martes, 4 de marzo de 2014

Historia de un amor.

VI.

La visita a la librería de Eulogio no dio ningún resultado, el viejo solo aseguró que él vendía libros impresos, que jamás había visto en su vida aquel libro que la Chica le enseñaba y que nadie nunca había preguntado en su negocio por un libro sin nombre y sin autor. Miranda dio las gracias solo por cortesía y se marchó, Bruno viajaba sobre su bolso y había presenciado la agria escena “¡Bah! Ese viejo está cada día más gruñón. ¿Y si visitamos a Almendra? Ella es muy conocedora” Visitar a Almendra era algo que ni siquiera había pasado por la cabeza de la muchacha, le parecía una medida un poco extrema, exagerada, no se trataba de un tema demasiado relevante como para ir a molestar a una sabia, pero el gato insistió, un libro perdido no es tema para molestar a alguien como Almendra, eso lo sabía, pero aquello de la hoja del conjuro era a lo menos curioso, y que su letra apareciera en más de una ocasión dentro de un libro en el que no has escrito nunca, era más que interesante. Eso era verdad, pensó la muchacha, había cosas que sí merecían la opinión de una experta y tal vez no sería una molestia a final de cuentas, Almendra era una criatura bastante amable, que no desdeñaba ayudar cuando podía, seguramente los pondría en el camino correcto.

Yendo en dirección contraria al Jacarandá y cruzando un trozo considerable del pueblo, pasando junto a la iglesia y doblando antes de llegar al mercado, bajando hasta el largo y sombreado camino de tierra, franqueado por una verja eterna por un lado y moras, álamos y sauces por el otro, hasta la curva que enfila rumbo a las montañas, desde donde ya se puede ver el solitario y aromático boldo a cuya sombra descansa el viejo autobús abandonado, pintado de un blanco y celeste que ya se acercan más a distintos tonos de gris, de bordes redondeados en toda su carrocería y con dos de sus llantas menos reemplazadas por un trozo de tronco de árbol y una pila de ladrillos, lentamente colonizado por la naturaleza y en vías de ser absorbido por esta. Allí vivía Almendra, como toda sabia verdadera, de forma austera y solitaria. Dicen que alguna vez fue humana, que tuvo nombre y vida de humana, pero de eso ya hace mucho, en su larga vida a utilizado muchos cuerpos que la naturaleza le ha brindado, ha recorrido el océano, ha volado, ha vivido en árboles y bajo la tierra, ha comido seres vivos y ha sido alimento, el círculo que cada uno hace en su vida ella lo ha completado varias veces y de muchas formas distintas.

Cuando la muchacha y el gato llegaron era ya media tarde, parecía estar todo vacío y en silencio. Miranda se agachó hasta el suelo para echar un ojo bajo el autobús y luego le dio la vuelta por detrás mientras Bruno subía a mirar que encontraba en el interior. Al cabo de unos minutos un grito ahogado del gato alertó a la muchacha, cuando subió, encontró una versión tragicómica de su amigo, quien estaba totalmente empapado con todo lo que eso significaba para un felino que realmente odia el agua, había caído en una trampa de finos cordeles que dejaron caer una cubeta de agua sobre él por acercarse demasiado sin comunicar sus intenciones. Una gran rata parda lo observaba desde lo alto del respaldo de uno de los pocos asientos sobrevivientes parada con sus brazos colgando delante como si fuera una suricata, al ver a la muchacha, preguntó con una suave voz femenina “¿El felino viene contigo?” “¿Tú qué crees espabilada…?” respondió Bruno absolutamente cabreado por estar mojado hasta los bigotes, Miranda, divertida, lo elevó del suelo y lo dejó sobre un asiento del otro lado del pasillo, con cuidado, como si apestara o como si temiera mojarse los zapatos, “Él es Bruno, y sí, viene conmigo…” La rata se dejó caer donde estaba separando las piernas y posando las manos como si montara un caballo, “Pues, podrían haber llamado antes de entrar con un gato aquí, debo tener ciertas precauciones para mi seguridad y la de las otras criaturas”, “tienes razón, pero es que buscábamos a alguien…” Dijo la chica e hizo una mueca al ver a Bruno lamiéndose sin pudores todo su cuerpo para secarse, este levantó la cabeza, “No esperábamos encontrar ratas parlanchinas y sus juguetes” y volvió a contornearse para seguir con su labor, el roedor pareció indignado, “¿Mi juguete? ¿Tienes alguna idea de cuánto me tardé en llenar esa cubeta de agua?” La cabeza del gato emergió del fondo de su cuerpo al desenrollarse con una expresión de desagrado cubierto por amargo sarcasmo “¿y esperas que me sienta halagado por todo tu trabajo invertido en dejarme cubierto de… de… de dónde sacaste esta agua?” la rata se puso de pie lista para irse “¡Pues deberías agradecer que esta vez solo era agua!” y se lanzó del respaldo hacia el asiento para tirarse al piso cuando Miranda la detuvo “¡Espera! ¿Tú eres Almendra?” la rata se detuvo con aires de impotencia, como si no pudiera dejar sin respuesta esa pregunta en particular “Ah, sí, ya había olvidado que habían llegado aquí buscando a alguien… no, yo no soy Almendra, ella llegará pronto, pero mientras esperas tal vez podrías ayudarme con esa cubeta, cerca de aquí hay un pozo” La rata se encaramó sobre un hombro de la muchacha y le mostró el camino, Bruno prefirió quedarse, no sería de gran ayuda y además aun no terminaba su aseo “si ves a alguien, se cortés” le recomendó la rata antes de irse y luego le cuchicheó a Miranda “¡Gatos!, todos son iguales…y dime, ¿cuál era esa pregunta que traías?, tal vez pueda ayudarte.”




León Faras. 

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