VII.
En
el trayecto Miranda le habló a la rata sobre el libro, sobre aquellas frases
escritas aparentemente con su letra pero no por su puño, y sobre la hoja
asombrosamente duplicada, el roedor parecía profundamente interesado, “… ¿se
trata de un libro nuevo o viejo?”. Miranda ya divisaba el pozo de construcción
firme pero antigua, con un pretil de angulosas rocas y un techo de tejas
sostenido sobre dos gruesos pilares de piedra igualmente, una hermosa y
llamativa enredadera de flores similares a las de la vainilla decoraba uno de
los pilares casi hasta su cima. La muchacha se lo pensó unos segundos antes de responder “…pues por lo que parece es un libro que tiene algún
tiempo de uso”, “¿no
será que escribirás en ese libro en algún momento?” dijo la rata y bajó por el
brazo de la muchacha hasta el pretil del pozo “pero lo que me preocupa no es lo
que pueda escribir en un futuro, sino lo que ya está escrito en él” corrigió la
muchacha, la rata señaló una cubeta para que la chica extrajera agua y mientras
Miranda hacía su trabajo la rata le contó una historia, “Antiguamente, las
mujeres recibían de manos de su marido un collar al momento de casarse, ese collar llevaba solo un
adorno colgado que simbolizaba el compromiso, a medida que la mujer vivía su
vida, se le iban agregando adornos correspondientes a los sucesos que vivía, nacimiento
de los hijos, muerte de personas cercanas, traslados, tiempos de separación,
todo quedaba reflejado en ese collar que la mujer cargaba hasta el día de su
muerte y que luego se llevaba a la tumba…” la rata hizo un ademán de
impaciencia para que la chica continuara subiendo la cubeta con agua del fondo
del pozo y continuó con su historia, “…un día una muchacha encontró un collar
en el suelo, este reflejaba toda una vida encima, al tratar de averiguar a
quien pertenecía, no encontraron a nadie que hubiese perdido uno, obviamente
pertenecía a alguien pero nadie supo a quien, entonces decidieron consultar a
los ancianos, pues un collar como ese, con tantos años de uso no aparecía de la
nada. Los ancianos dijeron que si el collar no pertenecía a ninguna de las
mujeres casadas, ni vivas ni muertas, entonces debía pertenecer a la muchacha
que lo había encontrado” Miranda tomó su cubeta llena de agua con ambas manos y
comenzó a caminar con la rata sobre su hombro, iba confundida, no comprendía
bien la moraleja de la historia “¿eso significa que la muchacha debió quedarse
con el collar aunque no le perteneciera?” la rata se acomodó sentándose sujeta
del cabello de la chica, “no, el collar sí le pertenecía y su vida completa sucedió
tal como estaba reflejada en el collar” Miranda se detuvo en seco y se quedó
observando un punto indeterminado del espacio mientras le hablaba secamente a
la rata que llevaba en su hombro “¿Me estás diciendo que el libro ese dice cómo
va a ser mi vida?” “Bueno… un libro y un collar no son lo mismo, pero a veces cuando
se pregunta demasiado por el futuro, el futuro responde.”
Miranda
llegó de vuelta al autobús abandonado donde Bruno ya se había acomodado sobre
uno de los asientos que a esa hora eran acariciados por los cálidos rayos del
sol de la tarde. La chica acomodó nuevamente la barra que haría de base para el
balde apenas sujeta en uno de sus bordes para que el mínimo tirón del cordel la
aflojara de uno de sus extremos y puso con mucho cuidado la cubeta llena de
agua sobre esta, atada a la escotilla del techo, de esa manera solo caería el
agua. La trampa que usaba la rata como precaución estaba lista nuevamente. “Bueno,
ya me tengo que ir, muchas gracias por todo…” dijo la chica cordial y agregó
mientras ya caminaba hacia la salida “…¡vamos Bruno!” pero este confundido no sabía
que sucedía, se lanzó al suelo cuando vio que su ama ya bajaba del autobús y se
largó solo haciendo una mueca de despedida a la rata que lo observaba desde uno
de los asientos, afuera Miranda lo esperaba para cargarlo sobre su bolso, “¿qué
sucedió?, ¿no se supone que debías hablar con Almendra?” la muchacha caminaba
rápido y de muy buen humor “Ya lo hice Bruno, ya lo hice”.
León Faras.
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