XVIII.
“¡Por
todos los santos, padre, espero que todos estén bien!” Exclamó Clodomiro
llegando hasta la oficina del cura sin siquiera una mancha de tizne en su traje
color crema, ni una mota de polvo en sus zapatos negros, pero sí con la frente
y el cuello muy sudados, debido al calor imperante, principalmente, “He estado
a punto de intervenir, pero lo cierto es que soy un inútil en estas cosas y de
seguro hubiese sido más un estorbo que una ayuda para las personas que estaban
trabajando… pero, ¿Qué ha pasado?” Cifuentes tuvo el impulso de pararse en ese
momento e irse pero lo consideró demasiado evidentemente descortés y se quedó
un rato más. El cura respondió que el origen del fuego era un misterio aún, que
todo era demasiado reciente para aventurar conjeturas, y Clodomiro asintió con
total gravedad, como quien oye la explicación más sensata del mundo. Luego
reparó en la cruz de madera chamuscada sobre el escritorio del cura, “¡Vaya, un
sobreviviente!” Exclamó, examinándola de cerca y luego volviéndola a su sitio
con una sonrisilla diminuta, “Habrá que ver qué hacemos con ella…” comentó el
cura, por decir algo, pero echándole una mirada cómplice al doctor, Clodomiro
se abanicaba con el sombrero, “Pues no quedará más que desecharla, no creo que
la iglesia esté tan mal económicamente como para no poder costearse una
insignificante cruz de madera…” y luego, como teniendo una idea repentina,
agregó inquisidor, “¿O es que se trata de alguna reliquia religiosa, padre?”
“Sólo es una vieja cruz” concluyó el cura. Luego de eso hubo un silencio incómodo
que fue roto repentinamente por el doctor Cifuentes que se puso de pie
anunciando que se retiraba, pues tenía que atender a su mujer y su hijo.
Clodomiro se le acercó al cura, para hablarle más de cerca, “Entiendo que Elena
tuvo su primera sesión de hipnosis” Le dijo con cierta malicia, el cura lo miró
como si de pronto Clodomiro oliera muy mal, “¿Y usted cómo sabe eso?” Almeida
lo miró fingiendo sorpresa, “El doctor Werner es mi amigo, yo le sugerí a Elena
que se dejara atender por él, pero es un hombre muy serio y profesional y de
ninguna manera le pediría detalles a él” “¿Y me los pide a mí? Escuche
Clodomiro, pierde su tiempo y me hace perder el mío. Tengo media iglesia
quemada, en estos momentos hay asuntos mucho más importantes que atender que
saciar su insana curiosidad” El cura se puso de pie, Almeida era un maestro del
cinismo, “Yo tenía razón, ¿verdad? Lo que estaba escrito en el diario, era
cierto, ¿no?” El cura le pidió que se fuera, parado en la puerta, Almeida
insistió, “¡Pero el niño está vivo, ¿verdad? el que Elena abortó, nació vivo!
¿Lo mencionó, ella lo mencionó?” El cura sintió una mezcla de miedo y asco, “¿Por
qué me pregunta algo así?” dijo el cura, como aturdido, Clodomiro parecía muy
serio, “Es muy importante, padre, ¿Lo está? ¿Está vivo?” “Pues al parecer, sí
nació vivo” Clodomiro recibió la respuesta que deseaba oír, pero no salió de la
boca del cura, sino de la boca de la propia Elena que, luego de despedir a su
hermano en el cementerio, oyó las insistentes campanadas de alerta en el pueblo
y vio la columna de humo, con lo que decidió enviar a Clarita de vuelta a casa
mientras ella corría al pueblo. Luego de responder con un dejo de indignación,
como cuando alguien descubre que están hablando de él a sus espaldas, se
dirigió al cura, preocupada por lo que le había sucedido a la iglesia “¿Padre,
está usted bien?” El cura le respondió con un cálido apretón de sus manos sobre
una de la muchacha y una suave mueca de sonrisa, a Clodomiro, sin embargo, le
urgía más información, “Pero muchacha, si ese niño está vivo, ¿Dónde está?
¿Quién lo tiene?” Elena negó con la cabeza, “Está muerto, al parecer nació vivo
pero ahora está muerto…” “¿Estás segura?” remató Clodomiro, como si se tratara
de algo fundamental, y luego agregó, “¿Viste el cuerpo?” No, la verdad era que
Elena no estaba segura de nada y lo único que sabía, era lo que había dicho
durante una sesión de hipnosis de la que tampoco recordaba nada, pues sólo le
pareció haber tenido un breve y agradable sueño, sin embargo, era casi seguro
que ese niño había muerto, y además de una forma horrible que ella no quería
saber, que le daba miedo recordar, “Pero, hombre por Dios, ¿Quiere dejar de
insistir con eso? ¿No se da cuenta de lo impúdica que es su curiosidad?”
Clodomiro cerró la puerta con cautela, “No padre, usted no se da cuenta de lo
que ocurre…” “¿Y qué es lo que ocurre?” preguntó Elena, armándose de valor,
Clodomiro parecía en ese momento el hombre más confiado y confiable del mundo,
“Creo que el hijo de Úrsula, en realidad es tu hijo” Elena buscó apoyo en la
mirada del cura, pero éste estaba vacío y asustado, “De hecho, estoy casi
seguro, a menos que tú puedas decirnos dónde está tu hijo, el niño que nació de
ti” Concluyó Clodomiro.
“Eso
es imposible…” soltó el cura en un intento desesperado por decir algo en un momento
en el que se sentía aterido por dentro, Elena en cambio sólo podía negarlo, incapaz
de encontrarle sentido a lo que oía, “¡Es una locura, una completa locura!
Úrsula tuvo su propio embarazo, no se encontró un niño por ahí tirado…” “¡Ya lo
sé, pero míralo! Ese niño es el retrato de tu madre, ¿Cómo es posible…?”
Clodomiro se detuvo repentinamente, el sacerdote se veía pálido y a un paso del
desmayo, “Por Dios, es que eso es imposible” murmuró, buscando su silla para
sentarse. Se quedó largos segundos en silencio, Clodomiro le ofreció un poco de
vino dulce que encontró en un mueble, vino de comunión, “¿Quiere que vaya por
el doctor?” preguntó luego, visiblemente preocupado, el sacerdote se negó,
parecía estar reuniendo fuerzas para decir algo “Úrsula sí encontró un niño
abandonado” soltó al fin. Eso ni Elena ni Clodomiro lo sabían. Y luego de decirlo,
el cura se vio obligado a contar parte de lo que sabía, pero con una cautela brutal,
digna de quien camina descalzo sobre vidrios rotos, omitiendo los hechos inexplicables
que, fueran reales o no, sólo confundirían más a Elena, “¿Dónde lo encontró, al
niño? ¿Lo sabe?” preguntó ésta, “En el cementerio de Casas Viejas” respondió el
cura, lo más escueto posible. “Creo que una nueva sesión con el doctor Werner aclararía
muchas dudas” propuso Clodomiro, Elena asintió, confirmando que pensaba en lo mismo,
“Exijo estar presente esta vez” Agregó el investigador, pero no obtuvo respuesta.
León Faras.
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