viernes, 14 de marzo de 2014

La Prisionera y la Reina. Capítulo tres.

VII.


El aparataje que se armó para mover a la bestia de la enorme plataforma donde venía y dejarla inmovilizada en el patio interior del castillo que pertenecía al semi-demonio permitió a Lorna pasar desapercibida, ingresar al castillo y ocultarse de todos, o mejor dicho de casi todos, porque el enano de rocas aun le seguía, lo vio acercarse por la orilla de los muros hasta los establos rodando tímidamente sin levantar ninguna sospecha y volviéndose un montón de piedras cada vez que alguien aparecía de improviso, Lorna estaba realmente sorprendida, no solo por la habilidad del enano para no ser visto, sino que también por su extraña lealtad para con ella, tanta como para regresar tras ella después de haber huido del castillo. Entender a un enano de rocas era algo que estaba definitivamente fuera de su alcance por lo que sus razones seguirían siendo un misterio para ella, de todas maneras no podía preocuparse de él, debía ocultarse, esperar la noche y luego buscar esas joyas para que el espíritu de Dágaro pudiera tomar un cuerpo físico y se hiciera cargo del despreciable Rávaro.

El bosque se fue volviendo cada vez más tupido a medida que la bestia se internaba, avanzaba casi al trote y parecía conocer muy bien el camino por donde su gran tamaño pasaba sin problemas entre los árboles. El suelo estaba tapizado de hojas secas y las enredaderas ascendían por los troncos de los gigantescos árboles para no ser sofocadas por estos. La bestia se detuvo junto a uno de estos árboles enormes y acercó con cuidado uno de sus hombros a una escalera que comenzaba en la altura a enroscarse por el tronco, en ese momento, la enana que gobernaba a la bestia extrajo un cuchillo de su cinturón y tomó a la Criatura por el cabello, el Místico se alarmó y quiso intervenir, pero la enana solo cortó un mechón de pelo y luego descendió campante de su enorme y peluda cabalgadura hasta la escalera que le quedaba a un paso, ató a la bestia con una cuerda ridículamente pequeña a una rama ridículamente débil también como si de un pequeño cachorrito se tratara, y luego, sin decir palabra, subió por la escalera hasta perderse de vista tras el tronco del árbol. El Místico y la Criatura se quedaron ahí, expectantes y desinformados, sin saber bien donde estaban o qué hacer, en eso un agujero se abrió de lo que parecía ser una estructura construida en el espacio entre el follaje de dos o tres árboles, del agujero se asomó una mujer, muy diferente a la enana que habían conocido y los llamó con un leve dejo de sarcasmo, como si ya se conocieran y se esperaban. La Criatura aceptó la invitación de inmediato y el Místico le siguió con precaución.


La escalera giraba por el tronco hasta toparse con una puerta que los esperaba abierta hacia afuera porque luego de la puerta la escalera continuaba algunos escalones más hasta llegar a una habitación de tosca estructura pero increíblemente acogedora y cálida, estaba iluminada por rayos de sol que cruzaban la sala de un lado a otro, mariposas entraban y salían por los mismos agujeros, junto con algunos brotes tiernos, había un escritorio con su silla, también varios asientos y una hornilla de piedras con su correspondiente chimenea para cocinar, pero lo más evidente era que en todas partes había una multitud de jaulas colgadas de distintas formas y tamaños, tubulares, cuadradas, alargadas y hasta esféricas, y al fondo se podía ver una nueva escalera la que subía a una planta alta. Al entrar el Místico y la Criatura, la enana barría el piso canturreando de forma acelerada, casi nerviosa, al verlos se sorprendió pero luego se entusiasmó de forma incomprensible y feliz soltó la escoba para ir, según dijo, a preparar té para los invitados, era la misma enana que había cabalgado una bestia con ellos hasta allí pero se comportaba como una ama de casa hacendosa y emocionada de recibir las desconocidas visitas de su marido y es que ella, no tenía recuerdo de haber visto alguna vez a los recién llegados porque había actuado completamente bajo el dominio de su querida ama, Rodana, la hechicera de las jaulas. Esta estaba sentada al fondo de la habitación pero se puso de pie de inmediato con una sonrisa suave, era una mujer de mediana edad, de aspecto austero pero de modales refinados, miró al Místico, un colega se podría decir y luego a la Criatura, no era común ese tipo de visitas y se preguntaba porque una pareja tan singular vagaba por su bosque. El Místico se apresuró a advertirle sobre la letalidad de la mirada de la criatura pero Rodana lo tranquilizó, no solo ya lo sabía desde que los encontró junto a los Grelos, sino que desde antes que entraran, ella había puesto el mechón de pelo de la Criatura dentro de una de sus jaulas, de forma que su hechizo ya estaba sobre ella y la gobernaba, tanto a la Criatura como a su letalidad, de la misma forma que lo hacía con la bestia que mansa aguardaba afuera y como lo había hecho con Dendé, su muy querida y leal sirvienta, la cual llegaba en ese momento con una bandeja con varias tazas de té, uno de los mejores té que existían, por cierto, para acompañar la muy amena plática que se avecinaba. 



León Faras.

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