VII.
El
aparataje que se armó para mover a la bestia de la enorme plataforma donde
venía y dejarla inmovilizada en el patio interior del castillo que pertenecía
al semi-demonio permitió a Lorna pasar desapercibida, ingresar al castillo y
ocultarse de todos, o mejor dicho de casi todos, porque el enano de rocas aun
le seguía, lo vio acercarse por la orilla de los muros hasta los establos
rodando tímidamente sin levantar ninguna sospecha y volviéndose un montón de
piedras cada vez que alguien aparecía de improviso, Lorna estaba realmente
sorprendida, no solo por la habilidad del enano para no ser visto, sino que
también por su extraña lealtad para con ella, tanta como para regresar tras
ella después de haber huido del castillo. Entender a un enano de rocas era algo
que estaba definitivamente fuera de su alcance por lo que sus razones seguirían
siendo un misterio para ella, de todas maneras no podía preocuparse de él,
debía ocultarse, esperar la noche y luego buscar esas joyas para que el
espíritu de Dágaro pudiera tomar un cuerpo físico y se hiciera cargo del
despreciable Rávaro.
El
bosque se fue volviendo cada vez más tupido a medida que la bestia se
internaba, avanzaba casi al trote y parecía conocer muy bien el camino por
donde su gran tamaño pasaba sin problemas entre los árboles. El suelo estaba
tapizado de hojas secas y las enredaderas ascendían por los troncos de los
gigantescos árboles para no ser sofocadas por estos. La bestia se detuvo junto
a uno de estos árboles enormes y acercó con cuidado uno de sus hombros a una
escalera que comenzaba en la altura a enroscarse por el tronco, en ese momento,
la enana que gobernaba a la bestia extrajo un cuchillo de su cinturón y tomó a
la Criatura por el cabello, el Místico se alarmó y quiso intervenir, pero la
enana solo cortó un mechón de pelo y luego descendió campante de su enorme y
peluda cabalgadura hasta la escalera que le quedaba a un paso, ató a la bestia
con una cuerda ridículamente pequeña a una rama ridículamente débil también
como si de un pequeño cachorrito se tratara, y luego, sin decir palabra, subió
por la escalera hasta perderse de vista tras el tronco del árbol. El Místico y
la Criatura se quedaron ahí, expectantes y desinformados, sin saber bien donde
estaban o qué hacer, en eso un agujero se abrió de lo que parecía ser una
estructura construida en el espacio entre el follaje de dos o tres árboles, del
agujero se asomó una mujer, muy diferente a la enana que habían conocido y los
llamó con un leve dejo de sarcasmo, como si ya se conocieran y se esperaban. La
Criatura aceptó la invitación de inmediato y el Místico le siguió con
precaución.
La
escalera giraba por el tronco hasta toparse con una puerta que los esperaba
abierta hacia afuera porque luego de la puerta la escalera continuaba algunos
escalones más hasta llegar a una habitación de tosca estructura pero
increíblemente acogedora y cálida, estaba iluminada por rayos de sol que
cruzaban la sala de un lado a otro, mariposas entraban y salían por los mismos
agujeros, junto con algunos brotes tiernos, había un escritorio con su silla,
también varios asientos y una hornilla de piedras con su correspondiente chimenea
para cocinar, pero lo más evidente era que en todas partes había una multitud
de jaulas colgadas de distintas formas y tamaños, tubulares, cuadradas,
alargadas y hasta esféricas, y al fondo se podía ver una nueva escalera la que
subía a una planta alta. Al entrar el Místico y la Criatura, la enana barría el
piso canturreando de forma acelerada, casi nerviosa, al verlos se sorprendió
pero luego se entusiasmó de forma incomprensible y feliz soltó la escoba para
ir, según dijo, a preparar té para los invitados, era la misma enana que había
cabalgado una bestia con ellos hasta allí pero se comportaba como una ama de
casa hacendosa y emocionada de recibir las desconocidas visitas de su marido y
es que ella, no tenía recuerdo de haber visto alguna vez a los recién llegados porque
había actuado completamente bajo el dominio de su querida ama, Rodana, la hechicera
de las jaulas. Esta estaba sentada al fondo de la habitación pero se puso de
pie de inmediato con una sonrisa suave, era una mujer de mediana edad, de
aspecto austero pero de modales refinados, miró al Místico, un colega se podría
decir y luego a la Criatura, no era común ese tipo de visitas y se preguntaba
porque una pareja tan singular vagaba por su bosque. El Místico se apresuró a
advertirle sobre la letalidad de la mirada de la criatura pero Rodana lo tranquilizó,
no solo ya lo sabía desde que los encontró junto a los Grelos, sino que desde
antes que entraran, ella había puesto el mechón de pelo de la Criatura dentro
de una de sus jaulas, de forma que su hechizo ya estaba sobre ella y la
gobernaba, tanto a la Criatura como a su letalidad, de la misma forma que lo
hacía con la bestia que mansa aguardaba afuera y como lo había hecho con Dendé,
su muy querida y leal sirvienta, la cual llegaba en ese momento con una bandeja
con varias tazas de té, uno de los mejores té que existían, por cierto, para
acompañar la muy amena plática que se avecinaba.
León Faras.
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