jueves, 25 de junio de 2020

Autopsia. Sexta parte.


III.

Cuando pasó la noche en la casa del cura, lo pensó bien y no se equivocó, la hermana Bernardita Marcos era la persona indicada para ese momento en que se sentía tan confundida y asqueada de sí misma, con tantos recuerdos que no le pertenecían. En cuanto las primeras monjas salieron a barrer el patio con los primeros rayos del sol, la vieron parada afuera de la reja y la invitaron a pasar de inmediato, para llevarla donde la hermana Marcos, quien la abrazó cariñosamente en cuanto la vio. Elena se lo contó todo, todo lo que se había removido en su mente durante la hipnosis, sin guardarse nada, como no lo había hecho con nadie desde hace mucho tiempo, y la monja lo escuchó todo en silencio y sin interrumpir, luego le dijo, “Podemos hablar de lo que quieras cuando tú quieras, pero ahora eres como una limonada recién hecha…” De todas las analogías, esa era la más rara que Elena había oído nunca. La monja continuó “…todo está dando vueltas y chocando entre sí. Si lo dejas en paz por un tiempo, verás como todo se calma, decanta y se vuelve más claro” “¿Entonces puedo quedarme unos días?” Preguntó Elena, “Claro que sí” respondió la monja.

“Alguna vez, yo también pensé en ser monja” confesó Elena de repente, mientras restregaba sábanas dentro de una fuente con las mangas hasta más arriba de los codos “¿De verdad?” respondió la hermana Marcos, quien, como cualquier otra monja, en ese momento tendía las sábanas sobre los cordeles con prolijidad religiosa, “Sí…” continuó Elena, “…Creía que lo máximo que uno podía hacer con su vida, era volcarla entera hacia los demás, que esa era la única manera de agradar a Dios” La hermana Marcos la miró con media sonrisa, admirada, “Pero no es necesario ser monja para hacer eso y créeme, tampoco es que sea necesario semejante sacrificio para agradar a Dios” Elena se quedó pensando por algunos segundos, “¿Semejante sacrificio, hermana?” La hermana Marcos continuó, “¿Sería diferente si en vez de enfocar toda tu vida en cubrir las infinitas necesidades de los demás, la volcaras en una sola persona…?” Elena no estaba segura “…si te preocuparas por completo de amar a esa persona, de que no le falte nada, de que se sienta protegida, de que sea feliz. Si dedicaras toda tu vida y tus esfuerzos para hacer feliz a una sola persona en todo el mundo… ¿Sería menos valioso que intentar hacer lo mismo, pero con todos los demás?” Elena finalmente negó con la cabeza, no podía ser diferente ni menos valioso, “¡Exacto!” Celebró la monja, y luego agregó “Pues esa persona debes ser tú. Cuando tú estás colmada de amor y felicidad, sólo quieres compartirlo con todo el que te rodea, igual como una persona miserable siente que todos deberían ser miserables, así es como funciona: Amas al prójimo como te amas a ti mismo. Preocúpate de ti, de la persona que eres tú y entonces sabrás si eso le agrada a Dios o no. Lo verás por todas partes” Elena no estaba muy convencida pero le agradaba la idea, “¿Te importa si le avisamos al padre Benigno que estás aquí? De seguro está preocupado y no será el único” Sugirió la hermana Marcos cuando ya terminaban con su tarea, Elena asintió, la hermana tenía razón, además, ella se sentía mucho más tranquila que antes. Ya caminaban hacia el interior del convento, cuando algo llamó su atención en el suelo, robustos pétalos amarillos rodaban con la brisa por sobre las piedras del piso, Elena miró alrededor, pero no vio ninguna flor similar, “Me encontraste” dijo sonriendo, como si se tratara de un juego, la hermana Marcos llegó a su lado y vio los pétalos, extrañada cogió uno del suelo para observarlo de cerca, “Que raro, no hay Dedales de Oro por aquí cerca” dijo mirando curiosa la sonrisilla de Elena, “Eso pensé” respondió ella. Luego de unos segundos caminando en silencio hacia el interior del convento, la hermana Marcos pensó que era un buen momento para soltar una duda que hace rato rumeaba en su mente, “Por lo que me contaste, el niño que abortaste debería estar enterrado en algún punto del cementerio, ¿verdad? Ese es un gran alivio para las hermanas que les tocaba jardinear, pero ¿recuerdas exactamente dónde?” Los recuerdos, se presentan en la mente como imágenes, y en el caso de Elena, faltaban muchas imágenes de cuando el aturdimiento, el dolor o incluso el sudor, la hacían cerrar los ojos o perder la consciencia, además estaba oscuro y el candil encendido a su lado, lejos de iluminarle, la cegaba aún más. Elena negó con la cabeza, no estaba segura de nada, aunque en una primera instancia, tuvo la sensación de que era la tumba de su nana, María Cruces.

“Así es que, Elena por fin apareció, padre, esa es una muy buena noticia” El cura se acomodaba en una silla en casa del doctor Cifuentes, “Así es, doctor, recibí una nota del convento, las hermanas me dijeron que Elena había estado con ellas todos estos días, no sabe el alivio que me dio saberlo. Pensé en decírselos, por lo que hablamos sobre el bautizo del pequeño David” “Mañana mismo iré a pedirle que sea nuestra madrina. Creo que le hará bien después de todo” replicó Úrsula, ilusionada, dejando a su hijo en el suelo, el que ya comenzaba a gatear por todas partes. Dos segundos después, David había desaparecido, en un abrir y cerrar de ojos, el pequeño ya no estaba por ninguna parte. Úrsula de inmediato notó que la puerta que daba al patio estaba abierta, “Ay, por Dios, ¡Otra vez! Te juro que no me hago la idea de cómo la abre” Allí estaba el niño, rascando el suelo y llevándose pequeños puñados de tierra a la boca, lo mismo que si fuera un pastel de chocolate. Era una imagen encantadora dentro de todo, si no fuera porque el niño disfrutaba de la tierra en el lugar exacto donde estaban enterrados los frascos con los fetos, aunque eso sólo el doctor lo sabía. Úrsula tomó a su hijo en brazos para ir a asearlo de inmediato, como una madre diligente, momento que el cura aprovechó para hacerle una pregunta al doctor Cifuentes, “Doctor, cuando exhumamos la tumba anónima, la de María Cruces, ¿No recuerda usted haber encontrado algún resquicio, algún resto óseo, quiero decir, de un recién nacido entre la tierra y el cadáver?” Cifuentes se quedó largos segundos pensativo, le había costado una enormidad al sacerdote formular esa pregunta, como si hubiese tenido que elegir cuidadosamente palabra por palabra y en el mismo momento en que las pronunciaba, “Usted sabe muy bien que no. Usted estuvo al tanto de todo lo que encontramos y además, todo quedó registrado por escrito, ¿Por qué me pregunta algo así?” “No es nada” respondió el cura con una sonrisa poco convincente, el doctor iba a insistir pero en ese momento volvió Úrsula, y el cura aprovechó para escabullirse, “Será mejor que me vaya, la iglesia aún no está terminada y esos hombres tienen preguntas nuevas todos los días” Era cierto, no había ningún cuerpo de un niño en la tumba de María Cruces, entonces ¿dónde podía estar enterrado el hijo de Elena? Y además, no podía dejar de  pensar en las palabras de Clodomiro a Elena refiriéndose a David, “…ese niño, es el vivo retrato de Diana, tu madre”



León Faras.

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