XVII.
Gustavo
Gumurria conversaba animadamente con Heraldo Castro, el dueño de la Coronación,
la única hostal del pueblo, cuando entró Ignacio Ballesteros a pedir un cuarto para
él y otro para Clodomiro Almeida, “¿Ve, qué le dije?” le dijo Gumurria al dueño
del local con una palmadita en el brazo y quitándose una astilla que mordía
entre los dientes, luego le estiró la mano a Ignacio para saludarlo, ambos se
conocían, pues Gumurria era el hombre que le había ayudado en la búsqueda de
Elena, “Justo a usted lo estaba esperando” Las noticias volaban en un pueblo
chico y la mitad del pueblo ya estaba enterado de la llegada del forastero, “No
se moleste, Gustavo, contraté a un investigador para encontrar a mi hermana.
Estoy seguro de que hará un mejor trabajo que sus perros” Gustavo rió
divertido, “Mis perros tenían un rastro, señor, le aseguro que en un día o dos,
hubiesen encontrado algo, pero no estoy aquí por eso, le tengo noticias… sobre
su hermana, la señorita Elena” Ignacio lo miró con interés, pero sin
expectativas, se demoró largos segundos en preguntarle cuales eran. Gustavo
apretó los labios, levantó las cejas y respondió torciendo el cuello “Esperaba
algún tipo de compensación por la información. Le será muy valiosa a su
investigador, se lo aseguro” Gumurria era un hombre con tendencia a asegurar
constantemente, a Ballesteros, eso comenzaba a desagradarle, “Habrá que ver si
la información vale la pena antes…” Gustavo volvió a meterse la astilla entre
los dientes, esta vez con una amplia, pero poco confiable, sonrisa, “Hace unos
días se llevó a cabo una de las fiestas más importantes en el pueblo, la fiesta
de san Lorenzo mártir. Es una costumbre que la gente coma y beba mucho ese día,
y no son pocos los que continúan la celebración hasta bien tarde. Bueno, tengo
un amigo, se llama Cipriano, el Cipriano es uno de esos a los que le gusta dilatar
la fiesta lo más posible. Ese día estuvo hasta bien entrada la noche, muy
tarde, dice que vio a su señorita hermana llegar a su casa… donde ella vivía
antes, a la casa del nuevo doctor, y entrar allí. Le pareció de lo más raro,
pero asegura que era ella, porque él le hacía varios encargos a su padre y
conocía bien a la señorita… Y bien, ¿Qué le parece?” Ignacio se encogió de
hombros y se enfocó en acabar con su trámite de alquiler, “¿Que quiere que le
diga? Partió diciendo que la información provenía de alguien que bebía más de
la cuenta y hasta la madrugada, ¿Cómo quiere que confíe en algo así? Además
¿Qué estaría haciendo mi hermana ahí y a esa hora de la noche?” Gumurria no
estaba dispuesto a rendirse, “¿Y si necesitaba la ayuda del doctor? Es lo que
pensó el Cipriano, y él no es hombre de andar inventando chismes, se lo aseguro”
Eso ya era otra cosa, valía la pena averiguar qué podía decir el doctor
Cifuentes al respecto. Ignacio dejó arreglado lo de su cuarto, “Mire Gustavo,
no se emocione todavía, aún pienso que su amigo, borracho y de noche,
seguramente no era el hombre más seguro de lo que veía en ese momento, pero voy
a hacerle una visita al doctor para consultarlo, si él me dice que sí la
atendió esa noche y me puede dar alguna pista de dónde está, le aseguro que
usted obtendrá su justa recompensa” Gumurria volvió a sonreír satisfecho, con
la astilla entre los dientes.
Los
campos de olivos que rodeaban el convento eran bastante más grandes de lo que
Almeida se esperaba, se adentró en ellos en línea recta, pues era sabido que
quien huye de algo siempre lo hace de la forma más recta posible, ya que ésta
es la forma más rápida de ganar metros, pero pronto se dio cuenta de lo
monótono que se veía todo y de lo fácil que resultaba perderse en un sitio así.
