miércoles, 23 de diciembre de 2020

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

 

LV.

 

No era nada sencillo explicarle a alguien la situación dentro del circo, y como era que personas normales acababan convertidas en fantásticas atracciones por arte de magia. Ya estaba entrada la noche y el grupo seguía tratando de hacerle entender a Sara el hecho de que si firmaba un contrato, dejaría, física y mentalmente, de ser la persona que era para convertirse en otro ser, el cual era imposible de anticipar. Al parecer, la transformación tenía más que ver con el trasformado que con el trasformador, es decir que el resultado final estaba influenciado por lo que la persona sentía, deseaba o temía en el momento de firmar el contrato, de ahí que los resultados fueran tan dispares. Sara no podía imaginar cómo era que Eloísa podía tener esas alas o que Ángel Pardo hubiese tenido una estatura normal alguna vez, e insistía en que ella jamás podría ser una atracción del circo y que solo pretendía trabajar en él, en labores que conocía bien, como zurcir calcetines, lavar camisas o la cocina para grandes grupos de personas que también se le daba bien. El tema de los trabajadores del circo fue ratificado por Román, quien pasaba mucho tiempo con ellos jugando a las cartas o consiguiendo cosas que intercambiaban por más cosas. Todos ellos tenían historias de vidas pasadas ultimadas abruptamente, y la certeza de una tumba con su nombre en alguna parte, todos aseguraban haber dejado de soñar mientras dormían sin ningún motivo y que tanto el hambre como el libido se habían convertido en necesidades opacas y tristemente débiles. Alfredo Toledo era uno de los que había contado su historia, y cómo el camión en el que él era el copiloto, se defenestraba puente abajo, en el momento en que Cornelio lo reclutó. Había visto la muerte a los ojos, y tan de cerca que ya no estaba completamente seguro de seguir vivo. Sara rió, aquello era lo más absurdo que había oído en toda su vida, pero nadie rió con ella. Se puso de pie y salió a contemplar el cielo, el infernal sol ya no estaba y en su lugar había una miríada de estrellas, “Entonces solo debo firmar un contrato para quedarme…” consultó los ojos de Ángel Pardo, “¿…no?” El gigante asintió. Aún lucía preocupado, la mujer asintió conforme, “Entonces lo haré” dijo. Aquella noche se quedaría con Eloísa en su tienda, al menos ya no creía que esta fuera un ángel de verdad, pero estaba convencida de que, por algún extraño capricho de Dios, la chica había nacido con ese hermoso par de alas pegadas a la espalda y le preguntaba una y otra vez, cómo habían puesto la cara sus padres al verla nacer así y Eloísa, una y otra vez le repetía que ella no había nacido así, Sara aseguraba que entendía, pero no entendía nada.

 

Al día siguiente, cuando Horacio y Ángel Pardo salieron de su tienda, aún a medio vestir, Sara estaba plantada fuera de la oficina de Cornelio esperando pacientemente a ser atendida. Desde su tienda, Eloísa asomaba su cabeza despeinada sin entender en qué momento su compañera nueva se había levantado. Cornelio se la encontró ahí mismo, parada recta, radiante, absolutamente convencida de lo que iba a hacer, “Vengo a firmar el contrato para trabajar aquí, para usted” le espetó con convicción. Cornelio se encogió de hombros y la dejó pasar, “Muy bien. Así que al final quieres ser una atracción de…” La mujer lo interrumpió alegremente, “No, no, si yo no tengo ninguna gracia para ser atracción de nada. Yo lo que quiero es trabajar, que para eso sí que soy buena” Cornelio la miró sin muchas ganas de discutir. Si tanto empeño tenía en quedarse en el circo, él no iba a persuadirla de lo contrario. Una nueva atracción siempre era algo bueno para el negocio. Cogió el contrato y se lo puso en frente, “Pues bien, ahí lo tienes. Firma y podrás quedarte” La mujer lo hizo sin pensárselo, “¡Muchas gracias señor!” Le dijo, y se fue tan contenta como había llegado. Afuera estaba Horacio y Pardo esperando con nerviosismo a ver qué cosa salía de la oficina, pero cuando sucedió, no era más que la misma mujer que antes había entrado, “¡Ya está!” Les dijo sonriente, y se encaminó hacia la tienda de Eloísa donde estaban sus cosas. Los dos hombres se quedaron mirando confundidos, al poco rato, Cornelio apareció en la puerta de su oficina con la misma cara, tampoco parecía entender qué había pasado, “Esto nunca antes había sucedido” Admitió.

