martes, 1 de julio de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

!00.



Petro se dirigía a Rimos con el carbón, era el turno de Gan realmente, pero aquel insistió y el otro no se opuso. Por un lado, Petro estaba trabajando en una carreta y debía ser él mismo quien negociara por los ejes, los anillos de las ruedas y esas cosas, y por el otro, Gan había descubierto un nuevo juego en el que el señor Barros era bastante bueno a pesar de casi no ver nada y con el que se podían pasar varias horas entretenidos mientras el carbón se cocía y el vino de arándanos durara. Un fulano de hablar raro le intercambió por carbón un tablero cuadriculado blanco y negro, Gan jamás había visto algo así, un juego que no usara dados ni cartas, solo un montón de pequeñas piedras blancas, todas blancas, abundantes en cierto recoveco del río Jazza. Las reglas eran muy simples: se repartía igual cantidad de piedras para cada uno, estas se ponían en los cuadros negros y solo sobre éstos podían moverse, además de que solo se les permitía avanzar, nunca retroceder, a menos que llegaran hasta el otro extremo del tablero, entonces sí podían devolverse. Con estas reglas básicas, más otras inventadas sobre la marcha, debían comerse o capturarse tantas piedras como fuera posible saltándoles por encima, y el que comía más, era el que al final ganaba. Petro no entendía cómo una actividad tan estúpida podía mantener ocupados a dos hombre adultos durante tanto tiempo, pero reservado como era, simplemente cerraba la boca y se ocupaba de sus asuntos.



Había un pequeño grupo de guardias cizarianos en la entrada de Rimos, junto a una de sus columnas, por lo general podía haber alguno si se les antojaba algo, pero no era cosa usual, tal vez buscaban a alguien. Petro iba a pasar con la cabeza gacha igual que sus burros, cuando un muchachito con uniforme de soldado lo detuvo poniéndole una mano en el pecho. “Tú, ¿De dónde eres?” Le preguntó, consultando una hoja de papel que sostenía con la otra mano. Por lo visto el muchachito sabía leer. Petro lo miró ofendido, como si lo estuvieran confundiendo con un delincuente. “Yo nací en la Roca Colorada, que fue donde me parió mi madre, pero luego nos trasladamos a la aldea de Cipiolo, donde mi madre enfermó y finó después de unos años, desde entonces mi padre y yo hemos recorrido el monte sin sentarnos en ningún lado por mucho tiempo, hasta ahora, que cocemos carbón junto al…” El muchachito lo detuvo con gesto demasiado prepotente para alguien que apenas pesa un poco más de lo que lleva puesto. “¿Qué es todo eso que dices, eh? ¿Qué lugares son esos? ¿Acaso te burlas de mí?” Le espetó con una palma en alto, enojado, como si pretendiera abofetearlo por estarle mintiendo. Petro estaba dispuesto a ponerlo en su lugar a pesar del uniforme, pero entonces un soldado con más bagaje en el oficio y cuatro canas en el bigote, detuvo el entusiasmo del muchacho con una baldada de tedio rutinario difícil de disimular. “Ya déjalo en paz, Fico, que no ves que es un carbonero… ¿Qué diantres piensas hacer con un carbonero en el ejército, ah?” Le dijo, con el gesto de alguien que está realmente harto de su trabajo. Luego hizo avanzar a Petro y sus burros con fastidio, como si éste le estuviera estorbando, y volvió a lo que fuera que estuviera haciendo antes, dejando a Fico a cargo otra vez. Aquellos eran reclutadores, pensó Petro, Cízarin estaba armando su ejército nuevamente, pero ni el mismísimo rey pensaría en dejar a sus herreros sin su carbón.



Después de los reclutadores, el siguiente que detuvo a Petro a la entrada de Rimos fue Nardo, el herrero. “Oye, Petro, ¿tienes un momento?” Le dijo, con seriedad. Petro se quedó admirado. No solo lo llamó por su nombre, en vez de “holliniento,” sino que además, todo su gesto transmitía respeto. Ahora el carbonero sentía auténtica curiosidad. Nardo le habló en voz baja y cuidándose de no ser observado por los otros herreros, como si estuviera haciendo algo ilícito. “Oye, amigo, no te sobrará un saco que me vendas… Ya sé que tu carbón ya está pagado y no quiero fastidiar a Yelena, pero me he quedado corto y necesito sacar un trabajo… Hazme ese favor ¿Quieres? Solo uno estará bien.” Le rogó, no sin algo de esfuerzo. ¿Acaso quería de su carbón maldito, extraído del Bosque Muerto? Preguntó Petro, intrigado, pero Nardo no podía más que tragarse sus palabras, y es que los carboneros se estaban volviendo escasos, porque debían buscar la leña cada vez más lejos y eso hacía que su trabajo fuese cada vez menos rentable. Petro sonrió, y su sonrisa era tan antinatural como ver sonreír a un poste: su predicción se estaba haciendo realidad antes de lo que pensaba. “Tarde o temprano todos los herreros terminarán sacando su carbón del Bosque Muerto.” Le recordó, con una mueca de burla de lo más incómoda que a Nardo no le hizo gracia. “¿Me vas a vender un saco o no?” Gruñó el herrero. Petro asintió satisfecho. “Pero para la próxima tendrás que hacer tu pedido con anticipación o no te daré nada.” Le advirtió. ¡Dios! Petro volvía a sonreír, y era como si sus músculos no tuvieran costumbre de hacerlo. Nardo volvería a pedirle carbón más temprano que tarde, si seguía así, no solo una carreta le haría falta, también un par de brazos extra.



León Faras.

viernes, 27 de junio de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

99.



Yurba ya se sentía como nuevo y aun así, llevaba varios días en casa de Teté siendo atendido como un rey, pero la única que pensaba así era Rubi, porque su madre aún se sentía culpable por lo que le había sucedido al pobre chico por su culpa, y Falena disfrutaba de bromear con él en todo momento, pero sin tener que atender ninguna de sus necesidades en serio. En eso estaban cuando la voz ronca y pausada de Demirel le habló. “Me da gusto verte bien.” Falena se quedó paralizada, como si hubiese sido sorprendida por la autoridad cometiendo un delito. Su tío Demirel en su casa, era ya de por sí algo extraño. Su papá Tibrón también estaba con él y su semblante no era más alentador. Tuvo un mal presentimiento instantáneo. Yurba, en cambio, se incorporó con desparpajo, presumiendo despreocupación ante cualquier noticia que le trajeran.



La única razón por la que Demirel estaba allí era porque Teté no estaba en ese momento en casa, nada personal, pero odiaba esas incómodas predicciones sobre la muerte que esa mujer soltaba sin que se las pidieran y no había nada peor para él, que ir a la batalla con un presagio de muerte sobre su cabeza, porque sí, el siguiente ataque sobre Bosgos ya estaba anunciado y esta vez sería demoledor, Cízarin golpearía con todo lo que tiene, sin advertencias ni peticiones formales. “La ciudad será tomada por la fuerza a cualquier precio.” Anunció Demirel, sin emoción en la voz, apoyando a Gindri en el suelo para sentarse y recibir la bebida que Rubi le ofrecía. Yurba asintió guapo, restregándose la nariz con brusquedad. Falena, reaccionó alarmada. “¿A cualquier precio? Pero… no podemos.” “Esa es la orden y así se hará. No tendremos el mismo tropiezo otra vez.” Le interrumpió Tibrón antes de que la chica redundara en la negación, y luego, y para sorpresa de nadie, excepto la propia Falena, le anunció que esta vez ella estaba fuera. “Tú no irás.” Por el rostro inalterable de Demirel, éste estaba enterado y de acuerdo, Yurba, por su parte, no hizo gesto alguno, por lo que no se sorprendía ni se oponía, y Rubi, ni hablar, en cuanto su hermana la miró, ella le soltó sin dudarlo: “Ya oíste a papá: tú no irás.” Falena protestó: que ella también era un soldado, que no podían dejarla fuera, que esto era injusto, pero su tío le puso fin a la pataleta con un golpe contundente de Gindri en el piso que hizo temblar la vajilla cercana. “¡Y así te crees un soldado?” Le espetó, irritado. La chica cerró la boca y bajó la mirada en el acto. Su tío era su referente en cuanto a todo lo militar, y aunque sabía que la quería como parte de su familia, no podía evitar intimidarse un poco al verlo enojado. “Si te dicen que saltes al frente, tú saltas; si te dicen que te quedes atrás y cierres la boca, tú te quedas. No preguntas, no cuestionas, no haces lo que se te da la gana. ¿Qué clase de soldado protesta ante una orden! ¿Qué clase de batalla se gana con soldados así!” La regañó, sin ponerse de pie siquiera, y aun así su figura y su voz eran imponentes. Tanto Tibrón como Yurba permanecían circunspectos y ajenos, como era lo propio cuando un superior reprendía a un colega en frente de uno, Rubi, en cambio, aprobaba cada palabra de su tío con un gesto altanero de su cara. Fría como el pedo de un muerto. Demirel continuó volviendo a su tono grave y pausado. “¿Sabes lo que significa que una ciudad será tomada a cualquier costo? Significa que todos morirán si es necesario, significa que no puedes detener tu espada hasta que el último de ellos haya dejado de luchar, significa que es una batalla sin inocentes… Sucia.” Falena levantó la vista con timidez. Su tío era el hombre más orgulloso de su profesión, pero ahora no sonaba así. “Ser soldado tiene dos caras, ¿entiendes? Estás recién empezando, no necesitas este peso sobre tus hombros tan pronto.” “Es la cara fea de ser soldado, ¿verdad?” Comentó la chica. El señor Sagistán le habló muchas veces sobre lo estúpido que era glorificar la profesión de un soldado y sobre lo ingrato y desagradable que podía ser el trabajo a veces, pero ella sólo lo había comprendido a medias. Demirel posó una rodilla en el piso para mirarla a los ojos. En ese momento Teté entraba por la puerta. “Eres un soldado, pero todavía puedes elegir tus batallas. No desestimes eso, no seas necia para pensar que es poca cosa la que tienes.” Luego de eso se puso de pie recuperando su auténtico volumen. La presencia de Teté lo motivaba a huir de allí lo antes posible. Pasó junto a ésta brindándole un saludo tan cortés como parco, sin apenas dirigirle la mirada o detenerse, y se fue antes de que ésta pudiera siquiera replicar algo.



Darlén se movía descalza por el monte adusto con la soltura del rapaz que nunca ha usado zapatos en su vida. Sus delicados pies no eran tan delicados como ella creía, y su conexión con el mundo que la rodeaba era alucinante y completa como la magia que vivía en su interior. El fuego, el agua o el alimento, acudían a ella ahora cada vez que los necesitaba colmando sus necesidades sin esfuerzo. La lluvia le avisaba antes de caer y podía sentir cómo el viento la advertía ante cualquier peligro. Así fue cuando la brisa le llevó a los oídos un ruido de huesos rotos, no estaba tan cerca, pero fue muy claro, así como también el tufo de la carne cruda y tibia bajo la piel. Aquello no debía ser un peligro de por sí, pero su instinto la había puesto en alerta. Podía ser un animal salvaje, pero los animales grandes eran raros y escasos en la tierras bajas, además, un animal por salvaje que fuera no podía ser un problema para una maga como ella. Lo que no era, era un hombre o ya lo sabría. El ser humano se delataba con mucha antelación y de muchas formas distintas. Darlén dudó si debía investigar o seguir su camino, y más aún cuando pudo notar que la criatura se había movido sin que ella apenas se diera cuenta. Tenía su bastón de andariego pero jamás había pensado siquiera en tener que usarlo para defenderse. El sonido de una ramita triturada le indicó que la criatura estaba a sus espaldas. Ella se volteó sin sobresalto. Ambos se miraron, la criatura, que sostenía el cadáver de una liebre entre los dientes como si fuese un perro, era un hombre, pero no era totalmente un ser humano, lo mismo pudo percibir Costia con su instinto al ver a la bruja, que aquella parecía una mujer pero no era solo una mujer. Luego de estudiarse varios segundos, la criatura decidiría alejarse por la paz, no habría comunión ni enfrentamiento en esta reunión. Darlén no sintió miedo, pero sí pudo percibir la ferocidad latente en el interior de aquel espíritu corrompido. Sintió angustia de pronto, algo horrible le había sucedido a ese hombre nefasto, inimaginable incluso para ella.



León Faras.

sábado, 21 de junio de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

98.



Una semana llevaba enfrascado Migas en su trabajo, una semana en la que apenas había hecho otra cosa que no fuese estudiar esos pergaminos, incluyendo comer o dormir. Nimir hacía lo que podía por ayudar sin estorbar pero es que era imposible: los alimentos se agotaban, las cabras invadían la propiedad de tanto en tanto dejando todo regado con sus cacas, la cerda y sus lechones debían ser alimentados permanentemente, Perro ladraba sin motivo por un lado, el viejo Buba y sus absurdas necesidades por el otro, y Migas no hacía más que garabatear una pizarra con símbolos raros a los que les asignaba un sonido al azar para ver en cuantas de las palabras incompletas que tenía calzaba correctamente. Y aún no podía asegurar siquiera si lo que estaba descifrando sería de utilidad o no. Nimir estaba al borde de su paciencia y esta vez estaba dispuesto a cumplir con sus amenazas de irse a vivir con su hermana Ulia, que aunque lo hacía trabajar como burro, al menos no lo trataba como uno. “Ay, por favor, ¡Esa mujer ni siquiera es tu hermana! Su madre te crió, pero ambos sabemos que no lo hizo por que te quisiera.” Alegó el viejo, contrariado, como un artista interrumpido a la mitad de su obra. Nimir lucía ofendido. “Mi hermana no era así, ella me quería.” Refutó. “¡Eras como su mascota, bobo; ella pensaba que era gracioso que tú hicieras todo lo que te decían! ¡Eras su niño idiota!” Respondió Migas, burlándose, pero pronto apagó su sonrisa, la discusión se estaba volviendo cruel y, para bien o para mal, a él ya no le sentaba tan bien ser cruel con el bobo de Nimir. Recapacitó. “Escucha, Nimir, tú eres como mi familia ahora, lo sabes. Hemos pasado mucho juntos y nos hemos apoyado…” Era tan ridícula la forma como Nimir absorbía y atesoraba cada palabra de cariño y aceptación, que Migas debía controlarse para no soltar la risa de sólo tener que verle la cara. “Esto puede ser una molestia ahora, para ambos, pero puede llegar a ser muy valioso en el futuro, y también lo será para ambos. Tú y yo, Nimir, estamos juntos en esto.” Proclamó el viejo, apretando los puños, y ante los ojos brillantes de emoción de Nimir, Migas rogó. “No te vayas, hijo, siempre es duro al principio pero vendrán tiempos mejores, ya lo verás…” La cara de Migas era la de una súplica dolosa, mientras que Nimir no podía con la emoción de que alguien le rogara quedarse de esa manera. Abrazó al viejo con tanta genuinidad que era imposible no conmoverse, y hasta hacer sentir incómodo al pobre Migas que lo apartó haciéndose el serio. “Bueno, bueno, hijo, ya es suficiente, hay que mantener la postura, esto no es correcto, además, tenemos trabajo que hacer, ¿no?” Ellos no lo sabían, pero su empecinamiento estaba a apunto de dar jugosos frutos.



