XLIII.
“Pensé
que ya no los volvería a ver. Se tomaron su tiempo” Enrique Bolaño estaba en la
tienda de fotografía de los Corona, pasando el dedo por uno de los escritorios
y comprobando con disgusto que había una película de polvo sobre este, se había
enterado bastante rápido del arribo de los hermanos, y había asistido en
persona a su encuentro, a pesar de que ya comenzaba a oscurecer. Damián estaba
allí para plantar cara. “Ese circo no es nada fácil de encontrar, y además se
mueve constantemente” “Es un circo, los circos hacen eso” replicó Bolaño, con
un sarcasmo bien disimulado, luego añadió, “Pasando a cosas más importantes,
¿tienen mis fotos?” Damián tomó una bocanada de aire, “Hay un problema con sus
fotos…” dijo, demostrando desilusión en el rostro mientras metía la mano en uno
de sus cajones, “No sé cómo explicarlo, pero…” En ese momento se oyó un grito
muy fuerte, era su hermano Vicente, desde la trastienda, “¿Qué le ocurre?”
preguntó Bolaño, el otro respondió con la más sincera de las verdades, “No
tengo ni idea.” Un nuevo grito y esta vez seguido de algunas carcajadas,
parecía contento, incluso festejando, Damián se acercó a la puerta, una luz
roja encendida, indicaba que no se debía abrir. Golpeó con los nudillos, “Oye,
¿estás bien?” “¡No te lo creerás cuándo veas esto! ¡Pero no entres todavía!,
¡Aún no termino!” Respondió Vicente desde dentro, gritando como si se
encontrara en la profundidad de un pozo, Bolaño llegó junto a la puerta también,
Damián pensó que era mejor advertírselo a su hermano, “Oye, Enrique Bolaño está
aquí, viene por sus fotos…” Vicente se tomó unos segundos en responder, “Dale
un café, aún me queda trabajo aquí…” Bolaño y Damián se miraron extrañados,
este último añadió, “Sí, pero, ¿y sus fotos?” su hermano ya no reía, ni festejaba,
al contrario, ahora sonaba muy serio, “Estarán listas en unos minutos”
Dos
días sin recibir visitas ni dinero en su circo, “¿Qué más podría salir mal?”
Pensó Cornelio, gruñendo, porque si se hubiese ido inmediatamente, podrían
haber llegado a otro pueblo a buena hora para exhibir sus atracciones, en vez
de haber desaprovechado todo el día allí, por no dejarse intimidar por las
amenazas de un pequeño puñado de dementes y no darles en el gusto. Se sirvió un
trago, pero esparramó la mitad sobre su escritorio de un sobresalto, cuando
algo golpeó con estruendo el techo de su oficina, algo grande, y luego su
puerta comenzó a ser aporreada con atrevida insistencia, Cornelio la abrió
furioso, dispuesto a golpear en la cara al
responsable de esparramar su licor, pero no había nadie ahí, entonces una voz
le habló desde arriba, Cornelio debió salir para ver a Eloísa encaramada sobre
su techo, “¡Una multitud, armada y con antorchas! ¡Vienen hacia acá!” La chica
señalaba un punto visible desde su posición, pero no desde el suelo, sin embargo,
Cornelio no necesitó caminar demasiado para divisar las antorchas, “¡Ve con
Beatriz y Sofía, no deben estar solas!” Le ordenó a la muchacha y luego le
gritó a un trabajador que había oído el escándalo, “¡Busca a los Monje! ¡Los
quiero a los dos!” Luego, cogió su abrigo y sombrero y se dirigió hacia los
recién llegados dando zancadas, mientras trabajadores y atracciones salían de
sus tiendas con rostros desorientados, como supervivientes de un desastre.
