sábado, 14 de noviembre de 2020

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

 

XLV.

 

El experimentado detective Jacobo Estola escuchaba con atención, pero sin confiarse del todo en la declaración de los hombres que tenía en frente, miraba de reojo a su joven compañero Fermín Núñez, quien permanecía de pie con los brazos cruzados y la misma expresión de incredulidad en el rostro, “A ver, espere. ¿Me está diciendo que ustedes fueron contratados para fotografiar a una sirena?” Preguntó Estola, poniéndole especial énfasis de duda en la última palabra. Los hermanos Corona se miraron y luego asintieron al unísono. Damián contestó. “Ya le dijimos que se trata de un circo de rarezas, sus atracciones son personas… especiales” Damián comenzaba a sentir el peso de lo difícil que era explicar lo que ese circo contenía exactamente, y encima Estola lo miraba como a un imbécil, “Ya, ¿Pero una sirena, de esas que se supone que pululan por el mar? ¿Cómo es que nunca he oído hablar de un circo que exhiba una sirena? ¡Eso debería ser una sensación!” Se dirigió a su compañero, “Núñez, ¿Usted ha oído algo así alguna vez?” Núñez negó con gesto de desprecio, como si todo le pareciera una vil mentira, Estola continuó, “Es que, me tienen que perdonar, pero yo creía que se trataba de seres mitológicos. ¿Y la fotografiaron?” Preguntó el detective, fingiendo mucho interés, los Corona asintieron y el detective quiso que le enseñaran la imagen, pero no la tenían, “Nosotros no conservamos ni las fotografías ni los negativos de los trabajos que nos encargan nuestros clientes. Ellos pagan por ser dueños exclusivos del material” Le explicó Vicente, Estola pareció decepcionado, por lo que Vicente añadió con cierto asomo de orgullo, “Pero no se preocupe, podrá ver las fotos, porque serán publicadas en una de las revistas más populares de todo el país” Estola ojeó su libreta sin hacerle demasiado caso a su último comentario, “Bueno, y dice que su amigo… Diego Perdiguero, fue secuestrado por el circo de este señor que se hace llamar, ¿Cornelio Morris?” “Así es” Replicó Damián en el acto, pero el detective se quedó mirándolo, como esperando algo más, por lo que se vio obligado a agregar, “Como ya le dije, Perdiguero trabajaba para nosotros mientras tratábamos de conseguir esa fotografía. Un día desapareció y cuando volvimos a verlo, estaba encerrado en una jaula del circo, de esas que usan para sus atracciones” “¿Y logró hablar con él?” Replicó el detective, Damián negó de inmediato, “estaba como drogado, solo emitía gruñidos y parecía que no podía ver.” Estola volvió a ojear su libreta, “Según entendí antes, las fotografías debían ser tomadas sin que nadie se enterara, porque el señor Morris no estaba de acuerdo…” Vicente asintió, Estola continuó  con gesto suspicaz, “¿No habrán ustedes o el señor Perdiguero, hecho algo que dañó o perjudicó de alguna manera al señor Morris o a su propiedad, y por eso este tomó medidas para protegerse?” “¡De ninguna manera!” respondió Damián, “Nuestro trabajo es hacer el encargo que nuestro cliente necesita, sin que nuestro objetivo se dé cuenta.” Recitó Vicente, como si se tratara de un eslogan para su empresa, y agregó, “Y eso incluye evitar cualquier delito o falta en contra de nuestro objetivo. El trabajo de Perdiguero era simplemente mantenernos informados de la ubicación del circo, porque este circo…” Estola le hizo gesto de cansancio para que detuviera el discurso. Ya lo había entendido. “Lo pregunto porque, si vamos a hacer algo, no quiero encontrarme con la sorpresa de que, su “objetivo,” solo estaba protegiendo sus intereses, cosa que ya nos ha sucedido innumerables veces antes, ¿no es cierto, Núñez?” Y Núñez asintió convencido. Luego el detective cogió un mapa y lo desdobló sobre su escritorio, “Muy bien. ¿En dónde fue la última vez que vieron el circo?” Los hermanos Corona, luego de estudiar el mapa, señalaron algunas localidades por las que habían perseguido el circo, Estola los miró poco convencido, “¡Todos son puebluchos que apenas, y con mucha fortuna, aparecen en los mapas!” Damián lo miró con aires de suficiencia, “Pues, el circo de rarezas de Cornelio Morris, solo se mueve por pueblos pequeños y alejados, dejando de lado las grandes ciudades, los medios o la publicidad. ¿No le parece todo eso, sospechoso?” Insinuó al final. Jacobo Estola se quedó algunos segundos concentrado en sus pensamientos, “Pues sí…” dijo al final, “…para ser un circo que, como dicen ustedes, posee una sirena de verdad, es muy extraño que no la den a conocer a las masas.” “Sin duda se harían ricos.” Apuntó Núñez, casi como para sí. Finalmente, Estola garabateó algunas líneas y cruces en el mapa y se lo entregó a su compañero, “Haga algunas llamadas y averigüe dónde se encuentra ese circo. Debería estar cerca de alguna de estas localidades.” Le dijo. Núñez asintió y se marchó. Luego se dirigió a los hermanos Corona, estrechándoles la mano, “Bien señores, les avisaremos cuando averigüemos algo.”

 

Al principio no la reconoció, y le pareció una completa extraña vagando por el circo, como si se tratara de una turista en una exposición gratuita de curiosidades, pero al poco de analizar su rostro y descifrar su enigmática sonrisa, el pobre de Román Ibáñez se dio cuenta, consternado, de que la pequeña niña que antes estaba a la altura de su cara, ahora era un gigante más en su mundo de gigantes. “¿Sofía?” Pronunció lo más cargado de duda que pudo, temiendo equivocarse, pero sabiendo que no era así. La niña no pudo menos que sonreír al verse descubierta, pero el enano la miraba como si se tratara de un extraterrestre del que no se sabe bien si es amigo o enemigo, y es que para él, aquello no tenía razón ni propósito, cómo o por qué la pequeña Sofía de pronto era una adolescente casi del doble de su altura, “Pero… ¿Qué diablos te pasó?” La cara de espanto del enano borró de un plumazo la sonrisa de satisfacción de la muchacha, haciéndola sentir que su nuevo aspecto era un desastre, “¡Es que yo soy así!” Explicó Sofía, como si no hiciera falta nada más, pero para Román, eso generaba más dudas que respuestas, “¿Qué?” Eso fue todo lo que pudo balbucear, pero la muchacha, ya había posado la vista y su sonrisa en otra persona que la contemplaba admirado, y este sí entendía claramente lo que había sucedido. Solo Cornelio podía haber provocado el cambio y solo podía haberlo hecho por medio de un contrato. Sofía era ahora tan presa del circo como todos los demás. “Te ves contenta” Comentó Eugenio Monje con amabilidad, el enano lo miró como si se hubiese vuelto loco, “¿Eso es todo! ¡Contenta? ¡Es que no ves que envejeció casi diez años en un día?” “¡Román!” Protestó la muchacha, “¿Por qué no vas donde Horacio y le pides que te lo explique? yo enseguida iré para allá”

 

Horacio preparaba su jaula para su presentación, a veces solía usar un fémur de burro y un cráneo de oveja como decoración para impresionar a su público, pero no le gustaba abusar de ese recurso. En esta ocasión había decidido que debía hacerlo. Entonces llegó Román, caminando con paso decidido, casi enojado, exigiéndole explicaciones a Horacio sin explicarle antes lo que había visto, este lo miró como si anduviera borracho de primera mañana y siguió aseando el interior de su jaula, “No tengo ni la menor idea de lo que hablas” Comentó Horacio, insensible a la urgencia de su amigo. Este sabía que algo gordo había sucedido y necesitaba saber qué, “¡Es Sofía! ¡Está grande! ¡Creció! ¿Es que no la ves?” concluyó, apuntando con todos sus dedos hacia un punto que Horacio tuvo que buscar en el horizonte. Aun saliendo de la jaula, poniéndose en un sitio abierto y aguzando la vista, le costaba creer lo que veía. Era la Sofía de la foto, encarnada en la realidad, hablando con Eugenio a su misma altura, “¿Ahora me vas a explicar qué diablos pasó?” Exigió Román, acomodándose las manos en la cintura, como si aquella postura le sumara fuerza a sus palabras. Horacio, por la cara que tenía, parecía tan confundido como él. Al fin habló con voz misteriosa. “No sé bien cómo ni por qué, pero Sofía era una adolescente atrapada en el cuerpo de una niña que no podía crecer…” El enano lo miró con ojos grandes de incredulidad, como si el otro se estuviera inventando una historia. Horacio continuó, “…ella me lo dijo en una ocasión, e incluso me enseñó una fotografía de su verdadero aspecto…” Se detuvo para echarle un vistazo a su amigo, “No sé lo que pasó, pero sé que solo una persona pudo hacer algo así…” “Cornelio.” Afirmó Román, mientras veía que Sofía ya caminaba hacia ellos, pero luego de unos segundos, su memoria rebobinó lo que acababa de oír. “Espera, ¿Una fotografía? ¡Qué fotografía?”


León Faras.

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