lunes, 13 de abril de 2020

Autopsia. Quinta parte.


II.

Úrsula y su madre llegaron a casa cerca del mediodía, comentando lo raro del encuentro de aquella gitana y su obsequio para David, cuando sorprendieron al doctor Cifuentes que se abotonaba las mangas y se acomodaba el sombrero, disponiéndose para salir, tenía algo importante que hacer, según dijo. Se veía húmedo, como sudado. Se había aseado recién, pero de prisa y llevaba los zapatos cubiertos de tierra. El doctor salió a la calle y se fue rumbo al centro del pueblo, a la taberna y sus alrededores, buscaba a un hombre y lo encontró en el grupo de hombres que diariamente se reunían a apostar y lanzar tejos, “Gumurria, ¿me permite invitarle un vaso de vino?” Gustavo aceptó encantado, aunque no ocultó lo extraño de la propuesta, se sentaron y les llevaron dos vasos grandes de borgoña frío, la especialidad de la casa. Cifuentes tenía una gravísima preocupación, porque no podía sacarse de la cabeza el olor de Elena, y si durante la noche de san Lorenzo, no había estado con Úrsula, como él se había resignado a pensar, finalmente, entonces ese niño no podía ser suyo. Esa idea lo estaba atormentando. Interrogó a Gumurria sobre lo que decía su amigo de haber visto aquella noche de san Lorenzo, y Gustavo lo confirmó, pero el doctor necesitaba hablar personalmente con Cipriano para que no le quedara ni un asomo de duda, Gumurria no tenía inconvenientes, “El Cipriano cuando no está bebiendo, está en su taller trabajando, y por lo que se ve, no ha venido por aquí hoy” El doctor se paró dejando su vaso a medias, Gumurria acabó el suyo, “Eh, doctor, le aconsejo que le lleve de regalo un par de botellas de vino, no le van a costar mucho y le va a facilitar mucho las cosas para que el Cipriano le cuente lo que usted quiera… espere, yo le acompaño”

Cipriano Monte era el hermano menor de Marcial, el sepulturero de Casas Viejas, tenía un taller de herrería en el que, efectivamente, siempre estaba trabajando cuando no estaba bebiendo. Las botellas de vino que le llevó el doctor de regalo le parecieron literalmente, caídas del cielo. Mientras Gumurria no perdía tiempo y descorchaba una, Cifuentes tampoco perdía tiempo y le pedía a Cipriano que le hablara sobre lo qué había visto esa noche, específicamente, fuera de su casa, “Yo vi a la señorita Elena entrar en su casa…” respondió aquel con la seriedad que lo meritaba y sin rodeos, y continuó, “…me pareció muy raro ver a una señorita andando por ahí tarde en la noche y sola, las calles son oscuras, y usted no sabe con qué se puede encontrar, por lo que quise acercarme para preguntarle si estaba bien, pero entonces ella se acercó a su casa y entró allí. La luz de su casa la iluminó… era ella, estoy seguro” “Y no estuvo presente en la fiesta, eh…” añadió Gumurria como un dato a tener en cuenta. El doctor no estaba convencido, “¿Pero cómo entró si esa puerta tiene llave?” Cipriano se bebió su vaso de vino de un trago, “Seguramente tendrá una llave, recuerde que ella antes vivía allí…” respondió el hombre como si se tratara de lo más lógico del mundo. “Es posible…” admitió el doctor, pensativo, y añadió, “¿Me presta un caballo?” El doctor cogió uno ensillado y se fue, “¿Crees que la señorita le haya robado algo valioso y por eso anda así?” dijo Cipriano cogiendo el vaso de vino que el doctor había dejado intacto, Gumurria asintió con receloso silencio, “O tal vez sólo fue a recuperar algo que le pertenecía” “¿Adonde crees que vaya?” preguntó el otro, intuyendo la respuesta, Gustavo cogió una maltratada astilla del bolsillo y se la puso entre los dientes, sonriendo “¿Y adónde va a ir? Va a que le cuenten la otra parte de la historia”

Por la información que le había dado su esposa, Cifuentes conocía dónde vivía Elena, y se dirigía hacia allá con una excusa ya pensada, sobre un nuevo vestido para Úrsula, debido a lo mucho que le había gustado el primero, pero con intenciones de sonsacarle información sobre esa noche de san Lorenzo y sobre todo confirmar la nueva información que había recibido: si aún conservaba una llave de su antigua casa, sin embargo a quien encontró allí fue a Tata que cortaba y apilaba leña, “…Pues, resulta que ella y Clarita se fueron al monte con las cabras… no van llegar pronto porque se llevaron el almuerzo. Si quiere le digo que se pase por su casa la próxima vez que baje al pueblo” El doctor se negó, no le servía de nada hablar con Elena en presencia de su mujer o de alguien más, “No se preocupe, no es importante. Hablaré con ella en otro momento” No le quedó más remedio al doctor que volver con sus dudas de vuelta a casa.

Finalmente, se consideró de manera oficial que el Cristo de la iglesia se había destruido por obra del tiempo y no con la intervención de ninguna mano humana. O sea que el Cristo se había roto de viejo, debido al deterioro del material y ya no se le daría más vueltas al asunto, menos ahora con la llegada del nuevo. Le avisaron al cura que su encargo lo habían bajado ya del tren, justo en el momento en que Guillermina le servía la comida, y ésta tuvo que recular. Si había algo que Guillermina odiaba, era que la dejaran con el plato servido en la mesa, pero no le quedó más remedio que resignarse, pues el recién llegado no podía esperar, lejos de eso, se puso un chal en la cabeza y partió tras el cura para mirar. El trabajo había sido encargado a un escultor de madera quien se encargó de hacer un trabajo a la medida para aprovechar las dimensiones de la cruz existente en la iglesia, se tardó varios meses, pero se trataba de un trabajo totalmente hecho a mano, una obra de arte religioso que ornamentaría la iglesia por cien años o algo así. El Cristo llegó en una carreta envuelto en lona y atado de pies a cabeza, el mismo artesano que lo había esculpido venía con un par de ayudantes para instalarlo, tuvieron que poner un andamio antes y una larga escalera con polea para elevarlo, tardarían algunas horas, así que era bueno que el cura se fuera a su casa a comer y luego regresara. Ese mismo día, Pedro Canelo le presentó al que sería su nuevo sacristán, un muchacho huérfano de catorce años llamado Mateo, como el evangelista, el chico tenía un problema, de tanto en tanto era enviado a prisión porque insistía en robar, esencialmente comida, pero el muchacho no sabía pedir y parecía incapaz de aceptar cualquier trabajo que se le ofreciera, por lo que los lugareños lo enviaban regularmente a la cárcel como escarmiento, con la intención de corregirlo, pero sin resultados, lo cierto es que la cárcel no corrige a nadie que no sea capaz de corregirse por sí solo. La última vez había sido sorprendido desplumando una gallina, a pesar de que no tenía ni lo más mínimo para cocinarla. Canelo había pensado que tal vez estando con el cura corregiría su actitud, “…en el fondo es un buen chico, lo que pasa es que la vida ha sido dura con él, eso es todo. El hambre es perra, padre…” concluyó el guardia. El cura aceptó y Guillermina estuvo de acuerdo, habría que probar, lo primero era darle un baño y luego darle de comer. El cuarto que Úrsula había desocupado estaba disponible. En teoría, teniendo el estómago lleno, no volvería a necesitar robar.



León Faras.

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