lunes, 17 de marzo de 2014

Del otro lado.

XIV. 


Laura no llegó muy lejos en su huida, se derrumbó en una pequeña plazoleta cercana donde lloró y lloró hasta hartarse tirada en el suelo de tierra dura donde debía haber seguramente un lindo césped. Necesitaba desahogarse por la experiencia que había vivido pero también por la situación en la que estaba, en la que ella no podía ver a la gente pero esta seguía ahí, había visto nítidamente sus formas, las formas de sus cuerpos moldeadas en el denso humo, había visto pisadas sobre el suelo húmedo y huellas de sangre, incluso un cadáver, el lugar estaba lleno de gente pero esta era imperceptible a sus sentidos, “…como si fueran fantasmas, como si todo el mundo se hubiese vuelto fantasmal” pensó, y la idea la perturbó un poco al principio, pero luego tomó un sentido distinto, porque asumió con toda seriedad que la fantasma era ella, ella estaba muerta, por eso que el humo no le había afectado en lo más mínimo su respiración, por eso que el fuego la había abrasado sin provocarle daño, por eso que había podido moverse con total tranquilidad sin sentir el calor sofocante ni la asfixiante atmósfera. La muerta era ella, solo que todo esto era muy diferente de lo que se esperaba.

Ya más tranquila decidió regresar, el escenario no había cambiado demasiado, los camiones de bomberos seguían ahí, también la policía que al parecer habían normalizado el tránsito porque casi no habían vehículos particulares o de locomoción colectiva, pasó junto a una de las ambulancias, había una camilla dentro que llamó la atención de Laura pues tenía la marca de un cuerpo encima, un bulto invisible que dibujaba su silueta sobre el blando relleno de la camilla, sobre esta, la muchacha encontró cabello, era fino y cano, la chica se sentó en el interior del vehículo, en el suelo, entre los estrechos espacios de la ambulancia, había una billetera de cuero negra, Laura la abrió con cuidado y pudo ver una identificación, pertenecía a un hombre maduro llamado Alfonso Prieto, repitió el nombre en voz alta y luego mentalmente mientras cerraba los ojos y se dejaba caer lentamente hacia atrás hasta apoyar la cabeza en la pared, buscando imaginar aquel señor como si lo tuviera en frente, como si pudiera hablarle, como si pudiera verlo. Cuando abrió los ojos se llevó un buen susto que la hizo casi ponerse de pie si no fuera porque se encontraba dentro de una ambulancia, el señor Alfonso Prieto estaba ahí frente a ella, tirado sobre la camilla con la camisa abierta y el pecho desnudo, era el mismo hombre de la foto salvo porque no se había afeitado aquella mañana, era impresionante, sus ojos y su boca estaban entreabiertos y húmedos con lágrimas y saliva respectivamente, tenía el cabello revuelto, ya no se movía nada y Laura comprendió que se trataba de un cadáver, uno que acababa de morir, entonces la chica al parecer se le ocurrió algo, miró frenética en todas direcciones, se asomó fuera de la ambulancia, salió de ella y se dio toda una vuelta echando un vistazo a su alrededor, miró al cielo incluso pero no vio el espíritu de aquel hombre en ninguna parte a pesar de que ella era una muerta y ese hombre acababa de morir. Incluso los muertos estaban fuera de su alcance.


Laura se alejó caminando, no volvió a mirar pero el cuerpo de aquel hombre ya no estaba y los paramédicos trabajaban con una nueva camilla y una nueva persona que aun podía ser salvada. La vida se desarrollaba con la normalidad de siempre en el mundo de los vivos mientras la muchacha sumaba rarezas a su existencia, las personas solo se le hacían visibles cuando se volvían cadáveres, lo muerto era lo único visible para un muerto como ella. Estaba lejos de su casa, el bus que la había llevado hasta allí ya no estaba, pero nada de eso importaba realmente, no sentiría hambre, ni frío, ni se expondría a ningún peligro nunca más. Caminó durante un buen rato, le servía para pensar, analizar y comprender su nuevo entorno, su nueva realidad. Se entretuvo mirando y descubriendo los residuos que la vida dejaba, las marcas, las huellas, la basura, caminó por el medio de la calle sin ningún apuro haciendo uso de su privilegio como ente invisible e inmaterial hasta que de pronto se detuvo, había llegado frente a una iglesia, una iglesia alta e imponente apostada en una esquina del centro de la ciudad, nunca había entrado en ella, nunca había sido una persona cercana a la fe ni se había sentido creyente, un poco simpatizante tal vez, respetuosa pero indiferente. Ahora Dios se había olvidado de ella, no pertenecía ni al mundo de los vivos ni al de los muertos, se preguntó si su situación actual sería consecuencia de su falta de fe, si acaso los no-creyentes se quedaban una eternidad vagando en soledad, si habían más como ella o era la única. Entró a la iglesia y tal como esperaba no encontró nada distinto, el mismo silencio y soledad, la misma ausencia de todo. Se sentó con timidez en uno de los asientos más cercanos a la entrada, se preguntó si eso sería el limbo del que alguna vez le hablaron. Subió los pies arriba del asiento y se acurrucó, ya no quería caminar más.


León Faras. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario