miércoles, 4 de diciembre de 2019

Autopsia. Tercera parte.


XIII.

En el momento en el que Elena salía de la iglesia, luego de su confesión, entraba al templo el doctor Hugo Cifuentes, ambos no hicieron más que dirigirse un parco saludo de cortesía al pasar, como dos desconocidos que eran. Era extraño que el doctor visitara la iglesia si no era durante la misa, pero en ese momento llevaba un propósito. El padre oraba de rodillas frente al altar, Cifuentes se sentó en una banca próxima para esperarlo. Había estado dándole muchas vueltas a un asunto. Su investigación no avanzaba. Estaba muy interesado en averiguar el origen de los fetos sin cordón umbilical, pero los restos de Isabel Vásquez, para hacerle un análisis y formarse una opinión propia, estaban definitivamente fuera de su alcance, y el caso de Domingo Montenegro le parecía francamente inverosímil, bordeando lo ridículo, por lo que había pensado en exhumar los restos de la Sin Nombre. Benigno lo miró como si hubiese perdido el juicio, ¿Por qué querría hacer algo así? “No me mire así, padre. Usted mencionó que el cuerpo presentaba varios huesos rotos, y aquello, por lo que sabemos, parece ser un síntoma importante en los casos tratados y descritos por el doctor Ballesteros. Sé que las fracturas pueden ser producidas por un centenar de causas, cual más ordinaria que la anterior, y eso en la mayoría de los casos se puede determinar con un simple vistazo a la naturaleza del daño y a la consistencia del hueso, y estoy convencido de que así será. Pero, piénselo padre, al exhumar el cuerpo podremos arrojar algo de luz sobre las circunstancias que acabaron con la vida de aquella mujer, tal vez, incluso llegar a comprender la causa de su deceso, y de paso, quitarnos usted y yo, esa espina clavada de que la aparición de ese cuerpo tenga algo que ver con… las cosas extrañas que al parecer, han estado sucediendo en el último tiempo y la desaparición de la ama de llaves del doctor Ballesteros…” Aquella última frase, fue extremadamente cauto el médico al pronunciarla. Benigno lo meditaba, “¿Y cree usted que se pueda determinar la identidad de la persona cuyos restos están sepultados allí?” Cifuentes negó con gesto de impotencia, “Bueno, lo cierto es que algo como aquello todavía está fuera del alcance de la ciencia, y que, después de determinado tiempo, todos los cadáveres se parecen demasiado, pero sí podemos determinar asuntos muy relevantes como el sexo, la edad, ciertas enfermedades o situaciones por las que pasó la persona antes de morir, cosas que dan pistas valiosas para aclarar finalmente la identidad del o la occiso”

Lo hicieron esa misma tarde, antes de que anocheciera. El sacerdote acompañó al médico para hacer del acto algo más solemne y menos sacrílego, aunque al decir verdad, la difunta no tenía las exequias eclesiásticas, ni familiares conocidos que se pudieran ofender mientras no fuera identificada, por lo que molestarla en su descanso eterno podía ser algo positivo, si se conseguía averiguar algo. Esa era la excusa oficial. Llevaron a Abel Rupano para que les ayudara con la pala y también estaba con ellos Marcial Monte, el improvisado panteonero del cementerio de Casas Viejas, acompañado de su hijo Julio, un muchacho que parecía permanentemente malhumorado. “¿Cree usted que haya cambiado mucho desde la última vez que la vimos, padre?...” Marcial se apoyaba en su pala y sacaba un cigarrito a medio consumir del bolsillo de su camisa, mientras su hijo y Rupano cavaban la tumba de la Sin Nombre, como si él fuera el capataz. Benigno no le respondió nada, no le pareció que aquello ni siquiera mereciera una respuesta, pero intentó hacer su silencio lo más elocuente posible. Marcial no tenía sensibilidad para las expresiones no verbales, “…Pobre mujer, sería justo que al menos tuviera un nombre en su cruz, es lo mínimo que uno pide cuando se muere, pero si antes no se podía saber quién era, ahora será más difícil, ¿no doctor?” Cifuentes dirigía la maniobra para que los restos sufrieran el menor daño posible al ser removidos y puestos dentro de una caja de madera, por lo que tampoco se molestó en responder con más allá de un monosílabo. Para Marcial aquello fue suficiente, “Si por lo menos tuviera la cabeza… lo cierto es que, pelos más o pelos menos, del cuello para abajo todos somos iguales… y más si son puros huesitos, ¿no es cierto padre?” “El doctor sabe lo que hace…” respondió el cura, escuetamente, “Por supuesto, padre” convino Marcial. El saco, como era de esperarse, estaba sumamente deteriorado, por lo que el cuerpo fue retirado con una buena cantidad de la tierra que lo circundaba, de modo que se mantuviera lo más íntegro posible. Así fue puesto en la carreta de Rupano y llevado a casa del doctor.

Úrsula había sido liberada ese día por el doctor de preparar cena, por lo que podía terminar su trabajo y retirarse, la idea era no alterar innecesariamente su sensibilidad con desagradables imágenes de cadáveres exhumados. Rupano, luego de ayudar a entrar el bulto, también fue liberado para irse a cenar junto a Guillermina. El cura, en cambio, sí se quedó como su asistente, estaba muy interesado en escuchar la opinión del médico al estudiar el cuerpo. Lo primero fue la piel, contrario a lo que se esperaba, aún permanecía envolviendo el cuerpo y manteniendo su forma, como las momias naturales que se crean en condiciones de extrema sequedad, lo que por supuesto era muy anormal en este caso, anormal pero no del todo improbable, porque hay químicos y minerales específicos, capaces de conservar los tejidos, por lo que aquello podía pasar, pero lo siguiente sí que era en extremo imposible, tanto que Cifuentes miró al cura como si éste pudiera tener alguna respuesta, “…es que, en la parte donde nace la cabeza, hay una gran cicatriz…” Benigno ya lo había notado, y se lo había hecho saber antes de desenterrarlo, que el cuerpo estaba decapitado, no había motivos para la sorpresa, sin embargo Cifuentes permanecía con la boca abierta y sin poder soltar palabra, “…lo sé… quiero decir que… esto sugiere que el cuerpo regeneró esa herida, estando sin cabeza… ¿lo entiende? o sea, muerto… un cuerpo muerto no puede generar cicatrización… es antinatural… no se puede…” y mientras más lo miraba más absurdo parecía. El cura ahora no sabía qué decir. Luego, al seguir retirando la tierra y la mugre se hizo evidente una gran abertura en la piel bajo el esternón y siguiendo la línea de éste, una abertura de unos quince o veinte centímetros, pero no parecía rasgadura o desgarro, sino más bien una perforación, aunque aquello no se podía establecer con claridad, “…lo que sí está claro, es que sea lo que sea, fue hecho post mortem. Dígame padre, ¿alguien intervino el cadáver la última vez que fue exhumado?, ¿algún otro médico, quizás?” preguntó Cifuentes, empujándose las gafas con el dorso de la mano. Benigno negó desde las alturas de su oscura humanidad erguida, “No doctor, ni siquiera lo sacamos del saco aquella vez. No teníamos médico y mucho menos un sitio apropiado para poner un cadáver en tal estado. Puede que ese corte lo haya hecho algún animal, al no tener la protección de un féretro” Aquella hipótesis no convencía al médico, pero la aceptó en el momento, a falta de una mejor. Cerca de la medianoche llegaron a las entrañas del cadáver, Benigno mantenía el candil sobre el cuerpo, mientras Cifuentes cortaba la piel, dura y seca como cuero, con su escarpelo. La existencia de tierra disminuía mucho dentro, sin embargo, no las sorpresas: además del estómago y parte del tracto intestinal, no había señas de los órganos blandos, aquellos sí habían sido descompuestos, lo cual era muy extraño, considerando que la piel se había mantenido relativamente intacta. Nuevamente Cifuentes se tuvo que tragar de mala gana la hipótesis del animal, que además de hacer el corte en la piel, y sin alimentarse de ésta, ni de los músculos, había devorado limpiamente los órganos interiores, “…para luego desaparecer sin dejar rastros”, “No sin dejar rastros, doctor…” corrigió el sacerdote, “…recuerde que Marcial mencionó algo sobre un agujero de conejo” “Los conejos no hacen cosas así…” murmuró el médico estudiando el cúbito derecho roto. Parecía un hueso sano, con una consistencia dentro de lo normal, y la fractura tampoco tenía nada especial, un hueso roto como el de cientos de casos que había visto antes, sin embargo había un detalle que no era tan ordinario, y fue el padre Benigno quien lo notó: el otro brazo presentaba una fractura idéntica, en el mismo hueso y a la misma altura, y al observar un poco más, notaron que una de las tibias también estaba rota de forma muy parecida. Fracturas idénticas suponían idénticas causas e idénticas causas sugerían premeditación, voluntad. “¿Qué quiere decir doctor?” preguntó Benigno sabiendo exactamente de qué hablaba el médico, “Es muy raro que el azar obre de esta manera… Ya es tarde, padre, si lo desea puede irse a dormir, yo me quedaré un rato más. Necesito documentar todo esto”



León Faras.

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