III.
Cuando
pasó la noche en la casa del cura, lo pensó bien y no se equivocó, la hermana
Bernardita Marcos era la persona indicada para ese momento en que se sentía tan
confundida y asqueada de sí misma, con tantos recuerdos que no le pertenecían.
En cuanto las primeras monjas salieron a barrer el patio con los primeros rayos
del sol, la vieron parada afuera de la reja y la invitaron a pasar de inmediato,
para llevarla donde la hermana Marcos, quien la abrazó cariñosamente en cuanto
la vio. Elena se lo contó todo, todo lo que se había removido en su mente
durante la hipnosis, sin guardarse nada, como no lo había hecho con nadie desde
hace mucho tiempo, y la monja lo escuchó todo en silencio y sin interrumpir,
luego le dijo, “Podemos hablar de lo que quieras cuando tú quieras, pero ahora
eres como una limonada recién hecha…” De todas las analogías, esa era la más
rara que Elena había oído nunca. La monja continuó “…todo está dando vueltas y
chocando entre sí. Si lo dejas en paz por un tiempo, verás como todo se calma, decanta
y se vuelve más claro” “¿Entonces puedo quedarme unos días?” Preguntó Elena,
“Claro que sí” respondió la monja.
“Alguna
vez, yo también pensé en ser monja” confesó Elena de repente, mientras
restregaba sábanas dentro de una fuente con las mangas hasta más arriba de los
codos “¿De verdad?” respondió la hermana Marcos, quien, como cualquier otra
monja, en ese momento tendía las sábanas sobre los cordeles con prolijidad
religiosa, “Sí…” continuó Elena, “…Creía que lo máximo que uno podía hacer con
su vida, era volcarla entera hacia los demás, que esa era la única manera de
agradar a Dios” La hermana Marcos la miró con media sonrisa, admirada, “Pero no
es necesario ser monja para hacer eso y créeme, tampoco es que sea necesario
semejante sacrificio para agradar a Dios” Elena se quedó pensando por algunos
segundos, “¿Semejante sacrificio, hermana?” La hermana Marcos continuó, “¿Sería
diferente si en vez de enfocar toda tu vida en cubrir las infinitas necesidades
de los demás, la volcaras en una sola persona…?” Elena no estaba segura “…si te
preocuparas por completo de amar a esa persona, de que no le falte nada, de que
se sienta protegida, de que sea feliz. Si dedicaras toda tu vida y tus
esfuerzos para hacer feliz a una sola persona en todo el mundo… ¿Sería menos
valioso que intentar hacer lo mismo, pero con todos los demás?” Elena
finalmente negó con la cabeza, no podía ser diferente ni menos valioso,
“¡Exacto!” Celebró la monja, y luego agregó “Pues esa persona debes ser tú.
Cuando tú estás colmada de amor y felicidad, sólo quieres compartirlo con todo
el que te rodea, igual como una persona miserable siente que todos deberían ser
miserables, así es como funciona: Amas al prójimo como te amas a ti mismo.
Preocúpate de ti, de la persona que eres tú y entonces sabrás si eso le agrada
a Dios o no. Lo verás por todas partes” Elena no estaba muy convencida pero le
agradaba la idea, “¿Te importa si le avisamos al padre Benigno que estás aquí?
De seguro está preocupado y no será el único” Sugirió la hermana Marcos cuando
ya terminaban con su tarea, Elena asintió, la hermana tenía razón, además, ella
se sentía mucho más tranquila que antes. Ya caminaban hacia el interior del
convento, cuando algo llamó su atención en el suelo, robustos pétalos amarillos
rodaban con la brisa por sobre las piedras del piso, Elena miró alrededor, pero
no vio ninguna flor similar, “Me encontraste” dijo sonriendo, como si se
tratara de un juego, la hermana Marcos llegó a su lado y vio los pétalos,
extrañada cogió uno del suelo para observarlo de cerca, “Que raro, no hay
Dedales de Oro por aquí cerca” dijo mirando curiosa la sonrisilla de Elena,
“Eso pensé” respondió ella. Luego de unos segundos caminando en silencio hacia el
interior del convento, la hermana Marcos pensó que era un buen momento para soltar
una duda que hace rato rumeaba en su mente, “Por lo que me contaste, el niño
que abortaste debería estar enterrado en algún punto del cementerio, ¿verdad?
Ese es un gran alivio para las hermanas que les tocaba jardinear, pero
¿recuerdas exactamente dónde?” Los recuerdos, se presentan en la mente como
imágenes, y en el caso de Elena, faltaban muchas imágenes de cuando el
aturdimiento, el dolor o incluso el sudor, la hacían cerrar los ojos o perder
la consciencia, además estaba oscuro y el candil encendido a su lado, lejos de
iluminarle, la cegaba aún más. Elena negó con la cabeza, no estaba segura de
nada, aunque en una primera instancia, tuvo la sensación de que era la tumba de
su nana, María Cruces.
“Así
es que, Elena por fin apareció, padre, esa es una muy buena noticia” El cura se
acomodaba en una silla en casa del doctor Cifuentes, “Así es, doctor, recibí
una nota del convento, las hermanas me dijeron que Elena había estado con ellas
todos estos días, no sabe el alivio que me dio saberlo. Pensé en decírselos,
por lo que hablamos sobre el bautizo del pequeño David” “Mañana mismo iré a
pedirle que sea nuestra madrina. Creo que le hará bien después de todo” replicó
Úrsula, ilusionada, dejando a su hijo en el suelo, el que ya comenzaba a gatear
por todas partes. Dos segundos después, David había desaparecido, en un abrir y
cerrar de ojos, el pequeño ya no estaba por ninguna parte. Úrsula de inmediato
notó que la puerta que daba al patio estaba abierta, “Ay, por Dios, ¡Otra vez!
Te juro que no me hago la idea de cómo la abre” Allí estaba el niño, rascando
el suelo y llevándose pequeños puñados de tierra a la boca, lo mismo que si
fuera un pastel de chocolate. Era una imagen encantadora dentro de todo, si no
fuera porque el niño disfrutaba de la tierra en el lugar exacto donde estaban
enterrados los frascos con los fetos, aunque eso sólo el doctor lo sabía.
Úrsula tomó a su hijo en brazos para ir a asearlo de inmediato, como una madre
diligente, momento que el cura aprovechó para hacerle una pregunta al doctor
Cifuentes, “Doctor, cuando exhumamos la tumba anónima, la de María Cruces, ¿No
recuerda usted haber encontrado algún resquicio, algún resto óseo, quiero
decir, de un recién nacido entre la tierra y el cadáver?” Cifuentes se quedó
largos segundos pensativo, le había costado una enormidad al sacerdote formular
esa pregunta, como si hubiese tenido que elegir cuidadosamente palabra por
palabra y en el mismo momento en que las pronunciaba, “Usted sabe muy bien que
no. Usted estuvo al tanto de todo lo que encontramos y además, todo quedó
registrado por escrito, ¿Por qué me pregunta algo así?” “No es nada” respondió
el cura con una sonrisa poco convincente, el doctor iba a insistir pero en ese
momento volvió Úrsula, y el cura aprovechó para escabullirse, “Será mejor que
me vaya, la iglesia aún no está terminada y esos hombres tienen preguntas
nuevas todos los días” Era cierto, no había ningún cuerpo de un niño en la
tumba de María Cruces, entonces ¿dónde podía estar enterrado el hijo de Elena?
Y además, no podía dejar de pensar en las
palabras de Clodomiro a Elena refiriéndose a David, “…ese niño, es el vivo
retrato de Diana, tu madre”
León Faras.
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