LI.
Cornelio
Morris había arreglado con las autoridades la condición de moverse solo por los
pueblos cercanos en un radio de algunos kilómetros mientras se aclarara el caso
de Diego Perdiguero, es decir, que podía moverse pero sin alejarse demasiado,
de eso dependía su libertad. Era muy difícil trabajar, para cualquiera,
teniendo a la policía vigilándole cada paso, pero era mejor cooperar, mostrarse
gentil para que lo dejaran en paz lo antes posible. Sabía que esos inspectores,
o eran muy malos en su trabajo, o pronto se darían cuenta de que el verdadero
Diego Perdiguero permanecía encerrado en una jaula a plena vista de todo el
mundo, aunque incapaz de acusar a nadie de nada, por lo que podía tener la
situación bajo control. Durante la noche, las entidades que trabajaban para él,
le habían dado una solución muy conveniente: un líquido asqueroso que con una
pequeña dosis, destruía la piel de un hombre hasta hacerla parecer veinte años
mayor, aunque los efectos desaparecían completamente al cabo de un par de
meses. Cornelio mandó a afeitar completamente a Perdiguero, bajo la excusa de
que estaba infestado de piojos y luego le dieron de beber el líquido formulado
durante la noche. Pronto tendría una apariencia tan diferente, que no lo
reconocería ni su perro. Dos días después regresaron al circo Jiménez y
Urrutia, muy poco complacidos con el trabajo que le estaban inyectando desde
lejos. Como si no tuvieran ya suficientes cosas que hacer, ahora debían hacer
el trabajo de los inspectores también. Llegaron temprano, porque sabían que
luego eso se convertía en un hervidero de gente con la que era imposible trabajar,
Cornelio los recibió como si se tratara de viejos amigos, “Díganme por favor,
¿en qué puedo ayudarles esta vez?” Jiménez cogió su libreta y la ojeó
largamente, como si estuviera tratando de memorizar algo de ella, finalmente la
cerró, “Mire, señor Morris, a la luz de nuevos antecedentes, al parecer, el
Diego Perdiguero que usted dice, no es el Diego Perdiguero que nosotros
buscamos” Cornelio se mostró sorprendido, pero de manera grata, “Eso significa
que no soy culpable de nada, que soy inocente de esa absurda acusación de secuestro,
¿verdad?” Jiménez volvió a consultar su libreta, “No, señor Morris, al parecer,
el Diego Perdiguero que buscamos sería el hombre que está encerrado en esa
jaula…” Y el sargento señaló al hombre de las cuevas de Pravia. Cornelio otra
vez se mostró sorprendido, pero esta vez como si hubiese sido ofendido, “¿Acaso
ustedes conocen la identidad de ese hombre?” Urrutia intervino con su
intimidante estampa y su tono de voz irrefutable, “Escuche, señor, según
entendemos, usted presentó a un Diego Perdiguero que nada tenía que ver con la
descripción, si ese señor se llamaba así o no, a nosotros no nos compete, más
de la mitad de la gente es analfabeta y del resto, son muy poquitos quienes han
sido registrados alguna vez, en alguna parte, así es que, si ese señor dice
llamarse así, así se llama. Lo que nos trae hasta aquí, es que los denunciantes
aseguran que vieron al Diego Perdiguero que ellos buscan y conocen, encerrado
en esa jaula y necesitamos corroborar esa información con la descripción que
ellos nos dieron, ¿comprende?”
Esa
misma noche, Estola se reunía con los hermanos Corona en su oficina una vez
más, “Señores, creo que ustedes se han confundido. El hombre que ustedes
buscan, no está en el circo” Declaró así sin más, de manera que Vicente y
Damián se quedaron con cara de idiota por varios segundos. Estola, continuó,
“Acabo de hablar con Jiménez, quien visitó el circo esta mañana, su informe fue
categórico, no existe ninguna posibilidad de que el hombre encerrado en esa
jaula, sea el hombre que ustedes buscan” Damián tenía la mente en blanco, y
luchaba por encontrar alguna palabra útil en ese momento, “Pero… pero… es que eso
es imposible… ¡Yo lo vi!” Estola estaba decidido a zanjar el asunto, “¿Es que
acaso tienen alguna forma de corroborar lo que aseguran? ¿Algún medio
inequívoco de identificarlo? ¿Tienen siquiera una prueba que pueda asegurarnos
sin margen de error que ese hombre es Diego Perdiguero y no cualquier otro?
¿Tienen algo más que solo sus palabras, que asegure de manera factible que
ustedes dicen la verdad y Cornelio Morris miente? ¿No? Pues déjenme decirles
algo: el sargento Jiménez asegura que intentó por todos los medios conseguir
una declaración de aquel hombre, al cual calificó de deficiente mental severo,
aunque sus palabras exactas fueron “completo tarado” incapaz de comunicarse de
ninguna manera, prácticamente ciego, incapacitado para valerse por sí mismo, ¡vamos!,
que si pretenden sacar a ese hombre de donde está, tendrían que hacerse cargo
de él de por vida” Hizo una pausa, aunque no esperaba respuesta alguna.
Continuó, “Además, ustedes atestiguaron que Diego Perdiguero tenía no más de
treinta y siete años, pues Jiménez asegura que el hombre de la jaula del circo,
no puede tener menos de cincuenta, por lo tanto…” Vicente estaba indignado, “¡Pero
eso es una estupidez, no puede ser cierto!” Estola lo miró amenazante,
“¿Insinúa que el sargento Jiménez, miente?” Vicente evadió la pregunta,
“Ustedes fueron ya engañados la primera vez, cuando les presentaron a un enano
que aseguraba llamarse Diego Perdiguero, ¿Acaso cree que eso fue casualidad?”
Estola movió las cosas de su escritorio para apoyarse cómodamente sobre él, “Le
diré algo sobre la casualidad, hace cinco años tuve la suerte de conocer a un
hombre, era contador, al verlo casi me voy de espalda, éramos iguales, como
mellizos, por lo que me puse a investigarlo. Resulta que el tipo tenía
exactamente la misma edad que yo, se había casado en el mismo año que yo y tenía
dos hijos, igual que yo. Le gustaba la pesca y no le gustaban los perros, como
a mí, ¿y saben algo más? Ese tipo se llamaba Jacobo, igual que yo. Las
coincidencias existen y son más comunes de lo que la gente se atreve a creer,
en mi trabajo he visto muchas y ya no me sorprenden, si ese tipo dice llamarse
Diego Perdiguero y no hay nadie que asegure lo contrario, entonces seguramente
será cierto, y aunque no lo sea, eso no cambia nada, el hombre que ustedes
buscan, no está ahí” Damián negaba con la cabeza renuente a aceptar lo que oía,
“Lo cambiaron, tienen que haber cambiado a Diego por otro hombre” Aseguró, como
si lo estuviera viendo, Estola hizo gesto de estar perdiendo la paciencia, “El
circo ya fue registrado por completo, y sus habitantes interrogados, y no
ocuparé más tiempo ni recursos en eso. Deben buscar a su amigo en otra parte. A
partir de hoy, el circo de Cornelio Morris está libre de moverse a donde le plazca.”
León Faras.
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