miércoles, 10 de junio de 2020

Autopsia. Quinta parte.


XIX.

Dos días después, el doctor Werner llegaba hasta la hostal, La Coronación, donde Clodomiro lo había citado esta vez para hacerle la segunda sesión de hipnosis a Elena, quien también estaba allí en compañía del padre Benigno. Esta vez el doctor Cifuentes no estaba invitado ni tampoco estaría presente Ignacio, aunque la opinión generalizada en estos casos era que mientras menos personas intervinieran, mejor. El doctor Werner habló con la muchacha en primer lugar, para saber qué era exactamente lo que ella quería saber mediante la hipnosis, y ésta le confirmó que necesitaba saber cuándo había sido la última vez que había actuado sin tener consciencia ni recuerdos de ello, y por supuesto, dónde había enterrado al niño que abortó, con esto Elena se recostó en la cama con el sacerdote a su lado, armado con pluma y papel para registrar todo lo que ella dijera. De esta manera Elena volvió a dormirse, “Elena, estás en un sitio completamente seguro, en el que nada ni nadie puede hacerte daño. Quiero que recuerdes la última vez que actuaste sin ser dueña de tus actos, que lo hiciste dominada por otro ser ¿lo recuerdas?” Elena respiraba pacíficamente, “Sí…” susurró, y luego agregó “…pero ella no aparece desde hace mucho tiempo…” “¿Quién es ella?” preguntó Clodomiro impulsivamente, pero el doctor Werner lo regañó con la mirada, “Desde cuando Elena, ¿Recuerdas cuándo fue la última vez que “Ella” apareció en tu mente?” “Sí…” repitió la muchacha, “…había una fiesta, todo el pueblo estaba allí, menos yo, yo me escondía en casa de Tata y Lina. Me había dormido, luego de darme un baño, era tarde y ella quería ir al pueblo…” “¿Pero quién es ella?” insistió Clodomiro con un susurro, Werner accedió a preguntar, pero obtuvo la misma respuesta que la vez anterior, “Dice que es mi madre, pero no lo es…” “¿Entonces fue al pueblo?” la chica respondió afirmativamente, “¿A qué parte del pueblo, a la fiesta?” insistió el doctor, Elena negó, “No, a la fiesta no, a casa del doctor Cifuentes… a su cama” El cura le echó una mirada a Clodomiro, incrédulo, pero aquel sólo se acariciaba el bigote una y otra vez, absorto en sus pensamientos. Werner continuó, “¿Por qué lo hizo?” “No lo sé…” y ante la insistencia del médico, la muchacha repitió su respuesta, “Te haré otra pregunta Elena, quiero que me digas si recuerdas tu aborto…” La muchacha respondió que sí y el doctor le pidió que le hablara de él, siempre recordándole que se encontraba en un lugar muy seguro, en el que nadie podía hacerle daño, “Sólo supe que iba a nacer, y yo no lo quería” “¿Qué hiciste?” preguntó el doctor, “Pensé en morir comiendo semillas venenosas…” respondió la muchacha con calma, hasta ahora, casi como una observadora, “¿Y qué pasó?” dijo Werner, jugueteando con su barba ermitaña, “Me sentí profundamente enferma, como nunca lo había estado en toda mi vida, muy mareada y con el corazón a punto de salírseme del pecho…” El doctor asintió como si reconociera los síntomas, “Mmm, intoxicación por Estramonio, tal vez Tártago…” mencionó en voz muy baja mirando al cura, éste lo apuntó, luego se dirigió a Elena, “¿Qué pasó después?” “Apareció ella…” dijo la muchacha, poniéndose repentinamente grave, como si la tuviera en frente, Clodomiro se soltó los brazos que mantenía cruzados hasta ese momento, como poniéndose en guardia, Elena continuó, “…todo es muy confuso, sólo recuperaba la consciencia para vomitar una y otra vez, pero ella era la que movía mis piernas y me hablaba con mi boca” Werner le agarró la muñeca, sus