Escucha, Yambo, tú te vas, para informar a Cego de todos los detalles, y yo me voy a quedar vigilando todo aquí, ¿entendiste?” Habló Bacho, con el rostro enfurruñado de un perro guardián, como cuando uno negocia sin ánimos de negociar realmente; él repartía órdenes, no solo como el hermano mayor que era, sino también como líder tácito de la misión, pero Yan, con el ceño apretado y la trompa fruncida, no estaba para nada de acuerdo, lo que hacía que su hermano comenzara a respirar hondo y a hacer movimientos erráticos de cabeza y brazos para no tener que golpearle la mollera. “Escucha, tonto, no me hagas repetirte las cosas. Tú eres el que se entiende mejor con el viejo y tú hablarás con él. Yo los esperaré aquí y fin del asunto. Además, ¿para qué carajos querrías quedarte tú aquí!” Y luego de un rato de mirarlo con recelo y sin oír respuesta alguna, añadió. “Te has estado portando de lo más raro… Mira, te lo voy a preguntar por una vez, pero no hagas que me arrepienta…” Le advirtió, con un dedo en alto y todo. Bacho contrajo los músculos como si temiera que algo está a punto de reventarle en la cara, ya se imaginaba qué clase de pirunga le respondería su hermano, pero cuando éste le confesó, casi con vergüenza en el rostro, que: “…el amor por una mujer se me clavó tan hondo en el pecho y de forma tan impetuosa, hermano, que no he podido evitar desear verla a los ojos sin parar por el resto de mi vida, como un imbécil, a costa de quedarme sin aire en los pulmones y sin fuerza en las piernas.” Bacho se le quedó mirando pasmado; incrédulo y también un poco confundido de haber entendido bien toda esa garrafada de sandeces que podían haberse dicho en dos palabras y de forma mucho más simple. “¿Estás enamorado, Yambo?” Le preguntó, sintiéndose un poco tonto de tener que hacerlo, y Yan, como si admitiera un vergonzoso crimen, asintió con gravedad y sin mirarlo a la cara. “Podría haber soportado cualquier cosa de este mundo, Chucho, tú lo sabes, pero esto… esto fue más allá de mi voluntad.” Se excusó, avergonzado. Bacho estaba admirado, cómo había podido suceder esto frente a sus narices sin que él lo supiera y sobre todo, ¿quién era esa chica? ¿Por qué él no la había visto? “¿Y tú le agradas?” Le preguntó con cara de dolor luego de considerar la situación unos segundos, al fin y al cabo, Yambo no era el pretendiente con el que toda chica sueña, pero pronto disipó todas esas dudas como quien se espanta un puñado de moscas de la cara. Su hermano había puesto los ojos en una mujer al fin, no estaba tan demente después de todo, y él como su hermano mayor, lo apoyaría. Luego ya verían la forma de que la chica mostrara interés en él también; había muchos métodos para hacer que ella cooperara en esto y él conocía más de uno. Estrechó la mano de su hermano con gesto fantoche para presumir de dominio en el tema, pero Yan ya tenía sus planes. Sólo necesito que me des un día, Chucho.” Solicitó Yan Vanyán con formalidad profesional. Y agregó. “Luego volveré y terminaré el trabajo.” Aseguró. No era lo que Bacho tenía en mente, pero tal vez era lo mejor, después de todo y pensándolo bien, era de su hermano de quién estaba hablando, y éste podía inventarse todo tipo de cosas en su mente, incluyendo a una fulana de la que enamorarse, así que aceptó con idéntica gravedad, pero no lo dejaría actuar solo sin vigilarlo, ahora tenía curiosidad.



León Faras.

lunes, 2 de junio de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

97.



A pesar de hacer la mayor parte del trayecto de día, Falena lo hizo a paso ligero y sin detenerse en ninguna parte, porque ese hombre del bulto jugoso le había logrado meter el bicho del miedo en el cuerpo y no había podido dejar de pensar en encontrarse con algo desagradable por el camino. Ella tenía sus espadas y sabía como usarlas, pero eso no era garantía de nada, además, como le decía el señor Sagistán, “las espadas y el miedo no deben estar en las mismas manos.” La pilló la noche cuando aún le faltaba un trecho para llegar, pero siguió sin acampar, acompañada de la luna menguante hasta alcanzar los campos de Cízarin.. Casi era medianoche o algo así cuando llegó a la ciudad. En su camino, se cruzó con su tío Demirel que arrastraba casi sin ningún esfuerzo al pobre de Pepinillo, el cual había chupado más alcohol esa noche, que la malaya de un cantinero en toda su vida. Su tío la miró severo, y le ordenó que se fuera a su casa, que no preocupara a su madre, aunque conociendo a Telina eso era difícil de conseguir, pero aun así la chica asintió de inmediato, ese era su plan de todos modos. La luz de un cacho de vela aún iluminaba el interior de la casa, tal vez los quejidos y temblores de Yurba todavía no dejaban que nadie pudiera dormir en paz esa noche. Una vez dentro, vio a Yurba tirado en su lecho y a su hermana Rubi acurrucada en una silla a su lado en posición de dormida, pero aún despierta. De alguna manera, sabía que llegaría y la esperaba. Rubi siempre lo sabía todo. “Llegas tarde.” Le recriminó, inexpresiva. Falena se imaginó lo peor, pero su hermana, que le leía la mente con pasmosa facilidad, puso su cara de suficiencia. “No hablo de eso, boba, Yurba no está muerto, solo duerme. Me refería a la hora. Es tarde, mamá estaba preocupada.” “Mamá siempre está preocupada.” Dijo Falena, como si se tratara de la más brillante de las respuestas. “Yo también lo estaba.” Replicó su hermana, implacable, y su brillantez desapareció. Luego de eso, Rubi se puso de pie, la abrazó con rudeza y le dijo que no fuera tonta. “No estás sola en este mundo, tienes gente que se preocupa por ti.” Le recordó, con un tono más amenazante que cariñoso, antes de irse a la cama, mientras Falena, humilde, se quedaba un rato junto a su amigo, que aunque olía un poco rancio, al menos se veía que dormía en paz. Tal vez la bruja le había dicho la verdad después de todo.


Cipora dormía con la profundidad y el desparpajo de un borracho, siempre lo hacía así, era como un don, mientras que a Lorina, el proceso le tomaba más tiempo, y esa noche le parecía imposible. Se mantenía sentada junto a la ventana de la habitación que compartía con las otras chicas, mirando hacia la calle y soñando con ese hombre que apenas había conocido y ya le había robado el corazón, o al menos eso pensaba ella, porque, a fin de cuentas, no era mucho lo que ella podía saber sobre el amor. “¿Qué haces despierta? ¿Te duele algo?” Le hablaron a su espalda, pero no Cípora, sino Nina. “No.” Soltó la otra, apenas, sorprendida por su jefa. Nina la observó intrigada, la actitud de Lorina no podía ser más sospechosa, su incomodidad era más que evidente y encima, era pésima disimulando. Nina la observó de arriba-abajo, su postura, la ventana empañada, su mirada esquiva, luego sonrió con malicia. “Aaah, ya sé lo qué pasa aquí…” Le dijo, acusándola con su dedo, juguetona. “Tú quieres atender a alguien, y no por su dinero…” Lorina tartamudeó, era imposible ser más evidente. Nina continuó. Aún sonreía, pero ahora con descaro. “¡Así que estás viva después de todo! Está bien, tienes derecho, pero solo te diré una cosa: no le creas ninguna de sus promesas, hablar bonito es parte del juego, pero nada más… No quiero luego verte babosa, engatusada por sus cuentos, soñando con una vida que no es la tuya… Lo digo por tu bien, Lorina.” Le advirtió empinando las cejas, luego miró a las otras que dormían, respiró hondo, hizo una mueca como si no le gustara lo que estaba oliendo y dándose la vuelta para no verla a los ojos, le soltó su última amenaza antes de irse: “O tendrás que irte.” Concluyó.


Nina sabía de lo que hablaba, y Lorina sabía que lo sabía. En cuestiones de amor y relaciones románticas, Nina era la más avezada, no había duda. Ella conocía todos los caminos del amor de ida y de vuelta y sabía que entregar el corazón sin miramientos era una apuesta demasiado arriesgada. Ella misma había debido romper más de uno en su vida, de aquellos que tristemente malinterpretaban sus muestras de afecto y pensaban que eran auténticas y exclusivas. Nina sabía de lo que hablaba, pero había un problema, y era que Lorina sentía que ya había entregado su corazón y ahora no sabía cómo recuperarlo, aunque sí sabía que el primer paso, era dejar de desvelarse mirando por la ventana, alimentando ilusiones que… Lorina se quedó congelada de cuerpo y de mente, un solo vistazo le bastó para ver al hombre que esperaba hace horas, parado a lo lejos frente a su ventana bajo la luz de una antorcha solitaria, buscando también su figura en la ambigua textura de una ventana empañada. Lorina no podía estar segura de que ese hombre estuviera allí por ella, pero aun así se quedó junto a la ventana, observándolo casi sin pestañear y dejándose observar por él, hasta que la llama de su vela comenzó a ahogarse en su propia sangre y a amenazar con apagarse, entonces, Lorina pegó la palma de su mano a la ventana en una apuesta arriesgada para ver si era correspondida. El hombre tardó en responder el gesto, tal vez la visión no era buena a esa hora y su mano era pequeña, o tal vez ni siquiera era la persona que ella creía… Tal vez… Lorina suponía muchas cosas, pero entonces la llama murió y Lorina quedó a oscuras, pero en el último instante de luz, el hombre se descubrió la cabeza revelando su rostro bajo la antorcha y levantó su mano para despedirse. Yan se sentía con suerte de tener una privilegiada supervisión, para notar el gesto de su amada y poder corresponderlo justo en el último instante y Lorina se sentía sencillamente feliz, tanto como para sentir ganas de reír, cantar y bailar sin ningún motivo, tanto, como nunca antes se había sentido.


León Faras.

domingo, 25 de mayo de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

96.



El legendario grupo de los Machacadores se reunía de nuevo, pero esta vez bajo un contexto totalmente distinto: Váspoli, los había reunido a todos en su casa para celebrar uno de los eventos más importantes de toda su vida: el cumpleaños número cuatro de su hija, Mara, el primero que podía festejar como corresponde. Allí estaban Guluz, junto a su hermano menor, Pável, ambos panaderos ahora, Cacán, el más joven de todos y que se ganaba la vida junto a su familia en los fructíferos campos de Cízarin, y Pepinillo, quien seguía igual que antes, flaco, largo y con el cabello lacio pegado al cráneo. Ahora, con su propio negocio de pescados. Otro que no había cambiado mucho era, por supuesto, Demirel, quien lucía su uniforme liviano, incluyendo una brillante pechera de metal con hombreras, y acompañando su gallarda figura estaba la siempre impecable Gindri, como no, la que no dejaba ni para ir a un cumpleaños de niños, tal como lo prometió cuando se le fue asignada. Todos seguían iguales que antes, con los mismos ademanes y colando las mismas bromas, excepto por el propio Váspoli, quien había madurado mucho, y ahora era un hombre enamorado y orgulloso de su familia; de su esposa Elsa, embarazada por segunda vez, y sobre todo de su hija, Mara, y es que la niña a su corta edad, ya era casi como una pequeña celebridad. Además de ser una niña innegablemente hermosa, bajo cualquier tipo de criterio, la pequeña poseía un encanto natural, una sonrisa fácil y contagiosa capaz de conquistar a cualquiera en un instante, una cabellera que siempre se veía perfecta, hiciera lo que hiciera, y una personalidad abierta y extrovertida, como la de alguien que no siente ni pizca de miedo por el mundo y su gente. La niña era adorada y alabada por todos y no solo parecía entenderlo, sino que también le gustaba. “No quiero estar en tus zapatos cuando esta pequeña crezca.” Era la broma más recurrente, pero Váspoli solo respondía con prudencia: “Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.”



Con un par de yugos para el agua y dos hombres por lado, podríamos mover esos fierros de uno en uno, lo suficientemente lejos como para que una yunta de caballos los enganche y arrastre lejos de aquí sin que nadie lo note…” Propuso Bacho, mordisqueando un trozo de carne seca, demasiado seca. “Mmm.” Respondió su hermano. Comenzaba ya a irse el día y la suya era una de las varias fogatas encendidas en los alrededores de donde estaban apilados los Tronadores. “Se ven varias fogatas pero casi no hay antorchas, si elegimos una noche oscura y ponemos a algunos a vigilar… podría ser un trabajo rápido y fácil.” Continuó Bacho, asintiendo, confiado. “Mmm.” Respondió su hermano. Bacho escupió el exceso de saliva que le provocaba la carne seca y miró a su hermano impaciente. “¿Puedo saber qué es tan importante, Yambo?” Yan, sin dirigirle la mirada siquiera, señaló hacia los Tronadores con el dedo. “La forma en que están apilados, unos encima de otros, algunos están medio enterrados en la tierra, otros atascados entre sí… deberíamos prepararlos para que sea más fácil tomarlos y llevarlos.” Bacho asintió, aceptando que esa era una opción, aunque en su experiencia como bandolero y asaltante, jamás preparas nada antes de robarlo, solo lo tomas y ya, pero su hermano era nuevo en esto y él era benevolente aceptando sus ideas como legítimas. “Sí, bueno, podemos hacer algo rápido para liberarlos, no debe ser algo complicado.” Admitió con prudencia profesional. “Mmm.” Respondió su hermano, pero esta vez poniéndose de pie y yendo directamente hacia los Tronadores. Bacho abrió la boca y los brazos exigiendo una explicación, pero el loco de su hermano ya se alejaba decidido y no pudo más que tragarse una bocanada de aire y seguirlo. Yan comenzó a limpiar los Tronadores con sus propias manos y a acomodarlos con su fuerza única y sobrehumana, excavando la tierra como un perro obseso para liberarlos, al punto que algunos paseantes se detuvieran a mirarlo como se le mira a cualquier loco haciendo sus cosas de loco. “¿Qué carajos crees que estás haciendo, hijo?” Preguntó un abuelo que parecía incapaz de mantener la boca cerrada. Literalmente. Yan ni lo miró. “Miren este desastre, el trofeo de nuestra victoria, el orgullo de nuestra ciudad, no parece más que un montón de basura apilada y cubierta de mierda.” Les dijo Yan, afanado. “Es lo que yo les decía. El chico tiene razón.” Gritó uno desde un rincón, otros también asintieron. Bacho miró a su alrededor incrédulo, pero al ver que la absurda idea de su hermano tenía más apoyo del esperado, también comenzó a asentir. “Es verdad. Deberíamos ayudar todos.” Propuso con gravedad, logrando que incluso el abuelo de la mandíbula floja metiera las manos a la obra. Tardaron menos de una hora y todos se quedaron conformes con el resultado. Ahora podía verse con claridad que se trataba de siete Tronadores perfectamente limpios, apilados y listos para ser robados. Bacho tenía que admitirlo, lo que parecía una locura más de su hermanito, en realidad les iba a facilitar mucho el trabajo, e iba a bromear con él acerca de sus extravagantes ideas que luego funcionaban, pero Yan estaba distraído, apenas había hablado en todo el día o le respondía a todo con puros monosílabos o menos, pensó que solo era un episodio más de su personalidad fallida, pero ahora sospechaba que había algo más, algo que estaba perturbando la ya perturbada mente de su hermano, pero no preguntaría. Una vez preguntó, hace años atrás, y Yan le respondió que estaba desanimado porque él sabía que había toda una civilización de personas que vivía al otro lado del mundo, pero que no podía probarlo. Bacho esperaba escuchar algo sobre los inalcanzables encantos de alguna chica que lo había tocado, pero en su lugar le soltó ese disparate sin ningún sentido sobre el otro lado de algo. No. Definitivamente era mejor no preguntar.



León Faras.

sábado, 3 de mayo de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

95.



En Cízarin se hablaba de los dos gigantes cuya batalla había dado origen a la ciudad, por supuesto que solo era un cuento popular, pero a los niños les encantaba oírlo, sobre todo si el narrador era bueno. Uno de ellos se llamaba Jazza, la gran serpiente de agua, tan grande que era imposible ver dónde comenzaba y dónde terminaba al mismo tiempo, incluso para las aves. Gobernada sobre la tierra con holgura y sin que nadie se le interpusiera en su camino sin tener que sufrir las consecuencias de su hosco temperamento, eso, hasta que un día se le enfrentó un gigante de tierra llamado Ciza, no era tan grande como Jazza, pero sus raíces eran profundas y su determinación inquebrantable. Sería una lucha larga y agotadora, entre el asedio incansable de Jazza y la tenaz resistencia de Ciza que duraría décadas, tal vez siglos, pero el gigante de tierra nunca se doblegó a pesar del daño recibido, y la ferocidad del gigante de agua eventualmente decaería con el tiempo. “¿Y qué pasó al final? ¿un empate?” Preguntó Cherman con desánimo fingido y algo de chispa en la mirada. Su tío lo miró como el profesor mira al payaso del curso. “Se dice que Ciza ganó, por eso la ciudad lleva su nombre y no es Jázzarin, aunque ahora todos lo llaman el Decapitado.” “Ese no suena como el nombre de un ganador.” Replicó su sobrino y ambos sonrieron, mientras miraban hacia Cázarin, la ambiciosa ciudad a medio camino que se estaba construyendo en la cima del Decapitado, la cual no se estaba desarrollando a la velocidad que el rey deseaba. “Le están creciendo alas a un pájaro que antes no las tenía.” Comentó Cherman, forzando una sonrisa. “No le están creciendo, se las dieron. Rimos lo hizo.” Respondió el señor Sagistán, más bien serio.



Apenas saliendo de Bosgos, Falena se topó con un tipo cuyo aspecto era lamentable, parecía desconcertado, como perdido, con el andar inestable de alguien que ha debido caminar más de lo que podía, y con una mezcla de dolor y angustia en el rostro, como cuando se juntan los dos tipos de dolores, el físico y el otro. Le tomó un tiempo, pero en cuanto advirtió su presencia, se abalanzó con tal urgencia sobre ella y su caballo, que la chica llevó una mano al mango de una de sus espadas, solo por si acaso. Arrastraba el hombre, un bulto de tela sucio y acuoso cuyo aspecto era cuando menos sospechoso. “¡Hay una bestia en el bosque, una bestia! ¡Devoró a mi suegro!” Su hablar era raro, como si tuviera la mitad de la mandíbula adormecida, pero eso más o menos le dijo, señalando su bulto. “¡Es horrible, con dientes enormes! No te detengas por nada ni por nadie, niña… esa cosa mató y se comió a mi suegro…” Repitió angustiado. Falena agradeció el consejo con amabilidad, pero ya hasta el caballo se estaba poniendo nervioso con ese tipo, por lo que comenzó a alejarse de él como quien se aleja de un borracho empalagoso. Tal vez tenía razón, y aunque no quería ver lo que llevaba en ese bulto, podía ser que algún animal grande hubiese llegado hasta allí, uno de esos con garras y colmillos como para devorar a un hombre, no era algo común, pero tampoco era imposible.



Cípora atendía a los heridos que aún quedaban con diligencia pero con una cara de asco que era mejor no preguntar, cuando vio llegar a su amiga. ”¡Pero por el alma de Sándalo, mujer! ¿A dónde fuiste por esas hojas? ¡A Rimos?” Preguntó indignada, y agregó, recriminándola. “Y en cima, a penas trajiste una docena.” Pero Lorina arrastraba su cojera indiferente del mundo, desconectada de la realidad… perdida en sí misma, tanto que la otra se alarmó. “¿Qué te pasa, mujer? ¿Te hicieron algo? ¡Dímelo!” Le preguntó, sacudiéndola de los hombros, pero Lorina solo quiso esbozar una tenue sonrisa y desvió la mirada. Cípora se asustó entonces. Había visto esa clase de indiferencia antes, y no era nada bueno. Delegó sus tareas a una de sus compinches y arrastró a su amiga a un lado. “Dime lo que te pasó ahora mismo, o te juro que te arranco la verdad a cachetadas.” Amenazó. “¿Tú sabes qué es el amor, Cipo?” Susurró Lorina con la vista perdida. Cípora volvió a mirarla indignada. Ella toda preocupada y la otra burlándose. “¿Y tú sabes lo que es que te aflojen la mandíbula de un golpe por tonta! ¡Qué clase de pregunta es esa?” La cogió de una oreja para enderezarle la cara y vio que sus ojos eran pura nostalgia; estaba tan claro todo en ellos que ya no era necesario ni preguntar, ¡Pero cómo podía ser posible, si hace dos horas estaba bien! “¿Crees que sea amor lo que siento, Cipo?” Cípora estaba espantada, ¡Ha esta chica la han drogado! Pensó. “Sí claro, mujer, por qué no, pero dime: ¿Qué fue lo que te dieron? ¿Fue comida o bebida?” Y luego agregó mirando al cielo. “¡Pero que clase de imbécil droga a una furcia para conseguir su amor!” Lorina hablaba muy despacio y bajito, como si se hallara flotando en medio de la paz más absoluta. “No me dieron nada, Cipo, es solo que vi un sueño hacerse realidad ante mis ojos, y me asusté.” Cípora no sabía si golpearla o abrazarla. “¡Pero qué tonterías son esas! ¡Qué sueños ni que nada! ¡Nadie puede enamorarse así y menos si…” Cípora estaba dispuesta a hacer entrar en razón a su amiga a como diera lugar, pero la mano de Lorina se posó en su mejilla con tal ternura y sus ojos la miraron con tal compasión, que parecía que aquella le estaba perdonando todos sus pecados, incluido el de su infinita ignorancia, dejándola desarmada como un pollo ciego. Lorina dio un suspiro y se fue. “Nina la va a correr a la calle si la ve así.” Sentenció Cipora, frustrada, y luego, golpeándose las piernas con las palmas agregó: “Una puta enamora, ¡Lo que nos faltaba! ¡Habrase visto!”


León Faras.

domingo, 20 de abril de 2025

lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

94.



Pronto se dieron cuenta de que los Tronadores apilados en Bosgos, no contaban con ningún tipo de vigilancia, más allá de los propios transeúntes que pasaban por allí. “No tienen ningún temor porque se los roben…” Comentó Yan. “Supongo que es porque son tan grandes que piensan que es imposible que alguien se los lleve sin que nadie lo note.” Argumentó su hermano. “Sí que son grandes.” Corroboró Yan. “Pero por la noche, no importa el tamaño del Cizal, Chucho, sino lo silencioso que sea.” Concluyó. Bacho asentía estirando la trompa en señal de apruebo, cuando la imagen de una chica moviéndose al paso de su caballo se le cruzó por delante, no estaba seguro de quién era ni de por qué la conocía, pero sentía que esa muchacha le debía algo, e iba a empezar a seguirla mientras recordaba qué asunto tenían pendiente, cuando Yan lo detuvo cruzándole un brazo por delante. “No lo hagas, hermano, si alguna vez has confiado en mí, no lo hagas.” Bacho lo miró como al loco que era. ¡Qué carajos quería decir con eso! Por qué alguien confiaría en un chiflado como él. “¿Quieres hacerme enojar! ¿Quieres volverme loco como tú! ¡Eso quieres? ¿De qué carajos estás hablando ahora!” Le gritó en la cara, abriendo las alas como un pájaro furioso, pero el gesto de Yan era grave. “No lo sé, Chucho, solo creí que debía advertirte.” Bacho lo miraba con la boca abierta y el ceño apretado, como si estuviera tratando de comprender algo extremadamente complicado. “¿Son las voces? Esas voces que decías que te hablaban cuando eramos niños. Creí que…” “¡No son voces!” Le interrumpió Yan, molesto, y agregó. “Son emociones, corazonadas muy fuertes y claras que me llegan como flechas clavadas hasta el fondo del pecho, pero que luego simplemente se desvanecen.” Bacho seguía mirándolo con idéntico gesto, como si todo aquello le sonara increíblemente absurdo. Resopló por la boca como un caballo mirando al cielo. “Carajo, Yambo, vas a hacer que todos nos volvamos locos por tu culpa, ¿cierto?…” Exclamó, indignado. Para entonces, Falena, la chica del caballo, ya se había alejado y perdido en la ciudad y sus recovecos.



Falena había decidido regresar, su supuesto encuentro con la bruja Circe la tranquilizaba un poco con respecto a la situación del pobre de Yurba, porque ella estaba segura de lo que había visto y oído, y así era la naturaleza de algunas criaturas sobrenaturales; de ocultarse a plena vista de los mortales y mostrarse sólo cuando y donde lo consideran pertinente, o algo así fue lo que dijo Brelio, al menos, porque para ella, lo más sobrenatural que conocía, era la capacidad de su madre para angustiarse, ahora mismo debía estar echa un mar de lágrimas, balanceándose adelante y atrás en una silla, torturando su delantal con sus puños y siendo consolada por su hermana Rubi, la que por dentro, debía estar planeando cuidadosamente y palabra por palabra, el discurso que le daría apenas llegara, eso lo sabía, lo que no sabía era cómo estaba el pobre de Yurba.



El viejo Migas, respiraba hondo sentado en su silla con los ojos cerrados, mientras Nimir, totalmente emocionado, como un actor en el papel más importante de su vida, le masajeaba las sienes susurrándole frases al oído del tipo: “Evoque el momento, vaya hasta allá con su memoria, recupere el olor del ambiente, la textura del piso… la orientación de la luz.” Migas se sentía tonto con el ejercicio, y más con tener a su padre mirándolo desde un rincón, pero lo toleraba… hasta cierto punto. “¿Y eso en qué pinga me va a ayudar para recordar el nombre de esa chica?” Se quejó el viejo, y el otro le sobó las sienes con más intensidad. “Un recuerdo es como un plato roto, mientras más piezas pueda juntar, con más claridad verá la forma del plato.” El viejo apretó el ceño y por un instante abrió los ojos para certificar quién le hablaba, porque eso no sonaba a Nimir. “Ahora vaya hacia el rincón de la chica esa, la pared, el suelo, sienta el tacto de las cosas como si las tocara… el olor.” Recomendó Nimir, levantando las cejas, sugerente, y agregó luego. “Hay algo escrito ahí, ¿lo puede ver?” El viejo se arrugó como si estuviera soportando una gran presión. “Está borroso.” Se excusó. Nimir sonó condescendiente. “Está bien, no se esfuerce, estas cosas no se fuerzan, lo que busca, está ahí, solo necesita más detalles… ¿Qué más hay? Cualquier cosa.” Migas hacía todo tipo de muecas en su afán. “Una cadena, grilletes… paja, un sucio balde…” Entonces se quedó pegado, como si estuviera a punto de presenciar un suceso único. “Era con i…” Dijo, muy bajito, como si temiera espantar algo. Y agregó. “Min… Mir, mina… mirna, ¡Mirna! ¡Ese era, Mirna!” Gritó el viejo, tan feliz como si hubiese ganado un premio o algo así, y tomando a Nimir por los hombros, le dijo: “Hijo, nunca creí que lo lograrías.” Y lo abrazó, de una forma breve y formal pero merecida, luego se lanzó de lleno sobre sus documentos para descifrarlos a partir de esas tres consonantes y esas dos vocales, no era mucho, pero nada que valiera la pena en esta vida se conseguía sin algo de esfuerzo e imaginación, solo se necesitaba un punto de partida.


León Faras.

sábado, 12 de abril de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

93.



Las entregas de carbón eran cada vez más frecuentes, Yelena seguía comprándoles todo el carbón que producían y exigiéndoles cada vez más. Desde ya hacía un tiempo que hacían las entregas solos, turnándose entre Petro y Gan para que, mientras uno se iba, el otro continuaba con la producción y acompañaba al viejo Barros, que, casi ciego, se pasaba todo el día sentado rememorando el pasado, contándose viejas historias a sí mismo y recordando a Kerem, la que murió demasiado joven, dejando a un niño pequeño sin madre y a su esposo destrozado, pasando de ser un joven y prometedor comerciante lleno de sueños, a un borracho muerto por dentro que apenas y podía hacerse cargo de su hijo sin la ayuda de sus vecinos y amigos, los que por cierto, también tenían sus propios asuntos que atender. Después de perderlo todo, hacerse pielero fue su opción para salir de su agujero y el principio de una nueva vida para su hijo, Petro, quien parecía más feliz que nunca de recuperar a su padre y además acampar todas las noches en el monte rodeado de perros. Los herreros ya los reconocían y los dejaban pasar, con cara de hastío pero sin decir una palabra, sin embargo, un nuevo rumor había comenzado a correr sembrado por otros carboneros. “Oye, holliniento, ven aquí.” Le llamó Nardo, apoyado en un muro como si fuera la barra de un bar. Petro fue categórico. “Este carbón ya está vendido.” El otro reaccionó como si estuviera lidiando con un imbécil redomado que no deja de repetirse. “¡Ya lo sé! Solo quiero hablarte…” Petro, lo miró empequeñeciendo los ojos, desconfiado. “Pero no te daré mi carbón.” Aclarado este punto, se acercó. Nardo le habló con la cabeza gacha y la vista inquieta, como usualmente se transmiten las conspiraciones. “Dicen que tú y tu amigo hacen el carbón con leña del Bosque Muerto, ¿es eso cierto?” El carbonero no respondió nada, pero el gesto en su cara lo hizo por él. “¿Yelena lo sabe? Sabe que su carbón proviene de una tierra maldita en la que solo se engendra muerte.” Expuso el herrero, con una vehemencia que a Petro le pareció exagerada. “La muerte estará en sus manos, en las de su familia, en su suelo y en su comida. ¡Todo su linaje será maldito!” Concluyó Nardo, con la pasión de un político que quiere convencer a las masas de que solo él conoce la verdad, pero Petro no era un hombre fácil de convencer. Se le acercó al oído del herrero para no levantar la voz. “Sabes que más temprano que tarde, todos los herreros de Rimos terminarán sacando su carbón del Bosque Muerto, ¿verdad? Hasta la última vara de leña será consumida…” Le dijo, como si se tratara de una antigua profecía, y ante la obstinada negación del herrero, agregó. “Así será, si lo que quieren es mantener sus fraguas encendidas, claro.”



Mientras Lorina huía de allí sin que Yan pudiera detenerla, Bacho llegaba hasta donde él con el andar pesado y el gesto cabreado de un matón en un mal día. “¿Qué hacías con esa puta coja, Yambo?” Le reprochó, como si se tratara de un crimen. “¿Quién?” Preguntó Yan, inocente y ligero como un ave. “Esa mujer, la coja, la que se acaba de ir.” Respondió Bacho con brusquedad, más cabreado de lo que ya estaba ante el descaro de su hermano. “¿Una mujer?” Repitió Yan, haciéndose el desentendido. Su hermano estaba a punto de golpearlo. “Mira tonto, no me hagas enojar. ¡No pueden estar sobajeándose con alguien en plena calle! ¡Hay lugares para eso! No sé, busca un callejón o algo.” Yan sonreía. Le dio dos palmaditas en el hombro. “No tengo idea de lo que estás hablando, hermano.” Y dándose la vuelta, agregó. “¿Y qué te pasó? ¿Por qué volviste tan pronto?” “¡Agh, esa mujer! Me echó en cara la deuda de un servicio de hace dos años, ¡dos años! Yo no recuerdo ni lo que comí ayer… Discutimos.” Admitió, derrotado, mientras Yan acariciaba una hoja de árbol que le arrebató a Lorina en medio de su huida. “No te apures, Chucho, cuando le pagues lo que le debes, todo volverá a ser como antes.” Bacho lo miró rencoroso. “Pero fue hace dos años.” Insistió.



Mientras que Gan era adulador y servicial con sus clientes, Petro era serio y profesional, sin hacer ni aceptar más o menos de lo ya pactado; así le había enseñado su padre desde siempre, que en los negocios lo pactado era la ley y la ley debía respetarse, y esa implacable honorabilidad le agradaba a Yelena, era como un poste enterrado profundamente en la tierra y del que se podía sujetar cualquier cosa. “Vas a tener que conseguir una carreta para la próxima... o unos burros más grandes.” Comentó la mujer, ayudando a desatar las amarras que sujetaban la carga. Petro pensó en responder que no conocía burros más grandes, pero algo le dijo que la mujer, por extraño que pareciera, le estaba tomando el pelo. “Una carreta es buena idea.” Respondió, parco, sin levantar la vista. “No busques una usada o te darán una con la que te pasarás la vida reparándola, primero una cosa y luego otra, créeme, lo he visto muchas veces. Hacer una nueva no será difícil para alguien como tú, además, no necesitas algo muy elaborado, y yo te puedo dar un muy buen precio por un par de ejes que te durarán toda una vida.” Le recomendó la mujer, abrazada a un saco de carbón que acomodaba en su sitio. Petro se había pasado toda su vida yendo y viniendo de un lugar a otro, siempre a pie, tirando de sus burros cargados igual como lo hizo su padre, y no es que se quejara de ello, pero tal vez era hora de vivir con un poco más de comodidad, como dijo la mujer, no necesitaba algo muy elaborado. “Lo haré, creo que es una excelente idea.” Le dijo, decidido, y esta vez mirándola a los ojos, y la mujer sonrió satisfecha, como si con aprobar su idea la estuviera halagando. “La próxima vez que venga, hablaremos sobre esos ejes que mencionas.” Dijo Petro, entusiasmado. “No te tardes.” Respondió ella, y aquello le sonó incómodo, como si estuviera sugiriendo que quería volver a verlo pronto. “Ya sabes… por lo de la carreta.” Aclaró, dejando en evidencia que no era necesaria su aclaración, y se apresuró a agregar. “Y consigue un delantal… para que no estropees tu ropa…” Sugirió Yelena, a estas alturas, ya diciendo cualquier cosa que se le viniera a la mente. Petro se miró su ropa, era un desastre y siempre había sido así. Tal vez la mujer le estaba insinuando que debía corregir eso también. “Nos vemos.” Se despidió con un torpe gesto de la mano que Yelena replicó fugaz. Menos mal que su hija Yara no estaba presente o hubiese sido aún más incómodo.