“¡Qué rayos creen que están haciendo, ¿Acaso se volvieron locos?!” Tronó la voz
de Cornelio, sin embargo, Federico no hacía otra cosa más que la que siempre
estaba haciendo: sonreír como un obseso. “Señor Morris, esperaba que fuera
usted un hombre más sensato, que levantaría su fuente de aguas corruptas y
nauseabundas, de las que nadie aquí quiere beber, y se las llevaría lejos, pero
no, y aquí estamos” Cornelio no podía ocultar la preocupación, era por lo menos
la mitad del pueblo, incluida varias mujeres, provistos de armas de fuego, y lo
más inquietante era que se temía que no portaban esas antorchas solamente para
alumbrarse, “Escuchen, señores, no hay para qué llegar hasta estos extremos,
nos iremos por la mañana” Cornelio quería sonar sensato, lo que a Federico
parecía divertirle, “Muchos son los llamados a limpiar la tierra del mal, pero
pocos son los que responden a ese llamado. Señor Morris, ya hemos purificado
nuestros cuerpos y fortalecido nuestras almas, estamos listos para llevar a
cabo nuestra misión, y nadie que esté listo dará un paso atrás, solo hacia
delante” “Fanáticos religiosos” Pensó Morris, ya se lo había sospechado, pero
no hasta qué punto. Estos son de los que creen llevar a cabo la voluntad de
Dios, de los más peligrosos. En ese momento los hermanos Monje se acercaban
junco a su jefe, Federico les ordenó detenerse, pero al no obedecerle con la
debida celeridad, lanzó su antorcha sobre la tierra inerte, levantó su carabina
y le apuntó directo a la cabeza a Cornelio Morris. El disparo, le hizo cerrar
los ojos y apretar todos los músculos de su cuerpo, sin embargo, pudo sentir
como su sombrero se desprendía de su cabeza y volaba varios metros atrás,
dejando al descubierto una pronunciada calvicie, similar a la del propio
Federico. Cuando pudo abrir los ojos, y relajar al menos en parte su cuerpo,
vio como aquel introducía con calma una nueva bala en la única recamara de su
arma. Tenía la esperanza de usar la magia de los mellizos para dar vuelta la
situación, pero aquello había estado demasiado cerca. “Nos iremos ahora…”
Propuso Cornelio, reconociendo que no estaba en posición de negociar, “Lo
harán, señor Morris, lo harán” dijo Federico con su arma lista, y ya sin asomo
de sonrisa en la cara, añadió dirigiéndose a sus pandilla de adeptos, “Quemen
los camiones” Cornelio quiso reaccionar, pero el arma de Federico le apuntaba
directo a la cara. La multitud ya empezaba a moverse en forma de rebaño con sus
antorchas listas, pero entonces sucedió un milagro, algo imposible, algo tan
impresionante que congeló a la multitud en un suspiro y por poco bota de
espaldas a Federico cuando este daba varios pasos hacia atrás: Un ángel del
Señor descendía del cielo, y se posaba en frente de Cornelio Morris mirando a
Federico, con el rostro entre sereno y severo, “Dios, no te ha ordenado que
hagas esto” dijo el ángel, a Federico casi se le salían los ojos, aquello era
tan impresionante que no podía articular ni una sola palabra sin tartamudearla,
“Pero… pero… son aberraciones que ofenden a Dios…” El ángel dio un paso hacia
él, sus majestuosas alas le daban un aspecto mucho más intimidante del que en
realidad tenía, “Dios no te ha ordenado nada de esto, estás solo si quieres
manchar tus manos de sangre” Le advirtió, y luego, abrió sus alas en toda su
envergadura, y casi sin esfuerzo, se elevó para desaparecer en la profundidad
de la noche. Tanto Federico como Cornelio estaban mudos, de hecho, el mundo
entero parecía haberse quedado en silencio. Sin decir una sola palabra,
Federico empezó a retroceder, confundido, atontado, la gente que le acompañaba
también empezaron a retirarse de vuelta a su ciudad, mirándose unos a otros sin
poder hablar, como si el cerebro se les hubiese desconectado momentáneamente.
Sin perder ni un minuto el campamento comenzó a levantarse. Eloísa y su
brillante actuación, había salvado al circo.
Cuando
por fin Enrique Bolaño pudo entrar a la sala de revelado de la trastienda, las
fotografías aún estaban colgadas de cordeles como si fueran ropa recién lavada,
“Esto les resultó más fácil de lo que creía” Damián no podía creer lo que oía,
“¿Fácil?” Se acercó a ver las fotos. Bolaño lo miró con cara de suficiencia,
“Sí, me doy cuenta de que todos estaban dispuestos a posar.” En la primera foto
se veía un hombre cubierto de pelo encerrado en una jaula, era una foto
bastante oscura, pero se adivinaban bien un rostro y unas manos sujetando los
barrotes. El hombre-mono miraba directamente al lente de la cámara. La segunda
y la tercera eran de una jovencita que parecía tener unas alas pegadas a la
espalda, una de las imágenes estaba un poco desenfocada pero la otra se veía
bien, aunque estaba ligeramente torcida y la mayoría de las alas no salían en
la foto. Evidentemente la chica alada posaba descaradamente para la cámara, con
posturas forzadas e infantiles muecas en el rostro. Las otras dos eran solo de
una niña común y corriente, también posaba graciosamente para la cámara. Aunque
esta era menos hábil, sonreía con furia. En las últimas Bolaño se detuvo, eran
dos, iluminadas artificialmente con una lámpara de aceite. Se veía claramente un
cristal, y tras este, una mujer con sus manos provistas de membranas pegadas al
vidrio, su cabello tenía un volumen inverosímil a menos que estuviera sumergido
en agua y su rostro hipnotizaba sin necesidad de ser especialmente hermoso.
Aquella era la sirena que Bolaño necesitaba para su revista. “¡Pero qué
demonios! ¿La niña tomó estas fotos?” Preguntó Damián incrédulo, apenas dando
crédito a lo que veía. “¡Pero cómo diablos es posible?” Agregó, casi enojado
por los resultados que ellos no habían podido conseguir. Bolaño dejó de
examinar las fotos por un segundo, “¿La niña? ¿Qué niña?” Damián estaba
pensando en una respuesta, pero Vicente se adelanto, “Creo que quedó bastante
claro, cuando usted contrató nuestros servicios, que nosotros no estábamos
obligados a revelar nuestros métodos, señor Bolaño” Bolaño hizo una mueca y
volvió su atención a la foto de la sirena. Aquello último era cierto.
León Faras.
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