XIV.
Laura
no llegó muy lejos en su huida, se derrumbó en una pequeña plazoleta cercana
donde lloró y lloró hasta hartarse tirada en el suelo de tierra dura donde
debía haber seguramente un lindo césped. Necesitaba desahogarse por la
experiencia que había vivido pero también por la situación en la que estaba, en
la que ella no podía ver a la gente pero esta seguía ahí, había visto
nítidamente sus formas, las formas de sus cuerpos moldeadas en el denso humo,
había visto pisadas sobre el suelo húmedo y huellas de sangre, incluso un
cadáver, el lugar estaba lleno de gente pero esta era imperceptible a sus
sentidos, “…como si fueran fantasmas, como si todo el mundo se hubiese vuelto
fantasmal” pensó, y la idea la perturbó un poco al principio, pero luego tomó
un sentido distinto, porque asumió con toda seriedad que la fantasma era ella,
ella estaba muerta, por eso que el humo no le había afectado en lo más mínimo
su respiración, por eso que el fuego la había abrasado sin provocarle daño, por
eso que había podido moverse con total tranquilidad sin sentir el calor
sofocante ni la asfixiante atmósfera. La muerta era ella, solo que todo esto
era muy diferente de lo que se esperaba.
Ya
más tranquila decidió regresar, el escenario no había cambiado demasiado, los
camiones de bomberos seguían ahí, también la policía que al parecer habían
normalizado el tránsito porque casi no habían vehículos particulares o de
locomoción colectiva, pasó junto a una de las ambulancias, había una camilla
dentro que llamó la atención de Laura pues tenía la marca de un cuerpo encima,
un bulto invisible que dibujaba su silueta sobre el blando relleno de la
camilla, sobre esta, la muchacha encontró cabello, era fino y cano, la chica se
sentó en el interior del vehículo, en el suelo, entre los estrechos espacios de
la ambulancia, había una billetera de cuero negra, Laura la abrió con cuidado y
pudo ver una identificación, pertenecía a un hombre maduro llamado Alfonso
Prieto, repitió el nombre en voz alta y luego mentalmente mientras cerraba los
ojos y se dejaba caer lentamente hacia atrás hasta apoyar la cabeza en la
pared, buscando imaginar aquel señor como si lo tuviera en frente, como si
pudiera hablarle, como si pudiera verlo. Cuando abrió los ojos se llevó un buen
susto que la hizo casi ponerse de pie si no fuera porque se encontraba dentro
de una ambulancia, el señor Alfonso Prieto estaba ahí frente a ella, tirado
sobre la camilla con la camisa abierta y el pecho desnudo, era el mismo hombre
de la foto salvo porque no se había afeitado aquella mañana, era impresionante,
sus ojos y su boca estaban entreabiertos y húmedos con lágrimas y saliva
respectivamente, tenía el cabello revuelto, ya no se movía nada y Laura
comprendió que se trataba de un cadáver, uno que acababa de morir, entonces la
chica al parecer se le ocurrió algo, miró frenética en todas direcciones, se
asomó fuera de la ambulancia, salió de ella y se dio toda una vuelta echando un
vistazo a su alrededor, miró al cielo incluso pero no vio el espíritu de aquel
hombre en ninguna parte a pesar de que ella era una muerta y ese hombre acababa
de morir. Incluso los muertos estaban fuera de su alcance.
Laura
se alejó caminando, no volvió a mirar pero el cuerpo de aquel hombre ya no
estaba y los paramédicos trabajaban con una nueva camilla y una nueva persona
que aun podía ser salvada. La vida se desarrollaba con la normalidad de siempre
en el mundo de los vivos mientras la muchacha sumaba rarezas a su existencia, las
personas solo se le hacían visibles cuando se volvían cadáveres, lo muerto era
lo único visible para un muerto como ella. Estaba lejos de su casa, el bus que
la había llevado hasta allí ya no estaba, pero nada de eso importaba realmente,
no sentiría hambre, ni frío, ni se expondría a ningún peligro nunca más. Caminó
durante un buen rato, le servía para pensar, analizar y comprender su nuevo
entorno, su nueva realidad. Se entretuvo mirando y descubriendo los residuos
que la vida dejaba, las marcas, las huellas, la basura, caminó por el medio de
la calle sin ningún apuro haciendo uso de su privilegio como ente invisible e
inmaterial hasta que de pronto se detuvo, había llegado frente a una iglesia,
una iglesia alta e imponente apostada en una esquina del centro de la ciudad,
nunca había entrado en ella, nunca había sido una persona cercana a la fe ni se
había sentido creyente, un poco simpatizante tal vez, respetuosa pero
indiferente. Ahora Dios se había olvidado de ella, no pertenecía ni al mundo de
los vivos ni al de los muertos, se preguntó si su situación actual sería consecuencia
de su falta de fe, si acaso los no-creyentes se quedaban una eternidad vagando
en soledad, si habían más como ella o era la única. Entró a la iglesia y tal
como esperaba no encontró nada distinto, el mismo silencio y soledad, la misma
ausencia de todo. Se sentó con timidez en uno de los asientos más cercanos a la
entrada, se preguntó si eso sería el limbo del que alguna vez le hablaron.
Subió los pies arriba del asiento y se acurrucó, ya no quería caminar más.
León Faras.
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