XIII.
En
el momento en el que Elena salía de la iglesia, luego de su confesión, entraba
al templo el doctor Hugo Cifuentes, ambos no hicieron más que dirigirse un
parco saludo de cortesía al pasar, como dos desconocidos que eran. Era extraño
que el doctor visitara la iglesia si no era durante la misa, pero en ese
momento llevaba un propósito. El padre oraba de rodillas frente al altar,
Cifuentes se sentó en una banca próxima para esperarlo. Había estado dándole
muchas vueltas a un asunto. Su investigación no avanzaba. Estaba muy interesado
en averiguar el origen de los fetos sin cordón umbilical, pero los restos de
Isabel Vásquez, para hacerle un análisis y formarse una opinión propia, estaban
definitivamente fuera de su alcance, y el caso de Domingo Montenegro le parecía
francamente inverosímil, bordeando lo ridículo, por lo que había pensado en
exhumar los restos de la Sin Nombre. Benigno lo miró como si hubiese perdido el
juicio, ¿Por qué querría hacer algo así? “No me mire así, padre. Usted mencionó
que el cuerpo presentaba varios huesos rotos, y aquello, por lo que sabemos,
parece ser un síntoma importante en los casos tratados y descritos por el
doctor Ballesteros. Sé que las fracturas pueden ser producidas por un centenar
de causas, cual más ordinaria que la anterior, y eso en la mayoría de los casos
se puede determinar con un simple vistazo a la naturaleza del daño y a la
consistencia del hueso, y estoy convencido de que así será. Pero, piénselo
padre, al exhumar el cuerpo podremos arrojar algo de luz sobre las
circunstancias que acabaron con la vida de aquella mujer, tal vez, incluso
llegar a comprender la causa de su deceso, y de paso, quitarnos usted y yo, esa
espina clavada de que la aparición de ese cuerpo tenga algo que ver con… las
cosas extrañas que al parecer, han estado sucediendo en el último tiempo y la desaparición
de la ama de llaves del doctor Ballesteros…” Aquella última frase, fue
extremadamente cauto el médico al pronunciarla. Benigno lo meditaba, “¿Y cree
usted que se pueda determinar la identidad de la persona cuyos restos están
sepultados allí?” Cifuentes negó con gesto de impotencia, “Bueno, lo cierto es
que algo como aquello todavía está fuera del alcance de la ciencia, y que,
después de determinado tiempo, todos los cadáveres se parecen demasiado, pero
sí podemos determinar asuntos muy relevantes como el sexo, la edad, ciertas
enfermedades o situaciones por las que pasó la persona antes de morir, cosas
que dan pistas valiosas para aclarar finalmente la identidad del o la occiso”
Lo
hicieron esa misma tarde, antes de que anocheciera. El sacerdote acompañó al
médico para hacer del acto algo más solemne y menos sacrílego, aunque al decir
verdad, la difunta no tenía las exequias eclesiásticas, ni familiares conocidos
que se pudieran ofender mientras no fuera identificada, por lo que molestarla
en su descanso eterno podía ser algo positivo, si se conseguía averiguar algo.
Esa era la excusa oficial. Llevaron a Abel Rupano para que les ayudara con la
pala y también estaba con ellos Marcial Monte, el improvisado panteonero del
cementerio de Casas Viejas, acompañado de su hijo Julio, un muchacho que
parecía permanentemente malhumorado. “¿Cree usted que haya cambiado mucho desde
la última vez que la vimos, padre?...” Marcial se apoyaba en su pala y sacaba
un cigarrito a medio consumir del bolsillo de su camisa, mientras su hijo y
Rupano cavaban la tumba de la Sin Nombre, como si él fuera el capataz. Benigno
no le respondió nada, no le pareció que aquello ni siquiera mereciera una
respuesta, pero intentó hacer su silencio lo más elocuente posible. Marcial no
tenía sensibilidad para las expresiones no verbales, “…Pobre mujer, sería justo
que al menos tuviera un nombre en su cruz, es lo mínimo que uno pide cuando se
muere, pero si antes no se podía saber quién era, ahora será más difícil, ¿no
doctor?” Cifuentes dirigía la maniobra para que los restos sufrieran el menor
daño posible al ser removidos y puestos dentro de una caja de madera, por lo
que tampoco se molestó en responder con más allá de un monosílabo. Para Marcial
aquello fue suficiente, “Si por lo menos tuviera la cabeza… lo cierto es que,
pelos más o pelos menos, del cuello para abajo todos somos iguales… y más si
son puros huesitos, ¿no es cierto padre?” “El doctor sabe lo que hace…”
respondió el cura, escuetamente, “Por supuesto, padre” convino Marcial. El
saco, como era de esperarse, estaba sumamente deteriorado, por lo que el cuerpo
fue retirado con una buena cantidad de la tierra que lo circundaba, de modo que
se mantuviera lo más íntegro posible. Así fue puesto en la carreta de Rupano y
llevado a casa del doctor.
Úrsula
había sido liberada ese día por el doctor de preparar cena, por lo que podía
terminar su trabajo y retirarse, la idea era no alterar innecesariamente su
sensibilidad con desagradables imágenes de cadáveres exhumados. Rupano, luego
de ayudar a entrar el bulto, también fue liberado para irse a cenar junto a
Guillermina. El cura, en cambio, sí se quedó como su asistente, estaba muy
interesado en escuchar la opinión del médico al estudiar el cuerpo. Lo primero
fue la piel, contrario a lo que se esperaba, aún permanecía envolviendo el
cuerpo y manteniendo su forma, como las momias naturales que se crean en
condiciones de extrema sequedad, lo que por supuesto era muy anormal en este
caso, anormal pero no del todo improbable, porque hay químicos y minerales específicos,
capaces de conservar los tejidos, por lo que aquello podía pasar, pero lo
siguiente sí que era en extremo imposible, tanto que Cifuentes miró al cura
como si éste pudiera tener alguna respuesta, “…es que, en la parte donde nace
la cabeza, hay una gran cicatriz…” Benigno ya lo había notado, y se lo había
hecho saber antes de desenterrarlo, que el cuerpo estaba decapitado, no había
motivos para la sorpresa, sin embargo Cifuentes permanecía con la boca abierta
y sin poder soltar palabra, “…lo sé… quiero decir que… esto sugiere que el
cuerpo regeneró esa herida, estando sin cabeza… ¿lo entiende? o sea, muerto… un
cuerpo muerto no puede generar cicatrización… es antinatural… no se puede…” y
mientras más lo miraba más absurdo parecía. El cura ahora no sabía qué decir.
Luego, al seguir retirando la tierra y la mugre se hizo evidente una gran
abertura en la piel bajo el esternón y siguiendo la línea de éste, una abertura
de unos quince o veinte centímetros, pero no parecía rasgadura o desgarro, sino
más bien una perforación, aunque aquello no se podía establecer con claridad,
“…lo que sí está claro, es que sea lo que sea, fue hecho post mortem. Dígame
padre, ¿alguien intervino el cadáver la última vez que fue exhumado?, ¿algún
otro médico, quizás?” preguntó Cifuentes, empujándose las gafas con el dorso de
la mano. Benigno negó desde las alturas de su oscura humanidad erguida, “No
doctor, ni siquiera lo sacamos del saco aquella vez. No teníamos médico y mucho
menos un sitio apropiado para poner un cadáver en tal estado. Puede que ese
corte lo haya hecho algún animal, al no tener la protección de un féretro”
Aquella hipótesis no convencía al médico, pero la aceptó en el momento, a falta
de una mejor. Cerca de la medianoche llegaron a las entrañas del cadáver,
Benigno mantenía el candil sobre el cuerpo, mientras Cifuentes cortaba la piel,
dura y seca como cuero, con su escarpelo. La existencia de tierra disminuía
mucho dentro, sin embargo, no las sorpresas: además del estómago y parte del
tracto intestinal, no había señas de los órganos blandos, aquellos sí habían
sido descompuestos, lo cual era muy extraño, considerando que la piel se había
mantenido relativamente intacta. Nuevamente Cifuentes se tuvo que tragar de
mala gana la hipótesis del animal, que además de hacer el corte en la piel, y
sin alimentarse de ésta, ni de los músculos, había devorado limpiamente los órganos interiores, “…para
luego desaparecer sin dejar rastros”, “No sin dejar rastros, doctor…” corrigió
el sacerdote, “…recuerde que Marcial mencionó algo sobre un agujero de conejo” “Los
conejos no hacen cosas así…” murmuró el médico estudiando el cúbito derecho
roto. Parecía un hueso sano, con una consistencia dentro de lo normal, y la
fractura tampoco tenía nada especial, un hueso roto como el de cientos de casos
que había visto antes, sin embargo había un detalle que no era tan ordinario, y
fue el padre Benigno quien lo notó: el otro brazo presentaba una fractura
idéntica, en el mismo hueso y a la misma altura, y al observar un poco más,
notaron que una de las tibias también estaba rota de forma muy parecida. Fracturas
idénticas suponían idénticas causas e idénticas causas sugerían premeditación, voluntad.
“¿Qué quiere decir doctor?” preguntó Benigno sabiendo exactamente de qué
hablaba el médico, “Es muy raro que el azar obre de esta manera… Ya es tarde,
padre, si lo desea puede irse a dormir, yo me quedaré un rato más. Necesito
documentar todo esto”
León Faras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario