lunes, 31 de marzo de 2014

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.

XII.


La tarde ya estaba avanzada cuando un jinete de Rimos ingresó a toda velocidad al patio exterior del palacio y tras él un carruaje igual de acelerado que se detuvo contra la voluntad de los agitados corceles que tiraban de él. El jinete, quien ya traía buen retraso, bajó de un salto y abrió la puerta del carruaje para agilizar la maniobra tanto como se lo habían exigido, de este descendieron una mujer mayor de piel morena y gruesas caderas, otra de mediana edad y muy similares características y otra mucho más joven, flacucha y pálida, que a paso acelerado entraron al palacio y fueron conducidas de inmediato a la habitación de la princesa Delia quien había roto aguas y ya se encontraba en labores de parto. Cuando Dolba, su hija y su ayudante llegaron al cuarto se toparon con una sirvienta que con rosto descompuesto por la angustia y la desesperación, cargaba con un bulto de sábanas empapadas en sangre diluida, lo que alarmó mucho a las comadronas que llegaban pero aun más al soldado que las guiaba, quien tragó saliva y agradeció mentalmente que su trabajo solo llegara hasta ahí, tras ellas entró Teté visiblemente nerviosa con un montón de linos limpios para la princesa los que recibió Dolba con autoridad y se los entregó a su ayudante, luego se dirigió a la sobrepasada Teté, “Ve a la cocina y que preparen un caldo negro de ternera y sus interiores con todas sus hierbas …” La princesa ardía en fiebre y se encontraba bañada en sudor, en un estado de semi-inconsciencia en el que balbuceaba palabras ininteligibles mientras las mujeres que la asistían le enjugaban el rostro con paños fríos, logrando solo que brotara insistente vapor de la piel de Delia. La hija de Dolba comenzó a preparar una infusión contra la fiebre mientras que esta confirmaba el estado de salud de su paciente tocándole la frente, un vistazo de inquietud a su ayudante quien repartía los paños limpios fue suficiente para transmitirle la preocupación por la gravedad del estado de la princesa, la sentencia de la comadrona más experimentada de Rimos fue tan drástica que heló la sangre de todas quienes estaban ahí, “Si no salvamos a esta criatura, ambas morirán”

Cuando Arlín regresó al prostíbulo donde trabajaba venía agotada cargando un niño de tres años, mientras que tras ella la hermana de Nila, Aura, traía tirando de la mano a una niña de seis, ambos pequeños eran los hijos de esta última, la cual debió refugiarse con su madre porque su esposo se encontraba fuera de Cízarin en ese momento. Nila la abrazó fuertemente y saludó a sus sobrinos que apenas conocía. Aida llegaba en ese momento, saludó a su hija mayor con sorpresa y afecto, ella y las mujeres que trabajaban para ella habían transformado su establecimiento por completo retirando todas las cortinas, cojines y alfombras, dejando el piso y las murallas desnudas y toscas, cerraron todas las ventanas y las trancaron y luego reunieron todo lo necesario en una sola habitación de la planta alta donde se atrincherarían todas las mujeres durante la noche.

El hombre decidió moverse en el momento preciso y la flecha se le clavó en un costado, justo entre las costillas por detrás del brazo, se tiró al suelo para ocultarse y trató de detectar de donde o quien le había disparado, pero la vegetación en las afueras de Cízarin era abundante y así como lo ocultaba a él también ocultaba a su enemigo. Le dolía una barbaridad pero tal vez no era de mucha gravedad, con gran dificultad se la trató de quebrar para que no le estorbara lo que le provocó una nueva oleada de intenso dolor, la madera del astil no era la que normalmente se usaba en Cízarin, se trataba de un extranjero. Su caballo no estaba lejos, si podía llegar hasta él podría huir de regreso a la ciudad, aguzó el oído tanto como pudo pero no oyó nada que delatara a su atacante, iba a comenzar a arrastrarse cuando un relincho lejano pero vigoroso lo detuvo, otro caballo al parecer aun más lejano imitó el sonido del primero lo que preocupó de sobremanera al hombre, tal vez la vieja loca tenía razón y el ejército de Rimos ya llegaba, en tal caso necesitaba llegar a su caballo y sobrevivir o de nada serviría su descubrimiento. Comenzó a moverse agazapado, arrastrando la punta de su espada Pétalo de Laira que lo identificaba como un legítimo soldado de Cízarin aunque no llevaba armadura de ningún tipo, bajó una pequeña pero pronunciada pendiente de tierra dura y deshidratada en la que resbaló golpeándose en el trozo de madera clavado a su costado con lo que debió quedarse quieto unos segundos apretando los músculos de su cuerpo para contener el grito de dolor que por poco se le escapa. Su caballo no estaba lejos, ya lo podía ver atado al arbusto donde lo había dejado, era un sitio despejado y se enojó consigo mismo por tener que salir a campo abierto, notó el nerviosismo del animal lo que era un mal augurio, con gran esfuerzo y precaución el hombre se acercó a su caballo, con los ojos bien abiertos mirando en todas direcciones, lo tomó de las riendas y lo tranquilizó, todavía podía salir vivo de esta, levantó las mantas que cubrían la grupa del animal, bajo esta cargaba un par de jaulas pequeñas dentro de las cuales estaban apresadas un par de palomas en reducidos espacios que debían ser liberadas en el caso de que el soldado que las llevaba divisara al ejército enemigo aproximándose para que acusaran la dirección en la que este venía, tomó una y se la apretó contra el cuerpo con el brazo más débil debido a la flecha, el otro lo necesitaría para subir a su caballo.


Lamentablemente en este caso el hombre que el rey Nivardo había enviado delante de su tropa había sido más astuto, ya había visto al vigía y le había acertado una flecha en el costado, se acercaba sigiloso, divisó un caballo atado a un arbusto en una zona despejada y se alegró de que solo fuera uno, se aproximó aguzando los sentidos y evitando ser visto hasta unos metros del animal, este se puso nervioso al sentir su presencia, entonces vio salir al hombre herido por su flecha de entre los matorrales, preparó su arco, el herido miraba para todas partes asustado pero no hacia donde su verdugo le acechaba, este esperó a que el hombre subiera  a su caballo, haría un blanco más limpio y fácil. La flecha le entró por la sien derecha atravesándole el cerebro, el hombre ni siquiera gritó, estático como estaba se dejó caer de su caballo llegando al suelo de forma violenta pero ya muerto, ni siquiera se enteró de lo que había sucedido. Ranta emergió de la vegetación con precaución, era un hombre delgado y de baja estatura, no muy fuerte pero astuto y con una habilidad innata para el arco perfeccionada con los años. Revisó el aspecto del suelo, no habían rastros de otros hombres u otros caballos, dejaría ese animal atado en el paso del ejército para que fuera encontrado mientras él seguía su trabajo, pero antes debía borrar las huellas y ocultar el cadáver, por lo que volteó el cuerpo para poder arrastrarlo pero el vuelo de una paloma que por poco lo golpea en el rostro lo hizo soltarlo, el ave había quedado atrapada por el brazo del hombre que había muerto con los músculos contraídos y los nervios tensados y al verse liberada salió de improviso sorprendiendo al astuto Ranta, este soltó una patada de frustración sobre el cadáver, no le gustaba ser sorprendido así, “una paloma es solo una paloma si no lleva ningún mensaje” pensó, había quedado con la desagradable sensación de que había sido burlado y eso lo puso de mal genio, luego tomó el cuerpo y lo ocultó, debía seguir con su trabajo.


León Faras. 

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