sábado, 21 de diciembre de 2019

Autopsia. Tercera parte.


XVII.

Gustavo Gumurria conversaba animadamente con Heraldo Castro, el dueño de la Coronación, la única hostal del pueblo, cuando entró Ignacio Ballesteros a pedir un cuarto para él y otro para Clodomiro Almeida, “¿Ve, qué le dije?” le dijo Gumurria al dueño del local con una palmadita en el brazo y quitándose una astilla que mordía entre los dientes, luego le estiró la mano a Ignacio para saludarlo, ambos se conocían, pues Gumurria era el hombre que le había ayudado en la búsqueda de Elena, “Justo a usted lo estaba esperando” Las noticias volaban en un pueblo chico y la mitad del pueblo ya estaba enterado de la llegada del forastero, “No se moleste, Gustavo, contraté a un investigador para encontrar a mi hermana. Estoy seguro de que hará un mejor trabajo que sus perros” Gustavo rió divertido, “Mis perros tenían un rastro, señor, le aseguro que en un día o dos, hubiesen encontrado algo, pero no estoy aquí por eso, le tengo noticias… sobre su hermana, la señorita Elena” Ignacio lo miró con interés, pero sin expectativas, se demoró largos segundos en preguntarle cuales eran. Gustavo apretó los labios, levantó las cejas y respondió torciendo el cuello “Esperaba algún tipo de compensación por la información. Le será muy valiosa a su investigador, se lo aseguro” Gumurria era un hombre con tendencia a asegurar constantemente, a Ballesteros, eso comenzaba a desagradarle, “Habrá que ver si la información vale la pena antes…” Gustavo volvió a meterse la astilla entre los dientes, esta vez con una amplia, pero poco confiable, sonrisa, “Hace unos días se llevó a cabo una de las fiestas más importantes en el pueblo, la fiesta de san Lorenzo mártir. Es una costumbre que la gente coma y beba mucho ese día, y no son pocos los que continúan la celebración hasta bien tarde. Bueno, tengo un amigo, se llama Cipriano, el Cipriano es uno de esos a los que le gusta dilatar la fiesta lo más posible. Ese día estuvo hasta bien entrada la noche, muy tarde, dice que vio a su señorita hermana llegar a su casa… donde ella vivía antes, a la casa del nuevo doctor, y entrar allí. Le pareció de lo más raro, pero asegura que era ella, porque él le hacía varios encargos a su padre y conocía bien a la señorita… Y bien, ¿Qué le parece?” Ignacio se encogió de hombros y se enfocó en acabar con su trámite de alquiler, “¿Que quiere que le diga? Partió diciendo que la información provenía de alguien que bebía más de la cuenta y hasta la madrugada, ¿Cómo quiere que confíe en algo así? Además ¿Qué estaría haciendo mi hermana ahí y a esa hora de la noche?” Gumurria no estaba dispuesto a rendirse, “¿Y si necesitaba la ayuda del doctor? Es lo que pensó el Cipriano, y él no es hombre de andar inventando chismes, se lo aseguro” Eso ya era otra cosa, valía la pena averiguar qué podía decir el doctor Cifuentes al respecto. Ignacio dejó arreglado lo de su cuarto, “Mire Gustavo, no se emocione todavía, aún pienso que su amigo, borracho y de noche, seguramente no era el hombre más seguro de lo que veía en ese momento, pero voy a hacerle una visita al doctor para consultarlo, si él me dice que sí la atendió esa noche y me puede dar alguna pista de dónde está, le aseguro que usted obtendrá su justa recompensa” Gumurria volvió a sonreír satisfecho, con la astilla entre los dientes.

Los campos de olivos que rodeaban el convento eran bastante más grandes de lo que Almeida se esperaba, se adentró en ellos en línea recta, pues era sabido que quien huye de algo siempre lo hace de la forma más recta posible, ya que ésta es la forma más rápida de ganar metros, pero pronto se dio cuenta de lo monótono que se veía todo y de lo fácil que resultaba perderse en un sitio así. Él se había tomado su tiempo y había puesto atención al recorrido, pero aun así, después de cierto rato, el edificio del convento desaparecía y los puntos de referencia eran difíciles de encontrar, por lo que era muy fácil perderse para alguien que corría sin poner atención a dónde, a eso había que sumarle que bajo ese manto de árboles oscurecía más rápido que en campo abierto, lo que complicaba más la situación de una muchacha perdida y sola, era muy raro que no hubiese regresado esa misma noche una muchacha en su situación, a menos que no estuviera perdida ni sola. Le había dicho la hermana que dentro del campo, se podían encontrar algunas casuchas construidas con el fin de guardar herramientas y vestimentas de trabajo, pero que permanecían cerradas bajo llave, sin embargo, había una, tan vieja como los mismos árboles, que había perdido parte de una pared y del techo en un terremoto y desde entonces que no se usaba, pero que no se había reparado ni destruido porque era usada ocasionalmente por una niña huérfana de nombre Clarita. La Hermana Marcos estaba segura de que, aunque la casucha estaba bastante alejada del convento, Elena había logrado llegar hasta allí antes de que le cayera la noche encima, o de lo contrario hubiese regresado. Clodomiro estaba de acuerdo con eso, pero sólo durante la primera noche, incluso, probablemente la muchacha sabía de la existencia y de la ubicación de tal casucha, aunque las hermanas digan que ella nunca puso un pie fuera del convento. Consultó su reloj. Decidió volver.

