jueves, 2 de abril de 2020

Autopsia. Cuarta parte.


XIV.

No le cayó nada bien la noticia al padre de Hugo Cifuentes, que la boda se llevaría a cabo de igual manera y en la fecha prevista, que era dentro de dos semanas, sin que le hubiesen presentado antes a la novia y a su familia, pero el tren no estaba dispuesto a correr y los novios no estaban dispuestos a postergar nada, la razón de ello, Cifuentes no la mencionó en la carta, prefería hacerlo en persona, pero su padre la supuso rápidamente, la urgencia por casarse sólo podía significar una cosa: la chica ya estaba embarazada. El vestido de boda caería en manos de la mejor bordadora del pueblo y sus alrededores, Úrsula y su madre fueron en persona a pedirle a la vieja Lina que las ayudara con eso, y allí encontrarían a Elena, a la que, dentro de todas las cosas inútiles que le habían enseñado de jovenzuela para convertirla en una dama respetable y habilidosa, la menos inútil era la costura, lo que era muy conveniente, porque ella conocía muy bien los pasos a seguir en la confección de los finos vestidos que solía usar, “A mi hermano le enseñaron medicina, a mí, a hacer vestidos” Se excusó la muchacha encogiéndose de hombros. No fue difícil entenderse con Úrsula a la hora de planear la forma y el diseño del vestido que ella quería, Elena también tenía muy buenas ideas que aportar. Le tomó las medidas y en un par de días consiguieron las telas. Se sorprendió a sí misma al verse realmente entusiasmada con el trabajo, cosa que jamás le había interesado. Los vestidos lujosos que siempre le habían obligado a usar eran estorbosos e incómodos, y una mujer con ese atuendo, estaba condenada a moverse lo menos posible y a evitar todo tipo de contacto, porque eran prendas permanentemente propensas al estropicio, en los que no estaba dispuesta a gastar su tiempo en lo más mínimo, pero un vestido de bodas era algo diferente, debía ser el más incómodo y estorboso de todos, pero con la ventaja de que sólo se usaba una vez en la vida. Lo diseñó de la nada, trabajando motivada por una pasión que desconocía, porque siempre pensó que las cosas valiosas, eran las que se hacían con pena y sacrificio, mientras que las que se hacían con entusiasmo o por diversión, generalmente eran vanas y frívolas. Mientras Lina bordaba, Elena destrozaba las telas en pedazos informes que regaba por toda la casa y que luego casi mágicamente, tomaban forma en el cuerpo de Clarita, quien, montada en un banquillo y forrada en ropa vieja para dar la talla, hacía de modelo mientras Gracia la observaba desde un rincón con cara de vergüenza ajena. Al cabo de una semana, Úrsula pudo probárselo, su madre quedó maravillada, aún le faltaban algunos retoques pero el diseño era hermoso, todo hecho a mano y a Úrsula le quedaba perfecto “Deberías dedicarte a hacer vestidos” le dijo Lina cuando todas se fueron, Clarita estuvo de acuerdo. Lo cierto es que Elena ya se lo había planteado. Además le había servido para olvidarse de esa tal Oriana, de los recuerdos del pasado que siempre la estaban condicionando y poner la atención y las esperanzas por una vez en su vida, en el presente y en el futuro.

En el convento de las Hermanas de la Resignación, había una hermana muy mayor, a la que el sacerdote regularmente visitaba para confesar y darle el sacramento de la comunión, luego de cumplir con su deber, por lo general intercambiaba algunas palabras con la hermana Marcos. El cura aún se sentía preocupado por Elena y de alguna manera se responsabilizaba de su situación, como si todo lo que le había tocado vivir a la muchacha, en parte era responsabilidad suya y de su obrar rígido y autoritario. Ahora se reprochaba tristemente haber enviado a la muchacha al convento en vez de con su familia, “¿Cuántas cosas se hubiesen podido evitar…?” La hermana Marcos era una mujer sensata e inteligente que comprendía que las decisiones que uno toma en su vida, siempre son las que considera mejores en su momento, nadie está libre de equivocarse, por supuesto, excepto Dios, y sólo podría culparse si hubiese actuado de mala fe, “…además padre, no creo que se haya equivocado tanto. Elena vino a visitarnos hace unos días…” El padre Benigno se sorprendió de oír eso, la hermana continuó, “Sólo fue una visita de cortesía, no se quedó mucho tiempo, sólo vino a disculparse por todo y a dar las gracias. Nos dio mucha felicidad verla renovada, se veía feliz, tranquila y lo más importante, reconciliada con Dios” Benigno sonrió satisfecho, y él no era hombre de sonrisa fácil. La hermana Marcos también sonreía, “Nos dio un tremendo susto cuando la encontramos tan mal a causa del aborto que se hizo y luego al huir sin que nadie tuviera noticias de ella durante tantos días, pero todavía nos queda un susto que pasar de ella…” El rostro de la hermana Marcos se había ensombrecido. Benigno ya no sonreía, “¿De qué habla hermana?” La monja respiró hondo, “Le hablo de la criatura que Elena abortó, padre…” El asunto era que, ese día se dieron cuenta de que misteriosamente Elena había desaparecido y no fue hallada en ninguna parte del convento, ella nunca fue una prisionera, y tenía la misma libertad que la de cualquiera de las hermanas, por lo que lo primero que pensaron era que la chica había finalmente decidido huir, luego de varias horas de búsqueda, fue encontrada tirada inconsciente en el jardín, estaba ya sin el bebé y con todo su cuerpo cubierto de sangre y tierra, mucha tierra, en las uñas, en el pelo y entre las ropas, como si hubiese estado cavando igual que un perro, “…la cogimos, la lavamos y la atendimos lo mejor que pudimos, velándola día y noche hasta que se recuperó. Cuando lo hizo, lo primero que le preguntamos fue por su hijo, respondió que no sabía dónde estaba…”

Poco a poco Elena sentía cómo el niño se movía en su interior y cada vez que lo hacía, sentía angustia y rabia a la vez que la hacía desear que ya no estuviera más ahí, fue entonces cuando decidió envenenarse comiendo las semillas de una planta muy común, una especie de higuera tan amarga como tóxica, su intención era acabar con ello de una forma u otra, el problema era que aquella planta también la podía hacer perder la cabeza, todo dependía de la dosis “…no recordaba nada, sólo haber ingerido semillas de esa planta sin estar segura de cuántas, planta que por supuesto, hicimos desaparecer de nuestro jardín, sin embargo, el agujero que hizo nunca lo hallamos, ni tampoco a la criatura. Ahora todas las hermanas se persignan antes de trabajar en el jardín, rogando a Dios no encontrarse con los restos de ese niño” “Nunca me habló de esto, hermana” Respondió el cura sin tono de reproche en la voz, la monja sonrió triste, “Cuando encontramos a Elena, nos olvidamos del niño, nada podíamos hacer por él, sólo rogar a Dios por su alma, en cambio Elena estaba viva y nos necesitaba. Decírselo era decirle que no sabíamos dónde estaba ni qué había pasado exactamente con él… supongo que usted tampoco nos preguntó” Concluyó con suavidad, el padre estaba de acuerdo.



León Faras.

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