pulsaciones se habían acelerado, le recordó que no tenía nada que temer, que ella sólo observaba desde un lugar seguro, “¿Dónde estás?” preguntó, Elena negó con la cabeza, moviendo los ojos frenéticamente bajo los párpados, como en un sueño, “Está muy oscuro, ni siquiera veo dónde piso, mi vista está borrosa, me arden los ojos. Tengo frío y calor al mismo tiempo…” Aquello era una fuerte dosis de fiebre, sin duda, propuso el doctor, ilustrando a sus acompañantes, “Adelántate un poco, ¿Ves algo?” “Sí…” responde ella, “…un candil, un hombre sin voz ni rostro lo sostiene… está parado junto a una cruz de madera. Es un cementerio” Clodomiro y el cura intercambian una mirada, la primera es de triunfo, la segunda de preocupación. “¡Ustedes no tienen derecho a estar aquí!” Grita Elena de pronto y sin venir a cuento, está alterada, empieza a devorar oxígeno, el doctor Werner intenta tranquilizarla, recordándole que donde está no puede ser dañada, y por momentos lo logra, “…excavo con mis manos en la tierra, igual que un perro…” dice la muchacha sumamente afectada, “Ya hemos escuchado suficiente…” sugiere el cura, “¡El parto! ¡Falta el parto!” exige Clodomiro, “¡Tú, estúpido inconsciente! ¡Sal de aquí ahora, o morirás!” Le responde Elena. Ella lucha, se aferra a la voz del doctor Werner quien sólo intenta calmarla para poder despertarla. Elena sigue allí, siente asco de lo que está viendo, “En cuclillas, boto la cría dentro del hoyo, como un animal y se hunde, junto con toda la porquería que sale de mi interior. La tierra se lo traga…” “Escúchame Elena, quiero que salgas de ahí, vuelve al principio, vuelve al presente…” Dice el doctor Werner poniéndole una mano en la frente a la chica, está tibia y húmeda de sudor, “Estarás conmigo esta noche” dice Elena, con contracciones involuntarias de su mandíbula, como si tuviera mucho frío, luego repite, “Por fin estarás conmigo esta noche…” El doctor Werner insiste, Clodomiro se aleja un paso, preocupado, algo le dice que no es Elena quien habla. En ese momento, la puerta de su cuarto se abre. Es Heraldo, el dueño de la hostal, visiblemente angustiado por tener que interrumpir de esa manera, pero tras él está Ignacio Ballesteros, con todo su poder de persuasión, “¡Te lo advertí, maldito hijo de puta!” dice, levantando su pistola, poniéndola a veinte centímetros de la enorme frente de Clodomiro y tirando del gatillo sin ningún dejo de duda, como algo planeado y decidido hace mucho, matando al investigador en el acto y salpicando de sangre el traje del doctor Werner. Aún retumbaba el sonido de la detonación en el interior de los oídos de los presentes, cuando el padre Benigno notó que Elena estaba sentada en la cama, con los ojos abiertos, sin comprender bien que había pasado, pero muy angustiada, pues al ser despertada de golpe por la detonación, se había traído todos los recuerdos con ella, imágenes y sensaciones, como si acabara de soñarlos, o de vivirlos.

Ignacio aceptó sin prestar resistencia y como un caballero a ser llevado a la prisión por el cura y el doctor Werner, a la espera de que las autoridades se hicieran cargo de él, diciendo que el doctor Villalobos, y el resto de sus abogados, estaban al tanto de todos los detalles y lo liberarían rápidamente. En aquel lugar, Aurelio lo encerró en la misma celda en la que antes estuvo Horacio, su padre “No estaré mucho tiempo” Le dijo el joven, “Espero que no…” respondió Aurelio cerrando la puerta, y agregó, “…tu padre todavía anda por aquí”



Fin de la Quina parte.


León Faras.

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