Él se había tomado su tiempo y había puesto atención al recorrido, pero aun
así, después de cierto rato, el edificio del convento desaparecía y los puntos
de referencia eran difíciles de encontrar, por lo que era muy fácil perderse
para alguien que corría sin poner atención a dónde, a eso había que sumarle que
bajo ese manto de árboles oscurecía más rápido que en campo abierto, lo que
complicaba más la situación de una muchacha perdida y sola, era muy raro que no
hubiese regresado esa misma noche una muchacha en su situación, a menos que no
estuviera perdida ni sola. Le había dicho la hermana que dentro del campo, se
podían encontrar algunas casuchas construidas con el fin de guardar
herramientas y vestimentas de trabajo, pero que permanecían cerradas bajo
llave, sin embargo, había una, tan vieja como los mismos árboles, que había
perdido parte de una pared y del techo en un terremoto y desde entonces que no
se usaba, pero que no se había reparado ni destruido porque era usada
ocasionalmente por una niña huérfana de nombre Clarita. La Hermana Marcos
estaba segura de que, aunque la casucha estaba bastante alejada del convento,
Elena había logrado llegar hasta allí antes de que le cayera la noche encima, o
de lo contrario hubiese regresado. Clodomiro estaba de acuerdo con eso, pero
sólo durante la primera noche, incluso, probablemente la muchacha sabía de la
existencia y de la ubicación de tal casucha, aunque las hermanas digan que ella
nunca puso un pie fuera del convento. Consultó su reloj. Decidió volver.
Hugo
Cifuentes rellenaba papeles con todos los increíbles datos que el cuerpo de la
Sin Nombre le había proporcionado, incluso había debido hacer algunas
ilustraciones para ser lo más claro y riguroso posible, pero no sólo la mujer debía
formar parte de su investigación, los fetos ahora también habían cobrado
especial relevancia luego de descubrir las extrañas condiciones dentro del
cuerpo de la mujer, sobre todo, su útero inexplicablemente dilatado, ambos
estaban irremediablemente relacionados, pues los informes del doctor
Ballesteros así lo demostraban y sus propias investigaciones así lo confirmaban.
Debía admitir que tenía muchas ganas de hablar con el doctor Ballesteros sobre
esto y contrastar la experiencia de ambos, pero las deplorables condiciones
mentales del médico preso le hacían desistir, lo convertían en una fuente poco
fiable para sus estudios. Úrsula entró en ese momento con una taza de té para
el doctor, la muchacha no parecía haberse sentido afectada por la perturbadora
imagen de aquella momia decapitada, por el contrario, más que algún sentimiento
desagradable, lo que le producía era curiosidad, pero como era de esperarse, no
sólo el cuerpo de la mujer lo hizo. Se quedó mirando los frascos con los fetos
largo rato, inclinada sobre ellos pero sin tocarlos, Úrsula parecía querer
decir algo, quizá desde mucho antes, pero no se decidía, el doctor la animó,
“¿Es normal que algunos niños no tengan ombligo?” El doctor se reclinó en su
asiento y se quitó los lentes para restregarse los ojos consumidos por la
constante escritura, “Pues para la ciencia, hasta ahora, era completamente
imposible, pero ya ves, Úrsula, está ahí y si no se puede negar, entonces se debe
explicar, y de una manera que la ciencia lo acepte” “Es… como el niño que
encontré…” El doctor se incorporó, “¿Qué has dicho?” Úrsula dudaba en acabar lo
que había comenzado a decir, “…el que encontré, en el cementerio, doctor… pero…
no puede ser, ¿verdad?” La chica mostraba cierta angustia en los ojos, el
doctor miraba el frasco y a la muchacha sin que ninguno le aclarara nada,
“Úrsula, ¿De qué hablas?” la muchacha se llevó la mano a la boca con los ojos
muy abiertos, como reconstruyendo algo en su mente, luego señaló a la
decapitada, “Estaba junto a ella, junto a su tumba…” el doctor se puso de pie
para sujetarla de los hombros y tranquilizarla, “Ya está bien, será mejor que
descanses un poco. Eso ya pasó, no te hace bien que lo revivas” “Era uno de
ellos, doctor, mi hijo…” Esa última frase, se le escapó a la muchacha. El
doctor la miró severo, como queriendo reprenderla, “¿Tu hijo? Ese niño no era tu hijo,
nunca lo fue, Úrsula, tú lo encontraste, y te hizo mucho daño haberlo hecho” “¡Pero
era uno de ellos!” La muchacha insistió, el doctor no acababa de comprender,
“No era uno de ellos, Úrsula, estos son fetos conservados por el doctor
Ballesteros hace mucho tiempo, el niño que tú encontraste venía de otra…” La
chica lo interrumpió, “¡Tampoco tenía ombligo…!” El doctor se quedó
literalmente helado e incrédulo “¿Qué?” Úrsula se veía mucho más aliviada ahora
que empezaba a hacerse entender por el médico, “A mí me parecía normal, o sea,
no era nada especial que no tuviera su ombligo, sólo era que había nacido así y
ya, aunque no sean hijos suyos, una acepta a sus niños como son, ¿entiende?
Pues en ese momento era así, pero ahora que lo pienso, no era normal ni estaba
bien, ¿verdad? Quiero decir, los niños no nacen sin ombligo” Esto último era una
afirmación. Cifuentes aún no lograba quitarse la perplejidad del rostro.
Retrocedió hasta su asiento, “No deberían, Úrsula, la verdad es que no
deberían”
León Faras.
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