Hugo Cifuentes rellenaba papeles con todos los increíbles datos que el cuerpo de la Sin Nombre le había proporcionado, incluso había debido hacer algunas ilustraciones para ser lo más claro y riguroso posible, pero no sólo la mujer debía formar parte de su investigación, los fetos ahora también habían cobrado especial relevancia luego de descubrir las extrañas condiciones dentro del cuerpo de la mujer, sobre todo, su útero inexplicablemente dilatado, ambos estaban irremediablemente relacionados, pues los informes del doctor Ballesteros así lo demostraban y sus propias investigaciones así lo confirmaban. Debía admitir que tenía muchas ganas de hablar con el doctor Ballesteros sobre esto y contrastar la experiencia de ambos, pero las deplorables condiciones mentales del médico preso le hacían desistir, lo convertían en una fuente poco fiable para sus estudios. Úrsula entró en ese momento con una taza de té para el doctor, la muchacha no parecía haberse sentido afectada por la perturbadora imagen de aquella momia decapitada, por el contrario, más que algún sentimiento desagradable, lo que le producía era curiosidad, pero como era de esperarse, no sólo el cuerpo de la mujer lo hizo. Se quedó mirando los frascos con los fetos largo rato, inclinada sobre ellos pero sin tocarlos, Úrsula parecía querer decir algo, quizá desde mucho antes, pero no se decidía, el doctor la animó, “¿Es normal que algunos niños no tengan ombligo?” El doctor se reclinó en su asiento y se quitó los lentes para restregarse los ojos consumidos por la constante escritura, “Pues para la ciencia, hasta ahora, era completamente imposible, pero ya ves, Úrsula, está ahí y si no se puede negar, entonces se debe explicar, y de una manera que la ciencia lo acepte” “Es… como el niño que encontré…” El doctor se incorporó, “¿Qué has dicho?” Úrsula dudaba en acabar lo que había comenzado a decir, “…el que encontré, en el cementerio, doctor… pero… no puede ser, ¿verdad?” La chica mostraba cierta angustia en los ojos, el doctor miraba el frasco y a la muchacha sin que ninguno le aclarara nada, “Úrsula, ¿De qué hablas?” la muchacha se llevó la mano a la boca con los ojos muy abiertos, como reconstruyendo algo en su mente, luego señaló a la decapitada, “Estaba junto a ella, junto a su tumba…” el doctor se puso de pie para sujetarla de los hombros y tranquilizarla, “Ya está bien, será mejor que descanses un poco. Eso ya pasó, no te hace bien que lo revivas” “Era uno de ellos, doctor, mi hijo…” Esa última frase, se le escapó a la muchacha. El doctor la miró severo, como queriendo reprenderla, “¿Tu hijo? Ese niño no era tu hijo, nunca lo fue, Úrsula, tú lo encontraste, y te hizo mucho daño haberlo hecho” “¡Pero era uno de ellos!” La muchacha insistió, el doctor no acababa de comprender, “No era uno de ellos, Úrsula, estos son fetos conservados por el doctor Ballesteros hace mucho tiempo, el niño que tú encontraste venía de otra…” La chica lo interrumpió, “¡Tampoco tenía ombligo…!” El doctor se quedó literalmente helado e incrédulo “¿Qué?” Úrsula se veía mucho más aliviada ahora que empezaba a hacerse entender por el médico, “A mí me parecía normal, o sea, no era nada especial que no tuviera su ombligo, sólo era que había nacido así y ya, aunque no sean hijos suyos, una acepta a sus niños como son, ¿entiende? Pues en ese momento era así, pero ahora que lo pienso, no era normal ni estaba bien, ¿verdad? Quiero decir, los niños no nacen sin ombligo” Esto último era una afirmación. Cifuentes aún no lograba quitarse la perplejidad del rostro. Retrocedió hasta su asiento, “No deberían, Úrsula, la verdad es que no deberían”



León Faras.

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