” dijo Werner, jugueteando con su barba ermitaña, “Me sentí
profundamente enferma, como nunca lo había estado en toda mi vida, muy mareada
y con el corazón a punto de salírseme del pecho…” El doctor asintió como si
reconociera los síntomas, “Mmm, intoxicación por Estramonio, tal vez Tártago…”
mencionó en voz muy baja mirando al cura, éste lo apuntó, luego se dirigió a
Elena, “¿Qué pasó después?” “Apareció ella…” dijo la muchacha, poniéndose
repentinamente grave, como si la tuviera en frente, Clodomiro se soltó los
brazos que mantenía cruzados hasta ese momento, como poniéndose en guardia,
Elena continuó, “…todo es muy confuso, sólo recuperaba la consciencia para
vomitar una y otra vez, pero ella era la que movía mis piernas y me hablaba con
mi boca” Werner le agarró la muñeca, sus pulsaciones se habían acelerado, le
recordó que no tenía nada que temer, que ella sólo observaba desde un lugar
seguro, “¿Dónde estás?” preguntó, Elena negó con la cabeza, moviendo los ojos
frenéticamente bajo los párpados, como en un sueño, “Está muy oscuro, ni
siquiera veo dónde piso, mi vista está borrosa, me arden los ojos. Tengo frío y
calor al mismo tiempo…” Aquello era una fuerte dosis de fiebre, sin duda,
propuso el doctor, ilustrando a sus acompañantes, “Adelántate un poco, ¿Ves
algo?” “Sí…” responde ella, “…un candil, un hombre sin voz ni rostro lo
sostiene… está parado junto a una cruz de madera. Es un cementerio” Clodomiro y
el cura intercambian una mirada, la primera es de triunfo, la segunda de
preocupación. “¡Ustedes no tienen derecho a estar aquí!” Grita Elena de pronto
y sin venir a cuento, está alterada, empieza a devorar oxígeno, el doctor
Werner intenta tranquilizarla, recordándole que donde está no puede ser dañada,
y por momentos lo logra, “…excavo con mis manos en la tierra, igual que un
perro…” dice la muchacha sumamente afectada, “Ya hemos escuchado suficiente…”
sugiere el cura, “¡El parto! ¡Falta el parto!” exige Clodomiro, “¡Tú, estúpido
inconsciente! ¡Sal de aquí ahora, o morirás!” Le responde Elena. Ella lucha, se
aferra a la voz del doctor Werner quien sólo intenta calmarla para poder
despertarla. Elena sigue allí, siente asco de lo que está viendo, “En
cuclillas, boto la cría dentro del hoyo, como un animal y se hunde, junto con
toda la porquería que sale de mi interior. La tierra se lo traga…” “Escúchame
Elena, quiero que salgas de ahí, vuelve al principio, vuelve al presente…” Dice
el doctor Werner poniéndole una mano en la frente a la chica, está tibia y
húmeda de sudor, “Estarás conmigo esta noche” dice Elena, con contracciones involuntarias
de su mandíbula, como si tuviera mucho frío, luego repite, “Por fin estarás
conmigo esta noche…” El doctor Werner insiste, Clodomiro se aleja un paso,
preocupado, algo le dice que no es Elena quien habla. En ese momento, la puerta
de su cuarto se abre. Es Heraldo, el dueño de la hostal, visiblemente
angustiado por tener que interrumpir de esa manera, pero tras él está Ignacio
Ballesteros, con todo su poder de persuasión, “¡Te lo advertí, maldito hijo de
puta!” dice, levantando su pistola, poniéndola a veinte centímetros de la
enorme frente de Clodomiro y tirando del gatillo sin ningún dejo de duda, como
algo planeado y decidido hace mucho, matando al investigador en el acto y
salpicando de sangre el traje del doctor Werner. Aún retumbaba el sonido de la
detonación en el interior de los oídos de los presentes, cuando el padre
Benigno notó que Elena estaba sentada en la cama, con los ojos abiertos, sin
comprender bien que había pasado, pero muy angustiada, pues al ser despertada
de golpe por la detonación, se había traído todos los recuerdos con ella,
imágenes y sensaciones, como si acabara de soñarlos, o de vivirlos.
Ignacio
aceptó sin prestar resistencia y como un caballero a ser llevado a la prisión
por el cura y el doctor Werner, a la espera de que las autoridades se hicieran cargo
de él, diciendo que el doctor Villalobos, y el resto de sus abogados, estaban
al tanto de todos los detalles y lo liberarían rápidamente. En aquel lugar,
Aurelio lo encerró en la misma celda en la que antes estuvo Horacio, su padre “No
estaré mucho tiempo” Le dijo el joven, “Espero que no…” respondió Aurelio cerrando
la puerta, y agregó, “…tu padre todavía anda por aquí”
Fin
de la Quina parte.
León Faras.
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