 

En ese mismo momento, Vicente Corona entraba al estudio de fotografía donde ya estaba su hermano preparándolo todo para ponerse a trabajar. Cogía diferentes objetos de aquí y allá y los metía en un gran bolso que cargaba en la mano. Damián lo observó sin interrumpirlo hasta que pareció que ya había terminado, “¿Y tú qué rayos haces?” le dijo con cara de cabreado, como oliéndose que no le gustaría nada la respuesta, “Voy a buscar el circo y a ver con mis propios ojos si el hombre de la jaula es Perdiguero o no” Respondió Vicente, en un tono que no dejaba lugar a réplicas. Damián lo miró incrédulo, “¿Qué?” Sinceramente pensaba que no hablarían de Perdiguero al menos por algún tiempo. Vicente continuó mientras se montaba el bolso al hombro, “Sé dónde estuvo la última vez, los buscaré a partir de ahí. Lo siento, pero yo no puedo quedarme tan tranquilo como si nada” Y luego, aprovechando que su hermano no tenía palabras, agregó, “Me llevo la furgoneta” Y se fue. Damián golpeó el mesón con su puño, pero además de eso, no hizo nada.

 

Eloísa tampoco entendía muy bien lo que había sucedido con Sara, quien había entrado a su tienda, con total naturalidad, y empezado a clasificar la ropa de la chica seleccionando aquella que necesitaba de alguna costura, ya que las habilidades de Eloísa para manipular las agujas, dejaban mucho que desear. Eloísa bebía una taza de espumosa leche con galletas que le había regalado Sofía y observaba a la mujer que parecía no haber cambiado en nada, “¿Y dices que firmaste el contrato?” preguntó con desconfianza, como si algo no le encajara del todo, Sara parecía totalmente satisfecha consigo misma y con el mundo en ese momento, “¡Claro! Ya puedo quedarme en el circo” La chica insistía en observar a la mujer pero es que no le había cambiado ni una sola uña. Cuando Eloísa terminó de comer, Sara la apartó casi con autoridad materna, “¡Deja eso, niña! yo lo recojo, que para eso estoy trabajando” Aquello no era necesario, pero la muchacha obedeció sin abrir la boca, como si la mujer siempre se hubiese dedicado a eso. Sara cogió la taza y se quedó mirándola largo rato, como si hubiese algo muy interesante en su interior, “¡Vaya, pero cuántos admiradores tienes!” Exclamó sin venir al caso para nada. Eloísa la miró extrañada, le parecía no haber entendido qué le había dicho, Sara agregó, “…pero hay uno que está muy interesado en volver a verte” La muchacha se le acercó mirándola de medio lado, evidentemente la mujer actuaba muy raro, “¿Viste eso dentro de la taza?” preguntó con miedo a sonar tonta, “En la espuma de la leche, y se ve tan claro que no entiendo cómo es que nunca antes lo había visto ¡Mira!” Eloísa miró, pero inmediatamente se sintió como si le estuvieran tomando el pelo, adentro de la taza no había nada más que unos espumarajos medio pegados sin sentido. Definitivamente Sara era una mujer muy rara. Se despidió con cualquier excusa sobre algo que hacer en otra parte, mientras la mujer estudiaba el suelo con exagerado interés, “¡Por Dios!…” exclamó admirada, mirando las migas esparcidas por el piso, “…se ven tan claras como las estrellas en el cielo” Eloísa se detuvo en la salida, no pudo evitar preguntar qué era lo que estaba viendo, la mujer respondió en el acto, “Fuego, veo fuego como el de un incendio”


León Faras.

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