III.
Cuando
Ulises llegó a casa, encontró a su nieta Aurora siendo atendida por el doctor
Rivera, la señora Alicia estaba ahí y le explicó lo sucedido mientras Edelmira
se encargaba de los niños, “pues solo puedo recomendar reposo, todo está normal…”
dijo el doctor, y continuó “…esta muchacha dará a luz muy pronto y debemos
estar preparados. En cuanto rompa aguas deberán llamarme de inmediato.” El
médico se quedó dando algunas recomendaciones sobre las precauciones que debían
tomar tanto la señora Alicia como la propia Aurora, mientras el viejo Ulises
salía del cuarto, en la sala encontró a Edelmira preocupada, esta preguntó por
Aurora y el viejo por Estela, en ese momento se dieron cuenta de que no había
señales de la muchacha, “…tal vez Alicia o el doctor le dieron algún encargo”
fue la respuesta de Edelmira que conformó a ambos. En ese preciso momento
Estela llegaba al sanatorio para saber cómo estaba su padre, lo encontró
tendido y con la vista perdida en una ventana lejana, el hombre giró la cabeza
por intuición y se sorprendió al ver a su hija parada ahí, no esperaba que
volviera, se sentó en la cama y con tono severo le pidió que se acercara pero
la chica no se movió, “solo quería saber cómo estás, ¿qué sucedió?…” dijo inexpresiva,
“nada, un encontrón con un tipo que me tenía “sangre en el ojo”, pero el doctor
dice que estaré bien, aunque tuve suerte, pudo ser peor” Estela continuaba
parada bajo el umbral de la puerta, “¿Y mamá, no está contigo?” a Emilio le
molestó que en su estado no despertara en su hija el temor que acostumbraba,
temor que él interpretaba como respeto y autoridad paterna, pero no dijo nada
de eso y solo se limitó a responder con tono agrio “Está con tu abuela y tu
tía…” La madre de Estela no era buena para estar sola y Emilio no era bueno
para acompañarla, eso lo sabían ambos. La llegada de una de las religiosas
interrumpió la parca conversación, al enterarse de quien era la niña le
acarició la cabeza con cariño “no te preocupes linda, tu papá estará contigo
para Navidad…” y fue a atender a su paciente, cuando se volteó para decirle a
la niña que debía cambiar las vendas, esta, ya no estaba.
Estela
caminaba rápido, sentía angustia, su padre podía estar recuperado para Navidad
y para eso solo faltaba una noche, tenía miedo que la obligara a irse con él. Cuando
llegó a casa, Ulises ya había hablado con la señora Alicia sobre lo sucedido
con Emilio, y esta ya sospechaba que la muchacha se hubiese encontrado con él
cuando fue a buscar al doctor, cosa que Estela confirmó cuando le preguntaron.
La señora Alicia mostró mucho más ansiedad y nerviosismo que la niña pero el
viejo las tranquilizó a ambas, no le quitaría los ojos de encima mientras
estuviera en la ciudad, luego tomó su bolso, su Virgen a medio terminar y se
fue, “no quiero que andes sola por ahí, ¿me oíste?” le ordenó la mujer a Estela
y esta asintió con la cabeza, luego ambas se fueron a ver como seguía Aurora.
Al
día siguiente los preparativos para noche buena comenzaron temprano, tanto así
que incluso Edelmira sorprendió a todo el mundo saliendo temprano en la mañana
y completamente arreglada tirando de la mano al pequeño Alonso vestido
igualmente de punta en blanco y perfectamente peinado, Bernarda y Estela
ayudaban en la cocina mientras Aurora y el pequeño Miguel tomaban desayuno,
Ulises había salido temprano, tenía esperanzas de vender alguna de sus figuras.
