XV.
Clodomiro
Almeida estaba seguro, hasta donde se podía estar, de que parte del diario del
doctor Horacio Ballesteros había sido escrito por su hija Elena, aunque pareciera
extraño que la naturaleza del texto no guardara relación con la naturaleza del
individuo, o por lo menos, el que su familia creía conocer, cuya integridad
moral defendían a rajatabla, y que se la habían dejado muy en claro a él, al momento
de contratar sus servicios. Eso era lo más común del mundo, en su experiencia, los
familiares eran los últimos en conocer la verdadera esencia interna de sus seres
queridos, mientras que por el contrario, los completos desconocidos solían acercarse
mucho más a los reales y sutiles rasgos de la personalidad de las personas, que
muchas veces resultaban invisibles o incluso, negados descaradamente por sus más
cercanos. Por lo tanto, parte de su trabajo consistía en formarse un perfil más
o menos completo del individuo en cuestión, sólo así se podía saber sus movimientos,
sus intenciones y dónde buscar. Nunca había que fiarse por completo de la familia.
Pidió prestado el diario privado del doctor Ballesteros, era muy interesante conocer
lo que éste hablaba sobre Elena. El investigador acabó por interrogar en la
misma sala del doctor Cifuentes al padre Benigno, pero éste sólo se limitó a
responder las preguntas sobre aquel día, en el que la carta se le fue entregada
y sólo lo que estaba seguro de recordar, “¿Ha vuelto usted a estar en contacto
con la señorita Ballesteros desde ese día?” preguntó al final el investigador,
el cura respondió que sí, que la muchacha había asistido a su confesionario,
“¿Y qué le ha dicho, dónde está?” inquirió Ignacio, impulsado por un resorte
desde su asiento. El sacerdote se esperaba eso, “No esperará que le revele lo
que se me ha sido dicho en confesión” Ignacio deseaba exactamente eso, mal que
mal, ella era su hermana, y le urgía encontrarla. Estaba a punto de comenzar
una discusión con el cura, pero Clodomiro lo hizo desistir, “No, gentil
caballero, no se le puede forzar a un sacerdote a violar el sagrado sigilo
sacramental, ni aun siendo cosa de vida o muerte, ¿verdad, padre?...” El cura
no despegó los labios, “…bien, creo que hemos terminado por ahora. Espero
volver a contar con usted, si lo necesito… muchas gracias, padre” Antes de
salir, Almeida hizo algunas anotaciones en su libreta, luego se dirigió a su
acompañante “¿Cuál era el nombre del convento en el que su señorita hermana fue
internada?” Ignacio no sólo se lo dijo, sino que también se ofreció a
acompañarlo, pero el investigador se negó, “No, no, no, amigo mío, no es
necesario, prefiero que me deje moverme solo desde aquí. Trabajo mejor así” Le
dio dos palmaditas insignificantes en el hombro, acompañadas de su ridícula
sonrisita, “Le mantendré informado. Buenos días” Y se fue. Ignacio quedó ahí
sintiéndose un poco tonto. Benigno aprovechó la oportunidad, “Me gustaría pedirle
su ayuda…” Ignacio lo miró como si el cura le estuviera tratando de gastar una
broma, una no muy buena. El sacerdote continuó, “…no es para mí, Ignacio, es
para su padre, necesita ser evaluado por un psiquiatra, él no está bien…” El
muchacho se puso de pie, el cura insistió, “…seguro que usted conoce a algún
especialista dispuesto a…” El portazo que dio Ignacio al salir acabó con
cualquier intento de continuar la discusión. Al cura no le quedó más que coger
sus cosas e irse, pero Cifuentes lo detuvo, “Espere padre, tengo algo que
mostrarle…” el médico sonrió nervioso, “…esto lo va a poner de cabeza, padre”
“Lo
que ocurre, padre, es que cada vez encuentro más paralelos entre el cuerpo de
la Sin Nombre y los casos descritos por el doctor Ballesteros en sus
manuscritos” “¿Qué quiere decir?” Benigno, al haber estado presente durante la
autopsia al cadáver exhumado, creía estar al tanto de todo lo relevante que se
había encontrado en éste, pero el médico había hecho descubrimientos
interesantes por su cuenta. En primer lugar, y sin lugar a dudas, se trataba
del cadáver de una mujer que al momento de su muerte estaba próxima a los
cincuenta años. Benigno no lo recordaba con exactitud, pero María Cruces
rondaba esa edad al momento de irse, “…al seguir con mi investigación descubrí
un trozo de tejido de considerable tamaño oculto entre las tripas y que no
pertenecía a éstas, cuya naturaleza no pude determinar en un principio, creí
que sería la vejiga que se había removido, pero luego de un rato encontré,
dadas las condiciones del cuerpo, relativamente intacta la vejiga en su lugar…”
el doctor intentaba ir al grano sin éxito, pero no podía simplemente escupir su
descubrimiento y el sacerdote comenzaba a impacientarse, “…lo que quiero decir,
padre, es que aquel trozo de tejido, al reconstruirlo, no podía ser otra cosa
sino el útero…” y se quedó allí el médico, estático, como aguardando que el
cura reaccionara. Benigno también aguardaba, “… ¿Y…?” Cifuentes, por alguna
extraña razón que el cura no podía adivinar, intentaba desesperadamente
dosificar la información en su mente antes de soltarla, “…es por su tamaño,
padre, se trataba de un útero extendido, ¿me entiende? El útero crece al
momento de albergar un bebé en su interior…” El doctor se quedó con las cejas
levantadas esperando que el cura sacara sus propias conclusiones, pero éste
sólo tenía una cosa en su mente “¿Un bebé…?” “No hay otra razón para que la
matriz crezca, padre…” afirmó el médico como si aquello lo explicara todo,
cuando en realidad sólo lo hacía más confuso. Cifuentes continuó, “…se trata de
un útero de unos veinte centímetros que no regresó nunca a su tamaño ni a su
posición natural… además está completamente rasgado, por eso es que no lo podía
identificar en un principio. Como le decía antes, muy similar a lo descrito por
el doctor Ballesteros en su autopsia a Isabel Vásquez” El cura ojeó largamente el
cuerpo de la Sin Nombre cubierto con una sábana y sin dejar de mirarla
preguntó, “¿Entonces usted afirma que no existe ninguna causa natural que pueda
explicar su hallazgo?” “Ninguna, padre” El doctor fue concluyente, y agregó “He
llegado a considerar la posibilidad de ciertos testimonios que hablan de
criaturas o animales capaces de poner sus huevos en el interior de las hembras
de otros animales, incluso seres humanos, donde estas criaturas se crían como parásitos hasta
eclosionar, pero no hay ninguna evidencia seria al respecto y mucho menos en
cadáveres” El cura se dejó caer nuevamente en su silla, “Al menos, y a
diferencia del doctor Ballesteros, usted no encontró ninguna criatura en el
interior del cuerpo…” El médico guardó silencio, sin embargo su silencio no era
para nada tranquilizador, “¿Qué le ocurre, doctor?” Cifuentes tomó una bocanada
de aire antes de responder, “Mucho me temo que, tomando en cuenta todo lo que muestran
las evidencias, todo parece indicar que llegamos tarde, padre…” El cura lo miró
como si aquellas palabras hubiesen sido una blasfemia, para el doctor la idea
también le sonaría de lo más absurda e ilógica, si no fuera porque venía de su
propio entendimiento, “…es una locura, padre, pero todo parece indicar que algo
se crió en ese cuerpo, lo mantuvo alejado de la putrefacción, se alimentó de
sus vísceras y luego huyó de él rasgándole el útero y la piel…” “Pero eso no
puede ser…” afirmó el sacerdote con
falsa convicción. El médico suspiró, “¿Quién en este mundo tiene
autoridad suficiente para aseverar qué puede y qué no puede ser?” dijo, sin
esperar respuesta.
León Faras.
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