León Faras.

lunes, 31 de marzo de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

92.



Una vez medicado para la fiebre, hidratado y alimentado con jugo de bayas y sedado nuevamente, Yurba lucía mucho mejor gracias al señor Sagistán y su sobrino, y Teté, mucho más aliviada. Le quitaron la cuchara atravesada en la quijada al enfermo y este pudo descansar al fin. Habían sido al menos dos horas de lucha contante con él, por lo que, el vaso de vino dulce y frío que les ofreció Rubi al acabar resultó maravillosamente apropiado, pero el mal no se había acabado y mucho menos había sido derrotado. Yurba comenzó a sonar muy raro, con ruidos que le salían desde dentro, muy profundo en las tripas y que lo hacían estremecerse y gesticular como si alguien estuviera jugando con sus nervios. “Pero qué mier…” Murmuró el señor Sagistán con el vaso de vino congelado a dos centímetros de sus labios. Teté rápidamente se volvió a angustiar y esta vez sería peor, porque lo que estaba a punto de suceder sería repugnante, incluso para unos “tripa-tiesa” como el señor Sagistán y su sobrino, quienes ya habían presenciado a lo largo de sus vidas todo tipo de cosas desagradables. Al tiempo que Teté y su hija se apretujaban entre sí y gritaban horrorizadas, Yurba comenzó a vomitar a plena capacidad de su boca y entrañas, soltando un chorro oscuro y acuoso, tan abundante y prolongado que era imposible para cualquier ser humano, con una presión que no decaía, arrojó una cantidad de porquería suficiente como para llenar medio bebedero de caballos. Luego de eso, el enfermo simplemente se dejó caer en su lecho, como un borracho que, satisfecha su necesidad, vuelve a su sueño con todo gusto. Cherman fue el primero en acercarse, curioso, notó que el vómito esparramado por todo el piso, no olía a nada en particular, ni a lo que le habían dado de beber, ni a los líquidos estomacales, ni a diablos, como esperaba, de hecho, su olor era similar al de la leche. Le acercó la oreja al rostro del enfermo y comprobó que éste respiraba con normalidad, que, al menos en apariencia, todo lo que lo aquejaba había sido expulsado de su cuerpo como en un exorcismo, pues era evidente que ahora, Yurba dormía como un bebé, un bebé capaz de girarse sobre sí mismo y acomodarse la almohada para dormir más a gusto.



Migas no estaba avanzando con los manuscritos y eso lo exasperaba, y tener la tonta mirada de Nimir encima no ayudaba. “Por qué no buscas algo que hacer en otra parte.” Le dijo, para no descargar su frustración con él, pero Nimir solo lo miraba con la boca abierta y lástima en los ojos como si el idiota fuera él. Migas insistió haciendo evidente su esfuerzo por contenerse. “Pero tal vez pueda ayudar.” Le respondió el otro, con una inocencia que hacía temblar de rabia al viejo Migas. Este respiró hondo, se restregó sus cansados ojos, se puso de pie con calma y se sirvió un poco de licor de mora. Era Nimir, enojarse con él era como enojarse con un caballo ciego por chocar contra un árbol. “Estaba seguro de que ese era su nombre escrito con sus caracteres.” Reflexionó Migas. “Pero lo uso para escarbar y lo único que saco son sinsentidos e incoherencias que no llevan a ninguna parte. Tal vez el maldito usaba otro nombre.” “Y si los garabatos esos los hizo otra persona.” Propuso Nimir, arrugando el ceño y Migas se restregó la cara con disgusto contenido. Cuándo iba a entender este chico que el silencio era mucho más valioso que decir tonterías. “¿Otra persona? ¡Pero qué otra persona! Si ese viejo estaba más solo que… Espera.” Había una chica allí, recordó Migas, una que escribió su nombre en la pared con una caligrafía casi infantil y que había huido durante el ataque de Rimos montada en un caballo llamado Romeo. Migas soltó una risita. Era curioso que recordara el nombre del caballo y no el de la chica. Pero acaso era posible que fuera esa chica la creadora de estos manuscritos, se preguntó el viejo con una tenue y rara sensación de esperanza y miedo, porque si la chica era la autora, y él invertía más de su tiempo en descifrar sus escritos, ¿qué clase de basura encontraría al final? ¿Los lamentos de una muchacha cuyo destino no había sido lo que ella esperaba? ¿Sus descargos de odio en contra de su captor? La amarga poesía de un alma presa… o, el genio oculto tras la impropia pedantería del viejo Larzo, cuyo único mérito, en realidad, fue encontrarla y capturarla. “¿Cómo era que se llamaba?” Preguntó en voz alta, aunque Nimir no intervino esta vez, intuyendo que la pregunta no era para él. “Estaba escrito en la pared, lo escribió muchas veces… era con M.” Insistió el viejo, como tratando de alimentar el recuerdo de alguien más, lo que le daba ansiedad a Nimir, porque quería decir algo útil pero no sabía qué. “¿Mar… Mer?” Repetía Migas, probando distintos cebos como si quisiera pescar el recuerdo. “Tiene que evocar el momento en su mente, cerrar los ojos y enfocarse en los detalles…” Aconsejó Nimir, expectante y ansioso, Migas lo miró inseguro de lo que acababa de oír. “Es lo que yo hago cuando pienso en mi madre…” Se excusó Nimir, un poco avergonzado por haber dicho nuevamente una tontería, ante la expresión severa de Migas, pero este comenzó a asentir con gravedad. “Puede funcionar.” Dijo al fin, sonriendo un poco, casi como con orgullo, pero pronto borró esa sonrisa. “Ya lo veremos, Nimir, ya lo veremos.”



Leerse el destino propio era una práctica antiprofesional, porque entonces el criterio se veía sesgado por el propio deseo de ver lo que uno quiere ver y no lo que en realidad está escrito, Lorina lo sabía bien, su tía abuela Miula, quien era capaz de captar el destino de las personas en el aire como si pudiera olerlo, sobre todo cuando éste era malo, se lo había advertido muchas veces. “Los ojos no pueden voltearse hacia dentro, niña.” Le decía, con su dedo en alto y sus párpados pintados de negro con tizne, y Lorina, que tomaba cada una de sus palabras coma la verdad absoluta, decidía sin quererlo ni dudarlo, que no obedecer los mandamientos de su tía, era pecado. Pero ahora ella ya era grande, hace rato que vivía por su cuenta y su tía abuela Miula ya se había ido hacía mucho tiempo, por lo que decidió coger sus huesos de gallina, los que por cierto, no eran de cualquier gallina, invocar su infinita sabiduría con más humildad y respeto que nunca, y lanzarlos a la sombra del árbol medicinal que la cobijaba, pidiendo luz sobre su propio camino. Al principio no vio nada, nada que le dijera algo, pero pronto vio que la formación de los huesos era inusual, inusual y favorable, inusualmente favorable, tal como si estuviera viendo justo lo que deseaba ver; tal como le dijo una vez su tía abuela Miula, la que nunca en toda su vida vio enferma ni herida: “Para bien o para mal, nunca dejaremos de engañarnos a nosotros mismos.” Lorina recogió y guardó sus huesos con una sonrisa adolorida, sintiéndose un poco tonta también por pretender caer en su propio engaño, pero entonces oyó los pasos de alguien muy cerca de ella, y al voltearse lo vio, era él, el que había huido, regresaba mirándola con gravedad en los ojos y un ligero gesto de ruego en el rostro, permitiendo que sus ojos se vieran atrapados por los de ella, esta vez, sin oponer resistencia ni querer escapar de ellos. “¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?” Le dijo, como si hablara con una deidad. “Soy solo Lorina.” Respondió ella, encogiendo un hombro. “¿Eres una especie de bruja, Lorina?” Pregunto él, acortando cada vez más la distancia entre ellos. Ella sonrió tenuemente. “Claro que no, ¿por qué lo dices?” Susurró. Estaban tan cerca el uno del otro que no necesitaban alzar la voz más que eso. “Porque me siento hechizado.” Respondió Yan. Lorina sintió el olor a ciruela en su aliento y le pareció reconfortante, comparado con lo que estaba acostumbrada en su trabajo. Sus ojos comenzaron a cerrarse y sus labios a estirarse hacia los de él, pero entonces alguien lo llamó por su nombre con rudeza, era Bacho, su hermano. Al parecer, se había tardado mucho menos de lo que esperaba.


León Faras.

martes, 18 de marzo de 2025

Lágrimas de Rimos. Tercera parte.

 

91.



¡Siento que solo estoy perdiendo el tiempo!” Se quejó Falena, impotente, mientras se movían por una de las callejuelas de Bosgos, rumbo a ninguna parte en particular. “Uno nunca puede perder el tiempo ni aprovecharlo, porque nadie puede reconocer cuando está haciendo lo uno o lo otro.” Dijo Brelio, como citando a algún sabio antiguo. Ambas chicas lo miraron con las cejas arqueadas en espera de contexto para semejante perla de sabiduría condescendiente. “Es lo que mi madre dice.” “Si lo dice tu madre, entonces es cierto.” Afirmó Emma, medio en serio y medio en broma, cosa en la que era especialista. ”¡Pero aun así! Podría estar muerto ahora.” Se quejó Falena. “No morirá, más bien todo lo contrario…” Dijo la voz de una mujer que sonaba divertida de decirlo. Falena se volteó a verla casi de un salto, y por menos de un segundo, juró ver algo muy raro en el rostro de esa mujer, pero al darle la luz del día en la cara, descubrió que era una mujer realmente hermosa, incluso por encima de los andrajos que llevaba puestos, lo más extraño era que, antes, cuando pasaron frente a ella, estaba segura de haber visto a una anciana inclinada sobre sí misma desgranando habas en su lugar. La mujer sonreía y desenvolvía algo muy extraño en el ambiente con esa sonrisa. “¿Quién eres?” Preguntó la chica, aturdida. “Tú lo sabes. Tú me buscabas.” Respondió la mujer, sin dejar de sonreír, amable, pero enigmática. Y agregó. “No te preocupes, tu amigo tiene que pagar un precio, pero ese precio no es la muerte.” Iba a preguntar, Falena, cómo sabía ella sobre su amigo, pero de pronto comprendió perfectamente quién le hablaba, sin embargo, Circe, apagando su sonrisa bruscamente, no le permitió hablar. “Yo no hago nada sin que me lo pidan, pero algunos no ponen ningún cuidado en lo que desean.” Entonces una mano en su hombro remeció su cuerpo y vio aparecer el preocupado rostro de Brelio frente a ella, a su lado, Emma la miraba más bien como a un bicho raro. Falena quiso buscar a la mujer hermosa de nuevo, pero en su lugar, había una vieja con una vaina de haba a medio desgranar en las manos y una marcada indignación en el rostro hacia su sola presencia. “¿Haces eso a menudo?” Preguntó Emma, con algo de recelo en el rostro, pero Falena no entendía qué había pasado. “Te quedaste ahí pegada como una gallina ciega frente a esa mujer…” Le reprochó su amiga a gritos susurrados, mientras ella y Brelio la arrastraban fuera de allí. “Te llamamos pero ni siquiera nos escuchaste. Parecías poseída…” Añadió el muchacho, y a Emma, eso le pareció de lo más acertado que había oído en toda su vida. “Pero vi a la mujer, la bruja, la con cara de cabra de la que todos hablan y nadie ve…” Se excusó Falena, vehemente, pero solo logró que la miraran aún más raro. “Yo llevo toda mi vida aquí y jamás le he visto ni las pisadas.” Argumentó Emma, mirándola con intenciones de hacerla sentir como una loca.A eso me refiero exactamente.” Replicó la otra. “Yo la vi, y era una mujer hermosa en realidad.” Emma alzó sus ojos al cielo implorando un poco de paciencia. “¡Tiene cara de cabra! Qué tan hermosa puede ser una cabra.” E iban a enfrascarse en una nueva discusión pero Brelio intervino. “¿Pero qué fue lo que te dijo?” Falena se centró en sus recuerdos por un segundo. “Dijo que el cuerpo de mi amigo estaba cambiando, se estaba rehaciendo o algo así… pero que no moriría.” Emma estiró los labios en gesto de estar conforme. “Al fin buenas noticias. ¿Alguien más tiene hambre?”



Yan Vanyán, el paladín Jazzabariano, según su propio concepto de sí mismo, se paseaba cubierto de pies a cabeza por las callejuelas de Bosgos, lo que llamaba más aun la atención, debido a que el clima era bueno para vestirse liviano a menos que fueras un apestado, uno de esos pobres desgraciados obligados a vivir ocultando sus llagas y pústulas; condenados a vagar indefinidamente al no ser bienvenidos en ninguna parte. Yan jamás lo hubiese notado, si no fuera porque una mujer con pinta gruñona, le dio con ruda urgencia un cuenco de corteza con agua y lo despachó con idéntico apuro, sin permitirle siquiera devolverle el tiesto. “¡Llévatelo, llévatelo!” Le ordenó, corriéndolo con la mano como si fuese una mosca. Luego alguien más le tiraría dentro del cuenco un par de ciruelas y una rodaja de pan de ayer. La gente era generosa, con tal de que el apestado se alejara lo más rápido posible de su calle. Yan se sentó bajo un árbol desde donde podía ver los Tronadores y juzgar el nivel de seguridad que tenían, pero se topó con la mirada de una mujer joven que, inmóvil, lo miraba desde prudente distancia con dolorosa resignación, como si viera su deseo más valioso destrozarse lentamente ante sus ojos. Yan intentó ignorarla y centrarse en su trabajo mientras se preparaba para meterle una buena mordida a su ciruela, pero podía sentir los ojos suplicantes de esa mujer en los huesos y así era imposible disfrutar de su comida, así que, descubriéndose la cabeza, la llamó para que le dijera cuál era su problema. La mujer lo miró sorprendida, seguramente porque esperaba ver llagas y pústulas en su cara; se acercó con algo de recelo, o tal vez solo timidez. Ella cojeaba. “No tienes peste.” Afirmó, señalando con el dedo lo evidente. Yan la miraba con cansancio mal disimulado, como un empleado público después de una larga jornada atendiendo imbéciles. “Nunca he dicho que la tenga.” Respondió con desdén. La mujer quiso señalar a la gente que decía lo contrario tras ella, pero tenía la prueba ante sus ojos, por lo que no insistió. “Necesito algunas hojas de ese árbol… es que es el único que está cerca y… ya he caminado mucho hoy.” Yan asintió, harto de información innecesaria. “Son medicinales, ¿lo sabías? Son muy buenas para sanar las heridas…” Dijo la mujer, susurrando muy cerca de su oído. Yan no lo sabía. “¡Por supuesto que lo sé! Todo el mundo lo sabe… yo…” Entonces sucedió lo que siempre había temido pero que nunca le había pasado: sus ojos se quedaron atrapados en los de ella. Por un instante se sintió privado de libertad, capturado por una tonta mirada de la que no podía despegarse y de la que solo pudo huir, alejarse torpemente tropezando con todo a su paso, poniendo tierra de por medio lo más rápido posible. El gran Yan Vanyán, aterrado, se dio cuenta de que no era inmune a todo como él creía. Lorina se quedó insegura de lo que sentía. Se olió a sí misma. Idéntica reacción había tenido Costia la última vez que lo vio, pero aquel era un condenado a muerte, mientras que este solo parecía asustado… ¿de ella?


León Faras.