La señora Alicia vio que Edelmira salía y quiso saber por qué no le daba
desayuno al pequeño, “Hoy desayunaremos fuera, tenemos que ir por el obsequio
para Alonso” dijo la mujer sonriendo, la señora Alicia se alarmó un poco “¿Pero
no vas a arruinarle la sorpresa de mañana al niño…?” “Las sorpresas son para
los niños que tienen padre” respondió Edelmira justo antes de cerrar la puerta,
sin arruinar para nada su espléndido humor. Bernarda desde la cocina escuchó el
comentario, y lo sintió fuerte, sus hijos no tenían padre ahora y su hija iba
rumbo a ser madre soltera también, Edelmira ya había pasado por eso antes y
sabía que la honestidad estaba por sobre la ilusión. Sin embargo, Bernarda ya
le había comprado una pelota a su hijo, en Avemar siempre tenían una para jugar
con su grupo de amigos y acá ya le echaba de menos.
Ulises
entraba a la cafetería de Octavio a desayunar, como siempre el negocio estaba
abierto y listo para atender a su fiel clientela. Su dueño era un hombre consagrado
a su trabajo, solitario, casi tímido fuera de lo estrictamente laboral. Había
heredado el negocio y el hogar de su difunto padre, y de los que conservaba
ambos casi en idéntico estado, tal como los recibió, sin mejoras ni remodelaciones.
Ya se encontraba avanzado en lo que la gente llama la mediana edad y nunca se
había casado debido a que se había pasado la vida manteniendo a flote su
negocio, ocupándose de él todos los días y todo el día, asumiendo su vida de
esa manera y nada más, Ulises le pidió un sándwich de ave y preguntó si se
sabía algo sobre la recuperación de Emilio. En ese momento llegó Alamiro,
siempre con su peinado impecable y sus anteojos de sol, se sentó y le hizo al
camarero una “C” con los dedos pulgar e índice, venía malhumorado “¡Qué horror
de fechas! ¡Entre mi mujer y mis hijas me van a dejar en la calle!” “esa es
culpa tuya” le reprochó Octavio mientras le ponía enfrente una diminuta taza de
café, y Ulises, que pensaba lo mismo agregó “Si siempre les has dado lo que te
han pedido y ahora te quejas” Alamiro solo agachó la cabeza y estiro la trompa
como en un doloroso beso a su café caliente “no sé de dónde voy a sacar el
dinero…”
La
señora Alicia y Estela llegaban al mercado, debían comprar algunas cosas para
la cena de esa noche, un muchacho vestido como un colorido payaso vendía globos
para los niños y Estela decidió comprar dos. En ese momento Bernarda cocinaba
en casa cuando su hijo Miguel entró a la cocina muy acelerado, venía asustado, no
podía hablar y solo levantaba un brazo tembloroso apuntando a la sala, cuando
la mujer se asomó a mirar, vio un canasto de ropa esparramado en el piso y a su
hija acurrucada en el suelo con las manos en la entrepierna de la que brotaba
abundante líquido. El momento del parto había llegado y estaba sola, “¡ve por
tu abuelo, corre!; ¡y que traigan al doctor, tu hermana va a tener un hijo!”,
para Bernarda aquello no era algo que la asustara, ella misma había parido a su
hija en casa de su madre, en el campo, alumbrada con velas y asistida solo por
ancianas, solo esperaba que el niño viniera sin complicaciones. Miguelito salió
disparado, por suerte encontró a Edelmira, porque su abuelo Ulises no estaba en
el lugar donde siempre se ponía a trabajar. La mujer comprendió rápidamente la
atropellada e inexacta información que el niño le daba y debió pensar rápido
porque además de los niños cargaba con una enorme caja que era el regalo para su
hijo, por lo que ordenó a Miguel que se volvieran rápidamente pero que tomara
la mano de Alonso que era un poco más pequeño y no la soltara hasta que llegaran
a casa, “¡Bendito niño que quiere llegar para Navidad!”dijo, para luego partir corriendo
tan rápido como sus delicados zapatos y la aparatosa caja que cargaba se lo
permitían a la cafetería de Octavio, era una mujer astuta y conocía bien al
viejo Ulises.
León
Faras.
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